Dos novelas de Rafael Chirbes, para entender la historia reciente de España.

Así podríamos definir las novelas de Rafael Chirbes: como una nueva manera de leer Historia. La convulsa Historia de los últimos años de este país es el trasfondo en que se mueven los personajes, y las historias que cuenta el escritor, lo que hace algunos años se llamaba la Intrahistoria; es decir, la historia de la gente menuda, la historia de los que no aparecen en los libros nada más que como carne de cañón, la historia de la gente que, en realidad, son los protagonistas, olvidados en las páginas que hoy obligan a aprender a nuestros hijos en el colegio. Si los héroes ganan las batallas (o las pierden) son gracias a ellos. Los bellos edificios construidos, son posibles gracias a los albañiles que se suben al andamio. Las instituciones, que -chirbescrematoriola-buena-letrafuncionan bien o mal aparte de su función política,  es gracias a los

 

funcionarios que están detrás de las ventanillas. La dieta sana que tanto se recomienda, es posible porque hay hortelanos que no abusan de fitosanitarios… Y así podríamos seguir hasta el infinito. La reivindicación de la gente normal, de la gente que trabaja honradamente, de la gente que tiene inquietudes de cualquier orden. Los machacados de siempre, los de abajo, son los verdaderos protagonistas de las novelas de Rafael Chirbes. Quizás sin él mismo pretenderlo, seguramente sin quererlo, pero el resultado es el que es. Si usted quiere saber como fue posible que unos pequeños  y ambiciosos propietarios rurales prácticamente analfabetos se convirtiesen en los constructores que poco a poco han destrozado las playas y el litoral de España, tiene que leer Crematorio. Si usted quiere saber como se vivió en algunas zonas rurales en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil, tiene que leer La buena letra. Si quiere reconocerse en las pulsiones, odios, esperanzas, inquietudes, rabia, dolor, olvido, miedo, todo lo que nos hace humanos, debe leer a Rafael Chirbes. Si quiere conocer de primera mano, tal como dicen en la solapa de La buena letra, como cada generación se levanta sobre las cenizas de otra anterior, y cada vez que el poder cambia de manos lo hace bajo el signo de la traición y de un sufrimiento que, siendo inútil, es también una forma descarnada de lucidez, de sabiduría, tiene que leer a Rafael Chirbes. Conozca a uno de los mejores escritores del momento, un escritor cuya obra se agiganta conforme va pasando el tiempo, un escritor imprescindible, que cada día que pasa lo es más, entre tanto libro inane que se publica. Un escritor con mayúsculas.

Hágase un regalo estas Navidades, lea a este hombre insobornable, tanto, que en La buena letra, cambió el final porque le parecía demasiado edulcorado, lo que da una justa medida de los objetivos del escritor y de su estilo literario:

“El lector que conozca anteriores ediciones de La buena letra descubrirá que a ésta que ahora tiene entre manos le falta el último capítulo. No se trata de un error de la casa editorial, como alguien podría llegar a pensar, sino de un arrepentimiento del autor, o, mejor aún, de la liberación de un peso que el autor ha arrastrado desde que se publicó el libro y del que ya se ha librado en alguna versión extranjera. Intentaré explicar aquí por qué he sentido esas dos páginas como un peso y su desaparición como una liberación. Cuando escribí el libro, me pareció que, por respeto al lector, al final de la novela debía devolverlo al presente narrativo del que lo había hecho partir y, por ello, puse, casi a modo de epílogo, ese capítulo que aparecía en las ediciones anteriores, y en el que las dos cuñadas –Ana e Isabel- volvían a encontrarse años después. Había algo de voluntarismo literario en tal propósito, cierto criterio de circularidad, un concepto que se manifiesta en numerosas obras, a veces con escasa justificación. Pasado el tiempo me pareció que el libro no necesitaba de ninguna circularidad consoladora y que al haber añadido ese final había cometido un error de sintaxis narrativa, más grave aún por la filosofía que venía a expresar, y que no era otra que la de que el tiempo acaba ejerciendo cierta forma de justicia, o, por decirlo de otro modo, acaba poniendo las cosas en su sitio. De la blandura literaria emanaba, como no podía ser menos, cierto consuelo existencial. Si cuando acabé de escribir La buena letra no acababa de sentirme cómodo con esa idea de justicia del tiempo que parecía surgir del libro, hoy, diez años más tarde me parece una filosofía inaceptable, por engañosa. El paso de una nueva década ha venido a cerciorarme de que no es misión del tiempo corregir injusticias, sino más bien hacerlas más profundas. Por eso, quiero librar al lector de la falacia de esa esperanza y dejarlo compartiendo con la protagonista Ana su propia rebeldía y desesperación, que, al cabo, son también las del autor.”

 

Manuel Bordallo

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