Casi el mismo día en que Cataluña celebra por todo lo alto la épica Diada previa a su ansiada liberación del histórico yugo español, se cumplen noventa años del pronunciamiento que llevó al General Miguel Primo de Rivera al Gobierno de España directamente desde su despacho barcelonés, con parada en la vieja Ciudad del Compromiso.
En El Agitador defendemos que no hay nada mejor que la perspectiva histórica para entender el tiempo que nos ha tocado vivir. Por ello queremos recordar esta efeméride con un artículo escrito por uno de nuestros colaboradores habituales y publicado en 2010 en el libro “CNT 1910-2010. Cien imágenes para un centenario” editado por la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo con motivo del primer centenario de la Confederación Nacional del Trabajo.
El artículo, ligeramente retocado para la ocasión, no solamente recoge un hecho relacionado con la historia de Caspe que, a buen seguro, resultará casi desconocido para la inmensa mayoría de los lectores sino que alude a viejos problemas que, casi un siglo después, siguen sin haber encontrado la debida solución. La compleja y, como se verá, ambivalente relación de Cataluña con España, el papel de la monarquía o la polémica en torno al papel que en un estado moderno deben desempeñar tanto los políticos como las administraciones locales o los sindicatos son asuntos de plena y polémica vigencia en la actual agenda política. Al fin y al cabo, solo han pasado noventa años…
Por cierto, quien le iba a decir a todos aquellos dignos burgueses catalanes que jalearon al Dictador cuando se disponía a liberarles definitivamente de la amenaza anarquista que a no mucho tardar sus bien adoctrinados nietos acabarían renegando de aquella España a la que tanto quisieron y gracias a la que tanto dinero ganaron.
A las ocho menos diez el expreso saldrá de la Estación de Francia. La multitud lleva horas esperando. Toda la buena sociedad catalana está allí. El alcalde de la ciudad, Don Fernando Fabra i Puig, Marqués de Alella, ha acudido a despedir al gran hombre. También los representantes de la Cámara de Comercio y Navegación de Barcelona. El Obispo, el doctor Ramón Guillamet i Coma, no ha podido resistirse a ofrecer su bendición al aspirante a “cirujano de hierro” que un día antes ha prometido liberar a la Patria de “los profesionales de la política” por medio de un “movimiento de hombres” como Dios manda. La calurosa despedida, con vítores a España, el Ejército y el Rey, conmueve al que durante el último año ha sido Capitán General de Barcelona. No todos los catalanes son separatistas ni pistoleros ni huelguistas, se dice mientras apura una copa de oloroso y el tren se interna en la noche camino de Madrid. En Sitges y en Reus grupos de espontáneos simpatizantes detienen el convoy para manifestarle su adhesión. Ebro arriba, el tren entra en tierras de Aragón poco antes de la medianoche.
En el desierto andén de la estación de Caspe, el General José Sanjurjo Sacanell, Gobernador Militar de Zaragoza, pasea inquieto. Se ha desplazado en automóvil desde la capital para encontrarse con su viejo amigo y lleva un tiempo esperando. Ya en el vagón, y tras un efusivo y prolongado abrazo, Sanjurjo se relaja. “¿Vamos a hacer justicia?” pregunta. “Sí” responde Primo sin vacilación. “Cuenta conmigo”, zanja Sanjurjo. Hasta Zaragoza, los viejos camaradas disponen de dos horas para hablar sin que nadie les moleste. Sanjurjo aprovecha para ponerle al día de la situación en la ciudad. La poderosa Federación Local de Sindicatos se ha visto reforzada con la llegada de numerosos militantes venidos de Cataluña. Uno de ellos, el caspolino Manuel Buenacasa Tomeo, ha vuelto a imprimir el viejo semanario “Cultura y Acción” y recorre la región dando mítines y alentando huelgas y disturbios. Los movimientos de peligrosos activistas, de paso hacia otros puntos de la península, han posibilitado el asesinato a tiros del Cardenal Soldevila sólo quince días antes de que el multitudinario Congreso de la Confederación Regional de Aragón, Rioja y Navarra haya significado la apuesta por la radicalidad y el alejamiento en el seno de la organización. Afortunadamente tanto Manuel Buenacasa como Francisco Ascaso duermen ahora entre rejas por lo del Cardenal y la ciudad está en calma, pero conviene solucionar el problema obrero de una vez por todas.
Vuelve a correr el oloroso mientras los dos generales repasan el programa de drásticas medidas que habrá de empezar a aplicarse en apenas unas horas. Hay que meterle mano a los ayuntamientos y a las diputaciones provinciales y acabar de una vez por todas con esas tonterías del autogobierno que piden los catalanes. Hay que restituir el orden. La mano dura ha funcionado bien en Cataluña y también funcionará en el resto del país. Disolver inmediatamente las Cortes e ilegalizar partidos políticos y sindicatos. Si los anarquistas insisten en sus reivindicaciones y sus demostraciones de fuerza habrá que golpearles sin piedad. En las calles, plomo, y en las empresas anular su poderosa influencia con la creación de los Comités Paritarios. El modelo corporativo servirá tanto para las relaciones laborales como para la economía, que será férreamente controlada, y para la propia acción política, organizada en torno a un partido único que aglutine a todos los españoles de bien. Todo esto, lógicamente, con el conocimiento y la aquiescencia de Su Majestad.
Pasan de las tres de la madrugada cuando Sanjurjo se apea en Zaragoza. No hay nadie en la estación. Solo el sonido de las suelas de sus botas altera durante unos minutos el silencio del andén mientras el tren emprende de nuevo la marcha. La máquina gana velocidad y Primo de Rivera apoya la cabeza sobre el respaldo de su asiento, se desabrocha varios botones del uniforme y estira las piernas. No está nervioso, tan solo un poco cansado. Como siempre, confía en sí mismo y sabe que son muchos los que le apoyan. En ese momento no tiene ni idea de cual será el destino final de su aventura. Ignora por completo qué poderosas fuerzas va a poner en movimiento. No puede, ni quiere, prever su fracaso, ni sospechar que será precisamente ese fracaso el que alentará a su fiel Sanjurjo a volver a intentarlo en otras dos ocasiones, nueve y trece años más tarde. En 1932 y en 1936. Por supuesto tampoco sabe, ni puede saber, que también Sanjurjo se quedará sin saborear el éxito de su empeño. Que serán otros militares, cuyos nombres ahora carecen de la fama que orla el suyo propio o el de Sanjurjo, los que harán realidad sus aspiraciones de implantar un movimiento de corte autoritario en España, no sin antes provocar una guerra entre españoles cuya crudeza y nivel de destrucción ni siquiera es capaz de imaginar. Mecido por su ignorancia, con el regusto dulzón del oloroso rondándole el paladar, el viejo general no tarda en quedarse dormido como un niño grande y bueno.
Jesús Cirac