Durante la celebración del Sexto Centenario podrá visitarse la casa que fuera de la familia Bosque en la calle Morera. Gracias a la Asociación de Amigos del Castillo y a la peña Restojo, el corral ubicado en la parte posterior del inmueble así como algunas estancias de la planta baja permanecerán durante cuatro días abiertos al público. Es una excelente oportunidad para conocer como vivía una familia burguesa en el Caspe de finales del siglo XIX y principios del XX, así como para interesarse por la historia de la familia Bosque y muy especialmente por el miembro más destacado de la misma, el político republicano Rafael Bosque Albiac. Una exposición coordinada por Bajoaragonesa de Agitación y Propaganda narra en cuatro amplios paneles los hitos más importantes tanto del inmueble como de las personas que un día lo habitaron. Se acompaña abundante material fotográfico y documental, en algunos casos totalmente inédito.
Por su interés, reproducimos a continuación el contenido de dichos paneles.
1. UNA CASA CON ENTRAÑAS.
La calle Borrizo no destaca precisamente por sus edificios. Se trata, más bien, de una vía humilde que solo en su último tramo, ya cerca del antiguo Portal de Valencia, luce un par de edificaciones capaces de sugerir el esplendor que, quizá, un día alcanzó. Una de ellas lleva años cerrada y expuesta al abandono, camuflada su antigua grandeza entre la atonía de otras fachadas mucho más modestas. Si preguntas por esa casa de tenues tonos rojizos y balcones elegantes es poco lo que obtienes. Alguien es capaz de recordar que perteneció a los Bosque, que desde la calle podía oírse el sonido de un piano tocado por manos expertas, que el tío Bosque, con su gabardina y su maletón, fue el último en frecuentarla. Poco más. Desde entonces sigue ahí, envejeciendo física y psíquicamente. Sí, psíquicamente. También las casas tienen psique, espíritu, alma. Hablo de las huellas que en ellas han ido dejando quienes un día las construyeron o habitaron, quienes conocieron entre sus paredes la felicidad o la desgracia, quienes las llenaron de risas y juegos o quienes echaron definitivamente la llave y se fueron con la música a otra parte.
El caserón de los Bosque es mucho más grande de lo que aparenta. Su fachada noble mira a la calle Borrizo y a la calle Morera las puertas de lo que hoy llamaríamos corral. En realidad, un elegante espacio porticado con amplia escalinata en torno al cual se ordenan diversas dependencias vinculadas a la actividad productiva de la casa. Un edificio señorial con salones y cocinas, con corral, granero y aljibes subterráneos en los que acopiar el vino y el aceite. Un espacio bien definido en el que los señores disfrutan de su posición y otro mucho más funcional en el que el servicio trajina en silencio. Salas asépticas en las que recibir a medieros, tributarios y administradores y otras más suntuosas en las que celebrar los rituales de la vida íntima y familiar. Dos espacios casi antagónicos unidos bajo un mismo techo sin llegar nunca a mezclarse. Una dualidad que nos remite al fundo, a la villa romana, y que evidencia el carácter agropecuario de las rentas que permitieron pagar su construcción allá por, si hacemos caso a la inscripción que corona su puerta principal, 1770.
¿Quién construyó la casa? No podemos responder a esa pregunta. Pero sabemos que quienquiera que fuera no se apellidaba Bosque. En 1770 los Bosque todavía no habían desembarcado en Caspe. Tendrá que pasar más de un siglo hasta que una partida de nacimiento diga que, en 1883, el que habría de ser gobernador civil de Asturias, nació en el número 25 de la calle Borrizo donde su padre, Leopoldo Bosque Calved tenía fijado su domicilio. Teniendo en cuenta que el número de policía de la casa es hoy el 45, se nos plantea una compleja disyuntiva: O vivían en la misma calle pero en otro inmueble distinto o bien vivían en este mismo inmueble si bien la numeración era otra. O Leopoldo Bosque Calved compró esta casa después de 1883 trasladándose desde una vivienda situada en otro número de la misma calle o en algún momento, entre 1770 y 1883, la casa entró en el patrimonio de los Bosque. ¿Por qué título? ¿La heredó Leopoldo de su madre Tomasa Calved? ¿La compró su padre, Bernardo Bosque, en tiempos de desamortizaciones y ventas sumarias? ¿La aportó a la sociedad conyugal su esposa Leonarda Albiac? ¿Se la compró él mismo a alguna familia de noble cuna pero ayuna de fondos? Lo que está claro es que alguien como Leopoldo Bosque, un burgués, abogado, juez, hombre de mundo, no hubiera mandado construir una casa como esta.
Acabemos por el principio. Volvamos a la psique, al alma, al espíritu de este edificio. En algunas salas que, por motivos de seguridad, no pueden visitarse cuelgan, hechos jirones, restos del colorido papel que un día cubrió las orgullosas estancias donde los Bosque vivían como lo que eran, gente adinerada y pudiente. Viejas arañas de cristal, muebles hoy decrépitos, han sobrevivido al olvido ahogados por la herrumbre y el polvo. En la pared de una de las galerías exteriores manos inexpertas trazaron con infantil caligrafía la crónica emocional de aquellos años en los que la casa bulló de actividad, en los que hubo niños corriendo y jugando y adultos que cobraban sus rentas y temían a Dios mientras los criados, intentando no hacer ruido, se preocupaban de que las cosas estuvieran en su sitio y los ingresos nunca decayeran. Las manos de aquellos niños felices que escribieron sus nombres junto a los rostros de sus héroes de infancia poseían una firmeza que ha permitido que todavía hoy podamos admirar su humilde obra. Sus trazos hablan claro: mientras empuñaban aquellos lápices con los que los demás niños de Caspe ni se atrevían a soñar, eran felices. Por eso duele mirarlos, porque hoy sabemos mucho más de lo que ellos sabían en aquel momento. Sabemos todo lo malo que la vida les había reservado. Sabemos como acabaron sus sueños, como acabaron todos ellos y como ha acabado la casa.
2. UNA FAMILIA PROMINENTE.
No sabemos en qué momento llegó Don Bernardo Bosque a Caspe ni qué le trajo por aquí. Sí sabemos que nació en el Mas del Labrador, un núcleo hoy abandonado próximo a Valjunquera, y que, una vez en Caspe, se casó con la caspolina Tomasa Calved. Sabemos también que todo ello ocurrió antes de 1856 que es cuando nació su hijo Leopoldo Bosque Calved. Sabemos que también tuvo una hija. En relación a los motivos de su venida podemos aventurar algunos teniendo en cuenta que su hijo Leopoldo fue abogado y juez en una época en la que en España muy pocos ciudadanos podían serlo. Pudiera ser que el mismo Don Bernardo llegase a Caspe para hacerse cargo de alguna magistratura o cargo o cabe que perteneciera al amplio contingente de apellidos ilustres que a lo largo del siglo XIX tomó posesión de las grandes fincas que la desamortización de los bienes eclesiásticos puso en el mercado para que hombres ricos, la mayoría de las veces sin vinculación con el territorio, pudieran comprarlas a buen precio. Coincide que algunos de los apellidos ilustres caspolinos provenían del Bajo Aragón turolense.
Lo importante es que Leopoldo Bosque Calved ya era cien por cien caspolino. Nació en Caspe en 1856, se casó con la caspolina Leonarda Albiac Barea, ejerció su profesión de juez en Caspe, poseyó bienes en Caspe, dio hijos a Caspe. En 1883, a las cuatro de la mañana del día nueve de noviembre, nació su primogénito Rafael. Exactamente diez años después, el diez de noviembre de 1893, nacería Leopoldo Lucio Antonio. Otros dos niños vendrían al mundo en el seno de aquella familia, Javier y Luscinda. Tanto Rafael como Leopoldo fundarían, a su vez, sus propias familias. Javier y Luscinda se mantendrían solteros de por vida y vivirían y morirían en la casa familiar. De Javier se dice que era algo arisco y que, como consecuencia de una enfermedad venérea contraída en la juventud, cojeaba. Luscinda era lo que se dice una señorita pero se le atribuye un carácter algo excéntrico. Era inteligente, había estudiado la carrera de piano, instrumento que tocaba con maestría y era ella la responsable de los conciertos que todavía recuerdan algunos vecinos de la calle. Vivía sin radio y, al parecer, sufría algún tipo de enfermedad o dolencia de la piel que le llevaba a cubrirse el rostro con un velo y a no mostrarse habitualmente en público. No parece que fueran personas afortunadas.
El catorce de diciembre de 1907 fallecía el patriarca de la familia Bosque. Tenía cincuenta y dos años. Los mismos con los que asesinarían a su hijo Rafael veintinueve años después. Un recordatorio dice que murió en Madrid y que lo hizo con honores de Jefe Superior de la Administración Civil. ¿Había ido ascendiendo el juez caspolino hasta llegar a Madrid al final de su carrera? ¿Vivieron los Bosque en Madrid en compañía de sus padres? Lo cierto es que Rafael cultivó buenas amistades en la capital del reino, que picó alto y que ese fue uno de los rasgos que marcó su posterior carrera política. El mismo año del fallecimiento de su padre, el veintidós de julio, Rafael había contraído matrimonio con Joaquina Borraz y Gaudó (en algunos documentos consta como Gadea) una joven guapa y elegante, hija de un militar que había estado destinado en las Filipinas. A rey muerto rey puesto. El clan Bosque no quedaba descabezado con la desaparición de su fundador. Con veinticuatro años, un matrimonio reciente y el título de abogado en el bolsillo el joven Rafael Bosque Albiac lo tenía todo para ocupar el lugar que el orden social le tenía reservado desde el nacimiento y para garantizar el mantenimiento de la grandeza de una familia prominente.
Un año más tarde, en 1908, nacería el primero de los hijos de Don Rafael y Doña Joaquina. Leopoldo se iba a llamar. Como el abuelo recientemente ido. Y como el tío. Otros cuatro hijos vendrían después. Julio, Mario, Eduardo y Amparito. Aquella familia numerosa necesitaba su propio nido. La vieja casa de los Bosque de la calle Borrizo quedaba para la viuda de Leopoldo y para sus hijos todavía pequeños. Con el tiempo se convertiría en el bunker en el que los dos hermanos solteros acabarían recluidos muy lejos de los vaivenes del mundo. Conocemos dos de los dos domicilios que Rafael y Joaquina ocuparon en Caspe. Uno en la calle Rosario, en la casa que luego acogería el horno del Pilar, un inmueble poco destacado para la calidad de sus moradores y en el que, previsiblemente, fue detenido por sus torturadores en julio de 1936. El otro ya es otra cosa. En diciembre de 1922 Rafael Bosque, de quien se dice que era muy aficionado al juego, resultó agraciado con el premio Gordo de la Lotería Nacional que le reportó la nada desdeñable cantidad de cuatrocientas cincuenta mil pesetas. ¿Qué hizo con tanto dinero? Pues lo que hubiera hecho cualquiera: comprarse el Palacio de Chacón e irse a vivir allí a disfrutar de la vida en compañía de su mujer y sus hijos.
Leopoldo Lucio Antonio se casó con Carmen Gros Serrano. Los Gros también formaban parte del núcleo duro de las buenas familias de aquel Caspe. Su casa todavía existe y está ubicada a escasos metros de la casa de los Bosque en dirección al Portal de Valencia. Poseían tierras y ganado y estaban emparentados con los poderosos Gros de Bujaraloz. Todavía los más mayores recuerdan perfectamente a Carmen Gros, la “Grosa”, aquella mujer enérgica que solía vestir como una amazona, con polainas y una fusta entre los dedos, tal era su afición a montar a caballo. Leopoldo Bosque y Carmen Gros acabarían separándose después de la guerra y llevando vidas independientes. Tuvieron tres hijos. Emilio, Maria del Carmen y María Jesús. Son los únicos Bosque que todavía viven. Emilio es catedrático emérito de filología alemana de la universidad de Salamanca, ciudad en la que reside. Él me ha proporcionado muchos de los datos.
A la muerte de sus hermanos, Javier y Luscinda, esta última en 1965, la vieja casa se convirtió en el hogar de Leopoldo Bosque Albiac. Separado de su esposa y alejado de sus hijos, Leopoldo era el único Bosque que mantenía viva la llama del hogar en la vieja casa de la calle Borrizo. Al decir de muchos, hasta que le sobrevino la muerte, llevó una vida extraña. A él pertenece la estampa de ese “tío” Bosque que recorría las calles de Caspe parapetado tras una gabardina vieja y que para muchos vecinos se convirtió, al cabo de los años, en la única imagen de una familia por aquel entonces ya casi extinguida y olvidada por todos.
3. RAFAEL BOSQUE ALBIAC O EL VIRUS DE LA POLÍTICA.
Qué distintas hubieran resultado las cosas para los Bosque si Rafael se hubiera limitado a cumplir con las especificaciones de su ADN social. Había muchos señoritos como él en Caspe y todos tenían las cosas bien claras. Bastaba con alternar con los de su clase, preocuparse del cobro puntual de las rentas, vigilar para que los medieros no se quedasen con nada que no fuera suyo, cumplir con la Iglesia, urdir una buena boda y parecer un caballero. Tenían buenos cafés y un casino en el que echar sus partiditas entre iguales; podían caminar por las calles arropados por esa superioridad que su posición les otorgaba y que les habilitaba para no tener que bajarse nunca de la acera o mirar a las mozas con descaro; podían coger el tren cuando quisieran y marcharse a Zaragoza o más lejos, a Barcelona o Madrid, a correrse una juerga o a cortarse un buen traje y, si a alguno le picaba el gusanillo de la política, pues para eso estaba el Ayuntamiento, o los sindicatos agrarios, que todo era ir probando y, entre amigos, bastaba con repartir bien. Todo era posible para un señorito, pero siempre dentro de un orden.
¿Por qué Rafael Bosque se empeñó tan pronto en salirse del guión? En 1909 ya lo encontramos dando guerra, como concejal, en el ayuntamiento caspolino y en 1911 en plena refriega política regional. Desde “La Correspondencia de Aragón”, periódico que acabaría siendo de su propiedad, se batiría el cobre como aguerrido redactor jefe. Fundado por el periodista zaragozano José García Mercadal se posicionó, desde un principio, en la defensa de la ideología radical en Aragón teniendo entre sus directores a Álvaro de Albornoz, con quien fraguaría una amistad que conservaría siempre y que, previsiblemente, le abrió muchas puertas. ¿Por qué aquel joven señorito caspolino, presidente de las Juventudes Lerrouxistas aragonesas, se empeñaba en 1911 en disputar el acta de diputado en Cortés por el distrito de Valderrobres al mismísimo Antonio Royo-Villanova sufriendo, por cierto, una severísima derrota? ¿Por qué cultivaba la amistad del anarquista caspolino Manuel Buenacasa llegando a pagarle la fianza para que pudiera salir de la cárcel de Predicadores donde había sido ingresado por dirigir una huelga general? En 1913 Rafael Bosque colabora con el diario madrileño “El Imparcial”, propiedad de su muy estimado amigo Rafael Gasset, ministro en varias ocasiones. En 1916 preside una huida en masa de electores del distrito de Caspe desde el partido liberal de Romanones al liberal conservador de Eduardo Dato inmediatamente después de que este último perdiera las elecciones. Quien iba a decirlo de alguien que acabaría siendo tachado como “anarquista con fajín”. En 1918 Bosque vuelve a disputar el acta de Diputado, fracasando de nuevo en el empeño. Será en abril de 1923 cuando, por fin, conseguirá aquello que tanto había perseguido, y esta vez en el Distrito de Caspe-Pina, venciendo, en una campaña que resultó especialmente sucia por parte del Heraldo de Aragón, al que fuera su propietario, Antonio Mompeón Motos. En realidad, su victoria se gestó en los demás pueblos del distrito porque en Caspe el vencedor fue su adversario. Paradoja o anticipo de la división y el rechazo que un tigre de la política como Bosque empezaba a generar en su pueblo entre quienes quizá no vieran con buenos ojos su febril dedicación.
Apenas tuvo tiempo a tomar posesión de su acta y a intervenir en una sesión parlamentaria antes de que, en septiembre de 1923, el General Primo de Rivera cerrase las Cortes y enviase de nuevo a Bosque a su casa. De vuelta en Caspe, Bosque no se limitó a hibernar en espera de la vuelta de las oportunidades. Aunque se había colegiado como abogado en Zaragoza en 1915, en 1925 se dio definitivamente de baja. Si alguna vez ejerció libremente la profesión, aquello se había acabado. Al patrimonio que por herencia familiar poseía, se sumó el aporte del premio del Gordo de la Lotería obtenido en 1922. Bosque tenía de sobra para vivir bien, como él quería, y poderse dedicar a su pasión: la política. En 1930, vuelve al Ayuntamiento de Caspe al frente de la comisión de Hacienda en una corporación presidida por su amigo Emilio Tapia. Lo primero que hará será investigar la actividad del alcalde saliente, el mismo que propició su salida del consistorio cinco años atrás mediante una corporación impuesta gubernativamente en la que figuraban la práctica totalidad de los viejos nombres de la política caspolina. José Latorre Timoneda fue un buen alcalde si consideramos la cantidad de cosas que hizo durante su mandato. Pero cometió fallos y Bosque se había empeñado en sacarlos a luz pública. Sus tareas investigadoras levantaron la pista de lo que sería el gran escándalo político de la época: la adjudicación de los trabajos de traída de aguas y saneamiento a Caspe a la empresa Compañía Madrileña de Contratas en 1927 había supuesto un quebranto a las arcas municipales de doscientas veinticinco mil pesetas cuyo destino no se conseguía justificar. Con ese descubrimiento Bosque había arrojado una piedra al hasta entonces tranquilo estanque de la política local cuyas ondas habrían de costarle la vida seis años después.
Y entonces llegó al República. Corría 1931 y Bosque podía volver a la lucha en donde más le gustaba. Sus aspiraciones miraban mucho más allá de Caspe y la victoria de los suyos le abría puertas que el Golpe de Primo de Rivera cerró. Su tarea en Caspe tenía sucesor en el joven y carismático José Latorre Blasco que continuaría desde el ayuntamiento la tarea depuradora de responsabilidades que él había iniciado. De 1931 a 1933 Bosque desempeñaría el cargo de Gobernador Civil en la lejana provincia de Almería, continuando dicha labor en Burgos y, brevemente, en Soria hasta que la victoria de las derechas en otoño de 1933 trajo consigo su cese en el cargo. Vuelta a Caspe. A esperar. En agosto de 1935 el asunto de las irregularidades en la adjudicación de la contrata de aguas provocó la muerte violenta de su amigo José Latorre Blasco a manos de Arturo Latorre Timoneda, el hermano del alcalde que supuestamente prevaricó. ¿Le temblaría el pulso a Bosque ante semejante crimen? ¿Sentiría que aquella bala también iba dirigida a él? ¿Empezaría a percibir que también él corría peligro? Apenas unos meses más tarde, en febrero de 1936, el triunfo electoral del Frente Popular disiparía todos sus miedos. Volvía a la alta política y esta vez con misiones más importantes. Tras desempeñar durante un corto mes el cargo de Gobernador interino de Huesca, el Gobierno decidió enviarle a una plaza complicada. A mediados de marzo se incorporó al Gobierno Civil de Oviedo. Tras la Revolución de 1934 y la dura represión con que fue contestada por el Gobierno, Asturias se había convertido en un polvorín que había que llevar con una combinación de mano dura y diplomacia que solo un zorro viejo como Bosque sabría desplegar. La experiencia fue dura y, para junio, Bosque ya había sido superado por los acontecimientos. Después de la célebre sesión parlamentaria en la que José Calvo Sotelo pidió explicaciones al Gobierno por un supuesto telegrama intimidatorio que nunca apareció y en el que, presuntamente, el Gobernador de Asturias le amenazaba por sus criticas, Bosque presentó la dimisión. Dimisión que Azaña decidió aceptar.
El domingo cinco de julio de 1936, a las cinco de la madrugada, Bosque tomó el tren en Oviedo. Volvía de nuevo a Caspe. Esta vez quería descansar. Pero antes se detuvo en Zaragoza, donde visitó a su viejo amigo el ebanista Zarazaga. Su hijo mayor, Ángel, tenía ocho años y Don Rafael pensó que un verano en el Palacio de Chacón le vendría bien al chaval. Juntos llegaron a Caspe. Ángel Zarazaga no volvió a ver a su familia en cuatro años. Fue testigo de los últimos días de Don Rafael y de todo lo que habría de pasarle a los Bosque a partir del dieciocho de julio. El único testigo que yo he podido encontrar.
4. LA CAÍDA DE LA CASA BOSQUE.
Sabiendo todo lo que hoy sabemos ver a un hombre tan experimentado como Bosque de camino a su pueblo, tan confiadamente, en busca de seguridad y refugio, produce un insoportable desasosiego. No vayas, se nos ocurre gritarle como si todavía pudiera oírnos. No vayas. Quédate en Madrid, en casa de tus amigos, pero no vuelvas a Caspe. Sabemos, porque nos lo ha contado Ángel Zarazaga, que, durante una semana, Rafael Bosque encontró la paz que buscaba en su Palacio con su mujer y sus cinco hijos. Sabemos que durante aquella semana el niño de ciudad disfrutó dejándose extraviar entre los extensos bancales de frutales, nadando en las aguas del Ebro. Sabemos que se divirtió dando paseos en coche, montando a caballo y leyendo todas aquellas novelas de aventuras que los hijos de Bosque pusieron a su disposición. Sabemos también que una tarde calurosa de julio, varios coches cargados de hombres llegaron al Palacio buscando a Don Rafael. Ángel recuerda que uno de ellos era el capitán Negrete y que los otros eran números de la Guardia Civil y vecinos de Caspe, alguno de ellos con el uniforme de Falange. A pesar de los años transcurridos, Ángel recuerda perfectamente los malos modos del capitán y la incomodidad que ello provocaba en algunos de sus acompañantes. También recuerda el gesto enérgico de Joaquina, la esposa de Don Rafael, su manera de llamar al orden al violento capitán de la Guardia Civil y la forma desconsiderada y cruel en que éste la golpeó. Lo último que recuerda Ángel de aquella tarde son las palabras con las que el capitán Negrete apuntaló la bajeza de sus actos. Mientras sus acompañantes sujetaban a Leopoldo Bosque, el capitán apoyó el cañón de su pistola en su pecho y, empujándole dentro de uno de los vehículos, amenazó: “Ya aparecerá, por tu vida, que aparecerá”.
Y, claro, Don Rafael apareció. Aunque no hay consenso en las fuentes acerca de donde y como. Unos dicen que fue sorprendido en casa del notario, otros que fue detenido en su domicilio de la calle Rosario. En lo que sí hay coincidencia es en los malos tratos que recibió por parte de sus captores. Casi todos coinciden en que sufrió severas palizas en el cuartel de la Guardia Civil y que hasta le fueron arrancados los ojos. Sea verdad o leyenda, lo que sí es cierto es que el día veintidós fue conducido a Zaragoza en un camión enviado a buscar refuerzos y que el día veintitrés a la una de la madrugada ingresó en la cárcel de Torrero desde donde fue reenviado, tres días más tarde, a Pamplona en compañía del Gobernador Civil de Zaragoza, Ángel Vera Coronel. Y ahí termina cualquier rastro burocrático. Ya no hay papeles, ni cédulas, ni ordenes ni firmas. En la prensa se dijo que fue enviado de nuevo desde el fuerte de San Cristóbal de Pamplona a Zaragoza y asesinado de un tiro en la nuca en una cuneta cerca de Tudela. Ante las dificultades de datar su asesinato y de emplazar sus restos, su ficha del Registro Civil de Caspe apostó por lo práctico dando como fecha de su muerte el veintiuno de julio de 1936. Y, visto desde la distancia, es un buen criterio. Con independencia de las vicisitudes que Rafael Bosque sufriera después de su detención lo cierto es que, en el mismo momento en el que el capitán Negrete, ayudado de algunos buenos vecinos de Caspe, le echó el guante, Don Rafael Bosque Albiac, estaba muerto.
Después de la desaparición de Don Rafael la historia familiar emprende una deriva trágica. La entrada de las milicias en Caspe el veinticinco de julio llevará al joven Leopoldo a cobrar un protagonismo que nunca habría deseado. Cierto es que salvará a varios derechistas caspolinos. Tan cierto como que condenará a otros a una muerte segura. ¿Eran esos caspolinos condenados los mismos que acompañaron al capitán Negrete en su visita de cortesía al Palacio de Chacón? Yo digo que sí. La entrada de las tropas nacionales en Caspe en marzo de 1938, provocó la huida de una familia que se sabía condenada por la significación política del padre desaparecido. Sólo los avales que recibirían de algunas familias principales que, por encima de los odios provocados por la guerra seguirían manteniendo los lazos afectivos, permitieron la vuelta segura de los Bosque desde su exilio en Marsella. Pero una cosa era volver a Caspe y otra muy distinta reconocer aquel Caspe como su hogar. Las cosas habían cambiado mucho. La que peor lo pasó fue Amparito. He escuchado a los más mayores alabar la extraordinaria belleza de Amparo Bosque. He logrado vislumbrar su rostro en una de las pocas fotos de familia que se conservan y admito que lo era. Mucho. Amparito sufrió más que sus hermanos la muerte desdichada de su padre. Su frágil salud no consiguió nunca asumir lo que había ocurrido. A ella la habían educado para llevar otra vida y no pudo acostumbrarse a recibir insultos por la calle, a que la llamaran “roja” en voz alta y amenazante algunos de los que, años antes, habían compartido copa y tapete con su padre en el casino. Amparito enfermó, de los nervios, dicen, y no consiguió recuperarse. No tardó en morir.
El resto de los hermanos corrió diversa suerte aunque a ninguno de ellos le acompañó la fortuna. Eduardo murió joven, en la década de los cincuenta. Mario fue el único que se casó. Lo hizo con una francesa pero murió no mucho después sin dejar descendencia. Julio fue aviador durante la guerra y murió en Madrid, ciudad en la que vivió desempeñando diversas profesiones. Leopoldo acompañó a su madre hasta la muerte, que se produjo en Caspe en el asilo de ancianos. Ninguno de los hijos de Don Rafael Bosque Albiac dejó descendencia. La muerte de Leopoldo supuso la extinción completa, absoluta y definitiva de la familia.
Salvando las distancias, siempre he pensado en los Bosque como en unos Kennedy caspolinos. Como los Kennedy eran bien parecidos, elegantes, ricos, algo golfos y de izquierdas. Como a los Kennedy les persiguió la tragedia y como los Kennedy experimentaron en carne propia la muerte violenta de un miembro destacado de la familia. A decir de quienes le conocieron, Rafael Bosque fue un hombre ambicioso, elegante, simpático, buen orador y con un gran ascendente sobre muchos de sus vecinos. Cultivó amistades importantes. Álvaro de Albornoz, Rafael Gasset, Azorín, El Caballero Audaz, Ramón J. Sender… Podría haber vivido tranquilamente como el señorito que era pero le pudo su pasión por la política. Su detención a manos de caspolinos, previa a la entrada de las célebres “milicias anarquistas venidas de Barcelona”, demuestra que explicar lo ocurrido en Caspe durante julio y agosto de 1936 exige esfuerzos mayores de los emprendidos hasta ahora. El trato experimentado por su familia tras la guerra demuestra que, para muchos caspolinos, vivir en Caspe después de 1938 no fue tarea sencilla. Y pensemos, para comprenderlo, que los Bosque eran ricos y que eso siempre ha abierto muchas puertas. Imaginemos lo difícil que debió resultar para los que ni siquiera lo eran.
Rafael Bosque Albiac ha vivido más de setenta años en el olvido. Para muchos caspolinos sigue siendo algo de lo que es mejor no hablar. Hace apenas dos años, una caspolina de orden, de edad provecta, bien conocida y suficientemente respetada, zanjó la conversación que mantenía conmigo, a propósito de Bosque, con un enérgico: “Bien muerto está” del que todavía no he conseguido reponerme. Aunque, puestos a elegir, prefiero quedarme con las palabras que su amigo Ramón J. Sender le dedicó en su novela “Monte Odina. El pequeño teatro del mundo”: “Es, como digo, Caspe una ciudad gris, silenciosa, triste y noble y donde sucedían cosas poco comunes. Por ejemplo, había un convento de franciscanos cuyos frailes me hablaban mal de algunas personas importantes pertenecientes a familias ricas. Y había también un hombre solitario, rico y culto que era, al parecer, el único republicano hacia el año 1915. Mas tarde fue gobernador de Oviedo, donde los fascistas lo fusilaron en 1936. Así suelen acabar las memorias de nuestros mejores amigos en estos tiempos. Estos tiempos que no me atrevo a calificar.”
Jesús Cirac