Fernando Cano: de las entrañas de la tierra al corazón de los Pirineos

Esta historia se inicia hace algo más de 33 años, cuando nació Fernando, nuestro entrevistado.

Actualmente reside en el Principado de Andorra, está casado y tiene un hijo. Su trabajo nada tiene que ver con el que desempeñó su padre y gran parte de su familia; él es un respetado y excelente profesional de una  importante y reconocida firma internacional de relojes y complementos de lujo, para la cual trabaja desde hace varios años. Y añadiré que, generoso, porque no dudó ni un instante en acceder a contarme su historia, que no es otra que  la de un aragonés que como tantos otros empezó una vida lejos de sus raíces, de su tierra.

Hijo, nieto y sobrino de mineros, Fernando, es un miembro más de la familia Cano, oriunda de Utrillas.

Allí en esa localidad pasó sus primeros años y de allí emergen los recuerdos de la mina, los sonidos, los olores, los momentos compartidos con otros niños que también eran hijos, hermanos, sobrinos y nietos de mineros.

La historia de Utrillas no se puede escribir sin hablar de la MFU ni de las vidas de los que allí trabajaron  y vivieron, y  una de ellas es la de Fernando Cano. Esta es, por tanto,  la historia de un muchacho que dejó atrás todo lo que conocía para emprender un viaje hacía un nuevo país, distinto en todo, hasta en el idioma. Es la vida de un aragonés que como tantos,  han escrito parte de su historia lejos de su pueblo, de su gente; un muchacho que recuerda su infancia con una sonrisa, que habla de su pueblo con orgullo. Uno de tantos que hubo de empezar de nuevo en otro lugar cargado de ilusiones y de nostalgias.

Fernando nació en Teruel que es donde tocaba nacer, el hospital de la MFU no era un paritorio, eso no quita que si había que nacer en Utrillas porque al niño así se le antojaba se nacía y punto, pero no fue este su caso, él decidió dejar a sus padres el tiempo necesario para llegar a Teruel, que no era poco si pensamos en como debía ser esa carretera por aquel entonces.

Hemos quedado en un restaurante céntrico y muy concurrido de la parroquia de Escaldes, llegó puntual y él instantes después, charlamos unos minutos y sin dilatarlo más entro de lleno ‘en materia’.

Le pregunto como era la mirada de un niño que sentía bajo sus pies las explosiones de la mina, que veía a su padre cubierto de hollín cada día al llegar a casa, le pregunto por el olor a azufre de su niñez y le pido que me lo cuente, Fernando me mira y me dice:

Pues no te lo vas a creer pero recuerdo esos años muy felices; mi madre no trabajaba y la sabía en casa, además yo  tenía a mis primos,  a mis tíos, a toda mi familia, menos a mi padre. Cuando él llegaba a casa la mayoría de las veces yo ya dormía. Tal vez el hecho de vivir en un pueblo minero, hacía que todas esas cosas se vivieran como normales. Jugaba sin preocupación, o casi. Nos divertíamos como el resto de chavales, estudiábamos, jugábamos al fútbol, …nada de especial, excepto que vivíamos en un entorno minero. El hospital- colegio era de la mina y para hijos de mineros, por lo tanto mis compañeros de juegos, de clase, mis vecinos, todos éramos hijos, hermanos, sobrinos o nietos de mineros. Eso en sí ya nos hacía distintos a cualquier otro.

Recuerdo las sirenas que precedían a las explosiones y recuerdo también pensar en que era mi padre que las hacía, no tenía porqué ser así pero a mi me gustaba pensarlo. Cuando sonaba la sirena, nos preparábamos para el sordo estruendo y el temblor de tierra que sabíamos iba a producirse instantes después y tras la explosión solía esperar con impaciencia que llegara la segunda, porque eso significaba en mi mente de niño que mi padre estaba bien, que estaba vivo. Creerás que es una tontería pero en esos años todo lo relativizas de una forma muy simple: Si hay una segunda explosión es porque la primera ha ido bien. Así de sencillo.

Luego seguían los juegos y las risas, éramos ajenos al peligro y a lo que bajo nuestros pies pasaba. Desconocíamos el sufrimiento de nuestros familiares y las duras condiciones de trabajo a las que estaban sometidos, éramos unos ignorantes y eso fue lo que nos dejó ser felices tantos años.

De esos años me queda tal vez, el olor a azufre, a carbón, ¡claro! y  la eterna pregunta a mi padre: ¿Papá porqué estás tan sucio? Y su respuesta: Pues no sé hijo, porque ya me he lavado – noto en su mirada y en la sonrisa que se le dibuja en el rostro, que son recuerdos llenos de emociones- . Me queda eso, los domingos, los sonidos que llegan nítidos a mi mente y lo que también me quedó fue la enfermedad de los mineros, que nadie más que yo en mi familia sufrí, la tuberculosis que desarrollé con apenas siete años. Ese fue en parte el motivo que nos acabó trayendo aquí, estuve muy malito y tuve un largo tratamiento que no recuerdo con buen sabor de boca. Cuando mejoré,  tuve que ir a la sierra por recomendación del médico para acabar de curarme, a casa de mi tía, hasta que me recuperé o como se decía entonces, hasta que se me ‘carbonizó’ la mancha en los pulmones que delataba mi enfermedad. ¿Sabes? nadie en mi familia la padeció, aunque al final supimos que era mi abuela la portadora. Creo que esto tuvo mucho que ver con los acontecimientos que más tarde cambiarían tanto mi vida.

Cierra los ojos un instante como si hiciera un esfuerzo en recordar si había algo en aquellos años de plácida niñez que le sacudiera por dentro y tras unos segundos me dice:

Recuerdo el colegio, era también hospital, lo llevaban las monjas, allí estudiábamos hasta finalizar la primaria y era un espacio limpio, en el que se respiraba  paz y alegría, dónde sobretodo nos repetían que no teníamos porque ser mineros como nuestros padres o abuelos, que había otras opciones y que podíamos optar a ellas, nos lo repetían mucho.

Te voy a contar una anécdota Sol: los domingos ocurría algo especial para mí y para muchos otros y era cuando mi padre me levantaba y me decía: Fernando coge tu muda y la toalla que vamos a ducharnos. Y allá que íbamos todos los domingos como si de un  ritual se tratase, a ducharnos a la MFU,¡ a la mina! – se ríe-, ya ves con que recuerdos acaba quedándose uno, te parecerá una simpleza, pero yo me sentía muy importante,  iba de la mano de mi padre, con mi toalla al hombro y la muda en la otra , paseaba al lado del hombre que más admiraba y quería que todos vieran lo feliz que era en ese momento. En esos años es lo más cerca que estuve de saber cómo era una  por dentro – bromea-. ¡Y como no! recuerdo las fiestas, las de mi pueblo son espectaculares, en Utrillas sabemos pasárnoslo bien – ríe- bueno creo que en todo  Aragón no hay pueblo que no viva sus fiestas con auténtico disfrute, los maños somos gente que amamos la tierra y las tradiciones, ¡o eso creo!

(Doy fe de lo que acaba de decir Fernando, las fiestas aquí se viven con pasión).

Quiero saber qué precio se paga por ser minero, si es que existe un precio y si lo hay qué les llevaba a esos hombres a arriesgar sus vidas cada día, a dejar a las familias por la mañana sin saber si volverás a verlos, qué les lleva a querer ser,  mineros.

Supongo que todo empezó como una necesidad Sol, todo empieza así, luego llega tu hermano o tu primo o tu tío, tal vez tu padre ya es minero o lo era tu abuelo, y acabas siéndolo tú. Se acaba convirtiendo en una tradición, en una forma de vida. Yo no sé qué mueve a un hombre a hacer un trabajo tan duro y tan arriesgado, porque no he sido ni soy minero, pero sí puedo decirte que los mineros son de otra pasta, están hechos de otra madera. Aman lo que hacen, aman su trabajo, son valientes porque hay que serlo para trabajar a setecientos metros bajo tierra, en muchos casos extrayendo carbón en lugares donde durante horas no se podían poner en pie, pasando por espacios donde a lo mejor no podían pasar con el equipo, podía llegar un derrumbe, una explosión de grisú, podía darte un infarto y pasara lo que pasara sabías que estabas en un pozo con solo una abertura al exterior, encerrado en un lugar duro e inhóspito, con un calor insufrible y cargando con un equipo que pesaba unos cuantos kilos. Así que aunque no he sido minero, deduzco que tienes que amar mucho tu trabajo para levantarte silbando cada mañana , al menos así lo recuerdo yo en mi casa, e irte a ese agujero en la tierra a escarbarle en las entrañas para que te dé lo que has ido a buscar. Hay que amar la mina, sino no se entiende.

Pero además de querer su trabajo, son ante todo una gran familia, se ayudan, se apoyan, comparten los momentos duros y los felices,  cuando uno sufre, todos sufren, luchan juntos y lo hacen unidos por los mismos valores, les respeto y les admiro por ello. Supongo que sí saben el precio que pagan, pero por encima de todo está su amor por el trabajo que hacen. No creo que piensen en los riesgos que corren entrando en el pozo, aunque los conozcan. Por eso te digo que los mineros son de otra pasta y hay que serlo para meterse allí dentro, te lo aseguro. Yo entré por primera vez con mi padre de visita al pozo Santa Bárbara hace unos pocos años, cuando ya se había convertido en museo y a pesar de ser una visita turística y sin riesgos, impresiona. ¡Imagínate trabajar cada día allí abajo!

Y si hablamos de la mina hay que hablar también de la mujer que se casa con un minero, ella acepta que hoy tiene marido y mañana tal vez no, eso puede pasar en cualquier profesión pero no con la frecuencia con la que por desgracia, se da en la mina. Por eso las mujeres de los mineros se dedican a ellos de una forma tal vez, que muchos podrían catalogar de machista pero nada más lejos de la realidad. En realidad forman un equipo, ellas no solo les cuidan, sino que son el mejor apoyo en todas sus luchas, son su oxígeno. Eso no quita que recuerde que mi madre se buscaba mil cosas para hacer fuera de casa, supongo que para mantener la cabeza ocupada y no pensar. Los mineros son valientes sí, pero las mujeres de los mineros se merecen un reconocimiento porque aún lo son más si cabe.

Fernando marca los tiempos y yo le dejo, es su historia y quiero oírla como a él le apetezca contármela, así que le pregunto por esta etapa de la que me está hablando, la de su llegada al Principado.

Pues como te he dicho enfermé de tuberculosis, lo curioso es que de toda mi familia el único que la padecí fui yo, para mis padres mi salud pasaba por ser lo más importante,- como para cualquier padre-  así que enseguida se decidió que me fuera a la sierra, donde el médico había aconsejado que viviera para que el aire puro y la sequedad del ambiente me ayudaran a restablecerme. Pasé dos años allí y tras volver a Utrillas y después de algún tiempo, llegó la oportunidad de venirse para aquí.

Mi padre, además de minero pertenecía al equipo de salvamento, era uno de los mejores en el manejo de explosivos y muy conocido y respetado en su profesión de barrenero, así que un buen día el Sr. Armengol (importante empresario andorrano, dedicado a las obras públicas)  se presentó en Utrillas y fue hasta mi casa donde le ofreció a mi padre un trabajo de responsabilidad en su empresa, como  de barrenero, así que,  aquí llegamos cuando yo tenía doce años y aquí cambiaron muchas cosas; unas para bien otras no tan buenas. Las menos buenas que no tenía a mi madre en casa cuando llegaba del colegio, aunque eso me ayudó a ser más independiente. Las buenas que podía disfrutar de cosas que eran impensables en el pueblo. Lo mejor de todo era que, por fin, veía y disfrutaba de mi padre como hasta ese momento no había podido.

Me siento orgulloso de ser hijo y nieto de mineros, que quede claro – afirma rotundo- me siento orgulloso de ser de Utrillas pero,  no volvería atrás y menos a esos años de la mina.¡ Y no por nada! Solo que yo llegué a Andorra, hace ya veinte años y esto ya no lo cambio por aquello. Yo he tenido aquí todo lo que allí no podía tener y es lo que quiero que mi hijo tenga, quiero darle las facilidades que yo tuve y aunque recuerdo mis orígenes con orgullo, hoy sé que el pueblo no es el futuro que yo deseo para él, y me duele reconocerlo, pero así es.  Aquí tengo un trabajo en el que disfruto y  en el que me siento respetado, está mi mujer y mi hijo que son mi prioridad y por supuesto que vivir aquí no significa dejar de ser de allí, yo siempre seré hijo de Utrillas, soy maño con orgullo de serlo y eso lo llevas en la sangre, eso no te lo quita nadie.

Le entiendo…tras unos segundos prosigue.

El minero es una casta, tiene una fuerza que le lleva a ser lo que son. Acaban amando los peligros que supone su oficio. Viven con la idea que hoy entras en la mina, pero puede ser tu último día. Un minero es hoy y siempre, mi padre trabajó aquí en obra pública, pero él siempre se ha considerado minero. Mi tío trabajaba en la mina de Mequinenza, vivía la mina, como otros vivimos la vida, como una necesidad. Y como él, ¡todos! Se acostumbran al miedo, aunque eso nunca se pierde, está ahí y te acompaña pero no te aprisiona, no te obsesiona, eso he percibido en todos los años que lo he vivido de cerca.

Siento que percibe la emoción que encierra recordar esos años, habla con fuerza y con sinceridad, lo hace con orgullo y lo noto en cada palabra.

Mi padre llegaba a casa a lo mejor después de doce horas de trabajo y cuando apenas llevaba una hora durmiendo sonaba la sirena y tenía que levantarse y salir corriendo con el equipo de salvamento y vuelta al pozo, pero esta vez para sacar a compañeros que habían sufrido un accidente o un ataque, o lo que fuera. Y eso por desgracia , acaba siendo una rutina, que aceptas con normalidad porque lo que te rodea tiene todo el mismo color. La dureza de esos años se mide en la necesidad de abrazarlo que tenía, que siempre he tenido y supongo que como yo todos mis amigos, les echábamos en falta porque apenas podíamos disfrutar de ellos, la mina era celosa y no les dejaba mucho tiempo para nadie más. Pero el rato que teníamos lo disfrutábamos con intensidad.

Y digo que el minero es especial y no solo por el trabajo que hacen, sino por como sienten y como son. Siguen dándose un apretón de manos y eso es dar su palabra y su palabra es su honor; hay cosas que no deberían cambiar y esa es una de ellas, por suerte hay gente que sigue respetándolas, ellos son un buen ejemplo. Tal vez, por eso la gente los respeta y los quiere. No solo por el riesgo que corren, sino por lo que representan socialmente.

Le pregunto porqué amando tanto la mina, lo dejó, ¿solo fue tu enfermedad? Tú ya estabas curado, ¿ no hubo nada más?

Yo creo que lo que le hizo reflexionar ante  la posibilidad de plantearse en dejar de ser minero, fue mi enfermedad, lo que llaman la enfermedad minera, ¡ya sabes te lo he contado antes! – afirmo con la cabeza-  puede que también fuera el motivo de que mi padre no quisiera que yo me dedicara a la minería, no quería que yo sufriera lo que él , su padre y sus hermanos sufrían y que las cosas por allí ya empezaban a ir mal. Eso creo, le hizo aceptar la oferta de trabajo de aquí y decidir venirse. Y yo se lo agradezco infinitamente, porque hoy mi futuro como minero sería más negro que el carbón – no se ríe, entiendo que no es un chascarrillo, sino una realidad que le duele-. No hay derecho a lo que le están haciendo a las Cuencas, esas gentes no se merecen tanta insensibilidad de los que mandan, no entienden el sentir de un minero ni aman la tierra como los que somos de allí. Porque un poco mineros lo somos todos los que la hemos vivido de cerca, a mi me gusta sentirlo así.

Han pasado casi dos horas y yo sin noción de ello, de pronto las llamadas insistentes de su móvil me hacen ser consciente del tiempo transcurrido, decido que ya he abusado mucho de su amabilidad y le pido que me responda a un par de preguntas más para finalizar, así que me lanzo con la primera de ellas: ¿Que echas de menos de Utrillas?

Puf, muchas cosas. A la gente, la fiesta de los mozos que consistía en que los Mozos del Mayoral, iban a buscar un chopo en el término de Utrillas, lo talaban y limpiaban de ramas y de corteza y lo llevaban hasta la plaza del pueblo donde se ‘plantaba’, después en la zona alta del chopo se colgaba un premio, solía ser un jamón, que se lo llevaba el mozo que consiguiera subir hasta la copa, algún susto nos hemos llevado cuando se plantaba y la iglesia también vivía esos momentos con cautela, porque la torre del campanario lo había sufrido en alguna ocasión – ríe al recordarlo-. Según la tradición después de la plantada que se hace aún hoy por San Juan,  los hombres iban a cortejar a las mozas, aunque yo eso no lo he vivido  ya que en mis tiempos teníamos verbena. Es una fiesta preciosa y la recuerdo con cariño. Además de esta,  tenemos las fiestas de septiembre. ¡Por fiesta que no quede!.

¿Y qué le agradeces?

Pues le agradezco mucho, allí lo pasé muy bien y guardo esos años con cariño en mi corazón, uno es de su pueblo esté donde esté, ¡ya sabes!, pero sobretodo creo que le agradezco todo lo que ha hecho por conservar su pasado minero, hoy en día la MFU es un museo de la minería, ahí están las fotos de los que han trabajo en la mina, por supuesto también hay una de mi padre – sonríe orgulloso- allí tienen su reconocimiento y su espacio, los que la sobrevivieron y los que no lo consiguieron, para todos hay un lugar. Creo que Utrillas ha tratado y trata con respeto su pasado, sus gentes y lo que cada uno de ellos dejó allí, quiero a  Utrillas y todo lo que me recuerda, me siento orgullosos de ser de donde soy y no lo cambiaría por nada, aunque hoy esté lejos de allí. Le agradezco que me haga sentir orgulloso de mis raíces.

Y yo te agradezco a ti, Fernando, que hayas querido contarnos parte de tu historia, que aceptarás participar de este viaje de emociones y de recuerdos, que nos regales un pasaje de tu vida y nos hayas acercado desde la mirada de un niño a la realidad de tu familia y  no olvido la promesa de ir juntos a visitar Utrillas y escuchar la otra historia, la del minero, la de tu padre. Gracias.

 

 

Sol Roque

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Fotografía procedente de: cafemediterraneo.wordpress.com

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