Caspe literario: Crónica del Alba

José Antonio Blas Sender Garcés (Chalamera, Huesca, 03.02.1901 – San Diego, California, 16.01.1982), no se afincó en Caspe cuando lo hicieron sus padres y sus ocho hermanos. La familia permaneció en la Ciudad del Compromiso desde septiembre de 1916 hasta finales del verano de 1919, pero el futuro escritor -distanciado de su progenitor desde la niñez por un abismo de conflictos- seguiría otros derroteros.

            En 1916, fue el único que se quedó en Zaragoza, no para andar a la gandaya: trabajó duro como mancebo de botica y estudió quinto de bachillerato, mientras devoraba libros y firmaba sus primeros escritos en revistas escolares y diarios regionales, al tiempo que maduraba como persona y se despertaba en él una inquietud social que jamás descuidaría. Precisamente, un artículo suyo sobre el anarco-comunista moscovita Kroptkin despertó los recelos de la autoridad, que lo señaló como el agraz instigador y responsable de algaradas protagonizadas por jóvenes estudiantes (la capital era entonces lugar dinámico en luchas sociales). El estigma -parece que no del todo acorde con la realidad- contribuyó a que, en el curso 1916-1917, le suspendieran dos asignaturas del último año del bachillerato y que se viera obligado a poner tierra de por medio y trasladarse a Alcañiz, donde también se ganó la vida en una farmacia y obtuvo el título de bachiller al iniciarse el verano de 1918, en el colegio de los Escolapios.

            Luego se encaminó hacia la experiencia madrileña, «con el fin de huir de la familia» todavía más (Sender dixit). Tenía 17 años y en la capital malvivió como mancebo de botica, colocó originales en la prensa, arrinconó la universidad para apostar por la autoformación… y lo pasó mal. Tanto que, bien mediado 1919, le hizo caso a su padre y retornó a la casa familiar, cuando los Sender ya habían dejado la Ciudad del Compromiso y comenzaban nueva etapa en Huesca.

            Durante los tres años caspolinos de los Sender, el joven Ramón J. apenas se acercó un puñado de veces a nuestra ciudad, en estancias cortas, quizá más protocolarias que vacacionales. Pese a ello, gran observador de lo que en cada momento le rodeaba, almacenó en su mente vivencias y hasta ensueños que iría salpimentando a lo largo de su vida en su copiosa obra escrita.

            La serie de nueve novelas «Crónica del Alba» (1942-1966), que toma el nombre de la primera de ellas, es una diana segura para subrayar menciones senderianas a la Ciudad del Compromiso. Territorio de ficción, generosa y magistralmente empapado de la biografía del autor, nunca decepciona. Tampoco a la empresa que yo dedico estos artículos, o sea, al divertimento de los caspolinos.

            Como es sabido, el personaje que protagoniza todo el ciclo de «Crónica del Alba» es José Garcés. Sin duda, se trata de un ente literario, pero resulta imposible que un lector medianamente formado no sucumba, una y otra vez, en la tentación de imaginárselo con la cara del propio Sender. ¡Hasta el nombre ayuda! Por cierto, no me resisto a dejar constancia de una anécdota; en un lugar de la obra se asegura que Garcés fue bautizado como José, Blas, Antonio  Rafael, y en otro se afirma que Blas era el tercero de sus nombres (véase las páginas 134 y 281 del tomo II de la edición de Alianza Editorial de 1977, que es la que yo he manejado y citaré).

            El paralelismo ficción / realidad se aprecia de manera meridiana cuando, a los catorce años de edad, Pepe Garcés recibe esta noticia de labios de un amigo de su progenitor:

«A tu padre (…) le han ofrecido para el otoño un puesto de cierta importancia fuera de Zaragoza. Está pensando en dejar sus negocios y aceptar. Es el puesto de secretario del ayuntamiento de Caspe. No es Caspe una aldea ni una ciudad de poco más o menos. Es una población grande con gloriosa historia. Si tu padre acepta, no me extrañará lo más mínimo que toda la familia vaya a vivir allí».

Eso es, precisamente, lo que hicieron los Sender.

El personaje Pepe Garcés será el único que permanecerá en la capital, como permaneció el adolescente Sender, que prefirió no acompañar a los suyos y buscarse la vida. El traslado literario (prácticamente también el histórico) se efectuó en otoño. Pepe lo comenta de este modo: «Yo no había creído que ese día llegara. En mi familia no se hablaba de Caspe. (…) Mi padre, el día mismo que salía la familia para Caspe, me hizo un largo discurso sobre los deberes morales de un ‘hombre’ en la sociedad» (tomo II, pp. 63-64,81).

            Los deseos de mantenerse alejado del entorno familiar serán tan intensos que el joven Garcés se niega, incluso, a trasladarse a la Ciudad del Compromiso para convalecer allí de una enfermedad («No había querido Pepe contestar las cartas que su padre le escribió ordenándole que fuera con su familia», tomo II, p. 171).

            Tras su etapa Zaragozana, Pepe Garcés llega a Alcanniz (Alcañiz) con 15 años (un año menos que el Sender real tenía cuando lo hizo). En la Ciudad de los Calatravos discurrirá la trama de «Los niveles del elixir», que de todas las novelas de «Crónica del Alba» es la que un lector caspolino disfruta con mayor grado de proximidad. Garcés, revolcón tras revolcón, descubrirá el amor carnal con Isabelita y se reafirmará en su rebeldía. Recupero reflexiones del protagonista:

            «Estaba en la tierra baja. ¿Ciudad? ¿Villa? Lo que yo puedo decir es que se trataba de una pequeña ciudad alejada de Caspe -donde vivía mi gente- por una distancia no mayor de treinta millas, y que así como Caspe tenía dos ríos -el Ebro y el Guadalope-, la ciudad donde yo estaba sólo tenía este último. Por ella pasaba el tren de Zaragoza a levante (a algún lugar entre Castellón y Tortosa, tal vez a Tortosa misma), mientras que por Caspe pasaba la línea general de Madrid a Barcelona. También en lo que se refiere a historias, Caspe era más importante. A mí me gustaba pensar en todo esto porque en Caspe vivía mi familia. Yo no había estado aún en Caspe ni tenía ganas de ir, sin embargo» (tomo II, p. 297).

            Cuando Garcés compara las dos ciudades, salimos ganando: «Aunque parezca extraño, la diferencia con Caspe -que conocí más tarde- era enorme. En Caspe había algo de la severidad castellana y de la gravedad del Alto Aragón» (tomo II, p. 304).

            Isabelita, la amante alcañizana, era hijastra del Palmao. Bajo una apariencia de matón de pueblo, latía en él un clandestino luchador social capaz de jugarse el pellejo en su apoyo a la clase obrera y a los desfavorecidos. Tras temerlo inicialmente, el inconformista Pepe Garcés no duda en prestarle su colaboración en misiones clandestinas. A veces, se encuentran en el castillo, desde donde «los días claros se habría visto Caspe si no se interpusiera el cauce del río Guadalope que, a lo largo, ofrecía un horizonte neblinoso a causa de la evaporación» (tomo II, p. 299).

            Separadas menos de una veintena de kilómetros en imaginaria línea recta, las comunicaciones entre las dos capitales del Bajo Aragón no eran cómodas entonces, debemos olvidar el confort de la actual carretera. Pero Garcés, al final, decide visitar a su familia (y ya tomo los párrafos de «Los términos del presagio», la séptima novela del ciclo):

            «El mismo día que iba a marcharme [de Alcañiz] me encontré con el Palmao, quien al saber que iba a Caspe para estar dos o tres días con mi familia me propuso enseguida un plan de acción y no solo con los campesinos, sino con los obreros, porque había en aquella ciudad un poco de industria. Yo, asustado, le dije que solo estaría allí dos o tres días y que seguiría después para Madrid (…) [En Caspe] teníamos como siempre una casa grande y señorial (en España la tiene cualquiera) y algunos gatos me miraban a distancia y parecían entenderme y pensar: ‘¡Lástima, este es nuestro Juan y se va a marchar pronto!’. Eso creía yo ver en sus miradas. No quise hacer amistad con ninguno para no defraudarlo. En cuanto a los perros, no me interesaban gran cosa. Siempre serán hijos de perra» (tomo III, pp. 36, 38).

            El caserón al que se refiere -ya lo he explicado en entregas anteriores- no es otro que la metamorfosis literaria de la decimonónica casa consistorial caspolina, en la plaza Mayor. En el piso más alto vivió la familia del Sender real, por derecho que correspondía al secretario municipal, o sea, al padre.

            Aunque muy de refilón, en las novelas de «Crónica del Alba» también se menciona el acontecimiento histórico de 1412:

            «¿El Compromiso? ¿en qué consistía el famoso ‘compromiso’? En la edad media se trataba de coronar un rey. Andaba todo el mundo en facciones y peleas.» (tomo II, p. 64). Para Garcés, fueron aquellos unos «documentos firmados con el refrendo de la espada y el puñal en el cinto y con una letra vacilante y graciosamente iletrada» (tomo II, p. 290-291).

            Como había hecho a su edad su propio creador, Pepe Garcés decide probar fortuna y trasladarse a la capital de España («Hice el viaje de Caspe a Madrid de noche. El tren era directo…», tomo III, p. 44). En la gran villa, le esperan penurias y estrecheces, hasta el punto de tener que dormir alguna noche al aire libre, en el Retiro: «Me peinaba, me lavaba los dientes y marchaba fresco y aparentemente bien dormido al Ateneo. Allí, en la biblioteca, escribía terribles alegatos contra el ministro de Fomento, que era amigo de mi padre. Artículos larguísimos demostrando al ministro que no sabía nada de agricultura, de ganadería ni de industria» (tomo III, pp. 57-58).

            En estos pasajes, la novela se sitúa en el escenario de la España de 1918-1919. Por aquel entonces, accedió a la cartera de Fomento el eterno diputado a Cortes por el distrito de Caspe, Ángel Ossorio y Gallardo. Durante su etapa como secretario del ayuntamiento caspolino (1916-1919), el padre de Sender frecuentó los círculos ossoristas locales, de la mano del alcalde Santiago González Gros y es muy probable que coincidiera con el prócer en algunas ocasiones.

            Por descontado, Ramón J. Sender publicó artículos poniendo a caldo a tan ilustre político. Sin duda, por sinceras discrepancias ideológicas, pero presumo que animado también por un inconsciente deseo de incordiar a su progenitor. Eso sí, nada de lo dicho empece que, años más tarde, Ramón J. Sender y Ángel Ossorio llegaran a ser buenos amigos.

            Es indudable que “Crónica del Alba” apasiona al lector. Ningún mérito le añaden los reflejos caspolinos, pues los tiene casi todos. Pero las referencias a Caspe han reforzado mi decisión de que los tres tomos sigan acomodados durante mucho tiempo en un cajón de mi mesilla. ¡Es una lástima que Valentina no pisara nunca el Bajo Aragón!

Alberto Serrano Dolader

                Esta es la entrega número 21 de la serie “Caspe Literario”, que Alberto Serrano Dolader comenzó a publicar en “El Agitador” el 16 de octubre de 2014. A Ramón J. Sender ya se dedicaron las entregas 18 (“El padre de Sender”) y la 19 (“Las brujas de Sender”), que pueden leerse en

Caspe literario: el padre de Sender

Caspe Literario. Las brujas de Sender

 

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