El Cisma de Occidente y la Vera Cruz de Caspe

Como bien sabemos, para muchas personas la Vera Cruz de Caspe es una reliquia cuyo valor se mide mediante el baremo de la devoción. Como es bien sabido, la tradición popular asegura que contiene un importante fragmento de la Cruz de Jesucristo.

Seamos o no creyentes es innegable que la pieza tiene una gran valía desde el punto de vista  histórico. El contexto internacional que rodeaba la llegada de la reliquia a Caspe supone uno de los capítulos más interesantes de la Baja Edad Media. Repasar la historia de la Vera Cruz caspolina significa retroceder nada menos que hasta el famoso Cisma de la Cristiandad pues, según sabemos, su parte interior fue propiedad del papa (o antipapa) Clemente VII. Quizá  ello les lleve a preguntarse cómo es posible que una reliquia de tanta importancia llegara a un lugar tan alejado de los centros de poder europeos como fue Caspe unos años antes del famoso Compromiso. Debo confesar que, dentro de las muchas historias que convergen alrededor de la reliquia, esa es la que me resulta más apasionante. ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Quién?, ¿Por qué?

Remontémonos 700 años. El papa Clemente V (1305-1314) es el primero de los pontífices de Aviñón que marca el inicio de la llamada Cautividad de Aviñón, pues la curia papal deja Roma para trasladarse a la ciudad francesa. Francia ha sido durante el siglo anterior la potencia hegemónica europea y aunque a comienzos del XIV comienza a mostrar síntomas de debilidad, la influencia de la monarquía francesa se demuestra en que los siguientes siete papas tras Clemente V serán franceses. A finales del siglo XIV Gregorio XI abandona Aviñón cuando Francia se encuentra inmersa en la llamada Guerra de los Cien Años que ha convertido al país es un lugar  inseguro, tanto en período de guerra como en el de treguas. Por otro lado, con el Papa ausente de los Estados Pontificios, y a pesar de las gestiones de años anteriores del cardenal español Gil de Albornoz, las familias nobiliarias romanas se han hecho peligrosamente fuertes.

 

Vera Cruz Caspe (1)

La Vera Cruz de Caspe sobre el pie nuevo (el original desapareció durante la Guerra Civil)

Gregorio XI muere pronto y, en la posterior elección, los habitantes de Roma juegan un papel fundamental al condicionar claramente la votación de los cardenales (nueve franceses, cuatro italianos y el aragonés Pedro de Luna). Al parecer, en la puerta del Vaticano, los romanos gritan: ¡Queremos un Papa romano o por lo menos italiano! Bartolomé Prignano -que ni tan siquiera es cardenal, sino arzobispo de Bari- es escogido como nuevo Papa, tomando por nombre Urbano VI.

Pero en las primeras semanas de su mandato el nuevo Papa demuestra ser un déspota, por lo que la reacción de los cardenales franceses, a quienes se suma el aragonés Pedro de Luna (futuro papa Luna) no se hace esperar: reunidos en Agnani, proclaman nula la elección de Urbano VI, deponen al Papa Urbano y anuncian el estado de Sede Vacante. Diez días después apuestan por el cardenal Roberto de Ginebra, que se hará llamar Clemente VII.

A finales del siglo XIV las relaciones entre los estados europeos son muy complejas; los poderes laicos también se dividen. Más que el bien de la Iglesia, los intereses de las distintas monarquías eran el primer factor a considerar y, por ello, el Cisma también trasciende a lo político. Así, Alemania, Hungría, Inglaterra, Polonia, Dinamarca, Suiza, Flandes e Italia del Norte, apoyan a Urbano VI, el Papa romano. Francia, Nápoles, Escocia, Castilla, Aragón y Portugal, se decantan por Clemente VII, quien había instalado su sede en Aviñón. A pesar de la muerte del papa Urbano VI en 1389, el grave conflicto interno de la cristiandad no se soluciona, pues los cardenales romanos escogen a Bonifacio IX (1389-1404). Por su parte, la curia de Aviñón apuesta por Pedro de Luna (Benedicto XIII). El Cisma planeará sobre el mapa europeo hasta 1417, cuando a través del Concilio de Constanza, Martín V será, de nuevo, el Papa de la Iglesia católica ya unificada.

Pero retrocedamos de nuevo al pasaje de 1378, con el primer Papa del Cisma instalado en Aviñón. En ese lugar, además de Pedro de Luna, otro aragonés juega un importante papel. Juan Fernández de Heredia, que comenzó su carrera hospitalaria como comendador del pequeño lugar de Ambel (y quizá de Caspe, pues todavía seguimos sin saber qué vínculo unía a Fernández de Heredia con la entonces villa)Juan_Fernández_de_Heredia_Grant_coronica_de_los_conquiridores había ascendido vertiginosamente durante las décadas centrales del siglo XIV, había disfrutado de innumerables cargos dentro de la Orden como Prior de varios territorios y Castellán de Amposta, había sido consejero de reyes y papas, destacado militar, mecenas…en estos momentos es ya el máximo dignatario de los sanjuanistas: Gran Maestre de la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén y Rodas.

El Cisma fue un momento complicado para Fernández de Heredia y los sanjuanistas, pues el conflicto interno de la cristiandad también podría suponer una partición dentro de la propia Orden (no en vano, en el año 1383 el Papa italiano Urbano VI nombraría al “antimaestre” Ricardo Caracciolo). Por si fuera poco, las arcas en Rodas estaban bajo mínimos. Por este último motivo el Convento Central propuso a Don Juan que viajase a Europa para recaudar fondos. Y así fue como, en 1385, Don Juan llegaría a Aviñon y el traslado del Lignum Crucis hacia Caspe, comenzaría a gestarse.

En los siguientes años, junto a su destacadísimo mecenazgo cultural Juan Fernández de Heredia entablará tal amistad con el papa Clemente VII que, unos días antes de la muerte del Papa (septiembre de 1394) le obsequiará -sabedor de la especial predilección que los hospitalarios tienen por la conquista de los Santos Lugares- con un preciado tesoro: su propia cruz pectoral que, según parece, contiene un importante fragmento de la Santa Cruz.

Detalle

La parte central, alojada dentro del segundo relicario renacentista, es la cruz original de Clemente VII. 

Muy poco después la Vera Cruz llegaría a Caspe. Por aquel entonces (finales del siglo XIV) el templo sufrió importantes modificaciones. Recientemente el Castillo de Caspe también había estado en obras. ¿Casualidad? Es evidente que no. Fernández de Heredia, que ya era anciano, había escogido Caspe para ser enterrado. Por ese motivo, Santa María y el Castillo se estaban preparando para recibir no solo los restos mortales de éste (moriría dos años después) sino el magnífico legado de Don Juan (en la Europa del gótico, era muy habitual que las iglesias se mejorasen ante la llegada de importantes reliquias).

Sepulcro Juan Fernández de Heredia

Sepulcro de Juan Fernández de Heredia que se conservaba en la Iglesia de Santa María (foto cedida por CECBAC)

 

Debemos matizar que la cruz original de Clemente VII corresponde a la parte interior de la que hoy vemos. Se compone de una fina montura, una amatista en el centro y los fragmentos de la cruz en el interior que, según parece, forman el tercer trozo más grande del mundo de la cruz de Jesucristo. La parte exterior del Lignum Crucis, de plata sobredorada y profusamente decorada, es posterior (por un documento del AHN sabemos que es anterior al año 1605).

Capilla 2Tras su llegada a Caspe la historia de la reliquia ya caspolina está marcada por una serie de notables acontecimientos: estuvo presente durante la misa del fallo de los compromisarios, el 28 de junio de 1412; el Papa Adriano VI la visitó en 1521; desde el año 1599 la Vera Cruz tiene su propia cofradía y en 1730 se inauguró la capilla; cuatro años más tarde el prior sanjuanista regaló dos pequeños fragmentos de la misma a la villa de Calaceite, recibiéndola el Ayuntamiento y la Cofradía de la Sangre de Cristo. La capilla caspolina fue destruida en la Guerra Civil y, la Vera Cruz, oculta, se salvó del pillaje sucedido en julio de 1936 (la mayor parte de las jocalias se fueron de Caspe para nunca volver). Tiempo después volvió a la iglesia, aunque habrían de pasar más de 70 años para que  la capilla estuviera, de nuevo, en condiciones. Se inauguró el pasado año 2011.

Ya sabemos cómo, cuándo y quién trajo el Lignum Crucis a Caspe. Pero no crean que no dejo de darle vueltas a la gran cuestión: ¿Y antes? ¿Cual es la historia previa? ¿Cómo llegó a manos de Clemente VII? ¿Llegó al Papa vía Constantinopla? ¿Sería conveniente someter la astilla a la prueba del Carbono 14?

Por el momento, no podemos afirmar con seguridad que contenga un fragmento de la Cruz de Cristo. Tampoco sabemos si, con el tiempo, la reciente capilla será un importante lugar de peregrinación turística. Pero lo que sí espero es haberles convencido de que, más allá de creencias religiosas, la Vera Cruz de Caspe es una pieza de incuestionable valor histórico.

  

Amadeo Barceló

Fotografías:

Cristina Ferrer, Nestor Fontoba

Bibliografía:

Barceló Gresa, Amadeo; La Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén en Caspe y Comarca durante la Edad Media (introducción a su estudio), Comarca Bajo Aragón Caspe, 2007

Barquero Goñi y otros; La Edad Media: siglos XIII-XV, editorial universitaria Ramón Areces, 2009

Borras Gonzalo y otros; La iglesia de Santa María la Mayor de Caspe, Arquitectura y Arte Mueble, CECBAC, Caspe, 2012

Caballú Albiac, Miguel; “La Vera Cruz de Caspe”, Empelte 11, GCC, Caspe, 1996

Cacho Blecua, Juan Manuel; El Gran Maestre Juan Fernández de Heredia, Colección Pano Ruata, CAI, 1997

 

 

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