La guerra ha terminado (por Valentín Catalán Salas)

 

            Era el primero de Abril de 1939, y aquella frase era la que todos los españoles querían escuchar, daba igual de momento quien la pronunciaba; ya que aquello quería decir que las sirenas no sonarían con aquellas señales inequívocas que anunciaban que se aproximaba la aviación y que, si esta sobrevolaba el cielo, no lo haría con el fin de descargar sus pesadas bombas sino para hacer algún reconocimiento. Aunque las explosiones de las bombas y los cañones ya no se iban a escuchar, a muchos españoles les quedaba por afrontar algunas batallas verdaderamente duras, los más perjudicados tendrían que luchar para sobrevivir en el exilio. Pero de este tema no soy quien para hacer comentarios ya que se han escrito muchas páginas por plumas muy bien documentadas y por tanto yo no soy quien para aportar nada nuevo a estos acontecimientos.

            Así que me intentaré centrar en algún tema de los que a mí me tocó vivir en la postguerra.

            Al hacerse pública la noticia de la terminación de la guerra muchas personas creían que aquello iba a ser una balsa de aceite pero no se daban cuenta que se había sentado en el sillón del trono el General Franco, a quien yo le daría el calificativo de “El tío de la vara”. Una vara que se movía con gran facilidad en todas direcciones como si la mano que la sostenía estuviera sometida a un ataque de parkinson, y por tanto igual pegaba a la izquierda que a la derecha, como se comprenderá al leer algunos temas de los que intentaré hacer comentarios.

            Una vez «liberado» Caspe por las fuerzas nacionales, todavía en plena guerra se formaría un grupo denominado “Brigada de Recuperación”, estaba integrado por unos cuantos derechistas pero que no eran de los de primera fila ya que estos desempeñarían los cargos más relevantes como Alcaldía, Jefatura de Falange, etc… La misión de esta organización era en primer lugar recoger los productos que en algún almacén habían dejado los rojos a la hora de abandonar el pueblo o a las existencias que pudiera haber en los almacenes de la colectividad, tanto de productos agrícolas como de enseres de labranza; pero claro está, aquella tarea les llevó poco tiempo, ya que las existencias eran pocas si tenemos en cuenta las condiciones en que se encuentra un país en plena guerra pero no obstante aún se buscaron trabajo para una temporada. Esta vez se dedicarían a visitar a los ganaderos que ellos consideraban de izquierdas y la visita consistía en contar las cabezas de ganado que poseían y con arreglo a la cantidad, precisar el tanto por ciento que debían entregar para la causa nacional. Se les ordenaba fecha y lugar donde  tenían que entregar el ganado y era el mismo pastor quien tenía que llevar a cabo la operación bajo amenaza de sanción. Puedo dar fe de que aquellos hechos ocurrieron, lo que nunca podré acreditar cual fue el paradero de toda aquello que se recuperaba.

            En la postguerra, se formarían algunos organismos oficiales a nivel provincial; uno de ellos por ejemplo, tenía la misión de pedir responsabilidades políticas a las personas que ellos consideraban desafectas al régimen y con arreglo al grado político en el que eran consideradas se les imponía la sanción económica correspondiente que tenían que hacer efectiva si querían librarse de la cárcel. Hubo quien lo pasó muy mal, pues en aquellas fechas no todas las economías tenían reservas para pagar en metálico los miles de pesetas que se les pedía. El caso concreto que yo conocía, estaba sancionado con tres mil pesetas y decían que era una de las multas más bajas, pero claro para calcular el valor de esta cantidad nos tenemos que trasladar en el tiempo al año 1939. Se llegó a comentar que un señor que había estado preso durante la ocupación roja se le quería multar porque antes de la guerra había sido izquierdista, no sé en que terminaría el asunto, pero se da a entender que aquella organización podía pedir responsabilidades con carácter retroactivo.

            Uno de los muchos organismos que a nivel estatal se formaron obedecía a las siglas S.N.T. cuyo significado era Servicio Nacional del Trigo. Esta institución fue creada para controlar todas las existencias de productos de primera necesidad que en el país se producían. A tal efecto se habilitarían unas cartillas en las cuales cada agricultor tenía que declarar la cosecha obtenida de todos los productos sujetos a intervención, y en el momento de efectuar dicha declaración en la casilla correspondiente se le anotaría los kilos de cada producto que el agricultor se podía reservar; tanto para siembra como para consumo. El resto había que entregarlos en los almacenes destinados a tal efecto. Todo aquello a simple vista parecía fácil, ya que los empleados del S.N.T. no iban a ir casa por casa antes de formular las declaraciones a comprobar si los datos que el productor aportaba eran ciertos o falsos.  Creo que mucho de verdad habría en aquellas declaraciones pero algo se tendría que pasar por alto; y de aquella manera poder abastecer el negocio del estraperlo que por aquel entonces daba muchos puestos de trabajo y era una fuente de ingresos para muchas personas.

Ahora bien, para que este negocio funcionara, en paralelo a él se crearía otro denominado “La Fiscalía de Tasas”, y en esta entidad militaría gran numero de inspectores cuya misión era salir por los pueblos y sin previo aviso llevar a cabo cuantos registros creían convenientes y comprobar si en alguna casa había excedentes de los productos sujetos a declaración, y en caso afirmativo se decomisaría todo lo sobrante y se impondría la multa correspondiente a todos los infractores. Aquel gremio lo formaban unas personas bien vestidas siempre con traje y corbata, y según la época del año con gabardina, o sea que fácilmente se podían confundir con policías. Siempre viajaban en tren, a Caspe acostumbraban a llegar en el correo procedente de Zaragoza sobre las diez y media de la mañana y marchaban al tren de la tarde. Y como no podría ser de otra forma al horario de esos trenes siempre había algún espía merodeando por la estación y si había “moros en la costa”, el boca a boca se ponía en marcha rápidamente. Había gremios que estaban bien organizados y tenían en Zaragoza algún topo que les ponía al día de ciertas maniobras.

Alguien puede preguntarse como he llegado a esta conclusión pero es muy sencillo. En aquel tiempo, como siempre había grupos que cada noche salían a tomar café y pasar un rato de tertulia, en este caso la reunión tendría lugar en el Casino Principal. Un señor hizo un comentario sobre los de Fiscalía y dijo: “Mañana vienen los inspectores de Zaragoza y han reservado habitación para pernoctar en el hotel Latorre”, lo cual hacía suponer que venían dispuestos a trabajar. Hubo quien hizo oreja de aquellas palabras y por si las moscas al regresar a casa en vez de acostarse, trató de poner en un escondite unos cuantos sacos de trigo que tenía de sobras. Cual sería la sorpresa, cuando al día siguiente sobre las doce y media de la mañana llamaban a su puerta y se identificaban como agentes de Fiscalía  que tenían orden de hacer un registro. No valía ponerles impedimentos, ni preguntarles si llevaban alguna orden judicial, ya que la población estaba mentalizada de que aquella gente tenían la suficiente autoridad para hacer registros, decomisar productos e imponer cuantiosas multas a su antojo. En esta ocasión, la cosa no pasó del correspondiente susto; ya que el escondite funcionó.

Por orden de la Fiscalía, se creo un documento oficial denominado “El Conduce” que era una especie de salvoconducto que los agricultores cada día tenían que utilizar en la época de recolección de la aceituna para poder transportar el producto desde el campo hasta la almazara correspondiente. El problema era que uno no sabía los kilos que había recogido hasta que no terminaba la jornada, y entonces el que mejores piernas tenía salía del campo como si estuviera participando en una maratón y pasar por las oficinas del Ayuntamiento, donde había un empleado de guardia que le facilitaría dicho documento. Y con el papel en el bolsillo, de nuevo otra carrera a esperar el tajo más allá de donde solían estar los controles de la Guardia Civil, que a diario vigilaban alguna de las carreteras de acceso a la población. Aquello suponía un trabajo añadido que los agricultores tenían que llevar a cabo después de una dura jornada soportando las inclemencias del invierno.

Como siempre ocurre, la ley estaba dictada y había que darle la vuelta para llevar a cabo la trampa y esto era responsabilidad de cada agricultor para poder entregar con un conduce, dos veces olivas en el mismo día; ya que el documento solo valía para la fecha que al pie se reseñaba, acompañada del sello del Ayuntamiento. Si he de decir la verdad esta maniobra se realizaba algunos días. No cuento de qué métodos nos valíamos para no resultar pesado; pues las estrategias no eran todos los días las mismas.

Si alguien a través de Internet ha podido localizar documentación referente a las instituciones que comento en este escrito, le agradecería se pusiera en contacto conmigo, para poder comprobar si alguno de los casos que yo conozco se encuentra registrado en algún archivo.

 

Valentín Catalán Salas

Valentín

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies