Manuel Domínguez: «En la Ronda de Boltaña tocamos por gusto y por compromiso con unas ideas y un mensaje»

¿Como demonios se entrevista a un colectivo? La Ronda de Boltaña lo es. ¿Debo reunir a la totalidad de sus miembros y dejar que todos y cada uno de ellos se expresen? ¿Cumplo  hablando con uno de ellos a modo de portavoz? Por suerte, circunstancias personales me sitúan cerca de algunos miembros de ese colectivo. Yo lo que hago es lo de siempre: preguntar. ¿Cómo puedo entrevistar a un colectivo? ¿A este colectivo? ¿A la Ronda? “Habla con Manuel”, me dicen. “Eso, con Manuel” se me repite. Y yo, obediente, busco a Manuel. Para ello me valgo de varios amigos comunes que conocen bien el camino y, gracias a ellos, la cosa resulta bastante sencilla. Así que ya tengo al colectivo, a la mítica Ronda, frente a mí. Es un día caluroso de junio y estamos, claro, en Boltaña. En torno a una mesa en Casa Coronel, Manuel Domínguez, José Manuel Salamero, alcalde de Boltaña, y yo. Por orden: el portavoz del colectivo, el amigo común y notario oficioso de la entrevista y el entrevistador. Bebemos, charlamos, comemos maravillosa y abundantemente y dejamos que la tarde vaya avanzando.

Ya perdonarás que sea tan prosaico pero tengo que empezar con algo que me parece casi increíble: Además de rondador eres Registrador de la Propiedad… ¡Como Rajoy! Pues, sí, (risas) pero bueno, eso es algo que no me define más allá de ser mi profesión. Es mi trabajo. Ni más ni menos. Si te quedas solo con eso es que no te interesa lo demás.

Claro que me interesa. Por eso estamos aquí. Es solo que algo así resulta poco habitual y quería resaltarlo. En un país en el que se respeta tan poco a los músicos, en el que a los artistas se les tacha despectivamente de “titiriteros” resulta chocante que tú, que practicas una música tan cargada de “intención” como la de la Ronda, pertenezcas a uno de los cuerpos más respetados de la Administración. Es como si sufrieras una especie de disociación. Mientras una parte de tu ser es denigrada por cierta “gente de orden” la otra parte de tu ser es aquello en lo que dicha “gente de orden” querría que se acabaran convirtiendo sus hijos. Reconocerás que la situación es cuando menos divertida. Sí, pero yo no soy ni una cosa ni la otra. No soy ni un “titiritero” ni el “señor” Registrador de la Propiedad. No me defino por mi trabajo. Me gano el pan de una manera y en el tiempo en el que no trabajo simplemente hago otra cosa, en este caso cantar y tocar el acordeón en la Ronda. Las dos cosas son importantes para mí.

Explica qué tortuoso camino te llevó desde el Derecho hasta esto de la música. Digamos que yo había “militado” en el folk antes de la Ronda. Después de estudiar la carrera, preparé oposiciones y el premio gordo que recibí al aprobarlas fue caer en un sitio en el que la música estaba muy viva. El mejor para alguien que la amaba tanto como yo.

Qué escuchabas en esos años jóvenes. Yo era poco de rock. Me gustaba mucho el folk, los cantautores… Me gustaba la música tradicional de Aragón, de la Bal D’Echo, también la música occitana, francesa. Supongo que los de mi generación coincidíamos en la afición por los cantautores que eran una presencia muy fuerte en aquellos años.

Dices que Boltaña era el mejor sitio para alguien que amaba la música, que la música estaba muy viva… Sí, en Boltaña la música estaba muy arraigada y eso tuvo mucho que ver con la propia génesis de la Ronda.

Háblanos de esa génesis y de la forma en que os influyó esa tradición musical previa. En Boltaña de siempre había habido grupos de Jota con gente que tocaba la guitarra o el laúd y eso era una buena escuela para iniciarse. Dos de los miembros de la Ronda, por ejemplo, son hijos de músicos que tocaron toda la vida en orquestinas, actuando en bailes populares por toda la zona, o sea que les viene de familia. Por otra parte no era solo lo que pasaba en Boltaña. Muchos de nosotros venimos de ese mundo musical de la Transición tan influido por los cantautores. Una época en la que la música se vivía con mucha intensidad.

Supongo que entre esos cantautores que os influyeron se encontraban también los aragoneses. Por supuesto. Carbonell, La Bullonera o Labordeta, sobre todo este último, fueron figuras irrepetibles que nos influyeron a todos. Mi hermano, precisamente, tocó el violín con La Bullonera. Y, además, había también unas ganas de recuperar música de raíz en nosotros y en otros grupos de la zona como “Os mosicos d’as cambras”, donde estaban los hermanos menores de gente de la Ronda, o “Biello Sobrarbe”. Algunos miembros de la Ronda han estado también en otros grupos orientados hacia esa recuperación de la que hablamos, como por ejemplo Biella Nuei.

Y como se pasa de ser un enamorado de la música en un pueblo especialmente abonado para ello a una edad en la que no se tienen demasiadas limitaciones a, efectivamente, tirarse al monte, pillar un acordeón y lanzarse a rondar. Casi lo has respondido tú en la propia pregunta. En realidad empezamos alrededor del grupo de “palotiau” que suele actuar en las fiestas de Boltaña. Simplemente nos pusimos a tocar. Al principio teníamos solo cuatro piezas y fuimos ampliando repertorio de forma natural. Entonces, y también ahora, nos conformábamos con la idea de disfrutar de lo que hacíamos, ir de cena, pasarlo bien. Y así estuvimos unos años.

Hasta que la cosa se complicó. La complicamos nosotros casi sin darnos cuenta de ello. Surgió la necesidad de contar cosas al tiempo que hacíamos música ¿Por que no hablamos de las cosas que nos pasan, de lo que vivimos? ¿Por que no utilizamos referencias locales? Compuse una canción, “Mazurca de Bruno Fierro”, y gustó. Decidimos tirar por ese camino. Empecé yo y luego se unió Miguel Sorribes. Las canciones que hemos ido componiendo en estos años se corresponden con los sentimientos que tenemos por Boltaña o por la comarca del Sobrarbe. “El país perdido” responde claramente a eso. “Días de albahaca” es un homenaje a la fiesta y un reconocimiento a lo mucho que esta significa para nosotros. “Habanera triste” es una clara referencia a Jánovas y el desmantelamiento de un pueblo vivo para nada, al final.

Ese “contenido” existencial e incluso reivindicativo que incorporáis al discurso puramente musical de vuestros inicios supongo que tendría mucho que ver con vuestro progreso como grupo más o menos estable. Sí, a principios de los noventa, en el 93 y el 94, teníamos unas diez o doce canciones terminadas. Un repertorio corto pero que nos permitía presentarnos en público. Aunque en esos años apenas tocábamos un par de veces al año en las fiestas. Lo nuestro eran las cenas de amigos, las meriendas, las lifaras en las que comíamos y bebíamos y lo pasábamos bien cantando y tocando. Lo que pasó es que empezaron a llamarnos de otros pueblos y nos vimos tocando por ahí sin habérnoslo propuesto. También nos dimos cuenta enseguida de que, fuera de Boltaña, nuestro mensaje también era recibido y que le llegaba a la gente con facilidad. El siguiente paso a dar estaba clarísimo: grabar, conservar lo que cantábamos.

¿En qué año grabasteis el primer disco? En 1996. Lo pagamos a escote y en menos de un mes ya habíamos recuperado el dinero que costó grabarlo. Fue un sorpresón enorme. Se vendía por toda la comarca. En tiendas, bares, carnicerías… Seguramente fue el disco el que hizo que también nos llamaran de otros lugares de fuera del Sobrarbe. Otros valles pirenaicos, Zaragoza, todo el resto de Aragón.

¿Y van ya? Cuatro.

Y cientos de actuaciones. Sí, cientos.

Y todo eso en un contexto de absoluta independencia y autogestión de vuestra carrera. Ni siquiera cobráis por actuar. Bastante punk, si se me permite la expresión.  No dejamos de ser aficionados a la música y estamos en ella por gusto, no como una forma de ganar dinero. Tenemos nuestros trabajos y vivimos de ellos. A veces el hecho de no cobrar implica casi el hecho de no existir porque funcionamos fuera de los circuitos habituales pero eso es lo que hemos elegido y estamos muy bien así. Ni hemos tenido, ni hemos querido tener, apoyo institucional o comercial. Ese es el camino que hemos elegido y nos ha ido muy bien. A lo mejor, en otro momento nos hubiéramos planteado las cosas de otra manera y hubiéramos alargado nuestra carrera pero aún así, hemos tenido un seguimiento popular que no esperábamos y hemos vendido más de sesenta mil discos.

Quizá ese detalle de no cobrar por actuar, a veces ante miles de personas, sea lo más difícil de entender de vuestro planteamiento como grupo. No tiene secreto. Tocamos por gusto y por compromiso con unas ideas y un mensaje, por el cariño que tenemos por la tierra y los valores del territorio en el que vivimos. De alguna forma, estamos divulgando muchos de los valores del mundo rural aragonés.

¿No es esa una afirmación un poco reduccionista? Quiero decir que, siendo capaces de hacer algo que llega hasta tanta gente, afirmar eso es limitar un poco vuestro carácter, vuestra personalidad, vuestra propia naturaleza como creadores de música. Pero es que es verdad. Si oyes hablar de algo, tienes ganas de conocerlo. Hay gente que ha venido a Boltaña para conocer aquellas cosas de las que cantamos.

Pero, insisto, eso es reducir la tarea de la Ronda casi a un experimento puramente localista. No es localismo. Es difusión. Y lo hemos conseguido. Nosotros nos creemos lo que cantamos. El valor de vivir aquí, el hecho de cantar y contar historias de gente de aquí. La Ronda es la banda sonora de todo ese mundo. El ruido de fondo. Eso se percibe claramente cuando salimos a rondar en cualquier pueblo. La ronda significa música y actividad. Nosotros tocamos y cantamos pero la gente charla, come, bebe, ríe al mismo tiempo. A  veces el sonido de esa realidad que se reúne en torno a nosotros se escucha más que nuestra propia música pero es que eso es así y así debe ser. Nosotros no podemos ser un impedimento para que todo eso se produzca. Lo normal es que la gente hable, que los viejos amigos se encuentren y que los porrones corran de mano en mano con las puertas de las casas abiertas de par en par. La ronda es un acto increíble. Ver a los vecinos sacar bandejas con pastas o embutidos y ofrecer a todo el mundo, seas quien seas, con ganas de que su invitación sea aceptada sin otra razón que el estar ahí en ese momento formando parte de la fiesta. Es un acto generoso, participativo, humano.

¿Preferís rondar a subiros a un escenario para dar una actuación, llamémosle, convencional? Yo no cambio la ronda por la actuación convencional. Las dos cosas me gustan pero antes dejaré de componer canciones que de rondar. Subirse a un escenario está bien, pero rondar tiene otros muchos elementos que a mi me parecen muy atractivos. De alguna forma, viene a significar la transformación de un acto tradicional como es actuar delante de un público en algo muy diferente. Puedes vivir la ronda como quieras, atendiendo a las canciones o participando de todo lo que se genera dejando la música en un segundo plano.

¿Cual es la diferencia entre rondar o actuar en un escenario? Supongo que implicará un desgaste diferente, una entrega diferente, una duración diferente. En verano preferimos hacer rondas que dar conciertos porque nos divierte más. Por otra parte, tenemos como criterio dejar las rondas para los desplazamientos cercanos. Cuando vamos lejos preferimos el concierto convencional. No podemos rondar cuando tenemos que hacer cinco horas de carretera. La diferencia principal es que durante la ronda se come, se bebe y a veces acabamos muy perjudicados. También hay que tener en cuenta que a veces hacemos rondas de seis horas y si a eso hay que sumarle el viaje la cosa se complica mucho.

¿Es demasiado dura la vida en la carretera? (risas) No es eso exactamente, lo que pasa es que aun no siendo profesionales de esto, hemos puesto mucha dedicación y trabajo en ese proyecto y al final la vida decidió por nosotros: había que parar. A partir del tercer disco decidimos bajar el ritmo, ir más a nuestra marcha, disfrutar. Tenemos cuatro discos y un montón de canciones rulando por ahí. Y habrá que sacar más discos…

Me llama mucho la atención ese carácter “aficionado” que tiene el grupo. ¿Cuál es la estructura de la Ronda? No tenemos un número fijo de miembros. Hay gente que forma parte de la Ronda sin tocar ningún instrumento ni cantar. Están los amigos, los familiares, que también cuentan. Digamos que vamos de los siete miembros que estamos aquí durante el invierno y que formamos el núcleo más estable y fijo hasta los  catorce que podemos juntarnos en verano cuando vienen los que están fuera. Los que estamos aquí nos juntamos un par de veces por semana en el local de ensayo. El núcleo se ha ido reduciendo porque la gente se va.

¿Quién compone? Yo me encargo de las letras. La música la hacemos entre cuatro personas.

¿Y las tareas burocráticas? ¿Cómo lleváis la contratación y todo eso? Pura autogestión. Funcionamos mucho por teléfono, por la web…

¿Cómo os organizáis a la hora de compatibilizar vuestra vida normal con la dedicación a la música?  En el año 2001 hicimos más de sesenta actuaciones. Eso es mucho para nosotros. Decidimos que había que bajar el ritmo. Sobre todo porque nuestra filosofía como grupo ha sido siempre integrar a las familias en lo que hacíamos. Somos como una enorme troupe, bastante abierta, con todos los problemas logísticos que eso a veces conlleva. Llegamos, pues, a un tope que teníamos que bajar porque la cosa se nos iba de las manos. Las mujeres se cansaban de ir de aquí para allá, los niños iban creciendo… Hoy por hoy nos dejamos siempre un par de meses de inactividad cada año para hacer otras cosas, por ejemplo asistir al Festival de cine documental Espiello que se celebra en Boltaña.

Habéis tocado por todo Aragón pero, que yo sepa, todavía no lo habéis hecho en Caspe. Es verdad, hemos tocado en Fabara y en Alcañiz, pero nunca en Caspe y la verdad es que nos apetece hacerlo.

¿Qué tal el año que viene? Contad con nosotros. Poned una fecha que nos venga bien a todos y allí estaremos.

Oyéndote hablar de pasarlo bien, de disfrutar, podría pensarse que la Ronda es casi algo frívolo, dirigido únicamente a la fiesta, a la celebración. Evidentemente eso no es así. Llevas diciéndolo un buen rato, y cualquier puede percibirlo fácilmente, la Ronda de Boltaña es también, y mucho, reivindicación. Eso está clarísimo. Partiendo de la fiesta, no hemos querido quedarnos solo en lo lúdico. Hemos militado. Hemos defendido un mensaje claro, que puede no ser compartido por mucha gente, pero que nunca nos ha generado rechazos.

Esa vena reivindicativa es lo que más os emparienta con ese mundo de los cantautores del que antes hablábamos. Somos herederos claros de ese mundo pero al mismo tiempo pienso que hemos roto con esa tradición que tenía unas claves muy concretas. En realidad, la música tradicional ha servido siempre para transmitir mensajes vinculados con lo que le pasaba a la gente en cada momento. Pensemos, por ejemplo, en los romances. Labordeta ha sido muy importante en ese sentido en nuestra comunidad.

No obstante, y a pesar de que, según dices, vuestro mensaje nunca os ha granjeado el rechazo de la gente que os escucha, está claro que tampoco habéis soslayado la polémica. Me refiero concretamente al tema del agua, los pantanos, etc. Nunca hemos renunciado a nuestra postura en relación a los pantanos y siempre la hemos explicado. Hemos tocado mucho en Monegros, donde defienden posturas diferentes de las nuestras y al mismo tiempo les gusta nuestra música, y eso es la prueba de la salud mental de la sociedad. Está claro que hablando nos podemos entender. Ahora bien, seguimos pensando lo mismo. Producir arroz en Monegros requiere un agua que ese territorio no posee ¿No nos estaremos equivocando en algo? Ese es nuestro mensaje: os entendemos pero ¿no deberemos empezar a romper con los mitos del siglo XIX y empezar a pensar con otros criterios?

Estoy muy de acuerdo contigo en eso que dices acerca de los mitos. Tengo claro que una parte importante de la política y la opinión pública en nuestra comunidad está basada en ellos y creo que nunca saldremos de la mediocridad hasta que no consigamos sacudirnos de encima su nefasta influencia. Quizá en la cúspide de la pirámide mitológica aragonesa se encuentre la figura, tantas veces invocada, de Joaquín Costa. ¿No crees que lo estamos malinterpretando? ¿No crees que deberíamos, de una vez por todas, “matar al padre”? Hoy Costa sería algo parecido a lo que es Perico Arrojo y no diría lo que decía. En el siglo XIX valían sus recetas y estaba claro que, en aquel contexto, una política hidráulica dirigida a la extensión de los regadíos contribuiría al desarrollo de Aragón. Eso está tan claro como que las mismas recetas ya no valen en el siglo XXI. A Costa lo han convertido en un cliché. Fue un personaje extraordinariamente brillante e importante en su momento pero hoy lo que hacemos es moverlo como un espantajo pidiendo pantanos. Oponerse hoy a los pantanos es utilizar tanto argumentos de equidad como de ecología y eficiencia.

Ahondando en esa dimensión reivindicativa del territorio de la que hablas, yo tengo la sensación de que habéis contribuido a mitificar un poco la realidad del mundo rural en general y de los valles pirenaicos en particular. En vuestras canciones el Pirineo se muestra como una especie de Shangri-La aragonés en el que se conservan inalteradas unas señas de identidad eternas e inmutables que muchos aragoneses creen efectivamente reales y que cotizan alto especialmente en Tierra Baja. Habéis acuñado un discurso emocional cargado de una tremenda fuerza poética que, a la postre, acaba por ocultar las muchas carencias, ineficiencias y perversiones de ese mismo universo rural y, por extensión, de todo Aragón ¿No tienes la sensación de que, buscando defender el territorio, lo que hayáis hecho sea aportar argumentos justificatorios a determinadas realidades que habría que desterrar, anular o superar? ¿No echas de menos un poco de crítica? Nosotros siempre hemos preferido tratar lo malo con humor. Eso nos ha parecido fundamental porque tampoco tenemos ganas de crispar al personal. Tienes razón en lo que dices. La mezquindad o el egoísmo son universales. Los hay en todos los sitios y también aquí. En el Pirineo hay una falta evidente de tejido social, de capacidad de trabajar en común. Probablemente, y ahora casi te hablo como jurista más que como músico, la razón de todo eso tenga que ver con la institución de la “casa” que, como Costa, es una realidad mitificada con cosas buenas y cosas malas. En realidad es un pequeño estado totalitario que siempre ha impuesto realidades injustas o duras en aras de la pervivencia del patrimonio. La “casa” imponía un curioso orgullo de grupo que venía a decirle al individuo: renuncia, que se te premiará. Eso se percibe enseguida en el mundo del Derecho. La gente aquí tiene una cultura jurídica que no se tiene en la Tierra Baja. Se manejan conceptos jurídicos muy técnicos en documentos como las capitulaciones matrimoniales. En realidad solo aquí pervive el Derecho Aragonés en su plena vigencia. Tengo que decir también que la “casa” es una institución en retroceso que ha sido vencida por la Seguridad Social y en general por el Estado del Bienestar y todos sus logros.

¿Aceptas, pues, que también la Ronda ha contribuido a la creación de otro mito aragonés? (risas) Sí, claro. Es cierto y además es que lo hemos buscado de forma deliberada. Nos tocaba ayudar a crearlo. Si entrábamos a cantarle a esta tierra no nos podíamos quedar a medias. Nadie antes había valorado la realidad que hay tras eso que llamas mito y había que hacerlo. En cualquier caso si nuestra visión de la tierra es algo edulcorada eso proviene del amor. Sí que hay una cierta dureza en nuestro trabajo pero no crítica. Quizá hayamos entendido mal las cosas o quizá lo hayamos explicado mal pero lo hemos hecho. Otros vendrán detrás de nosotros a demolerlo o a matizarlo pero el trabajo hecho está.

¿Cómo ves hoy a esos “otros que vendrán”? Tienen que salir nuevas voces. Las siguientes generaciones aportarán su visión, eso seguro. Está claro que la fiesta, la ronda, ha arraigado y que seguirá porque la gente la ha incorporado otra vez a su vida. Evidentemente nuestro mensaje es personal y la visión poética, o literaria, es propia, eso no puede heredarlo nadie. Habrá nuevas visiones porque las visiones son personales y habrá otras personas aportando.

¿Y tu balance personal de esta aventura? ¿Ha merecido la pena? He conseguido que, siendo forastero, me hayan “creído”, entre comillas, en el Sobrarbe. Eso es lo más alucinante. Como forastero he conseguido penetrar en el disco duro de un territorio bastante cerrado. Eso es una gran satisfacción. En relación al éxito que ha tenido nuestro trabajo, es más de lo que hemos buscado y esperado. Lo que ocurre es que tampoco hemos perdido la cabeza en ningún momento. Nosotros llegamos a la Ronda siendo personas adultas, con formación y con la vida ya hecha. No tuvimos que reinventarnos porque sabíamos perfectamente quienes éramos.  En lo demás, sí que es verdad que en veinte años todo ha cambiado mucho. Han pasado muchas cosas, a todos los niveles. Hoy estoy dolido con todo lo que pasa, sin embargo, solo soy un compositor de canciones, ni soy un político ni un profesional de la comunicación obligado a hablar de todo lo que ocurre. Frente a los nuevos tiempos no sé muy bien qué decir.

¿Por qué crees que no hay cantautores de derechas? (risas) No lo sé, pregúntale a los de derechas. Creo que la música comercial no necesita explicitar sus inclinaciones ideológicas. El sistema no necesita reflexiones, los mecanismos de imposición del status quo le bastan y le sobran, la música comercial ya le vale para perpetuarse.

¿Te has planteado alguna vez utilizar algún otro vehículo para transmitir las historias de la Ronda? Algunas de vuestras canciones serían estupendas novelas. La novela es un medio extraordinario y me encantaría ser capaz de escribir novelas además de canciones pero es otro lenguaje totalmente distinto y yo no lo manejo. Tendré que quedarme como estoy.

Terminaremos con el clásico de El Agitador. Una peli, un disco y un libro. Película: Dersu Uzala de Akira Kurosawa. Disco: algo de Serrat, “Cançó de matinada” por ejemplo, y cualquier cosa de The Beatles. Libro: Cien años de Soledad.

Bastante coherentes tus gustos. Pues sí.

Han pasado cuatro meses desde que tuve la ocasión de charlar con Manuel en Boltaña. Durante  todo este tiempo la entrevista ha reposado en parte dentro de mi ordenador y en parte en el mismo papel en el que transcribí aceleradamente sus palabras. He dejado pasar los días y las semanas porque no quería publicarla sin haber presenciado una ronda. No soy aficionado al folk ni he frecuentado las fiestas de los pueblos pirenaicos y, aunque había podido ver a la Ronda en concierto en la Plaza del Pilar de Zaragoza hacía unos años, tenía muy claro que no era esa la ocasión propicia para conseguir entender su mensaje. Había disfrutado de aquella larga conversación, había conseguido empatizar con el personaje y era capaz de compartir muchos de sus puntos de vista, pero en realidad no sabía de qué me estaba hablando. Así, me negaba a publicarla. Otra vez salieron en mi ayuda los amigos comunes. Albert Capell, otro profesional del Derecho ya casi boltañés, conocía mis ganas de rondar y se ofreció a poner fin a mi frustración. Un sábado de fines de septiembre encaramos juntos la atormentada carretera que conduce al pequeño núcleo de Buerba, en el valle de Vió, porque eran fiestas y la Ronda era la encargada de poner música al evento. Nos acompañaban nuestras respectivas familias. Ya he dicho que no soy aficionado al folk y, mientras conducía con los ojos fijos en el estrecho asfaltado de la vía, pensaba en que quizá aquel día la Ronda haría como hizo Dylan en el Festival de Newport en el 64 y que al llegar nos encontraríamos a una Ronda electrificada, roquera y hasta algo macarra ante el estupor, o el gozo, quien sabe, de la pública concurrencia. Pero no fue eso lo que ocurrió. Reconozco que al desembarcar en la entrada del pueblo e iniciar el acercamiento hasta el grupo de gente que se había congregado en torno a la música, cuyo foco intuíamos tras las cabezas y los cuerpos danzantes, sentí bastante pudor. Yo era un superforastero en aquella fiesta que parecía ultraprivada. Venía a alparcear a un pueblo que no era el mío y para ello iba a meterme en el corazón de su vida emocional: la fiesta. Para satisfacer lo que para mí no era más que un brote de curiosidad iba a inmiscuirme en una realidad que me era por completo ajena. Como un guiri. Como si fuera japonés o australiano o de Zaragoza. Y así estaba yo, cansino, cortado, incómodo, receloso. Y entonces una señora mayor, que podría haber sido perfectamente mi tía Josefina, me puso una bandeja repleta de embutido delante de los morros y me dijo: “venga, come, come” como si se hubiera hartado de limpiarme los mocos de pequeño y un chaval joven, que sacaba cierto parecido con mi sobrino Jorge, me tendió un porrón mientras se reía de algo que le acababa de decir una moza de buen ver que también había bebido del porrón y ahora bailaba. Y entonces busqué con la mirada a los que habían venido conmigo y vi a mi hijo desaparecer engullido por un bosque de piernas danzantes, mientras corría como si le persiguiera la pareja de la Guardia Civil, y a mi santa charlar animadamente con una compañera de trabajo, que acudía todos los años porque estaba casada con un mozo de un pueblo cercano, al tiempo que Albert y Laura no paraban de saludar a unos y a otros con su pequeña Emma a cuestas. Y, así, empecé a tranquilizarme, a soltar músculos y a disfrutar del día tan bueno que se había quedado después de la lluvia mañanera, de las canciones de Manuel y los suyos, del ruido de fondo, de las puertas abiertas, del embutido, las pastas, la cerveza y los porrones. Y, bien, he aquí la dichosa entrevista. 

Jesús Cirac

Bajo dos tricolores:

http://www.youtube.com/watch?v=SE5yQ8JR2nc

Días de Albahaca:

http://www.youtube.com/watch?v=xjBR8HVMCbE

Mazurca de Bruno Fierro:

http://www.youtube.com/watch?v=NWEZGgSGdiU&feature=related

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