Kimbra y Lykke Li: dos discos entre las luces y las sombras.

 

Reconozco que el título de este artículo no es muy acertado. Pero es la única forma que se me ocurre ahora mismo para presentar y recomendar a los lectores de El Agitador dos discos con tantas diferencias entre sí. Un simple vistazo a las portadas de The Golden Echo de Kimbra y de I Never Learn de la Lykke Li basta para intuirlas. En el primero, la figura de Kimbra, vestida con largo y brillante vestido, aparece apoyada en un reloj de arena sobre un profundo paisaje dominado por un luminoso cielo azul que prácticamente se extiende por toda la portada. La cubierta de Lykke Li, por el contrario, es un retrato en blanco y negro en el que su efigie, con las manos cruzadas en el pecho y una mirada triste y melancólica, cubre toda la carátula como salida de una galería de pintura barroca.

Kimbra saltó al panorama internacional desde la lejana Nueva Zelanda hará cosa de tres años, al acompañar a Gotye en «Somebody that I Used to Know» (sí, aquella canción repetida entonces hasta la saciedad…). Sin embargo, sus canciones, pronto reunidas en un disco de tirada global titulado Vows, dejaban entrever que la neozelandesa poseía una voz propia y singular, alejada de la magnitud de este hit, y más cercana a la experimentación musical. De hecho, el anuncio de un nuevo disco de Kimbra para este año había levantado no pocas expectativas, a juzgar por sus colaboraciones con compositores como Van Dyke Parks, o con Janelle Monae, y la notable nómina de contribuciones anunciada para el nuevo álbum. Al menos hasta que apareció el inclasificable primer single del disco, «90’s Music», que pronto dividió a la crítica entre detractores que consideraron la canción como una verdadera locura, y preveían un disco desorbitado, y quienes la recibieron como una absoluta genialidad. Personalmente, no he conseguido llegar a una conclusión clara a este respecto. Juzguen ustedes mismos.

Por suerte, la escucha completa del disco queda lejos de los peores presagios de megalomanía suscitados con el single anterior, y muestra a Kimbra como una artista con grandes inquietudes y personalidad. Es cierto que su gran fascinación por los sonidos y arreglos vanguardistas, y por jugar una y otra vez con la manipulación de las voces, nos alejan en ciertas ocasiones de sus propuestas, lastradas en sus posibilidades por un exceso de producción, como sucede en la mencionada «90’s Music» o en «Everlovin’ Ya». Pero en otras, esta misma ambición y búsqueda de la complejidad es capaz de componer grandes canciones, sobre todo cuando Kimbra parte de estructuras propias del funk, el R&B y el soul. La misma alusión al reloj de arena de la portada, o el título del álbum, demuestran este deseo de Kimbra por entroncar con la edad dorada de la música negra desde el siglo XXI. Así, el funkie «Miracle» es el corte más luminoso y vitalista del disco, mientras que «Rescue him» aparece como una gran balada R&B, especialmente en su segunda parte, al tiempo que «Love in High Places» es otra de las canciones acertadas de Kimbra en nuestra opinión. Puede que The Golden Echo no sea un disco redondo, y que a pesar de la luz que trata de trasmitir arroje ciertas sombras y se quede finalmente en tierra de nadie al intentar conectar el presente con el pasado. Sin embargo, nos da a conocer una artista a tener en cuenta de ahora de adelante, que demuestra tener gran capacidad musical y talento para crecer y renovarse disco a disco.

 

 

El álbum Lykke Li mientras tanto, posiblemente terminará por engrosar todos los listados de discos del año de la crítica especializada. Con una trayectoria ya acusada, la cantante sueca alcanza con su tercer disco su consagración -colaboró en el último disco de David Lynch, y se ha marcado un dueto con Bono en el reciente Songs of Innocence de U2-, y confirma que el panorama musical en Suecia, como el literario, es algo para tener muy, pero que muy en cuenta. En principio, I Never Learn es un disco coherente, construido con eficacia para funcionar como una oda al desamor (el título no deja lugar a dudas…). Bajo una patente atmósfera de melancolía y angustia, en la que es fácil penetrar gracias a las características de las canciones (eso que llaman algunos torch songs) que componen este trabajo, Lykke Li busca esencialmente conmover. Para ello, en esta ocasión Li se sirve de influencias del rock y el folk de los años sesenta y setenta, que combina con arreglos orquestales en perfecta sintonía con los fines líricos que intenta trasmitir. Como ejemplo, no hay más que escuchar himnos solemnes como la propia «I Never Learn», «No Rest for the Wicked», o «Gunshot». Por no hablar de una de mis preferidas, la desgarradora «Love me like I’m not Made of Stone», donde la voz de Lykke Li tan apenas es acompañada de una guitarra acústica.

 

 

El de Lykke Li es un disco sombrío, que persigue la emotividad sin contemplaciones, y donde todos los recursos utilizados sirven a este mismo objetivo, y lo consiguen. Otra cosa es que su escucha nos lleve a preguntarnos para qué una enésima vuelta de tuerca al tema del desengaño amoroso a través de caminos mil veces trillados. Ojo, ello no quiere decir que este no sea un buen disco. Pero al compararlo con el anterior que hemos comentado, nos sitúa ante este dilema: ¿búsqueda de riesgos y ambición por el pop de vanguardia, o apelación a la emotividad desde una cuidada producción, por manida que parezca? Aunque ahora que lo pienso, para qué elegir… ¿Quién dijo que tienes que escuchar siempre lo mismo, que te tiene que gustar un mismo género o estilo, una época musical, o lo que sea?

 Óscar Adell Ralfas

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