24 de abril. Hoy se cumple un siglo del inicio del genocidio armenio.

El 24 de abril de 1915, las autoridades otomanas mandaron detener a varios cientos de intelectuales y miembros destacados de la comunidad armenia de Estambul y ordenaron su deportación al desierto, donde murieron. Ese día se iniciaba un proceso de exterminio que, algunos meses más tarde, alcanzaría tal ritmo e intensidad que acabaría por convertirse en el primer genocidio del siglo XX. Millón y medio de armenios y varios cientos de miles de griegos del ponto y cristianos asirios, súbditos todos de la Sublime Puerta, perdieron la vida en los desiertos de Siria o en las aguas profundas del Mar Negro. Acosados por kurdos y beduinos. Tiroteados y golpeados por los soldados turcos. Devorados por las fieras, comidos por la fiebre, el hambre y la sed. Los “Jóvenes Turcos” lograron desinfectar Asia Menor, limpiarla de cualquier tipo de presencia no turca. El rígido “Estado nación” se imponía sobre el flexible y anticuado Imperio Otomano. Un territorio, una lengua, una raza. Como en la civilizada Europa la modernidad se abría paso a dentelladas.

Lo sintomático es que los ideólogos de aquella atrocidad no eran oscuros hombres del desierto fanatizados por el radicalismo religioso, ni miembros de endogámicas comunidades rurales. Muchos de los “Jóvenes Turcos” habían estudiado en academias prusianas, hablaban idiomas y estaban fascinados por las flamantes constituciones europeas. Querían modernizar el Imperio, hacerlo eficiente y avanzado. Creían que, para conseguirlo, lo mejor era homogeneizar étnicamente a la población, eliminar a los diferentes. Turquía para los turcos, los hijos de Turán. En 1915 Hitler andaba pasándolas un poco canutas en el frente francés. Dicen que dos décadas después, ya convertido en lo que todos sabemos, decidió compartir con sus compadres sus planes para el pueblo judío. Uno de ellos, ingenuamente, le preguntó: “¿Podrá perdonarnos el mundo por ello?” A lo que Hitler respondió: “Por supuesto que sí, ¿Acaso alguien recuerda hoy el genocidio armenio?”

Hitler estaba equivocado. También en eso. El mundo, cien años después, recuerda el genocidio armenio. Aunque no todos aceptan su mera existencia. Nombrarlo en Turquía significa no solo afrontar el peso de la ley sino arriesgarse a un linchamiento físico e intelectual. De hecho, tan solo veintidós países en el mundo han reconocido oficialmente la existencia del genocidio armenio. Uruguay fue el primero de ellos, en 1965. Otros países destacados son Francia, donde la comunidad de origen armenio es muy numerosa, Suecia, Canadá y, por motivos obvios, Grecia. En Argentina, territorio de acogida de cientos de miles de armenios, una ley nacional declaró el 24 de abril como “Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos”. Los países que no reconocen su existencia son, tristemente, mayoría. Turquía es mal enemigo y buen aliado. Conviene no perturbarle con antiguas cuitas. Lo más triste es comprobar que ni España, por lo que nos toca, ni Israel, para el que la palabra genocidio adquiere tintes casi metafísicos, han aceptado, a día de hoy, la existencia del genocidio armenio.

Quien sí lo ha hecho ha sido el Vaticano. Y no solo eso. El pasado día 12 de abril, el papa Francisco se convertía en el primer Sumo Pontífice en utilizar la palabra genocidio para referirse a aquellos hechos. En una misa oficiada en la basílica de San Pedro junto al patriarca de la Iglesia armenia, conmemoró el centenario del “primer genocidio del siglo XX” y manifestó en voz alta y clara que “esconder o negar el mal es como dejar que una herida continúe sangrando sin curarla”. En el mismo acto, el Papa proclamó al monje y filósofo armenio, Gregorio de Narek, como Doctor de la Iglesia Universal. Sin duda en este paso adelante de Bergoglio ha influido sobremanera su ascendencia argentina y el contacto que mantuvo con la comunidad armenia de dicho país. Un hecho que le honra y le eleva muy por encima de muchos otros papas.

Hablar hoy del genocidio armenio puede parecer inútil. Pero no lo es. Un siglo después de aquella catástrofe, en los mismos desiertos barridos por el sol y el viento, la guerra y la destrucción siguen siendo la principal ocupación de una población aterrorizada por el fuego y las bombas. Un lustro lleva Siria en guerra civil y casi tres décadas Iraq. Bashar Al Assad y su régimen obsoleto se enfrentan a un heterogéneo conglomerado de siglas y facciones religiosas bajo la mirada atenta de Irán, Arabia Saudita, Rusia y Occidente. La brutalidad esquizofrénica del Ejército Islámico nos obliga a volver la vista atrás y comprobar que estamos muy lejos de poder decir que el mundo es hoy un lugar mejor de lo que fue. Hace un siglo una pandilla de esnobs hundían sus ojos indolentes en las dulces aguas del Bósforo imaginando que la muerte de millones de personas permitiría construir una gran Turquía. Hoy, ni siquiera podemos saber por qué matan quienes matan. La misma zona del planeta, la misma muerte arbitraria, cien años después.

En El Agitador queremos recordar hoy a los millones de armenios, griegos y asirios asesinados por los turcos hace un siglo. Y también a los millones de deportados que se buscaron la vida como pudieron y hoy mantienen viva la llama del recuerdo del primer genocidio del siglo XX, el siglo de los genocidios. Va por ellos.

Jesús Cirac

Para saber más sobre el genocidio armenio (también en El Agitador):

El genocidio armenio y las políticas de la memoria.

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