Caspe literario: López Pinillos, un actor y un carpintero.

El teatro levantaba pasiones en el Caspe de las décadas finales del XIX. Desde que, en noviembre de 1868, se inaugurara el Principal en plena plaza Mayor, funciones dramáticas y variopintos espectáculos de escena convocaron, con notoria frecuencia de programación, a numerosos paisanos ciertamente no sobrados de propuestas para la holganza, el divertimento e, incluso, el enriquecimiento cultural.

A partir de 1893, la afición se pudo incrementar gracias a las posibilidades brindadas por un benéfico efecto colateral de todo un hito en la historia local: el 13 de octubre de aquel año una locomotora llegó por vez primera a las estación de ferrocarril de Caspe, que desde ese momento quedó conectado con Barcelona; el 1 de julio de 1894 se abría para uso público en tramo férreo Caspe – Samper, con lo que se completaba línea de los «directos» que enlazaba la Ciudad Condal y Zaragoza.

Poder viajar en tren desde la capital catalana a Madrid se aprovechó por numerosas compañías teatrales, deseosas de mostrar su repertorio en cuantos más lugares mejor. El estar situada la estación caspolina en mitad del trayecto, siendo la ciudad cercana a los 10.000 habitantes y con una sala, abrió las puertas a que grupos escénicos programaran un alto de una o dos jornadas para ofrecer sus bolos ante un público que presumo no sería escaso.

En este contexto debemos enmarcar la anécdota que va a centrar la atención de esta entrega de «Caspe Literario». La refiere el periodista, novelista y dramaturgo sevillano afincado en Madrid López Pinillos (1875 – 1922). Más conocido por su seudónimo Parmeno, admirador del naturalismo, ha sido considerado como uno de los epígonos de la generación del 98 y precursor del tremendismo.

El caso es que, en su recopilación de artículos «Vidas pintorescas: gente graciosa y gente rara» (1920) encabeza uno de ellos con el título «La buena racha de Piñeira».

Piñeira fue un actor de teatro lo suficientemente correcto y entusiasta como para malvivir de su oficio. En la segunda década del XX, cuando ya se consideraba un viejo y trabajaba como secundario en la prestigiosa compañía madrileña que encabezaba Enrique Borrás, el periodista Parmeno lo entrevistó para plasmar los avatares de su vida con relativo detenimiento e indisimulado cariño. Gracias a ello, sabemos que el actor dejó pronto su empleo juvenil en una imprenta porque la vocación lo empujaba hacia la escena. Pisó las tablas madrileñas del Talía y del Novedades y se enroló en la compañía de Victorino Tamayo, cuyo apellido delata que no era una cualquiera.

Quizá buscando mayor protagonismo, Piñeira decide independizarse cuando la gira de Tamayo había recalando en Zaragoza. Ocurría eso en algún momento de finales del XIX o principios del XX. El caso es que nuestro actor formó compañía propia para la que fichó, entre otros, a un tal Calvera y un tal Salazar… ¡Y fue reclamado desde Caspe! El periodista López Pinillos se esmera a la hora de relatar los recuerdos del actor:

«Pues me contrataron, y entré en el pueblo con mi piquete, y, a la media hora, comenzó el pregonero a tocar su tambor: ‘¡Tantarantán!…Gran teatro de Caspe… Gran función, a las ocho y media, por la gran compañía de cómicos del inminente Piñeira… ¡Tantarantán!’ Yo, la verdá, como nunca me había visto pregonado, me alegré, y eché el resto en ‘La aldea’, y el entusiasmo fue delirante. Tan delirante, que hubiéramos podido romper nuestro contrato, en el que se nos aseguraba la comida en la mejor posada, porque los continuos obsequios de la gente nos tenían empachados. ‘Piñeira, un choricito’. ‘Piñeira, una copita’. ‘Piñeira, unas magras’. Y nos atracaban de dulces en la confitería, y de tortas en los molinos de aceite, y de ‘cognac’ en el Casino, y de vinazo en todas partes».

La obra con la que consiguió Piñeira echarse al bolsillo al público caspolino, la ya mencionada como «La aldea», debe de ser el melodrama «La aldea de san Lorenzo». Pieza de posible origen francés, pasó a formar parte del repertorio de diversas compañías españolas desde que se estrenó la versión en castellano en 1860 en Madrid. El libreto (pues todo apunta a que incluía fragmentos musicales) se imprimió una y otra vez durante décadas, e incluso llegó a publicarse una versión novelada.

Piñeira se encontró a gusto en aquel Caspe de en torno a 1900, que le debió de parecer Jauja:

«—Justamente. Por eso, cuando me hablaron de ‘La Gran Vía’, y me suplicaron que la estrenase, porque había tenido en Madrí un éxito colosal, no me negué, y hasta le pedí a un carpintero que me hiciese el jaulón para los Ratas. ‘Sencillito, ¿eh?… De apariencia. Una cosa de teatro’. Y aquel bandido gastó dos árboles en el jaulón, que podía servir para encerrar tigres, y me exigió cien pesetas, y, al jurarle yo que no se las pagaría, me juró que por cada duro me sacaría del cuerpo un litro de sangre.

—Se aterraría usted.

—Figúrese. El alcalde, que era un gran admirador mío, le mandó a un guardia, hombre de muchos hígados, que no se apartase de mí; pero, de vez en cuando, aparecía el carpintero, y se nos acercaba a botes. ‘Carpintero, que te voy a sacar virutas de la cabeza… ¡Lárgate!’ Y se iba. Sino que se iba rechinando los dientes de un modo que me quitaba el apetito y el sueño, y, para comer y dormir con tranquilidad, ‘pedibus andando’, me escapé una madrugada de Caspe…».

Aquel zurriburri caspolino no menguó la vocación artística de Piñeira, que siguió recorriendo España de punta a punta durante algunos lustros… «y a pie en muchos trayectos», confesión que desvela una vida apasionante pero no exenta de penurias.

Fue el erudito y polígrafo aragonés Javier Barreiro quien, en el verano de 2015, me desveló la existencia de los párrafos anteriores, en los que se da cuenta del «feroz carpintero caspolino». Barreiro, lector empedernido y entiendo como pocos, me anotaba en un correo electrónico que el volumen de José López Pinillos «Vidas pintorescas. Gente graciosa y gente rara» era «un libro magnífico, como otros del malogrado Parmeno». Y me subrayaba que,no por casualidad, la entrevista «La buena racha de Piñeira» aparecía dentro de la sección titulada «Luchadores humildes».

Quizá merezca la pena dedicar algunos párrafos a recordar quién fue Parmeno y qué supuso su obra literaria y periodística (quien esté interesado en profundizar, acuda, por ejemplo, a la tesis doctoral de Didier Awono Onana «El teatro de López Pinillos, Parmeno», presentada en la Universidad de Valladolid en 2002).

A José Luis de la Santísima Trinidad López Pinillos le dio tiempo a hacer muchas cosas antes de morir de un cáncer de pulmón a los 47 años, en 1922. Por ejemplo, a leer compulsivamente y a pasar apuros económicos.

Instalado en Madrid (aunque nunca olvidó a su Sevilla natal), alcanzó capacidad de influencia y fama como periodista en la primera década del XX. «En sus artículos supo compaginar muy bien una forma expresiva, vigorosa y castiza, con una visión crítica heredada, por su preocupación social, del regeneracionismo noventayochista» (Alberto González Troyano). En El Globo coincidió con Pío y Ricardo Baroja, y con Martínez Ruiz Azorín, nada menos. Luego firmaría en España, Alma Española, La Ilustración Española e Iberoamericana, El Liberal, El Heraldo de Madrid. Sus entrevistas fueron muy celebradas.

Autor de no pocas novelas cortas que le salieron redondas, abordó en ellas la situación andaluza de la época. En sus cuatro novelas largas y desde el compromiso social, alcanza cotas literarias de sobresaliente («Doña Mesalina», escrita en 1910, fue elogiada por Pérez de Ayala; «El luchador», de 1916, proyecta la sombra de su propia biografía).

Para el teatro escribió dramas rurales y urbanos, consagrándose a la escena de manera exclusiva desde 1918. En 1900 había estrenado con éxito en el Teatro Español su primera obra: «El vencedor de sí mismo». En sus repartos figuraron actores como Enrique Borrás, María Guerrero y  Margarita Xirgu. Ambientes populares, respeto por la tradición, mensajes regeneracionistas y reflejo de las tensiones sociales producidas por la injusticia… de todo hay.

De estilo cuidado y coherente, con ropajes realistas plagados de recursos narrativos como buen dominador del oficio. Además del celestinesco Parmeno, utilizó el seudónimo de Puck, de resonancias fantásticas.

Admiró a Cavia, Costa y Galdós; y tuvo sonados desencuentros con Azorín y Valle-Inclán. No podemos considerarlo escritor olvidado (del todo) porque hay reediciones recientes y accesibles de algunas de sus obras.

De ideología progresista, pero sin militancia conocida, fue voluntarioso y un gran conversador. De difícil trato y reconocido mal humor, se inclinó al pesimismo. Pío Baroja dijo de López Pinillos: «Era un tipo repulsivo, un andaluz gordo, seboso, con el pelo rojo, como de virutas, y que hablaba de todo el mundo con una cólera incomprensible».

Alberto Serrano Dolader

 

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