D. Mariano Valimaña y Abella en, Anales de Caspe antiguos y modernos, cita apresuradamente el origen mítico de nuestra ciudad centrándolo en la figura de Tubal, nieto de Noe. Para su tiempo, mediados del XIX, más que una aportación singular es una obviedad, pues reconocidos historiadores como Juan De Mariana, en Historia General de España, también recurren, sin mucha convicción, a este personaje del Génesis para explicar el arranque demográfico de la Península, tras el Diluvio.

Profundizando en el Mito, es de sobra conocida la travesía de Noe en el Arca y la aniquilación de la humanidad bajo las aguas, pero menos se ha reparado en su afición al vino y en las consecuencias familiares que acarrearon sus borracheras. De hecho, uno de sus hijos, Cam, lo descubre ebrio, desnudo sobre su jergón, y de acuerdo con ciertos exegetas, lo castra. Como es lógico, la broma, acarrea una guerra familiar, otra tensión más en una saga que ha soportado el asesinato de Abel a manos de su hermano, Cain.

Un hecho recogido por numerosas fuentes que, por cierto, no coinciden en el móvil del fratricidio. Para unas la causa radica en la disputa entre agricultores y ganaderos por el control del agua, un tema explotado por la Industria Cinematográfica en el Western. Otras aducen que el origen está en la urgencia del trepa por ocupar el lugar preferente junto al poder. Mientras, las menos, hacen hincapié en las tensiones entre los dos matrimonios, disputas entre cuñadas, pues Cain y Abel se casaron con sus hermanas mellizas.

Como Abel muere sin descendencia, son los hijos de Cain, los de Set y las treinta parejas de mellizos que parió Eva (resultado de los ritos maritales con Adan, tenidos con santidad y máximo decoro, según los esenios), los cimientos de la humanidad. Bueno, también podríamos añadir que, entre otros, hubo ángeles, como Shemhazai y Azael que aportaron, también, su copiosa descendencia al dejarse seducir por, Lilit y Naama, las primeras compañeras de Adan, mujeres libidinosas y diabólicas, por supuesto.

Gabriel Rossetti, británico y fundador del movimiento Prerrafaelista, en 1867, pone rostro y maneras a la primera mujer, en un lienzo que se conserva en el Delawware Art Museum. Parece que Lilit fue una chica independiente que pretendió innovar en el ámbito del acto sexual. Al sentirse, por ello, despreciada por Adan no dudó en abandonar el Paraíso.

Noe, constructor del Arca escrupulosamente diseñada por Dios, es uno de los hijos de Lamec, el asesino de su tatarabuelo Cain y de su propio hijo Tubal Cain en un desafortunado lance de caza, el típico homicidio imprudente. Un tipo duro, ese Lamec, que de vuelta al hogar, tras la jornada cinegética, sin pérdida de tiempo yace, como buen cainita, con sus dos mujeres, Ada y Sela. En la unión con esta ultima, el valiente cazador, engendra a Noe.

De cualquier modo, el desbarajuste que supuso la convivencia de las muy distintas calañas sobre la Tierra se enmendó con un severo castigo, el Diluvio, una catástrofe natural con tintes de limpieza étnica. Tras la inundación, el cenagal, en el que desaparece hasta la tumba de Adan, se seca y los improvisados marinos pueden desembarcar. Noe planta una cepa recuperada del Edén y fabrica vino, entra en escena, Samael, el demonio.

“Samael mató un cordero y lo enterró bajo una vid; luego hizo lo mismo con un león, un cerdo y un mono, de modo que sus vides bebieron la sangre de los cuatro animales. En consecuencia, aunque un hombre sea menos valiente que un cordero antes de probar el vino, después de beber un poco se jactará de ser tan fuerte como un león; y si bebe en exceso será como un cerdo y ensuciará sus ropas; y si bebe todavía mas será como un mono, se tambaleará tontamente, perderá el juicio y blasfemará contra Dios. Y eso fué lo que sucedió a a Noe”.

El ya referido episodio de la borrachera tiene sus consecuencias, Cam y sus descendientes quedaron malditos y fueron esclavizados en beneficio del resto del clan.

Bueno, no parece que tras el Diluvio la empatía de los elegidos haya mejorado mucho, de hecho la siguiente bronca familiar se produce en torno al ladrillo, en la Torre de Babel.

En este punto, a los constructores del mito les urge dispersar a los descendientes de Noe para repoblar la Tierra. En esos menesteres adquieren protagonismo los otros hijos del nauta, Sem y Jafet, con sus numerosos nietos. Así, a Tubal, hijo de Jafet, lo encontramos cumpliendo su misión en la Península de Anatolia.

Pero el puzle aún no esta completo. Hacia el siglo VIII (a J.C.) comerciantes que dirigen sus cóncavas naves hacia la guarida del Sol, recalan en ensenadas con aguas color turquesa, e indagan sobre las minas de estaño, de regreso al Creciente Fertil traen algo más que noticias o metales. Navegando, pirateando, traficando, han contactado con gentes extrañas, de costumbres tan antiguas como las suyas, quebrando, sin proponérselo, el mapa del Mundo Conocido. De nuevo los hacedores de mitos, poniéndose manos a la obra, movilizan a los sucesores de Noe en una segunda oleada repobladora. Es por ello que trasladan al bueno de Tubal, a Tarsis, a Occidente, a la patria del toro y los metales, al hogar de los Geriones. Por cierto, aquí engendra un hijo, que será una casualidad, pero le llamó Ibero.

Los mitos son fábulas dramáticas producto de una etapa donde la religión, moral y derecho no están diferenciadas. Burdas justificaciones sobre la naturaleza de las instituciones o de las decisiones que toman los detentadores del poder, nunca ajenos al mundo mágico. Su conocimiento nos enseña y demuestra la evolución de nuestra naturaleza proclive a elegir antes lo mágico e ilógico que lo sencillo y evidente, que algunos llaman racional. Sea como fuere, a nosotros nos complace intuir que somos sencillamente polvo de estrellas.

Nicolás Bordonaba

Tubal y familia

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