#LALOMCENOEDUCA, ŽIŽEK Y RATATOUILLE

Hace poco, fue trending topic en Twitter el hashtag #LaLomceNoEduca en el que se criticaba la ley de educación aprobada por el pasado gobierno. Se destacaba desde diferentes frentes la supresión de horas obligatorias a asignaturas como filosofía y un carácter enfocado a crear personas útiles para el mercado, pero no para la sociedad; empleados en vez de ciudadanos.

Aun compartiendo muchas de las reivindicaciones que en esta etiqueta pude leer, debo decir que no estoy de acuerdo con el concepto. La LOMCE no debería tener la función de educar. A partir de aquí, me gustaría diferenciar entre lo que defino como enseñar y educar. Aunque según la RAE parecen sinónimos, a mí me gustaría no considerarlos como tal. Con enseñar me refiero al proceso por el cual el alumno (o cualquier persona) adquiere unos conocimientos específicos en una materia concreta. Con educar me refiero al proceso por el cual la persona “desarrolla o perfecciona las facultades intelectuales y morales”, tal como indica en la segunda acepción del diccionario. Puntualizando que las facultades intelectuales consideradas óptimas podrían considerarse como constantes a lo largo de la humanidad, y, sin embargo, las facultades morales óptimas que pueden variar según la sociedad en la que se encuentre la persona. Aclarado esto, paso a defender mi tesis, “la Ley de Educación no debería tener la función de educar”.

 El cometido del periodo escolar obligatorio, es preparar al alumno con unos contenidos mínimos, los cuales se consideran necesarios para desarrollar una vida conforme a sus deseos y necesidades. A partir de ahí, si el alumno desea continuar con su enseñanza pasará a niveles superiores en los que adquirirá mayores conocimientos específicos de la rama hacia la que se oriente. Al menos, ese esa es la actitud con la que nos encontramos los jóvenes al pasar por este periodo. Si bien hay algún profesor que destile otros métodos y objetivos en cuanto a nuestro desarrollo, el tono general es ese. Destaca observar que el sindicato de profesores se denomina “Sindicato de enseñanza”. Y hablando con ellos se repite la afirmación “el alumno debería venir educado de casa”.

Pues bien ¿A quién corresponde educar? ¿A qué sector de la sociedad le toca ocuparse del desarrollo o perfeccionamiento de las facultades intelectuales y morales de las personas, y especialmente de los jóvenes?

Para responder a mi duda, como suele ser acertado, me gustaría echar un vistazo al pasado. Si nos trasladamos unas cuantas décadas atrás, llegamos a un periodo en el que los profesores no se encontraban con este dilema tan repetido actualmente: Yo voy a enseñar a mis alumnos todo lo que sé, pero me es difícil si no vienen con un mínimo de educación. Por mi parte, identifico esta adquisición de facultades, sobre todo morales, a una gran hegemonía por parte de la Iglesia católica, por más que nos pese a algunos. Siguiendo las doctrinas que ésta procesa, el individuo debe manifestar unos valores, convicciones y actos para alcanzar un fin último, la salvación. De modo que tales valores y convicciones morales son adoptados como los considerados óptimos en la sociedad, aceptados, respetados y exigidos. No voy a entrar a valorarlos específicamente, pero cabe decir que no estoy de acuerdo con muchos de ellos.

Posteriormente, nos encontramos con el cuestionamiento de la Iglesia católica, y su destitución como pilar central de la sociedad (Un avance a mi criterio). Y como es lógico, también se destituyen, en gran medida, los principios y valores que ésta exigía de aquellos que la sociedad exige.

Nietzsche afirmó “Dios ha muerto”, a lo que Dostoievski añadió “Si Dios no existe, todo está permitido”. Pero después llegó Slavoj Žižek, quien replica diciendo que no es así, que todo está permitido si Dios existe, pues conoces cuáles son los valores y principios que te permiten la salvación, y en todo caso, si las incumples siempre puedes confesarte. Sin embargo, si Dios no existe, el individuo se halla en la posición de definir por su cuenta cuáles son las facultades morales óptimas. Extrapolando, si Dios no existe, la sociedad debe definir las facultades morales que considera óptimas por su cuenta. Entendiéndose claro, la existencia de Dios como el lugar que ocupa la Iglesia en la sociedad, más allá de convicciones metafísicas y teológicas.

Pues bien, volvamos al presente y estudiemos cómo se ha superado la muerte de Dios por nuestra sociedad. Nos encontramos con un aterrador vacío, al menos aparente. No se ha sabido superar la destitución de las instituciones que en su momento marcaron el comportamiento que los individuos debían seguir, y parece que estemos todos corriendo cual pollo sin cabeza. Parece ¿verdad?

Sin embargo, los vacíos en las convicciones son un concepto difícil de creer, igual que el vacío en el universo. Siempre hay algo que logra tomar ese hueco, plantar la bandera y hacernos andar cual Ratatouille estirándonos de los pelos. ¿Quién es entonces nuestra pequeña rata escondida bajo el sombrero? En mi humilde opinión, considero que este lugar ha sido ocupado por el actual dios todopoderoso, es decir, el Mercado. Asistimos al espectáculo en el cual prácticamente todo tiene un precio, todo está condicionado no tanto al dinero, sino a la demanda que genera en el Mercado. Si no generas demanda, sin nadie te quiere, no vales nada. Y obviamente, si generas demanda, o eres único, o deberás competir con tus semejantes. Lo macabro del espectáculo es que estos principios se refieren tanto a bienes materiales y servicios como a personas.

Escondida detrás de un aparente nihilismo, la hegemonía neoliberal, domina muchas de las cabezas de esos pollos que corren de lado a lado. Y combatir un aparente nihilismo, es mucho más complicado que combatir unos visibles dogmas religiosos o ideológicos.

Podría aparecer la pregunta ¿Y dónde está el problema? ¿Por qué deberíamos combatirlo? Pues el problema es que unos valores de competencia, desconfianza y utilización de todo y todos como medios para conseguir más dinero y cuota de mercado, han demostrado ser muy perjudiciales para el Planeta y para las sociedades que en él se interrelacionan. Desde nuestra óptica occidental nos cuesta un poco más abandonar el cómodo palco, pero es fácil observar como este sistema económico y de desarrollo no es capaz de solucionar las crisis que genera, sino que las desplaza geográfica y temporalmente (Véase la actualidad económica de China, los BRICS y la que se nos avecina). ¿Y a escala más pequeña? Pues en el día a día, nos encontramos con miles de jóvenes y no tan jóvenes sin trabajo (No quiero ni nombrar la cifra de desempleo juvenil en España) a los que, según estos dogmas neoliberales, se les dice que ellos son responsables de su situación. Si eres el dueño de tu éxito lo eres también de tu fracaso. Aunque tu fracaso venga muy determinado por unas condiciones socioeconómicas. Si no tienes trabajo, eres un fracaso porque no generas demanda, luego no vales nada. Esto suena muy fuerte, pero ese es el sentido en el que la rata nos tira del pelo, y genera una neurosis colectiva muy preocupante.

Ahora bien, ¿Qué lugar ocupa el sistema de enseñanza en todo este espectáculo? Durante mi recorrido, solamente me lo he encontrado en las butacas del teatro, reconociendo algunos nobles intentos de destapar la cabeza del cocinero para que viéramos a la rata. Pero las ratas siempre huyen del barco (El navío de nuestra conciencia) antes de que se hunda, en la mayoría de los casos. De modo que, en mi paso por el sistema de enseñanza, no he conseguido encontrar las poderosas armas que serían necesarias para educar en unos principios intelectuales y morales diferentes a los que la sociedad de mercado nos lanza con cubierta publicitaria de la más absoluta, y falsa, nada.

Tal vez ahora te estés preguntando, bien, pero tras todo este rollo, ¿Educar en qué valores y principios? ¿Es que tú como individuo despojado de toda intencionalidad tienes los valores definitivos que nos dirijan hacia una sociedad justa? Ni mucho menos, tenemos que desconfiar siempre de quién se presente como tal, pero tengo una opinión de cuáles deberían ser basándome en las relaciones humanas.

Estaremos todos de acuerdo en que tener una conciencia y unos principios, tiene como objetivo favorecer la relación entre personas, consiguiendo una sociedad en la que disfrutemos de nuestra libertad pudiendo todos cubrir nuestras necesidades y satisfacer nuestros deseos, entendidos como la potencialidad, es decir, la posibilidad de actuar según nuestras capacidades. Pues bien, como individuos, conocemos cuáles son las “normas de conducta” óptimas para conseguir una buena relación entre personas: Confianza, colaboración y empatía, entre otras. No entablar relaciones con otras personas como un medio, sino como un fin. ¿Por qué no establecemos los principios que se demuestran válidos para las relaciones cercanas como los deseables para todas las relaciones sociales? La extrapolación de las leyes de las cosas pequeñas a las cosas grandes suele ser adecuada y acertada en muchos aspectos (Siempre que no hablemos de física cuántica, claro).

Volviendo al tema, ¿Debería el sistema de enseñanza y la ley de educación regirse por estos principios? Desde luego que sí. Pero si estamos hablando de cómo hacer unos valores y facultades morales hegemónicas, entendido como “de sentido común”, tengo mis dudas acerca del poder de este sistema y su eficacia. Debe participar en el proceso, de eso no cabe duda, sin embargo, no podemos dejar toda nuestra confianza en él. De igual manera que un alumno puede verse marcado por un mal profesor de matemáticas durante el resto de su paso por la escuela, una persona podría verse marcada por un mal profesor o sistema de enseñanza de “valores y principios”. No debemos delegar como sociedad una responsabilidad tan grande a un sistema, que, como todos, tiene sus defectos; y que las personas que se hallan en él no dejan de ser humanos, que aún con toda su buena intención pueden cometer errores.

Si de verdad queremos descubrir y retirar a los Ratatouilles que nos estiran de los pelos bajo el sombrero, almacenados en Think Tanks neoliberales o data centers de Google, para conseguir una sociedad regida por valores de colaboración, confianza y empatía debemos tomar parte activa de ello, y no esperar que una ley nos lo solucione.

Martin Lallana

BOMBA-LOMCE
imagen: feteugtandalucia.com

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