Andanzas Caspenses de la Fiera Corrupia (I)

 

 

(Versión expandida y local de una trilogía de artículos publicados por Alberto Serrano Dolader en ‘Heraldo de Aragón’: 23.06.2013, 30.06.2013 y 07.07.2013) 

(Por su extensión, ofrecemos el artículo en dos entregas)

Toda la historia de la humanidad ha estado poblada de existencias fantásticas. Esta inagotable presencia de realidades imaginadas, constante y universal, demuestra por sí misma que la fabulación ha sido -y es- una necesidad. Además, nuestra vida cotidiana, nuestras respuestas, nuestras inquietudes, no solo están motivadas por lo empíricamente cierto, sino por lo que creemos como tal…aunque no lo sea (es decir, a la gente la impulsa la convicción en un hecho, y no su veracidad).

Desde que el hombre es hombre, se ha asumido como indiscutible la existencia de terribles monstruos, que han sido temidos y contra los que se ha luchado… aunque se tratasen de quimeras y delirios imposibles de la imaginación. Jean Pierre Ressot (especialista en estudios ibéricos de la Sorbonne y profundo conocedor de nuestro Sender) considera que…

 «… lo monstruoso es una creación de los hombres para calibrar fenómenos que no entran en su visión normalizada de dicha realidad. Se tiende a declarar ‘monstruoso’ cuanto sale escandalosamente de aquel encasillado de representaciones que son como una desesperada tentativa por darle un sentido al mundo en que vivimos. Prueba de ello es el hecho de que lo que resulta monstruoso para una cultura puede no serlo para otra» (2003).

Entre los monstruos que han desfilado en los tres últimos siglos por nuestra historia mental, la fiera Corrupia es, quizá, el que más peldaños ha escalado en el pódium de la mitología popular. En los siglos XVIII y XIX su existencia imaginada fue difundida por villas y aldeas a través de los romances de ciego y las aleluyas. La clave de su arraigo entre las gentes debemos buscarla en los llamados pliegos de cordel… «es ahí donde nace la Fiera Corrupia», afirma sin dudarlo Arturo Montenegro, que en la web del Instituto Cervantes también ve en este ente esperpéntico «metáforas de orden político y religioso no exentas de importancia» (2004).

El erudito José María Iribarren, que nació en Tudela en 1906, sintetiza de este modo las descripciones literarias que conoció, y que debieron circular por todo el valle del Ebro, incluyendo su tramo aragonés y, por tanto, el que pasa por nuestra comarca caspolina:

«Tenía cabeza de toro (con cuernos gachos, descomunales) y cuerpo de lagarto, lleno de escamas. Sus uñas eran como ganchos de romana (de balanza romana), y para su exterminio fue necesaria la intervención de todo un regimiento de infantería de línea» (‘El porqué de los dichos’, 1955).

Al margen de la posible existencia de hojas volanderas autóctonas, aragonesas, otra vía de penetración en nuestra comarca de pliegos de cordel con «corrupias» pudo ser el límite con Cataluña. En la imprenta Corominas de Lérida se publicó en el siglo XIX un breve romance popular titulado ‘La Fiera Malvada. Relación del horroroso caso que sucedió en el país de Jerusalén, de los estragos que hizo una fiera llamada animal silvestre’. En los versos se explica que «parecía un demonio / con aullidos que horrorizaban». De magnitud no despreciable («más de diez palmos de larga»), tenía alas que le permitían volar y se presentaba «vestida como una tortuga», exhibiendo cuernos de cabra, orejas de caballo y boca de vaca. Fue atacada por un ejército de 500 soldados, de los que 70 murieron y 40 resultaron malparados. A la fiera «no la hería ninguna bala». Es posible que de ese pliego existieran más variantes, quizá anteriores, una de las cuales debió de tener en sus manos el ya citado Iribarren, que comentó: «La Fiera Malvada, a juzgar por la estampa tosca que lleva al frente, era un monstruo negro con tres cabezas (la de en medio, de hombre, y las otras, una de osa y otra de serpiente), seis manos, seis patas y seis velas encendidas en la cabeza», en este caso acabó con la vida de 153 personas.

Sea como fuere –ya se encaminara por la vía del Ebro, por la frontera catalana, o desde la imprenta zaragozana-, el caso es que la temible y pavorosa fiera Corrupia se paseó a sus anchas por tierras del Bajo Aragón zaragozano. Este ser increíble dejó grabadas sus huellas en la memoria popular. El viento que ha soplado desde entonces todavía no ha sido capaz de borrar del todo el eco legendario. El paso del tiempo no ha desdibujado por completo la espiral del miedo que provocó. Heredera de figuras apocalípticas, nieta de los bestiarios medievales, la fiera Corrupia es ya muy anciana, aunque ¿con qué vara hay que medir los años vividos por los engendros?

Den ustedes por seguro que la Corrupia llegó a la Ciudad del Compromiso de la mano de algún romancero de antaño. Rafael Barceló, inquieto recopilador de historias, evocó esta profesión desaparecida. Esto escribía en enero del año 2010:

“Hace muchos, muchísimos años, aparecían de vez en cuando por Caspe los ‘romanceros’, personas nómadas que entretenían a la gente con sus historias, a cambio de unas perras o, las más de las veces, algún currusco de pan acompañado con algún otro alimento de no demasiada sustancia. Portaban enrollados unos mugrientos cartelones, donde se reflejaban en dibujos muy simples los pormenores de la historia que iban a relatar. Los colgaban de la pared o extendían sobre el duro suelo y, con un palo o una caña, iban señalando las correspondientes imágenes al tiempo que desgranaban la historia, dotando a su voz con un monótono sonsonete medio musical.

Uno de los relatos más celebrados, por su dramatismo y porque casi infundía hasta temor, era el ‘Romance de la fiera Corrupia’, infernal monstruo similar a un horripilante dragón de los de leyenda o cuento, que sembraba el terror entre las buenas gentes y hasta puede que se zampase a alguien en determinado momento, para abrir boca”.

Los últimos recitadores de aleluyas -representantes postreros de su oficio- se acercaron a Caspe a mediados del siglo pasado. Hay sesentones en el pueblo que afirman que todavía llegaron a verlos en la antigua plaza del Surtidor. Quizá no entonasen la cantinela de la Corrupia, sino otras menos ingenuas y más al gusto de la época. También es cierto que algunos abuelos caspolinos aun son capaces de recordar una gavilla de versos en tono a la estremecedora fiera que nos ocupa. Las coplilla que ha permanecido en la memoria decía así:

“Señor alcalde yo estaba

 pastando con mis cordeeeroooos,

cuando volví la cabeza

y ojalá no la hubiá vueeeeltoooo,

allí mesmo se encontraba

un adefesio tremeeendoooo,

por la boca echaba fuego,

por el culo acetileeneoooo”…

La historieta seguía narrando cómo acabó todo el pueblo yendo a contemplar la presencia del terrorífico monstruo. Según parece, los caspolinos acudieron a ‘alcagüetear’ agrupados por gremios y corporaciones, porque otro de los versos rezaba: “También iban los musícos / pero sin los estrumeeeentooos”.

Tal como he indicado, pocos son los versos que rememoran los ancianos caspolinos… pero los suficientes como para que pueda identificarse su origen en una versión irónica, baturra y desmitificadora que el poeta zaragozano Alberto Casañal compuso cuando el mito del engendro ya se estaba descascarillando entre un pueblo llano cada vez menos crédulo. El romance de Casañal, luego impreso en uno de sus libricos, fue estrenado en 1909 en el teatro Principal de la capital aragonesa. Lo tituló ‘La fiera Zurrupia’ y situó la trama en los alrededores de Calatayud (o sea, para nosotros en la otra punta de la provincia), donde el animalucho -«que ataca, sin destinciones (…) a presonas u a corderos»- le pegó un buen susto a un pastor, que debió de ver a la ‘zurrupia’ vomitando pez hirviendo por la boca y por los oídos, además de «rayos, centellas y truenos». Con alas de pájaro y patas de cuadrúpedo…

… tres cabezas enseñaba:

 de arangután la del centro,

 de buitre la de la izquierda,

de sierpe la del lao drecho.

El tono irónico y exagerado del romance permite que Casañal señale que la longitud de su cola «pasaba de un kilómetro».

La "Zurrupia" de Casañal
La «Zurrupia» de Casañal

Esa «zurrupia» bilbilitana de Casañal -que es, insisto, la que se pudo memorizar en el Caspe de hace más de un siglo-, se guarecía junto a sus «cuatro zurrupios pequeños» en una cueva, hacia la que se dirigió una envalentonada multitud, encabezada por el alcalde y el señor cura. En la espelunca pudieron ver multiformes restos humanos, entre ellos «al organista del pueblo / al cual ya no le quedaba / ningún órgano completo». La pesadilla acabó tras cebar aquel escondrijo con morcillas envenenadas, nada menos.

Bartolomé Mangranas en su libro digital ‘Aventuras (y algunas desventuras) de infancias y adolescencias’ (éxito de descargas en ‘Cuatro Esquinas’, 2013) asegura que los críos de los años cincuenta del siglo XX imaginaban a la Corrupia por los agrestes parajes de Valcomuna y La Magdalena. Curioso, lugares mágicos de la geografía local en los que se ubican leyendas fluviales junto al Ebro, apariciones montaraces del diablo intentando despeñar a un obispo, vuelos de brujas, sanaciones de posesos…

Alberto Serrano Dolader

 Continuará… (mañana)

La Corrupia en una representación de 1903
La Corrupia en una representación de 1903

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