La sobrecogedora «Casa de Dios» en Épila.

Dicen que el concepto canónico de “art brut” fue acuñado por Jean Dubuffet y que con él quería referirse al arte creado más allá de los márgenes de la sociedad, fuera de los centros de creación convencionalmente aceptados. El lenguaje con el que se expresan los locos, los sucios, los marginales. El “art brut” pasa por encima del urinario firmado por Duchamp como una apisonadora con churretones y otorga carta de naturaleza artística a lo que, en muchas ocasiones, no deja de ser un simple accidente, el zarpazo de una enfermedad mental o una obsesión llevada al extremo.

En arquitectura, la principal manifestación del “art brut” son esas extrañas edificaciones que a veces vislumbramos por el rabillo del ojo tras una tapia a medio levantar mientras conducimos distraídos por cualquier carretera secundaria. Edificios ridículos y al mismo tiempo inquietantes en los que se superponen los elementos constructivos sin orden ni concierto. Caóticas aglomeraciones de balaustradas, escaleras, almenas y estatuas ejecutadas con materiales baratos. Burdas traducciones del barroquismo gaudiniano, el deconstructivismo cañí y la ñoñería Disneyana al proceloso mundo de las segundas residencias y los chalés.

En las afueras de Épila, Julio Basanta ha hecho de su hogar un enorme expositor de sus obsesiones vitales. Es probable que Basanta sepa poco de teorías artísticas y seguramente haya carecido en todo momento de un plan maestro para desarrollar su magna obra, pero nadie puede negar que, a día de hoy, su casa es uno de los lugares menos convencionales de Aragón.

Las muertes violentas de su hijo y de su hermano inspiran la galería de estatuas que decoran la fachada de su casa. No hay orden, no hay armonía, no hay planificación. Cada una de las figuras responde a un patrón estético diferente. Caras de maniquíes, calaveras construidas con materiales sintéticos, monstruos inspirados en la estética del manga japonés, cruces, textos apenas inteligibles, fisonomías importadas de Mordor, faraones egipcios, Nosferatu, Pokemon, Juana de Arco, esvásticas… Un cruce de caminos imposible. Una atracción de feria ubicada en medio de la nada. Un caldero en el que se mezclan la imaginería religiosa medieval, el surrealismo, las pesadillas de la serie Z, el Bosco, el expresionismo abstracto y el cine gore. Un espectáculo absolutamente recomendable para cualquiera que siga manteniendo la fe en la inabarcable diversidad de nuestro mundo.

El “art brut” se estudia en las universidades y hay estudiosos que recorren medio mundo en busca de sus más genuinas y apartadas manifestaciones. He leído en algún sitio que el Ayuntamiento de Épila quiere proteger la “casa de Dios”, el hogar de los Basanta. Qué menos.

Jesús Cirac

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