True Detective. La serie de la que todo el mundo habla últimamente.

En ninguna cabeza cabía que el largo culebrón protagonizado por Bryan Cranston no fuera a llevarse la parte del león en la última ceremonia de los Premios Emmy. Y es que Breaking Bad es mucho Breaking Bad. Y más con el apabullante final con el que bajó la persiana de forma definitiva. Quiero decir con esto que no existía ninguna posibilidad de que la-serie-de-la-que-todo-el-mundo-habla-últimamente obtuviese el reconocimiento que a juicio de muchos merecía. Al menos batiéndose con toda una leyenda. Pero eso no quiere decir que True Detective no sea una gran serie. Lo es. Tampoco que, desde ya, ocupe un lugar destacado en la memoria colectiva de millones de serieadictos, justo al lado de clásicos como The Wire, Perdidos o los Soprano, por citar solo a tres que ya han pasado a mejor vida.

Empecé a ver True Detective sugestionado por el entusiasmo contagioso de algunos colegas y por lo mucho, y bueno, que sobre ella se había escrito. Me echaba un poco para atrás la presencia del ex novio de Pe, Matthew McConaughey, ese fortachón con cara de ángel lelo al que siempre hemos visto en papeles empalagosos y cutres. Pero ya estaba avisado del extraordinario esfuerzo que el bueno de Matt había hecho para poder encajar en la piel de un poli anoréxico, atormentado y enemigo de la ortodoxia. Pensaba en Pulp Fiction y en su efecto redentor en la carrera de John Travolta, otro guaperas engullido por su propia inercia, y decidí que era justo otorgarle al bueno de Matt el mismo beneficio de la duda que un día otorgué a un tipo al que, antes de Tarantino, siempre había odiado.

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En realidad True Detective no cuenta nada que no hayamos visto antes muchas veces. La larga búsqueda de un asesino en serie por parte de dos polis medio chinados a lo largo de dos décadas. Ni siquiera resulta original el hecho de que el escenario no sea el habitual en este tipo de productos. Hemos visto y leído muchas historias ambientadas en el agobiante sur profundo de los Estados Unidos. También estamos acostumbrados a los flash-backs, los policías que se saltan las normas, los restos humanos esparcidos entre la hierba húmeda, los predicadores y a la pautada confrontación entre el paleto y el hombre de mundo. Vale, True Detective no es la propuesta más original del universo serial pero mola como la que más, no ha descubierto la metanfetamina de color azul pero ha conseguido hacernos pasar la longaniza por sushi, el tinto de verano por spritz burbujeante y definitivamente trendy.

¿Qué como lo hace? Pues no sabría decirlo, la verdad. Ayuda bastante que McConaughey sea en realidad un actor concienzudo y eficaz, capaz de convertirse en un ser totalmente irreconocible, y que un pequeño monstruo como Woody Harrelson le dé generosamente la réplica. Ayuda rodar en un territorio tan lúgubremente hermoso como los pantanos de Louisiana. Ayuda condensar la historia en ocho grumosos capítulos. Ayuda invocar a los viejos fantasmas de un territorio sobre el que se han escrito algunas de las mejores páginas de la literatura norteamericana. Quizá el gran mérito de sus creadores haya sido simplemente elegir bien los ingredientes y cocinarlos a fuego lento antes que lanzarse a improvisar nuevos platos de resultado siempre incierto.

True Detective es pura tradición, conexión directa con algunas de las cimas de la creación yankee y también con sus más recurrentes obsesiones. Surgen de inmediato las referencias, “La noche del cazador” y “Matar a un ruiseñor”; el sur complejo y abigarrado de las novelas y cuentos de Carson McCullers o Truman Capote, Hannibal Lecter y “Easy Rider”, la fascinación por la América más profunda y menos desarrollada y moderna, el lado oscuro del fanatismo religioso, el universo cajun, aquella inquietante “Canción de cuna para un cadáver” o la fallida, aunque vigorosa, “El corazón del ángel”, el peso de la autoridad familiar, la represión sexual, el vudú, el mestizaje cultural del Delta, la corrupción política, la solidaria omertá de las sociedades cerradas.

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Uno devora los capítulos de True Detective como si en ello le fuera la vida. Y, como con toda buena serie, casi se echa a llorar cuando apura el último de ellos. En ningún momento ha tenido la sensación de estar en presencia de algo inusitado pero se lo ha pasado pipa viendo cosas que ya había visto muchas veces antes, aunque contadas de otra manera. Los polis llevan vidas desastrosas pero, en el fondo, tienen corazones enormes y todo lo malo que hacen lo hacen por el bien de alguien, las mujeres son bellas y deseables y hay hasta escenas un poquito subidas de tono, los malos son aterradores y el paisaje es lo suficientemente hermoso como para causarnos inquietud. Y por si fuera poco la canción que acompaña a los títulos de crédito, “far from any road” de The Handsome Family, es una de las más hermosas que ha escuchado en tiempos.

De momento va a haber segunda temporada. Se dice que el mismísimo Brad Pitt ha suplicado un papel y que Angelina Jolie será una de las protagonistas. Buena señal, esos dos me caen todavía peor que Travolta y Matthew McConaughey. La cosa promete.

Jesús Cirac

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