Anacrónicas: la última aventura africana

Supongo que los escritorcillos alopécicos, los de medio pelo, encontramos inspiración en los más variados lugares.  En mi caso, sufro la maldición de que mis ideas bullan, literalmente en forma de burbujas, cuando estoy haciendo mis veintiún largos diarios (no suelo mencionar que la piscina comunal no llega a los doce metros).  Desde luego, las musas no podían haber elegido un peor lugar, al menos hasta que no se invente algún tipo de papel impermeable apto para el entorno submarino.  Mientras esto no ocurra, me toca tomar notas mentales, lo cual no es sencillo si uno quiere llevar a la vez el recuento de los largos (las letras y las ciencias no siempre se llevan bien, por mucho que uno sea de Mixtas).

La cuestión es que aquí me encuentro, enfrente de la temible hoja en blanco (salvo por el párrafo previo de desvarío al más puro estilo Saramago)  y con un centenar de ideas pasadas por agua, al igual que las baldosas amarillas que me han guiado hasta el “oz-denador” (que el lector me perdone, no he podido evitarlo).

¿Y en qué estaba pensando?  Pues en la maldición del inconformista; en cómo la hierba es siempre más verde al otro lado del río (por mucho que continúes cruzando de un lado al otro); en cómo idealizamos el pasado y qué rápido nos olvidamos de los malos momentos; en que cuando vas a África, tu corazón ahí se queda (le debo de tener muy poco apego, porque se me queda allá donde voy); en que me gustaría criar a mis hijos allí (al menos por unos años); en cuánto echo de menos derrapar con mi Toyota (snif) por barrizales y bancos de arena (cuando estaba allí, estaba desesperado por poder estar en un sitio donde pudiera hacer senderismo)… en definitiva, que debería haber un África 2.

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Y también estaba pensando en una conversación que había tenido, cuando África ni siquiera estaba en mi mapa mental, con un colega nacido en Zimbabue y como mi argumento principal era que no tenía ningún interés en vivir en un lugar sin ciudades antiguas, sin yacimientos arqueológicos, sin el olor de la historia impregnado en las piedras…  La verdad es que los únicos lugares en los que me he podido aliviar el mono pseudo-cultureta han sido cuatro cuevas con pinturas rupestres, Gran Zimbabue (1) y la Ciudad de Piedra en Zanzíbar (capital del imperio swahili); de todas formas, ¿quién necesita unas piedras erosionadas para evocar el pasado cuando puedes viajar siglos (y milenios) en el tiempo con un simple paseo por cualquier área rural (o no tan rural)?

Mi pensamiento se quedó en la Ciudad de Piedra y en la odisea (me río de Ulises) aérea que supuso llegar allí… y salir.  Habíamos comprado los billetes con la paradójica Precision Air, que acababa de abrir un puente aéreo de Lusaka a Zanzíbar.  Llegamos al aeropuerto y cuál fue nuestra sorpresa cuando el vuelo no estaba anunciado en los paneles y en el mostrador de información no sabían nada sobre esta compañía, aparentemente fantasma.  Resultó que habían decidido retrasar la apertura del puente aéreo y ni siquiera se habían dignado informar a los clientes.  Tras un millar de llamadas, conseguimos un vuelo para el día siguiente, con una duración de unas diez horas, en comparación a las tres horas y media del vuelo original.  Para que os quejéis de las aerolíneas de bajo coste europeas (bendita Ryan Air).

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Pero no se quedó ahí la cosa.  Tras una dura semana de playas de un color dolorosamente turquesa e indigestiones matinales con el buffet libre (¡qué gran daño causaron nuestras madres a una generación completa con la filosofía del no te dejes nada!), la historia se volvió a medio-repetir.   Llamamos para confirmar los horarios y resultó que nos la habían metido cruzada otra vez, bueno, nos llevaban a cruzar media África con más de veinticuatro horas de retraso.  Nos pasamos la noche intentando cambiar los vuelos por teléfono con una chiquilla que no se enteraba de nada, pobre.  Por la mañana, nos comunicaron que acudiéramos normalmente a nuestro vuelo inicial, ya que el vuelo de Dar es Salaam nos iba a esperar y que habría una azafata presta a conducirnos al avión.  Tristemente, se trataba de una nueva africanada.  El aeropuerto de Ciudad de Piedra simplemente se estaba quitando el marrón (el “blanquito” tostado) de encima, al más puro estilo tropical de evitar conflictos: una sonrisa y cuatro mentiras “blanquitas” valen más que una discusión, como bien hemos apreciado, o sufrido, continuamente en los últimos años.  Lo tomaremos como una simple diferencia cultural.

Al llegar a Dar es Salaam no había ni azafatas, ni información, ni “na de na”.  Tras un largo rato de deambular sin rumbo, conseguí cruzar los controles de seguridad y llegar hasta la oficina de Precision Air.  Durante las siguientes horas, estuve metiéndome por todas las zonas restringidas sin que nadie me dijera nada: hasta me colé por las cintas de equipajes y estuve paseándome por la zona de carga… y luego quieren que te “sientas seguro” cuando te hacen vaciar el culo de una botella de agua.

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Llegué a la oficina principal de nuestra moderna aerolínea y, desde entonces, aún tengo problemas para mantener encajada la mandíbula.  Se trataba de un pequeño almacén con goteras por doquier al que le habían añadido un reloj de pared siguiendo a rajatabla las políticas de la empresa: un retraso de treinta y cinco minutos.  El único ordenador, para varios trabajadores, se remontaba, con suerte, a los noventa.  La música de fondo la ofrecía la algarabía de una familia india (junto a otros satisfechos clientes) a los que les continuaban retrasando los vuelos ya por más de cuarenta y ocho horas.  Entre lloros y risas, muy Bollywood, nos contaban como se habían perdido la boda de un familiar.  La banda sonora de esta escena, entre Poltergeist y los Hermanos Marx, se veía gratamente mejorada por el ruido de la niebla estática de una televisión incomprensiblemente encendida.

Tras varias horas de protestas y sentadas (sobre las mesas), de hacer amigos solidarios, de “okupar” el único ordenador de la empresa, de hacer el indio en general… no nos quedó más remedio que tomar el vuelo que nos ofrecía la empresa para el próximo día.

¿Y por qué ocurrió todo esto?  Aparentemente, porque el director de Precision Air estaba de viaje en Zambia, “precisamente”, y no contestaba ni mensajes ni llamadas.  Él era, y seguro que todavía es, el único que podía tomar decisiones.  En cuanto al grado de iniciativa de los trabajadores, se reduce a decidir si merece la pena meterse en un follón al contactar al jefe o no.  Posiblemente éste sea uno de los mayores problemas con los que nos hemos enfrentado: falta de iniciativa, delegación nula y veneración beatífica de los superiores… de quienes, por supuesto, depende tu vida.

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Sergio Ferrer

1.- Gran Zimbabue es la mayor construcción africana al sur de las pirámides.  Grandes bloques de piedra todavía se mantienen en pie orgullosos en medio de la sabana y del caos post-apartheid.  Los “blanquitos” negaron durante siglos que esta ciudad-fortaleza pudiera ser la obra de los salvajes negros.

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