El debate historiográfico en torno al Compromiso de Caspe

Extraído del trabajo final de Grado para la Universidad de Barcelona, de Elisa Bondía Suñé, “El Compromiso de Caspe: el rey sin heredero”.

El Compromiso de Caspe es el nombre con el que se conoce al cónclave de los nueve representantes de los territorios de Cataluña, Valencia y Aragón, quienes tenían como labor elegir un nuevo monarca para el territorio. Fue la consecuencia del periodo denominado ‘interregno’, que estuvo condicionado por Benedicto XIII. En este trabajo, se pretende exponer cómo la historiografía ha tratado el Compromiso de Caspe, poniendo especial énfasis en la bibliografía aragonesa y catalana. Para ello, contaremos con la ayuda inestimable de notables estudiosos de dicho ámbito, que expresarán su opinión sobre el tema que se tratará.

Debate historiográfico

P. Iradiel (1988: 247) es uno de los primeros autores que en 1988 alude en una historia de España al debate historiográfico que se había venido produciendo sobre el Compromiso. El tema no se estudió contemporáneamente a los hechos ocurridos, sino que fue más tarde cuando se empezaron a dar las posibles interpretaciones existentes. El estudio de ese período de la Historia de España, probablemente, sea uno de los que cuenta con más abundante bibliografía. Cada historiador le ha dado la interpretación que más le ha convenido y, teniendo presente que no todos han caminado en el mismo sentido, las discrepancias son evidentes. Estas han dado pie a múltiples interpretaciones y, por tanto, a un intenso debate historiográfico. A través de elementos cargados de objetividad analizan las fuentes existentes y llegan a distintas conclusiones. P. Vilar (1978, p.8), en su Historia de España, obra prohibida y perseguida durante el Franquismo, defiende que existen vínculos vitales entre el historiador y la historia. Además, expone que la Historia es una pieza esencial de la ideología y no es únicamente de aquellos que tienen el poder. J. Vicens Vives explica en su obra Juan II de Aragón cómo, desde lo alto de la tribuna, fray Vicente Ferrer leyó el fallo de los nuevos compromisarios que habían sido designados y anunció cómo la dinastía castellana era la que ostentaría el poder. Ante tal decisión, nadie podía predecir qué pasaría con este nuevo rey y con esta nueva casa, pues debían adaptarse al mecanismo ya existente en estos territorios. La historiografía no ha analizado ni el comportamiento político, ni las claras estrategias que tenían los grupos nobiliarios, pues es ahí donde encontramos los verdaderos problemas. Pero tal y como defiende F. Sabaté, es una cuestión que ha quedado en el olvido. Al analizar el tema de Caspe, lo primero que hemos de tener presente es que existen nuevas propuestas interpretativas, la mayoría de ellas planteadas por la historiografía catalana, que nos incitan a repensar lo ocurrido. Después de la mesa redonda que se llevó a cabo a lo largo del verano del año 2012, una serie de historiadores catalanes reunidos en Lérida han dado una gran interpretación del tema en cuestión. A una de las muchas conclusiones a las que llegaron fue que Caspe no era una elección, ni un Compromiso, sino más bien una imposición (A. Casals 2013: 11-13).                                                                                                                                                      Si analizamos la historiografía aragonesa, vemos que sigue defendiendo la idea de una voluntaria unión de toda la Corona, obviando todos aquellos conflictos existentes a lo largo del interregno. Aunque ha sido en este territorio donde más congresos y actos se han hecho al respecto, no aportan ideas novedosas, sino que se limitan a comentar aquello escrito y estudiado de antaño, dejando de lado, muchas veces, el contexto contemporáneo a Caspe. El interregno concluyó con la sentencia dada en Caspe durante el mes de junio de 1412. Se han dado diversas y dispares interpretaciones sobre qué supuso y cómo afectó al territorio. Cabe destacar la afirmación de F. Sabaté (2012a: 290), que recuerda que el debate historiográfico avanza hacia el artificio si se nutre de su propia discusión y no de una única y permanente reflexión sobre las fuentes y su interpretación.

Me gustaría comentar también que, para la realización de este estudio sólo me he basado en bibliografía del estado español y mayormente, en obras escritas a partir de la mitad del siglo XX hasta nuestros días. Las obras escogidas son, a mi parecer, los estudios más completos. Sobre el tema encontramos múltiples interpretaciones, como también diversos trabajos de diferentes autores que además de analizar lo ocurrido, a modo de conclusiones de su trabajo, han hecho un breve estado de la cuestión. En estas páginas me dispongo a citar a aquellos autores que considero más relevantes y a su vez, aquellos que han condicionado y han abierto nuevas interpretaciones sobre lo ocurrido a principio del siglo XV. P. Vilar (1978: 35) criticó a M. Tuñón y J.M. Salrach, pues estos hablaban de Caspe sin citar el debate historiográfico existente sobre el tema. J.M. Monsalvo (2000: 13,86) anota que se debe organizar el tema desde la lógica y teniendo presente su contexto, no las opciones políticas del presente.

Los documentos con los que los estudiosos han trabajado son los mismos, pero es evidente que la interpretación de estos varía según quién y cómo los mire. M. Dualde y J. Camarena fueron los encargados de fomentar el revisionismo valenciano mediante el libro publicado en 1971, dejando de lado las discrepancias existentes y elogiando la figura de F. Soldevila. Además, M. Dualde y J. Camarena (1971: 263) apuntan que la sentencia de Vicente Ferrer pronunciada en Caspe ha sido interpretada a lo largo de los siglos de forma divergente. Tanto F. Sabaté (1997b: 375) como G. Navarro (2010: 49) se refieren a M. Bloch, pues para comprender las bases del presente y poder crear un discurso creíble para el futuro hace falta remitirse al pasado y situar lo ocurrido dentro del contexto histórico más complejo. Previamente, se ha mencionado el tema como un hecho presente a lo largo del tiempo, pero no olvidemos que durante el siglo XVII se trató con menos ímpetu. En el territorio catalán, la Guerra dels Segadors fue un hecho que influyó claramente en el debate historiográfico. A principios del  siglo XVIII,  lo ocurrido durante el interregno quedó en un segundo plano: fue aquí cuando la politización de la historia y el creciente nacionalismo de Estado exigieron de los ilustrados una reivindicación de la Edad Media, pero con un sentido cultural. A lo largo del siglo XIX, de la mano del nacimiento de los nacionalismos, el tema volvió a suscitar interés (G. Navarro, 2010: 44-45), dando el salto hacia el nacionalismo político en las últimas décadas del siglo XIX.  Durante el primer tercio del siglo XX, Caspe fue visto como un hecho interpretable como elemento defensor del nacionalismo catalán. Cabe mencionar también, que es necesario fragmentar tanto en períodos como en territorios las diferentes interpretaciones aportadas. Estas, como ya se ha mencionado anteriormente, son infinitas, y puesto que no dispongo ni de tiempo ni de espacio para poder alargarme más, anotaré brevemente las diferentes visiones que se han dado, así como la trayectoria seguida por los diferentes autores, separándolas en diferentes periodos. La polémica suscitada ha tenido continuidad hasta nuestros días, siendo la visión castellana y la catalana las que protagonizan el debate historiográfico actual.

Actualmente, el tema no ha quedado en el olvido, pero es en Aragón y en Cataluña donde sus historiadores siguen dando múltiples visiones al tema. En el primer territorio citado es donde encontramos un mayor estudio del tema; prueba de ello es que el preámbulo del actual estatuto de autonomía aragonés alude a lo ocurrido a principios del siglo XV. Con motivo del sexto centenario se organizaron congresos para glorificar “la autodeterminación del pueblo”, apartando el papel del territorio catalán en la mayoría de ellos. La visión castellana y la catalana, a grandes rasgos, son aquellas más citadas en los trabajos referentes al tema: se percibe una visión triunfalista que está a favor de Fernando de Antequera, y la derrotista, que da apoyo a Jaime de Urgel, coincidiendo, en la mayoría de los casos, con la visión citada en las primeras líneas de este párrafo. Previamente, me gustaría aclarar que, a lo largo de este trabajo, me he referido al territorio estudiado como la Corona de Aragón, nombre que según P. Vilar (1978: 33) y a diferencia de M. Dualde, se ha aplicado de una forma equivocada, pues comprende, aparte del territorio continental, otras regiones mediterráneas e insulares.

Vilar, al analizar el tema del Compromiso de Caspe defiende que la muerte de Martín I hizo estallar la crisis política y piensa también, al igual que muchos otros historiadores, que fue el fin entre la colaboración entre soberano y la burguesía catalana. Pero existió, por otro lado, una inversión de equilibrio entre las fuerzas de la Península y la zona del Mediterráneo (P. Vilar 1987: 35). Al analizarse las actas, observamos que las palabras consenso, concordia y compromiso están presentes. Y durante todo el proceso se mantiene la idea de que debe llegarse a un pacto. Todos los estudiosos de la materia concluyen que la Concordia de Alcañiz fue la verdadera elección del nuevo monarca, y el Compromiso, fue la confirmación de este. El problema lo encontramos en las interpretaciones, auténticas generadoras de debate, pues los datos no son analizados siempre desde la misma perspectiva. Las diferentes interpretaciones sobre el tema han ido ganando cada vez mas peso y es desde principios del siglo pasado cuando esto se evidencia.

                                                                                                                                                      Historiografía Castellana

 Si analizamos la historiografía castellana constatamos que desde siempre ha tratado lo ocurrido en Caspe según las metodologías y corrientes existentes en cada época, además de orientarse en la línea de que la sentencia fue justa y a su vez, trascendente. La Crónica de Juan II, publicada en 1517, es la primera evidencia de lo ocurrido durante el tiempo del interregno (E. Sarasa 1981: 21). En ésta encontramos cómo el personaje de Fernando de Antequera fue interpretado como el más idóneo para ocupar el cargo. Es esta crónica el pilar de la historiografía castellana que ha llegado a nuestros días, siendo la base para aquellos que defienden el triunfo de Caspe (R. García Cárcel 2012: 85).

Menéndez Pidal es otro de los historiadores castellanos que ha dedicado parte de su vida al estudio de lo ocurrido. Es un claro defensor de que Castilla tenía la centralidad de España y cataloga al territorio como el agente principal constructor del estado. Observamos cómo sustenta que Caspe nació de un pacto de tolerancia. Pero sus ideas han sido fuertemente criticadas. Además, consideró que el rey Martín I se inclinaba abiertamente ante su sobrino Fernando, aunque él lo plasmó como una afirmación. Cabe decir que es una suposición (E. Sarasa 1981: 27). Este siempre fue antiurgelista y se mantuvo fiel a las creencias castellanas y, defendió la idea de nacionalidad española en busca del ideal Godo del siglo VIII.

Reglà (1969) criticó la obra de Menéndez Pidal. Lo acusó de hacer servir una visión vertical de España, así como de la defensa del ideal visigodo. Además, el catalán también criticó las carencias que encontramos en dicha obra, pues el castellano obvió tanto los problemas económicos como sociales. La obra de Menéndez Pidal suscitó la respuesta de F. Soldevila considerado como nacionalista catalán, que dio una respuesta con una visión catalana independiente y refutó, punto por punto, las interpretaciones del anterior. Además, añade que aquél aportó una interpretación parcial y da una contestación, pero sin penetrar en las razones que llevaron a Menéndez Pidal a tal justificación y declara que empezó su estudio con una idea preconcebida. Menéndez Pidal,  en su obra El Compromiso de Caspe. Autodeterminación de un Pueblo, plasma cómo Caspe fue un hecho beneficioso y a su vez, necesario para la unión de los territorios. Considera que Castilla tuvo un protagonismo esencial en la formación de la peculiaridad de ser español y quiere mantener esta idea de tradición. Es en este argumento donde se halla la justificación de la política llevada a cabo por el de Antequera y donde aparece el conflicto de Nación contra Nación.

Dualde se plantea la siguiente pregunta (1948: 39) ¿hubo unanimidad o disparidad de criterio entre los jueces?, a lo que responde que es innegable que encontramos diversidad entre los Estados. Tal divergencia comportó un largo periodo de discusiones y fue, gracias a los jueces, que se encontró el camino a seguir en Caspe. F. Soldevila sostiene, sobre esta cuestión, que desde un principio se muestra una clara unanimidad.

Historiografía Catalana

Por lo que respecta a las interpretaciones catalanas, a mediados del siglo XV y principios del siglo XVI, encontramos las obras de Pere Tomich, Gabriel Turell y Lucio Marineo (E. Sarasa 1981: 38) que confirman como justa la decisión de los compromisarios. Este ideal perduró hasta que los problemas político-nacionales fueron ganando peso y, con la polarización de los nacionalismos, el Compromiso de Caspe se convirtió en una proyección histórica nacionalista desde todos los ángulos identitarios. El nacionalismo catalán ganó peso durante el tiempo de la Renaixença, pues fue entonces cuando este sentimiento fue tomando forma y surgieron los primeros defensores urgelistas. Como se ha comentado anteriormente, encontramos la crónica de Bernat Boades sobre el conde de Urgel, que ha sido considerada una intencionada falsificación de los hechos. Víctor Balaguer defendió una concepción nacionalista española federal.

En contra de los ideales de historiadores castellanos coetáneos a su época, Balaguer sostuvo, a mediados del siglo XIX que el fallo de Caspe no provocó ningún entusiasmo general, sino que la solución planteada no estaba sustentada ni en el derecho ni en la justicia. Antoni de Bofarull aportó su versión de los hechos a finales del XIX y escribió en tiempos de la Restauración, dejando ver una ideología conservadora a través de su obra La orfaneta de Menargues, publicada en 1862 y repleta de un urgelismo militante.  Víctor Balaguer también da un resultado negativo de la sentencia. A partir de los argumentos de estos dos personajes, Domènech i Muntaner consagró la imagen victimista del urgelismo perdido en Caspe, y recuerda el papel que jugó el Papa en la decisión. Por el contrario, Torras i Bages ensalza la sentencia y, al igual que Menéndez Pidal, la califica como una resolución de un elevado grado de madurez. Pero fue Rovira i Virgili el que insistió en la tiranía del Conde de Urgel (R. García 2012: 90) siguiendo la línea del anterior y, además, catalogó la elección de los compromisarios como un juego fraudulento que condicionó la elección del nuevo rey. (E. Sarasa 1981: 46).

Caspe fue así encasillado como el fallo definitivo en el que el Papa consiguió que triunfaran sus intereses. J. Perarnau (2014) afirma que más que una iniquidad lo que fue es una comedia orquestada por Benedicto XIII, que soñaba con entronizarse en Roma.

El Casal de Barcelona había llegado a su fin, entraba una dinastía extranjera con un nuevo rey, que no conocía las costumbres ni la lengua del principado. Vicens Vives se había enfrentado a la historiografía nacionalista catalana generando polémica con Rovira i Virgili (G. Navarro 2010: 46). Domènech i Muntaner consideró que Caspe fue una traición, quedando el principado en un tercer plano. Durante el primer tercio del siglo XX, fueron las interpretaciones de Valls Taberner y Soldevila aquellas que ganaron más peso dentro de su obra Història de Catalunya, de la que se han hecho múltiples ediciones. A mediados de siglo, Vicens Vives apuntó que era un problema político y no jurídico y no defiende que después de Caspe naciera el Estado-Nación (1965:79).

Fue en el año 1964 cuando la máxima expresión de confrontación entre la corriente castellana y la catalana salió a la luz. Como ya he citado anteriormente, la respuesta de F. Soldevila se fundamentó en que Menéndez Pidal creó su trabajo a través de una idea preconcebida. El nacionalismo catalán ha otorgado desde antaño la decadencia de su territorio a la figura del Rey castellano. El aceptar la sentencia suponía aceptar también el sistema. La solución dada ha sido catalogada como un fracaso, pues la historiografía catalana de los años 30 ha considerado que la figura de Vicente Ferrer fue la que se equivocó, tachándolo de mal árbitro. La intromisión de una casa extranjera provocó que la Corona quedara en un segundo plano y se velara más por Castilla. Para Vicens Vives, el acuerdo pactado en Caspe era la única solución posible e históricamente justa, ya que fue elegido el candidato más universalmente aceptado (1956: 78-90).

Sobrequés (2010: 735) defiende que el período comprendido entre mayo de 1410 y junio de 1412 ha sido considerado como una etapa de crisis política donde el futuro de Cataluña, estuvo tambaleante. El territorio estaba fuertemente relacionado con los otros reinos que formaban la Corona, pero fue después de la muerte del rey Martín I que el hecho identitario se planteó de forma amplia. Pues lo acordado en Caspe no fue más que la decisión con la que los aragoneses aspiraron al protagonismo perdido con los últimos monarcas del Casal de Barcelona. A. Furió (2010: 863) ha propugnado que la crisis sucesora culminada en Caspe ha sido, ante todo, una crisis política e institucional y son estos dos términos en los que, según él y también F. Sabaté, hemos de basarnos para interpretarlo. F. Sabaté (2012a: 289) opina que la elección ha sido percibida como un cambio dinástico, aunque no se debe obviar que Fernando de Antequera se esforzó en mostrar continuidad respecto a sus predecesores en el trono aragonés. Se ha idealizado el Compromiso de Caspe como una opción pacífica contra los conflictos armados, pero cabe recordar que lo que privaba en ese momento eran los intereses. S. Sobrequés (1973: 101) nos recuerda que, después de la elección del castellano, se defendió el orden y la paz pública, factores importantes que Jaime de Urgel se dedicaba a alterar. A. Casals (2013: 292) revoca la afirmación de que después de Caspe se empezó un proceso de construcción de unidad nacional. Añade que es una idea falsa, igual que atribuirle a este hecho el ser el pilar de las monarquías modernas. Además, el historiador catalán nos recuerda cómo durante el tiempo del interregno, y después de que el fallo fuera leído, la población se vio inmersa en un fuerte proceso violento que comenzó en el momento en que Jaime de Urgel fue enviado de lugarteniente.

García-Oliver (2013: 315) apunta que la historiografía no ha evaluado los conflictos existentes de una forma correcta. A. Riera nos recuerda también como, después de la batalla de Codolar corrió la sangre, ya que murieron cerca de 3.000 personas y casi 1.000 resultaron heridas, estableciendo comparaciones con el año 1714 (2013: 316). Se ha considerado que Caspe supuso el triunfo de la razón, y que se llegó al acuerdo por unanimidad, pero es totalmente falso, pues para demostrarlo sólo hace falta que nos dirijamos a las actas de las sesiones.

Bertran (2015a: 143) nos recuerda que estamos ante un tema ampliamente tratado, y con motivo del sexto centenario en el XIX Congreso de la Corona de Aragón, y desde dicho territorio, plasman el tema de una forma monográfica. En cambio, desde el Principado han dado una visión que podríamos considerar novedosa.

Historiografía Aragonesa

Si analizamos los primeros escritos del territorio aragonés, cabe mencionar los escritos del cronista italiano Lorenzo Valla, pero no olvidemos que la crónica que este hace fue encargada por Alfonso V. Encontramos casi un siglo después la figura de Zurita como punto de inflexión y, como ya es sabido, este es el cronista oficial del reino. En 1562 se editó la primera parte de sus anales de la Corona de Aragón y en 1578-1579 la segunda. Su obra ha servido como base para los estudiosos posteriores, siendo reconocido por la mayoría de ellos como una fuente respetable. Utilizó la documentación catalana y aragonesa, no la valenciana (R. García Carcel 2012:  87).

Lorenzo Valla fue ambiguo respecto a Caspe y no oculta los intentos de soborno que hubo en el Compromiso. Al respecto, Soldevila, al hablar sobre él, considera que fue un urgelista escondido bajo la aparente posición oficial. Braulio Foz, en su obra publicada a mediados del siglo XIX, Memoria sobre el Compromiso de Caspe, se manifestó crítico con la sentencia, aunque nunca discutió la existencia de la nación española (G. Navarro 2010: 45).  

Entrados ya en el siglo XX Giménez Soler, con su clara visión antiurgelista afirma que los jueces fueron una muestra de parcialidad (E. Sarasa 1981: 74). Observamos cómo la historiografía aragonesa, en la mayoría de los casos, se ha basado en la castellana, quedando siempre en un segundo plano. En las últimas décadas el tema ha ganado peso en el territorio y las obras ya citadas de J. A. Sesma y E. Sarasa son dos de las más destacables. Sesma descatalanizó y desactivó la presunta fuerza del urgelismo y, en esta misma línea catalogaríamos también a Sarasa. Es por eso que creo oportuno remarcar que Sesma, al igual que el ya citado Germán Navarro, siguen haciendo historia de una forma nacionalista. Por el contrario, encontramos la figura de E. Belenguer a diferencia de S. Sobrequés o J. Reglà, discrepa de que toda la nobleza catalana fuera antiurgelista, Además,  E. Belenguer (2012) defiende que J. A. Sesma, junto con C. Laliena han resucitado el antiurgelismo de antaño y han cuestionado y a su vez, rechazado la obra de Zurita. J. A. Sesma (2010: 207) anota que la versión de este se sigue sin poder confirmar y la realidad histórica no adquiere presencia hasta mucho tiempo después. Anota también que Fernando de Antequera fue votado unánimemente. Para él la reunión fue un Cónclave, y respalda que no se especificó en el acta que había votado cada compromisario. Probablemente esta aportación es la que provocó la respuesta de E. Belenguer (2012: 91). El catalán  comparó el Conclave con la votación secreta seguida a la hora de elegir un nuevo Papa. Es por eso que E.Belenguer le recomienda al aragonés que estudie con atención a Zurita, como también que comprenda la entronización del castellano como un cambio dinástico. En ambas obras, tanto en la de E. Belenguer como en la de J.A Sesma, tenemos dos puntos de vista diferentes de lo ocurrido y analizándolas, encontramos el desacuerdo existente entre ellos.

Según M. Dualde, Caspe no fue una libre elección del rey, pues los Parlamentos no dieron la orden para que los jueces eligieran al monarca, sino que estos limitaron su tarea a que fueran sabedores de quién tenía más derecho al trono. La monarquía estaba basada en la dualidad, es decir, súbditos y rey debían complementarse. M. Dualde (1948: 7) objeta que nada mejor que el Compromiso de Caspe muestra la acendrada fe religiosa de la Corona catalano-aragonesa. Pero este, a mediados del siglo pasado, apuntaba que aún no había llegado a unas conclusiones definitivas. Fueron nueve personas alejadas de las luchas civiles a quienes sus pueblos confiaron la previsión de un trono cuyo monarca no había sabido proveer. Con esta afirmación de M. Dualde, discrepo totalmente, pues el pueblo no confió en ellos. Los Parlamentos no autorizaron a jueces a elegir, sino que se limitaron a que escogieran al que tenía mejor derecho al trono, por lo que fue más bien la elección del Papa lo que tuvieron que acatar. Antes de esto, Benedicto XIII, durante el mes de enero y desde Peñíscola, predicó la paz según muchos historiadores, pero hemos de preguntarnos: ¿Predicó la paz, o más bien el principio del desastre? Hasta el siglo XVII nadie criticó su acción (Dualde, 1948, p.24).

Fue durante el siglo XIX cuando Bofarull lo cuestionó formalmente y lo consideró el mayor perturbador de la Iglesia en esos tiempos. J. A. Sesma habla de la representación de los estamentos (J. A. Sesma, 2010: 52) sin citar a F. Sabaté (2007). Este cuestiona también la aportación de Zurita y justifica que no aportó documentación. Además, desconfía de Lorenzo Valla, que fue pagado por Alfonso el Magnánimo. Defiende que Fernando de Antequera fue votado unánimemente. Es aquí cuando hemos de preguntarnos si la reunión de los compromisarios fue un cónclave. Para poder dar una clara respuesta a esto, si nos basamos en el estudio de J. L. Martín (1970), se concluye que Fernando se aprovechó de que el Parlamento Aragonés estuviera formado solamente por sus partidarios. Estos discrepaban del grupo catalán, pero eran respaldados por el Papa.

Belenguer (2012: 84) recuerda como P. Vilar afirmó que en Caspe encontramos la revancha de Aragón sobre Cataluña, pues la crisis económica afectaba más al Principado. Y Aragón, con la ayuda de Valencia, supo imponerse. Además, la sentencia sirvió para que el trono catalano-aragonés pasara a manos de una dinastía extranjera, y así Castilla se convirtió en un reino reconocido que acababa de agrandar su territorio (F. Sabaté, 1997a: 385).

Conclusiones

Vilar afirma que la muerte del rey Martín I hizo estallar la crisis política y, con la sentencia dada en Caspe, se evidencia el fin de la colaboración entre el soberano y la burguesía catalana. Sin embargo, existió, por otro lado, una inversión de equilibrios entre las fuerzas de la España interior y la España mediterránea (P. Vilar 1987: 35). Aragón aplaudió la designación de los compromisarios, pues en ella vio el fin a las inestabilidades vividas en los años precedentes. Pero no todos se comportaron igual, pues también hubo reacciones violentas protagonizadas por aquellos que no aceptaron ni asumieron la resolución, puesto que no toleraban la sucesión extranjera al trono aragonés. La muerte de Martín “el Joven” supuso un claro golpe para todo el reino. Al mismo tiempo, las largas deliberaciones que se llevaron a cabo para dar una solución al problema durante más de dos años se presentaron como un hecho excepcional, dando como resultado la instauración en el trono del antiguo Casal de Barcelona de una dinastía extranjera. El hecho que tenga que hacer una breve exposición de lo ocurrido, ha comportado no poder profundizar en muchos aspectos, teniendo que sintetizar el cuerpo del texto, a la vez que componer un discurso que resulte esclarecedor. A lo largo del presente trabajo se han hecho diferentes referencias a la situación en la que se encontraba el territorio. Para comprender los cambios demográficos que hubo a lo largo del siglo XIV hemos de referirnos al concepto “crisis” entendiéndolo como una ruptura o cambio hacia una época peor que la de tiempos pasados.

¿Qué fue más importante: el cambio de dinastía o las pestes del siglo XIV? se pregunta, por otra parte, P. Vilar. En base a ambas opiniones, se puede argüir que lo ocurrido en Caspe fue el punto de inflexión, el detonante que agravaría la situación política pero también económica y social, que ya se estaba tejiendo desde antaño.

R. d’Abadal (2010: 285) afirmó que la decadencia no había comenzado en Caspe, sino que fue en tiempos de Pedro IV, viéndose agravada a partir de los hechos de 1412 y qué con los Trastámaras entró a reinar en Cataluña una nueva familia que, aparte de ser forastera en el sentido de no haber vivido el mecanismo político-social catalán y haber, en cambio, vivido otro muy diferente, el de Castilla, encarna una nueva idea, una nueva tendencia que se está abriendo en Europa, la de la monarquía absolutista del Renacimiento. Recordemos cómo a mediados de siglo XIV encontramos la Guerra de los dos Pedros, donde se enfrentaron Pedro “el Cruel” de Castilla y Pedro IV “el Ceremonioso”. Con la muerte del monarca, los funcionarios reales hubieron de afrontar los desastres y, a su vez, limitar las posibilidades económicas de una monarquía que se encontraba en estado de quiebra. Lo que no podemos negar es que en Caspe se traduce la situación interna de la Corona de Aragón, se evidencia la crisis social, económica e institucional que está sufriendo Cataluña desde mediados del siglo anterior.

Asimismo, los aragoneses se vengan de la decisión adoptada por Pedro IV durante la Guerra de las Uniones, pues este abolió en 1348 los Privilegios de la Unión, concesiones otorgadas por  el rey Alfonso II a la nobleza aragonesa y valenciana. Otro elemento remarcable es que la solución provocada por el Papa Luna fue aragonesa, pues el territorio estaba en ese momento más relacionado con la economía de interior, con una base agropecuaria y menos comercial y cuando el Principado entró en decadencia, fueron los aragoneses los que acapararon poder. Desde la visión aragonesa de los últimos años, se ha interpretado el reinado de Fernando I como un paso que abría un largo periodo de transformación política estructural, que a su vez comportó una mutación a todos los niveles dentro del devenir histórico de la Corona. Así pues, el período comprendido entre 1410 y 1416 se dibuja como un tiempo de acontecimientos aislados que se insertan plenamente dentro de una evolución que fluye hasta el reinado de Fernando el Católico. Se ha considerado, de este modo, que el reinado de Fernando I no supuso una ruptura ni una transformación de gestación genuina cuya intención radica en la apertura de un nuevo camino político, sino que se considera una etapa de transición.

Sabaté (2015a: 293) subraya el hecho de que cronistas contemporáneos a los hechos definieron la muerte del monarca sin sucesión como un castigo divino, tratando el problema desde antaño como una duda genealógica. Al contextualizar el tema se percibe claramente que la soberanía del territorio recayó en manos de los estamentos, siendo estos los que antepusieron sus intereses y a su vez, se dejaron orientar por el Papa. Como ya hemos apuntado, en un principio fueron los catalanes los que tomaron las riendas del proceso, pero después de que finalizase la Concordia de Alcañiz, fueron los aragoneses los que recondujeron el futuro de este proceso tal y como les convenía.

Si se trató de un momento pacífico o no, es algo que ha sido cuestionado por la historiografía sin llegar a un consenso mutuo. A partir del verano de 1411, las tensiones aumentaron y, después de la coronación del nuevo Rey, la disputa entre los Luna y los Urrea persistió hasta el punto de que el Conde de Urgel terminó por rebelarse. Este hecho muestra claramente que  catalogar este periodo como un tiempo de paz es una falacia.

Por lo que respecta a la situación política resultante, E. Sarasa y Font Rius defienden que, a principios del siglo XV, la Corona constituía una comunidad imperial mediterránea, basada en el respeto mutuo de las autonomías y de los juristas, quienes teorizaron sobre los principios de un Estado Constitucional. Este proceso cultural es fundamental en la disolución del sistema feudal en el territorio catalano-aragonés. Dicha teoría se fundamenta en la concepción de una monarquía limitada por un sistema de libertades y un orden legal establecido en continuo vigor para todos aquellos que están bajo órdenes del rey. Una realidad política que en conjunto tendría que recibir el nombre de Estado de Derecho. F. Soldevila (1973: 143) nos recuerda que, desde un principio, sólo se reunió el Parlamento Catalán y que, tanto Valencia como Aragón, divididos en bandos irreconciliables, no llegaron nunca a reunirse como único Parlamento.

Caspe supuso un desacuerdo entre la mentalidad de los monarcas castellanos y las concepciones tradicionales que se tenían sobre la forma de gobernar, y es ante este problema que J. Morales defiende que Caspe es un claro ejemplo de pactismo. Este sustenta que el Compromiso no fue un proceso para elegir un rey, pues este ya existía, sino una vía legal para adivinar la voluntad divina, dándose el pacto no en Caspe, sino en las concordias previas. Para Vicens Vives, la idea pactista cobró un nuevo sentido con la dinastía castellana, puesto que los representantes de la Corona habían actuado en nombre de la potencia extranjera. Sin embargo, tras la resolución se ha constatado que el autoritarismo castellano fue también rechazado por una parte de los altos cargos de la Corona. Con el acuerdo, la Corona de Aragón iniciaba su acercamiento a Castilla, creando el principio de la política hispánica que observamos con certeza después de la unión de Isabel I de Castilla con Fernando II de Aragón. Fernando de Antequera supo jugar mejor sus cartas y combinó la fuerza y la política, mientras que Jaime de Urgel quedo descartado, pues la actitud que adoptó a lo largo del interregno, le hizo perder seguidores. Castilla obtuvo uno de los éxitos más grandes de su historia y Fray Vicente Ferrer se limitó a obedecer las órdenes del Papa.

Tal y como nos recuerda P. Bertran (2015b: 385-415) la cuestión del Cisma de Occidente estuvo presente tanto en el reinado de Juan I como en el de Martín I. Durante el reinado del segundo, el Papa se acercó todo lo que pudo a su figura, como también lo hizo con su hijo Martín “el Joven”. A su muerte se rompían todos los esquemas de Benedicto XIII, pues para el monarca quedó en un segundo plano el problema religioso. Pero a la muerte de Martín I, fue el citado Papa el que acaparó el verdadero papel decisivo durante el tiempo del interregno, y su intervención no obedeció tanto a razones de legalidad como de utilidad, pues hizo creer que la elección era la vía para impedir una guerra con Castilla. Si no hubiese existido la situación concreta del Cisma de Occidente incidiendo en la Corona, probablemente la solución al problema sucesorio habría sido muy distinta, quedando así, el antipapa al margen. Recordemos que Benedicto XIII quería imponerse en Roma y, para llevar a cabo tal acción necesitaba apoyo de aquel que había decidido que sería el futuro rey. No olvidemos que precisaba el respaldo de aquel candidato más poderoso, ya que sólo ése sería capaz de ayudarle a consignarse en Roma. Para una mayor comprensión de lo ocurrido, hemos de destacar cuáles fueron los tres momentos claves del período analizado. El primero comprende lo ocurrido en Valdoncella, pues allí se estableció el modelo a seguir para buscar sucesor, el segundo, fue la Concordia de Alcañiz, momento en que se estipuló el proceso que se debía adoptar en Caspe y, por último, y como cierre de este gran problema, la Sentencia adoptada el 28 de junio, que fue la decisión definitiva. Cabe comentar, en primer lugar, la falta de decisión de Martín I, pues el hecho de no dejar testamento generó el problema acarreado por espacio de dos años. En segundo lugar, existe una incongruencia a la hora de apoyar una solución no de ley, es decir, menospreciada por el criterio jurídico, pues nadie se atrevió a frenar al personaje de Benedicto XIII.

No hemos de olvidar que Mallorca quedó fuera de tal problema, debido al sentimiento urgelista que predominaba en el territorio. Este hecho fue determinante a la hora de no poder participar ni en los Parlamentos ni en la elección, quedando así apartados de todas las deliberaciones. F. Soldevila (1973: 147) añade, sobre estas acciones, que los aragoneses siempre negaron la participación a los mallorquines sin alegar motivo. Otro punto relevante es el papel condicionante que el pontífice tuvo a lo largo de este período, pues movió a todo el reino en favor de sus intereses, siendo considerada esta práctica como una imposición papal. El Compromiso de Caspe ha sido tratado y condicionado por el nacionalismo. Se han celebrado múltiples actos culturales, como también congresos para conmemorar tanto la muerte del Rey como la Sentencia, quedando Cataluña y Valencia en un segundo plano.

En este trabajo hemos visto estudios actualizados, asimismo, siguiendo a F. Sabaté hemos de interpretar lo ocurrido saliendo de la línea tradicional, estudiar los hechos contemporáneos al interregno y dejar en un segundo plano el tema de la crisis dinástica. A día de hoy no se percibe una conclusión conjunta, sino que todas ellas son dispares, pues depende de quién lo ha interpretado, cómo y en qué período de la historia. Se han lanzado afirmaciones desde el territorio catalán, como que fue una venganza aragonesa,  siendo la sentencia un acto donde encontramos una iniquidad perpetrada en Cataluña que dio paso a la ruina del principado. Por el contrario, y en aquellas visiones de historiadores de corte castellanista, se ha afirmado que fue el auge de Castilla lo que llevó a la creación de España. Es por eso que he llegado a la conclusión de que no ha sido considerado de igual manera por los diferentes estudiosos que han dedicado parte de su trabajo a este episodio de nuestra historia. La imagen generada sobre el Compromiso está determinada por múltiples variables, especialmente por la procedencia geográfica, política o social de cada historiador. Partiendo de unos hechos políticos determinados, las conclusiones extraídas sobre la base de los mismos, fluyen por caminos divergentes.

Elisa Bondía Suñé

 

 

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