Korčula

Croacia: sabor mediterráneo

Los que tenemos cierta edad, el nombre de Croacia, lo tenemos asociado a los titulares que hace unos 20 años llenaban los noticiarios sobre las guerras Balcánicas: bombardeos a Dubrovnik o a Mostar, masacre en Srebrenica, francotiradores en Sarajevo…  Efecto dominó de la caída del Telón de Acero, la muerte del dictador Tito,  y consecuencias de la secesión de los distintos países que componían la Tierra de los Eslavos del Sur (significado literal de Yugoslavia) un estado “inventado” tras la primera guerra mundial.  Todo acabó con los Acuerdos de Dayton en 1995.

El tiempo pasa, y la vida sigue.  Croacia hoy ya no es famosa por sus desgracias sino por sus playas.  Además de ser el país que inventó la corbata – esa prenda que podría ser lo más in en la Francia del siglo XVII pero que me resulta de lo más hortera y prepotente en el siglo XXI, y la tengo asociada a vendedores de humo – Croacia es el destino de moda de pijos italianos, adinerados alemanes, ricos austriacos y mochileros de toda Europa, sin olvidarnos de las hordas niponas.  Turistas españoles también hay unos cuantos, que el mundo es muy grande y nos gusta viajar.  Los efectos de la guerra todavía son visibles.  Aún hay edificios sin reconstruir tras los bombardeos, aún hay fachadas cicatrizadas por los tiroteos, y aún sigue habiendo minas en zonas fronterizas.  Pero los visitantes vacacionales de Croacia no vamos pensando en eso.  O no mucho.  La vida sigue, decía, y hay que disfrutar de lo bueno que nos ofrece la república balcánica, antigua frontera de la cristiandad con los turcos otomanos.  País mediterráneo, pero centroeuropeo; de vestigios del imperio romano, veneciano y austro-húngaro, y también de cutredificios de recuerdo soviético; de buena comida y mejores gentes; de playas paradisíacas y frondosos parques naturales; de ciudades con ambiente urbanita con bares de moda, cafés elegantes y restaurantes de chef y sumiller, y pueblos medievales con encanto, suelo de mármol y castillo al fondo.

Empezamos por la “perla del Adriático”, Dubrovnik, nombre dado a la ciudad por el bosque de encinas que rodeaba y aún rodea la antigua Ragusa, ciudad-estado que en su historia ha aguantado innumerables asedios y bombardeos, y sus murallas aún se mantienen en muy buen estado para disfrute de los millones de turistas, cruceristas incluidos, que las visitan cada año.  Escenario para Desembarco del Rey, la capital de los Siete Reinos de Poniente en “Juego de Tronos”.  Los tejados de la ciudad vieja, nuevos todos, nos recuerdan los susodichos bombardeos, así como algún edificio sin reconstruir.  Pasear por sus calles de mármol tiene cierto recuerdo a Venecia, a la que rindió vasallaje durante los años dorados de la República, pero sin canales y mucho menos decadente.  La ciudad más cara de Croacia puede que sea también la más bonita.  Combina, en una mezcla maravillosa, el encanto de ciudad antigua que tuvo sus años de esplendor con el ambiente de bares, buenos restaurantes y discotecas en su famosa playa de Banje, de aguas cristalinas con dominantes turquesas.  Típico en la costa dálmata.

Playa de Banje en Dubrovnik

Recorremos la costa hacia el norte por las sinuosas y anticuadas carreteras croatas, aunque con unas vistas magníficas de sus calas y sus paisajes todavía libres de mastodónticos edificios para turistas y pequeñoburgueses, con las islas al fondo anulando la monotonía al horizonte.  Visitamos también Korčula (léase “Kórchula”), una de los cientos de islas (dicen que miles), como la que retuvo a Ulises siete años en su Odisea de vuelta a casa.  Yo también me habría quedado.  Tras una larga jornada llegamos a Split, que ya nos trae recuerdos menos ingratos que la guerra ya que es la sede de la famosa Jugoplastika de Dino Rađa y Toni Kukoč, que hizo las delicias de los aficionados al baloncesto con sus tres copas de Europa consecutivas.  Vendría a ser la Barcelona croata en una odiosa comparación con España.  Ciudad que creció integrándose con el inmenso Palacio Diocleciano, centro de la ciudad hoy día.  Recorrer esa mezcla de casco viejo con los restos del monumento romano es una agradable sensación difícil de explicar, imaginando cómo los romanos se refugiaron en el descomunal palacio para hacer frente a la invasión de las hordas de eslavos, construyendo su ciudad integrada en el imponente edificio imperial.  Figurantes con trajes de romano, más bares, restaurantes de todo tipo, música en vivo frente al puerto, locales con sus propios artistas para disfrute de su clientela.  La noche española para sus turistas casi parece aburrida comparado con ésto.  A no ser que te drogues y te emborraches, y saltes de un balcón, al estilo anglosajón en Baleares.  Bueno, he dicho “casi”, España también mola mazo.  Incluso sin balconismo.

Palacio Diocleciano en Split

Pasamos un día en Hvar (pronúnciese “Vaar”), y nos faltó una noche.  Aunque ser padre de familia no es la mejor posición para ello.   “La Ibiza del Adriático”, la llaman.  Y si bien es cierto que Ibiza sólo hay una, esta vez la comparación no es odiosa, sino más bien merecida.  Yates de lujo, gente guapa, cuerpos de modelo bronceados, aguas cristalinas (más aún si cabe, quiero decir), más suelo de mármol y una fortaleza llamada “Spanjola” (ingenieros españoles trabajaron en su construcción) como mirador magnífico para unas vistas con las islas Pakleni (declaradas Parque Natural) al fondo.  Ya hace tiempo que los croatas adinerados eligieron esa isla como lugar de veraneo, y hoy día se ha convertido en destino de moda así que hay demasiado turista, y nosotros sumados a la multitud.  Por la noche, cuando tenemos que volver al continente, observamos cómo en la zona cercana al puerto se respira el alcohol en el ambiente lleno de anglosajones, además de los consabidos italianos y alemanes.  Incluso se escucha la inconfundible melodía compatriota del “canta y no llores” desde la terraza de un pub.

Plaza de San Esteban en Hvar

Nos alejamos un poco de la costa dálmata para visitar el parque nacional de Krka (sí, la primera sílaba sin vocal).  Mucho bosque encantador, senderos bien señalizados para no perderse ningún rincón del parque, frondosos bosques con largas sombras, cascadas de ensueño y una zona de baño.  Un paraíso cerquita del mar.  Siguiendo con las odiosas comparaciones, Croacia es como el norte de España pero con el calor de Levante.

Volvemos a la costa para visitar Trogir, encantador pueblecito medieval, donde se palpa su antiguo esplendor.  En Trogir fue el sitio donde realmente sentí el agobio de las hordas de turistas invadiendo los accesos, sin opción de movilidad, con retenciones a los que un caspolino no está ni de lejos acostumbrado.  De ahí a Zadar.  Vemos su casco histórico, más mármol, buena comida, bonitos cafés, sugerentes puestos de helados, el “órgano del mar” y el “saludo al sol” (ambas obras del artista Nikola Bašić).  El órgano está en el paseo marítimo, y suena cuando las olas rompen en él.  El “saludo” es un ingenio que ilumina el suelo de una parte del paseo coincidiendo con el ocaso.  Muy bonito todo.

Saludo al Sol en Zadar

Decimos adiós definitivamente a la costa de Dalmacia para dirigirnos al parque nacional de los lagos de Plitvice.  16 lagos y manantiales de colores turquesa entrelazados por cascadas de postal rodeados por bosque.  Mucho mimo al turista que, por ejemplo, si no quiere caminar 4 Km junto al lago más grande, puede hacer el recorrido en barco.  O también se tiene la opción de coger el autobús que recorre el parque de un extremo a otro, para no tener que volver andando hasta el aparcamiento cuando has llegado hasta el final.  Síndrome de Stendhal ante tanta belleza natural.

Lagos de Plitvice

Acabamos nuestras vacaciones en Zagreb, la capital, sede de la Cibona del mítico Dražen Petrović.  Más bares.  Muchos en una calle cercana a la Catedral, y al encantador mercado Dolac (mercado Verde).  Y más turistas japoneses.  Recorremos el itinerario sugerido por nuestra recomendable Lonely Planet.  El orgullo nacionalista se palpa en toda croacia, pero aquí incluso la iglesia más famosa de la ciudad decora su tejado con escudos patrióticos.  La capital, la ciudad más poblada de Croacia, urbanita, con su encanto centroeuropeo, casco histórico empedrado, parques llenos de flores, elegantes cafés, originales bares y variados restaurantes, es un buen lugar para terminar las vacaciones.

Iglesia de San Marcos en Zagreb

Ya en el mundo real, con la distancia que da el tiempo y tras la cortina de la rutina, me queda un buen recuerdo de sus paisajes idílicos, de sus costas aún no masificadas de hormigón, del encanto de los apartamentos con aspecto soviético decadente por fuera, pero de interiores acogedores y arreglados con mimo, de su buena comida mediterránea, de los cafés estilo italiano y, sobre todo, de su gente, agradable y amable.  Será que valoran lo que tienen tras haber pasado lo que pasó.

 

Javier Giménez

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