Episodios de una Guerra Interminable

Se acaban de cumplir (me tienta utilizar otro verbo) treinta y siete años de la muerte de Francisco Franco Bahamonde. Esto significa que ya ha pasado tanto tiempo, que quien rigió el destino de España durante casi cuarenta años es ya un perfecto desconocido para millones de ciudadanos. Por ejemplo, muchos de los más jóvenes han conocido aquella época, el franquismo, a través de Cuéntame. Miles de bisoños españoles “fliparon” al ver que todo cabía dentro de un seiscientos, o al comprobar que se podía sobrevivir sin ni tan siquiera tener teléfono fijo en casa; “alucinaron” al enterarse de que existía la censura, que las huelgas estudiantiles no era un invento moderno, una “cosa” que se llamaba Dirección General de Seguridad…No diré que Cuéntame o Amar en tiempos revueltos han salvado los muebles en relación al conocimiento de aquella época. Pero menos da una piedra.

Luego están los otros, los que son un poco menos jóvenes. Aquellos que, como yo, nacimos cuando Franco todavía vivía, decrépito, pero con la suficiente mala leche como para seguir firmando sentencias de muerte. Durante nuestra infancia el franquismo sonaba a un pretérito no demasiado anterior. Todavía inaugurábamos las películas con el NODO, nos gastábamos los duros con la efigie de Franco y contemplábamos a algún nostálgico con camisa de Falange andando sin ser consciente de no ser más que un triste despojo de la Historia. Mi familia no militó nunca en movimientos antifranquistas. Solo fueron unos más de los millones de españoles que ansiaban la llegada de la democracia. El caso es que no invirtieron el tiempo en hablarme ni bien ni mal de Franco. Por ejemplo, mi tío no me contó nunca que los falangistas le dieron de beber aceite de ricino, siendo un niño, por mangar naranjas con las que saciar el hambre de la década de los cuarenta (lo hizo mi padre, y no hace mucho). A lo que iba: somos muchos los que conocimos el franquismo solo de refilón.

Sin embargo, hemos tenido tiempo y manera para acercarnos al régimen dictatorial: los más sesudos, han optado por los ensayos; no faltan buenos trabajos (si bien hay menos, muchísimos menos, que sobre la Guerra Civil, y para comprobar lo que digo solo hace falta pararse en el escaparate de una librería cualquiera). Otros, mucho menos interesados pero valientes, se decantaron por el cine. Digo que son valientes porque películas como Las 13 Rosas, Salvador y un largo etcétera, sirvieron y sirven para conocer los rasgos más lúgubres de la dictadura. Serán muy buenas, pero hace falta un estómago bastante resistente para verlas.

Otros han optado por la vía intermedia: la literatura. Ese campo lo cultivó de forma libre y muchas veces imaginativa una brillante generación de escritores que vivió el franquismo en primera persona (Luis Martín Santos, Juan Benet, Ignacio Aldecoa o Juan Marsé) y, hoy, muchos escritores, que por edad no pudieron experimentar sus nefastas consecuencias, pero que, de una u otra forma, construyen sus proyectos literarios en torno a esa época. Hablo de voces muy nuevas como Javier Pérez Andujar y Los príncipes valientes o  Use Lahoz con Los Baldrich o La Estación Perdida. Es otra forma de acercarse a aquel tiempo, no tan académica, pero más accesible y amena.

Aún con todo, en este peculiar fondo de armario de la historia reciente de España, sigue quedando mucho sitio. Y no es que lo diga yo: la señora Almudena Grandes también opina lo mismo. Por ello, y evocando a su admirado Benito Pérez Galdós, comenzó hace un par de años a publicar un proyecto muy interesante, los Episodios de una Guerra Interminable. Transcribo el plan de la obra (se anota en negrita el nombre del libro y a continuación, el contexto histórico en el que se desarrolla y las fechas):

 1. Inés y la alegría. El ejército dela Unión Nacional Española y la invasión del valle de Arán, Pirineo de Lérida, 19-27 de octubre de 1944

 2. El lector de Julio Verne. La guerrilla de Cencerro y el Trienio del Terror, Jaén, Sierra Sur, 1947-1949.

 3. Las tres bodas de Manolita. El cura de Porlier, el Patronato de Redención de Penas y el nacimiento de la resistencia clandestina contra el franquismo, Madrid, 1940-1950

 4. Los pacientes del doctor García. El fin de la esperanza y la red de evasión de jerarcas nazis dirigida por Clara Stauffer, Madrid-Buenos Aires, 1945-1954.

 5. La madre de Frankestein. Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo dela España nacionalcatólica, Manicomio de Ciempozuelos (Madrid), 1955-1956

6. Mariano en el Bidasoa. Los topos de larga duración, la emigración económica interior y los 25 años de paz, Castuera (Badajoz) – Eibar (Guipúzcoa), 1939-1964.

Esto promete, me dije, nada más leer la carta de presentación de los seis libros al dejar atrás la portada del primero de ellos.

Inés y la alegría consiguió engatusarme desde el primer momento. Tanto como lo hizo el personaje central, Inés, una chica de familia bien del Madrid de 1936, hermana de un falangista, por más señas. El 18 de julio la sorprende sola en casa y, pronto, se dejará seducir por la causa de los “otros”, llegando a convertir su casa en una oficina del Socorro Rojo. Tras probar en sus carnes la “Paz de Franco” en el terrible presidio franquista del que logra salir por la mediación de su hermano, vivirá unos meses de nuevo encerrada, esta vez, dentro de una vida que no quiere y que por fin conseguirá dejar atrás. Se llevará con ella unos compañeros de viaje que le acompañarán durante el resto de su vida: el cariño de su cuñada, la pasión por la cocina y 5 kilos de rosquillas.

Aunque no será por ganas, no debo desgranar muchos más detalles sobre cómo Inés contacta con la guerrilla antifranquista, Galán y el resto de sus compañeros, para convertirse en La Cocinera de Bosots. Tampoco sobre todo lo que pasa después, que es mucho e interesante. Lo que sí puedo asegurarles es que Almudena Grandes combina con maestría el relato novelado con pequeñas dosis de información muy veraz, como si de un ensayo se tratara, en torno a los sucesos históricos que se entremezclan con el tránsito de los personajes de su novela, reales e inventados.

Hacía tiempo, mucho tiempo, que no disfrutaba tanto con un libro.

 Con el éxito de la primera novela de la serie, El lector de Julio Verne lo tenía difícil (al menos conmigo). La trama se construye a partir de los recuerdos de Nino, hijo de un guardia civil destinado en un pueblo al lado de un monte por el que los maquis campan a sus anchas (el relato se desarrolla en Jaén pero podría haber sido idéntico en Teruel, en León…). De inicio la historia no pinta mal, pero el hecho es que me resultó mucho más atrayente el contexto histórico de Inés y la Alegría que el de esta segunda entrega. Era mucho más suculento el devenir de unos personajes que formaban parte de la Historia grande, la que va con mayúscula, que la que se cuenta en torno a la Sierra Sur de Jaén, pues no es lo mismo ver desfilar en una narración a Jesús Monzón, La Pasionaria, Carrillo, Carmen de Pedro y compañía, que a los compañeros del padre de Nino, miembros del cuartel dela Guardia Civil, o a los habitantes de Fuensanta de Martos.

Aún con todo, la novela consigue atrapar al lector porque los personajes, tanto los principales como los secundarios, están, otra vez, muy acertados. Las penurias de los españoles en la década de los cuarenta, principalmente las que afectan a los familiares de los que perdieron la guerra (pobres y perseguidos), chapotean la narración sin conseguir ahogarnos en un baño de lágrimas. Me pareció especialmente atractiva la aproximación que hace la autora en torno a los componentes de la GuardiaCivil.Estos, que tampoco disfrutaban (como la mayoría de los españoles) de una situación boyante económicamente hablando, se enfrentaban a todos sus miedos cuando les tocaba ir a la patrulla no deseada, exponiéndose a los del monte. Otro de los rasgos no demasiado conocidos de la Benemérita en los años más oscuros del franquismo, y que Almudena Grandes también refleja en la trama, es el caso de aquellos guardias “rebeldes”. Es un hecho probado que no todos disfrutaban pegando palizas ni aplicando la ley de fugas.

Episodios de una Guerra Interminable es mucho más que novela histórica al uso. Son bocados muy bien administrados de una Historia de la que todavía queda mucho por contar. Espero con impaciencia la tercera entrega.

 Amadeo Barceló

Fotografía  realizada en la plaza de España de Caspe en 1945. Cedida por Carmen Royo.

 

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