Empezaban los ochenta y las cosas cambiaban en España. También en Caspe. Entre otras cosas, los jóvenes exigían espacios creados «ad hoc» para disfrutar de su ocio lejos de injerencias paternas y ocasionales fisgones. Lugares en los que beber alcohol, escuchar «su» música, bailar, achucharse o fumar lo que les apeteciera. Existían las discotecas, pero había llegado el momento del «pub». Un «pub», también llamado Disco-Bar, era un bar un poco apañado, con música y horario golfo en el que no solían entrar los padres. Todos los pueblos tuvieron al menos uno.
A principios de los ochenta, Caspe era una pequeña Gomorra. Tenía varios puticlubs, discoteca y también pubs diversos. El Minerva, en la parte trasera del bar Cartujo, era el que tenía más empaque, y seguramente mayor inversión. El Plantel de Extensión Agraria, en un piso en el Toril, combinaba el espíritu de un pub con la autogestión cooperativa y apostaba por el incipiente Heavy Metal. El «Bahía» en la calle Mayor era pub pero también era cafetería, un híbrido agradable y muy funcional.
En la embocadura de la Calle Borrizo, el «Gurugú», abría sus puertas en un inmueble que parecía cualquier cosa menos un lugar de ocio. Aquella excéntrica ubicación le daba un aire de misterio que se amplificaba una vez dentro a causa de su peculiar distribución, su atmósfera oscura y su aire casi comunal. En el «Guru» sonaban el It’s Alive de los Ramones, La Orquesta Platería y Golpes Bajos. Sex Pistols, Sisa y los Rolling Stones. New Order, Alaska y la Velvet Underground. Todo maravillosamente junto y revuelto.
Durante unos años fue, con permiso del antiguo «Maravilla» y el todavía vivo «Divina», el sitio más cool de Caspe. Con los años, su propia leyenda acabó devorándolo y hoy es, simplemente, uno más de los cientos de lugares olvidados del gran Caspe de nuestra memoria.
Cuando pasen por la puerta, aunque les parezca un lugar abandonado, santigüense, por si acaso.
