Valentín Catalán: Ahora se vive mejor que nunca. Yo no tengo ninguna nostalgia del pasado.

A su edad Valentín sigue siendo un valiente. No le ha tenido miedo a coger el papel y el boli y a dejar por escrito sus recuerdos de unos tiempos que, al parecer, no fueron tan idílicos, felices y armoniosos como muchos quieren creer. Parte de dichos recuerdos pueden leerse en un artículo sobre la muerte de su tío Pedro Cirac Estopañán incluido en el libro “Los años de los que no te hablé II” editado recientemente por Los Libros del Agitador. Tampoco le ha tenido miedo a dejarse entrevistar. Claro que, ¿por qué habría de tenerlo? Valentín es zorro viejo y las ha conocido de todos los colores. Una entrevista siempre es menos peligrosa que una granizada, una helada o un año de sequía, y, de esas, Valentín se ha visto en muchas. Además conoce perfectamente al entrevistador, ha charlado con él muchas veces, se tienen simpatía mutua, sabe perfectamente lo que se va a encontrar. Por saber, sabe casi hasta lo que le va a preguntar exactamente.

Dotado de una extraordinaria memoria y una facilidad innata para narrar, Valentín es lo más parecido que se me ocurre al arquetipo del “viejo de la tribu”. La voz autorizada, la conexión con el pasado ancestral, el consejo sabio del que ha vivido mucho más que tú. Pero también la visión de futuro, la perspectiva, el ojo capaz de sondear el horizonte en busca del camino a seguir. Por ello, es siempre un placer escucharle. Juicioso, prudente, cabal, no se muerde la boca a la hora de criticar todo aquello con lo que no está de acuerdo aunque, para mi desgracia, muchas veces prefiere callarse cosas que me encantaría escuchar. Eso es algo que no podré cambiar, me temo. 

¿Todavía estás en activo, Valentín? Todos los días voy al campo. Yo mismo conduzco el coche. Doy una vuelta, cojo los huevos de las gallinas…

¿Y lo de escribir, qué tal, sigues con ello? Nada, cuando se me pasa algo por la imaginación, lo plasmo y ya está…

Hablar contigo es siempre un placer porque, además de tener una memoria prodigiosa, eres buen narrador. ¿Eres consciente de que ya va quedando poca gente como tú, capaz de transmitirnos a los más jóvenes el largo camino recorrido hasta hoy? Gracias por los cumplidos…

No es un cumplido, es lo que pienso. Me interesa mucho la gente de tu generación, especialmente ahora que hay tanto agorero hablando de lo mal que está el mundo, de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, de lo bueno que era todo antes… Pues no hay que creérselos. Ahora se vive mejor que nunca. Yo no tengo ninguna nostalgia del pasado.

Siempre hablamos de tus recuerdos de la Guerra. Estoy convencido de que la Guerra es el acontecimiento más determinante de la historia reciente de Caspe. Hay un claro antes y un claro después. ¿Cómo recuerdas ese después? La guerra fue muy dura y después hubo que empezar casi de cero. Había que volver a la normalidad pero no era fácil. Había mucha necesidad, mucha injusticia, también, y mucho miedo y desconfianza. Pero también hubo mucha abnegación. La gente se quedó con las manos en la cabeza, les habían despojado de todo, tierras, herramientas, animales… Durante la guerra a mi abuelo le quitaron el carro, los animales… todo para la colectividad. A los dos años tuvo que volver a comprar el carro, las mulas. La gente se unió mucho, no había otra manera de salir adelante. Iban a segar juntos, se ayudaban, se prestaban las cosas…

Valentín y Mercedes
Valentín y Mercedes

Pero al lado de toda esa solidaridad y esa unión entre ciudadanos, abundan las historias de gente que se aprovechó del caos de la guerra para apropiarse de los bienes de sus vecinos. Tanto durante la “dominación roja” como después, con la “paz franquista” ¿De verdad fue tan habitual como se cuenta? ¿Qué si fue habitual? Lo que pasa es que de esto no se puede hablar. Todavía es muy delicado hacerlo porque, en muchos casos, viven los hijos y los nietos y no merece la pena revolverlo pero sí que fue habitual. Conozco el caso de uno que tuvo que devolver la “aparejada de varas” porque se las había quedado sin ser suyas. Un amigo de mi padre y un vecino lo vieron. Todavía podría decirte el nombre… El dueño fue al que se lo había quedado y le dijo: “te doy un plazo de dos horas para que me lo devuelvas o te rajaré el larbero“. Conozco ese caso concreto pero había muchos más.

Hablas de un ambiente muy malo, de mucha tensión, de violencia latente. Había muy mal ambiente en el pueblo en ese sentido y mucha gente se tenía que aguantar mientras veía como otros se habían apropiado de lo que no les pertenecía. Otro que también conozco se llevó una mula y tardó seis o siete años en devolverla. Luego se puso en marcha aquel organismo de recuperación que sirvió que para que alguien que antes de la guerra no era ni pastor después se convirtiera en ganadero. Concretamente a mi suegro le requisaron muchas cabezas de ganado y él mismo las tuvo que presentar en el pueblo en el lugar que se le indicó. Después de la guerra había una fuerte discriminación con los que habían sido “rojos” que pagaron todos estos abusos con más intensidad. Recuerdo el caso de uno que había sido peón de Pellicer, el fabricante de aceites; que era republicano y cuyo hijo era abogado y fue consejero de justicia en el Consejo de Aragón. Aquél hombre fue a buscar unos botos, mandado por el Comité, para transportar aceite a la botería del señor Valién que estaba en la esquina de la calle baja con la plaza de los hoteles. Una vez acabada la guerra, a dicho peón le reclamaron dichos botos ya que él era quién había ido a buscarlos, la madre de dicho señor quiso pagar el importe de aquella mercancía, pero la mujer de Valién le dijo: “lo pagará con la cárcel” y con la cárcel lo pagó, tres años estuvo preso por aquella tontería. Con aquellos actos no podía florecer la convivencia.

Por no hablar de los agravios comparativos que se producían en una economía totalmente intervenida por el Estado. Aquellos son años de estraperlistas, inspectores de abastos y gente que, simplemente, intentaba buscarse la vida como podía comerciando con lo poco que tenía. Hablar de los estraperlistas y de los inspectores de abastos en aquellos años daría para un capítulo muy amplio. Si nos referimos a los primeros aquellos que se dedicaban a transportar en el correo hasta Cataluña los productos que podían, ya fuera judías, aceite, patatas, yo creo que aquella gente justo hacía malvivir, si tenemos en cuenta que de vez en cuando la Guardia Civil o la Policía les requisaba todo el género. Luego les dejaban trabajar unos días para que se recuperaran. En cuanto a los inspectores de abastos, cuando aparecían por el pueblo, eran de temer ya que si cogían en algún registro algo que no estaba legalmente declarado lo decomisaban y además la multa era cuantiosa. Pero… como en casi todo en la vida había quien gozaba de privilegios. 

¿En aquel momento tenías clara la idea de que en el mismo espacio, un pueblo como Caspe, convivían distintas categorías de personas, los que tenían plenos derechos y los que no? ¿Cómo se manifestaban esas diferencias en la vida cotidiana? En aquellos tiempos las categorías personales se manifestaban más que en la actualidad, sobre todo porque había terminado una guerra y en esos casos se mira de una forma a los vencedores y de otra a los vencidos, aunque sea en casos insignificantes. Había gente que no tenía que hacer cola nunca en los comercios ni en ningún sitio, las colocaciones públicas eran siempre para los mismos, las becas… 

En los años inmediatamente posteriores a la guerra, Caspe está prácticamente tomado por los militares. Hay unidades acuarteladas, abundante guardia civil, hasta policía secreta. ¿Qué recuerdas de aquello? Lo más relevante de la estancia de los militares en Caspe yo diría que fue el hecho de que aquello dio lugar a que muchos se pusieran a festejar con chicas del pueblo y que aquella relación acabara en boda. Hubo ejemplos desde capitanes, pasando por brigadas y sargentos, hasta soldados. Una hermana de mi madre se casó con uno de ellos. La policía secreta iba a lo suyo, estaban en los bares, vigilando sus cosas y los jóvenes no lo notábamos mucho. Se dice incluso que algunos policías se portaron muy bien con muchos caspolinos… 

Otra de las cosas que me llaman la atención de aquel Caspe que yo ya no llegué a conocer es la dispersión de la población y las relaciones sociales que de ello se derivaban. ¿Había muchos caspolinos viviendo en las huertas? (habla Mercedes, la esposa de Valentín) Más de dos mil personas vivirían en el campo en aquella época. Si no todo el año, buena parte de él. Nosotros vivíamos en la Herradura pero teníamos casa en la calle Vieja. Aunque eran pocos los que tenían casa en el pueblo, la mayoría pasaba todo el año en el campo. Veníamos al pueblo andando, más de cuatro horas de caminata nos costaba. Traíamos cosas para vender, huevos, caza… 

Hoy vamos en coche a todos los sitios y para vosotras hacer cuatro horas por un camino expuestas a los elementos era lo más normal. Lo era. Estábamos acostumbrados a eso y para nosotros no tenía nada de extraordinario. En el camino te encontrabas con gente que iba y venía, con vecinos, con familiares, era una forma de relacionarse. También teníamos que caminar para ir a la escuela de la Herradura, Había niños que a lo mejor tenían que caminar una hora para ir a clase. Mi madre había nacido en el campo y no quería que sus hijos vivieran allí, llevando esa vida tan dura.

Había hasta gente que hacía la trashumancia. Venían del Pirineo cuando llegaba el otoño y se iban en primavera. Era una cosa muy normal. Había muchos que vivían así. Pasaban todo el tiempo en el monte, vivían allí con el ganado y solo venían al pueblo a comer, a comprar comida o al médico

(Habla otra vez Valentín) Con la llegada de los tractores, en los años sesenta, empezó a declinar la trashumancia porque se empezó a roturar el monte y los pastos fueron desapareciendo.

La roturación del monte común ha sido uno de los históricos puntos de fricción en la historia de nuestros pueblos. Durante la guerra, en muchos municipios, costó vidas, ¿Cómo se dio ese proceso en Caspe? En Caspe la roturación de los montes comunales se llevó a cabo al llegar los primeros tractores. Yo puedo hablar de mi caso en concreto puesto que conservo las instancias cursadas a la Sección Agronómica de Zaragoza en las que solicitaba roturar dieciocho hectáreas en Valdurrios y cinco hectáreas más en el monte del Coletillo, junto a la Gabardera. Tan pronto como aquel documento me vino aprobado roturé las parcelas. Hoy mis hijos solo conservan las cinco de la Gabardera.

¿Teníais que pagar por ello? Se paga un canon anual al ayuntamiento. Es como un arrendamiento anual. La gente solicitaba la roturación de tierras que, por lo general, estaban cerca de sus linderos y que muchas veces se las iba labrando por su cuenta…

Toda la vida te has dedicado a la agricultura. Así es. A los catorce años dejé de estudiar para irme al campo. A esa edad no tienes poder de decisión. Uno va a lo fácil y en aquel momento lo fácil era el campo. 

¿Qué recuerdas de la educación de la época? Después de la guerra, en el 41, se abrió el instituto de Bachillerato, en los franciscanos. La educación era buena, había buenos profesores, de latín, de francés. Religión lo daba Mosén Antonio del Cacho. Para entrar en el Instituto de Caspe tuve que pasar un examen de ingreso al bachillerato en el instituto Goya de Zaragoza. Fue en el año 1940. Íbamos seis o siete niños de Caspe. Nos preparó la hermana Pilar de las Anas. Me acuerdo que dormí en la pensión La Peña, que estaba justo a la entrada del Tubo, con Florencio Repollés, los dos juntos. Pasé el examen y fui dos cursos al bachillerato.

¿Te arrepientes de haber dejado de estudiar tan joven? No. Tenía mi medio de vida que era la tierra e hice lo que tenía que hacer. Y eso que tuve oportunidades. Podía haber ido a trabajar a un banco a Zaragoza pero no quise. ¿Me habría ido mejor estudiando? No lo sé. No me lo he vuelto a plantear. No lo sé. Lo que sí que tengo claro es algo que le oí decir a Nelson Mandela: “La cultura puede cambiar el mundo”. Creo que el estudio y la cultura siempre prevalecen. Lo que pasa es que en España eso lo tenemos poco asumido, se ponen demasiados palos en las ruedas, faltan dineros para profesores, escuelas. Lo mismo pasa en Caspe.

Sin embargo, a pesar de la dureza con que describes esa vida, hay mucha gente que la añora, incluso sin haberla conocido ¿Erais realmente tan felices como para justificar esa añoranza? Pues no sé qué decirte… Felices. Como no había conocido otra cosa, estaba bien, era feliz. No nos faltaba nada en casa y se podía salir por ahí a dar una vuelta… aunque alguna vez algún guardia te dijera algo por cantar o lo que fuera. Supongo que sí que éramos felices.

Como agricultor te tocó vivir una auténtica revolución que en otros países ya se había vivido en el siglo XIX. Has hablado de que tu abuelo tenía mula pero las mulas desaparecieron y llegó la maquinaria al campo, los nuevos cultivos, las nuevas relaciones sociales… Yo me compré uno de los primeros tractores que hubo en Caspe. Fue en el 63 o en el 64. Fuimos cuatro o cinco los que nos compramos un tractor de la misma marca. Estábamos locos. Quisimos estar con los tiempos y cambiar pero no teníamos ni una perra. Tuve que firmar tres o cuatro letras, lo que pasa es que tuvimos la suerte de que llovió mucho durante cuatro o cinco años seguidos y nos fue bien. Pudimos pagar las letras. Si no, se nos hubieran comido las ratas…

Pero, quizá la gran revolución tuvo lugar en lo que a las relaciones sociales se refiere… Eso ha sido lo que más ha cambiado. Esa ha sido la gran revolución. Hoy la tierra es de la gente joven que ha trabajado, que se ha esforzado e invertido en sus explotaciones. Antes era de los terratenientes de antaño que no se preocupaban. Yo me jubilé a los cincuenta y ocho años y mis hijos siguen cultivando la tierra. Hemos invertido trabajo, esfuerzo y dinero para convertir una finca que era de secano en regadío donde poder poner frutales. Eso da muchísimo trabajo pero es una gran satisfacción. Mis hijos no han sembrado un grano desde hace años. Están especializados, por no ser ya no son ni hortelanos, patatas se hacen pero nada más.

Parte de esa revolución fue también la marcha de cientos de caspolinos a la ciudad en busca de lo que creían una vida mejor. ¿Cómo vivisteis esa ruptura? ¿Erais capaces de entender en aquel momento lo que aquello significaba, las consecuencias irreversibles que iba a traer? Yo tampoco soy quién para opinar sobre la gente que se marchó o la que se quedó en Caspe. Muchos de los que se fueron lo hicieron a Zaragoza, a Barcelona o a Francia. Cada cual era muy libre de hacer lo que pensaba que más le convenía. De los resultados de aquellas decisiones son las propias personas que se marcharon las que pueden hacer un balance de aquella actuación. De momento el pueblo perdió mucho. Pero aquel fue un proceso extraño. Mucha de la gente que se fue no tenía propiedades, ni herramientas, ni animales… para dedicarse a la agricultura y hacerse medieros o ir a jornal era lógico que se marcharan porque en Caspe lo tenían muy difícil. Hoy sería de otra forma, cualquier joven tiene posibilidades, hay otros medios para acceder a la tierra, muchas tierras se están quedando yermas, pero entonces la propiedad estaba en manos de poca gente, muy atada, el que se quedaba dependía de los propietarios y aquello marcó mucho. Los hijos de agricultores con propiedades no se marcharon.

Valentín

Ese relevo en la posesión de la riqueza del que hablas ha marcado incluso la situación política de nuestro pueblo. Antes de la guerra las élites caspolinas tenían un peso político y social que nunca han podido recuperar. La derecha en Caspe se ha diluido mucho. Aquellos señores desaparecieron y la derecha caspolina nunca ha conseguido tener ni siquiera mayorías en el ayuntamiento.

También, dentro de ese proceso de transformación social a que se vio sometido Caspe, viviste el canto de sirena de la industrialización como alternativa de futuro o, incluso, la invocación al turismo pero si algo nos ha dejado claro la crisis que atravesamos es que son los sectores productivos vinculados a la tierra los que mejor han resistido los vaivenes del capitalismo. Parece evidente que el futuro de Caspe está en su pasado: la agricultura, la ganadería, el territorio… Muchas veces nos han querido vender la industria como alternativa de futuro. Incluso no hace mucho se llevó a cabo la construcción del Polígono en el Portal de Milans y me llama la atención que las naves industriales brillan por su ausencia. Pero, en fin, era lo que los gobernantes municipales creían que nos convenía. Bajo mi punto de vista se podía haber tenido en cuenta que el territorio de Caspe es muy amplio y lo primero debía ser intentar sacarle el mayor provecho posible. ¿Cómo hacerlo? Adaptándolo a las exigencias de la época. No en balde, hay un proyecto de regadío en Valdurrios, otro P.B.A. proyectado en la Val de la Liana… ¿Para cuándo?  Hay muchas fincas de particulares en Caspe que a lo largo del año dan muchos puestos de trabajo. Si no díganme a qué se dedica la mayor parte de la inmigración. Y otro ejemplo que me viene a la imaginación: el de una empresa ubicada en Caspe que funciona como una de las mejores empresas de Aragón. Me refiero a la Cooperativa Ganadera que en el ejercicio pasado movió un capital bruto de 39 millones de euros. ¿Alguien ha pensado que el 80 % de los productos que transforma dicha cooperativa se podrían producir en Caspe si tenemos en cuenta el término municipal que posee?

Aunque te confiesas nada proclive a cultivar la nostalgia, seguro que añoras muchas cosas de aquellos tiempos, ¿qué recuperarías de aquella sociedad para hoy? ¿Y, por el contrario, qué cosas crees que es mejor que se hayan quedado atrás? No se pueden añorar muchas cosas de un pasado que fue peor que el presente. Aunque algunas cosas si se echan en falta. Por ejemplo, antes nos íbamos al monte para toda la semana y si coincidías con algún vecino te juntabas para cenar y estabas un rato de tertulia. Había más convivencia que ahora en ese sentido. En mi caso, recuerdo que me encantaba cuando alguna vez coincidía en la Val de las Fuesas con el buen amigo Jerónimo Lasheras y pasábamos algún rato de tertulia. Creo que es mucho mejor que, en la medida de lo posible, se hayan quedado atrás las diferencias sociales y los rencores. 

¿Por qué te has decidido a escribir? ¿Es solo por placer o hay también una especie de responsabilidad moral con las nuevas generaciones, una voluntad de contar lo que has vivido para que no se pierda tu experiencia? Si algún rato de mi tiempo libre lo dedico a la escritura no es con el fin del protagonismo, pues muchas de las cosas que narro nunca verán la luz, pero también para personas como tú, que tanto os preocupáis por el pasado de Caspe. Lo hago por si es posible aportaros algunas de nuestras experiencias vividas. 

Terminamos como siempre lo hacemos. Recomienda una película, un libro y un disco o canción que te hayan acompañado a lo largo de toda la vida. Una película… El Conde de Montecristo. Un libro: El Quijote, que lo he leído más de una vez. Y en música, como buen aragonés me encantan las jotas aragonesas.

Jesús Cirac

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