Caspe Literario. Gironella y una boda de milicianos.

Ya hace más de medio siglo que José María Gironella concluyó la novela «Un millón de muertos» (1960), un relato sobre la Guerra Civil española de indiscutible éxito editorial, continuador de su no menos famoso libro «Los cipreses creen en Dios» (quizá el mejor volumen de lo que, a la postre, resultó ser una tetralogía).

 Se compartan o no los postulados ideológicos del autor -que llegó a combatir en el bando sublevado- no puede negársele un sincero esfuerzo de aproximar las «dos Españas» y su denuncia de los abusos cometidos por ambos bandos durante la contienda y por los franquistas durante la durísima y revanchista posguerra. Hoy, desde una democracia consolidada, su posicionamiento frente al conflicto podría dar la sensación de cierta tibieza, pero en aquellos años marcó un hito en pro de la convivencia.

En el capítulo noveno de «Un millón de muertos», Gironella (1917-2003) sitúa en el Caspe republicano la escena de una boda:

«Entre los satisfechos, Porvenir. Porvenir había hecho también honor a su palabra: se había casado con Merche, con la hija del Responsable. Se casó en Caspe, de acuerdo con el rito de la columna: pasando él y la novia por debajo de un arco triunfal formado por la coincidencia en el aire de puños cerrados y fusiles. Merche estaba hermosa, con una flor blanca en el pelo, flor que le dio el Cojo, arrancándola de no se sabía donde, quizá de la espuma de sus labios. Avanzó del brazo de Porvenir y, al llegar a final del túnel ambos recibieron la bendición esbozada y cómica de un terceto formado por Arco Iris, un atleta rumano y el capitán Culebra, los cuales firmaron luego y legalizaron debidamente el acta».

Sea esta cita -que a mí me parece muy cinematográfica- una invitación para leer la novela. En todo caso, ahí va una guía para quien no se decida a ello, ya sea por falta de tiempo o por desinterés:

            Porvenir: joven capitán anarquista que murió en la guerra «a pesar de que el muchacho llevaba como mascota una imagen del Niño Jesús con gorro de miliciano y dos pistolones en la cintura».

            Merche: una de las hijas del Responsable.

            El Responsable: Jefe de la FAI en Gerona.

            El Cojo: sobrino del Responsable.

            Arco Iris: miliciano de la Columna Durruti.

            Capitán Culebra: anarquista bigotudo de la columna Durruti, «la culebra que guardaba en la cajita tapada con un paño de hilo, le dio popularidad».

En «Un millón de muertos», además del párrafo del capítulo nueve que acabo de reproducir, Gironella menciona a Caspe en otra ocasión, en el capítulo cinco: «Al llegar a un determinado punto, cerca de Caspe, la columna se fraccionó. Un fuerte contingente se dirigió hacia el norte, hacia Huesca, mientras otro seguía hacia el sur, dirección Teruel. Durruti continuó con el grueso de la fuerza por la carretera general, rumbo a Zaragoza». No es gran cosa, pero… ahí queda la curiosidad.

Gironella fue un hombre en continúo tránsito: conoció la euforia y la depresión (estuvo realmente enfermo), viajó de aquí para allá (casi siempre sin prisas, para absorber atmósferas), se sintió feliz y desdichado (tal como nos ocurre a todos un poco). Gironella fue un escritor imaginativo y laborioso (a veces, hasta demasiado), vocacional y profesional (pudo vivir muy bien de la pluma después de haber probado no pocos oficios, entre ellos el de librero de viejo).

Miguel Delibes -que fue su amigo sin perder por ello la capacidad crítica para analizar su obra- escribió sobre Gironella: «Tiene la vanidad de la humildad, o, en otras palabras, se enorgullece de ser modesto, con lo que automáticamente deja de serlo». La verdad es que al de Gerona no le faltaban motivos para creérselo, su popularidad en España y en Europa fue pareja a sus ventas millonarias. Casi todos le leían, aunque no a todos gustaba (en la primavera de 1968, un enfurruñado manifestó su parecer con contundencia, propinando al novelista un mamporro en una librería de la calle Caspe de Barcelona, donde nuestro literato firmaba libros).

Para Gironella, la novela es un género complicado «que exige una sumisión humillante de la sangre a la tinta, una adaptación perfecta de las propias facultades al tema, un cálculo -razonado y a la vez intuitivo- muy sutil de la parábola que describirá la flecha». Hay que estar muy preparado para acometer el reto de atreverse con esta suerte de trabajo literario porque «sólo cuando se conocen los propios límites puede empezarse a pensar en escribir novela». Aún más, Gironella nos advierte: «Entre la realidad y la ficción existe una zona intermedia, que es la zona del naufragio. La novela es la vida, pero este axioma aclara muy poca cosa. El arte novelístico puede interpretarla de mil modos…» (periódico “Arriba”, 1953).

La duda -puerta de la reflexión creativa, pero también antesala del tártaro de un fracaso- debió de estar acompañando de manera permanente a mi colega –así lo califico porque escribió mucho en periódicos-. Duda que ya se plantea en su entorno en el instante mismo de su nacimiento:

«En el archivo parroquial de Darnius, provincia de Gerona, está escrito que nací el treinta y uno de diciembre de 1917, a las doce de la noche. (…) Mi padre se hallaba en la pintoresca situación de no saber en qué año había nacido su hijo, pues no podía asegurar si las doce habían dado o no. En consecuencia, en el juzgado dudó entre inscribirme en 1917 ó 1918; finalmente, por razones del servicio militar, en 1917. Durante toda mi infancia fui beneficiario de un extraño respeto, de carácter supersticioso, que me profesaban algunas mujeres del pueblo, a causa de la hora insólita de mi nacimiento» («Los fantasmas de mi cerebro», 1958).

Alberto Serrano Dolader

gironella

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