Caspe literario: el padre de Sender

Ramón J. Sender pasó en Caspe algunas breves temporadas de su juventud, cuando tenía entre quince y dieciocho años. Sus padres y sus ocho hermanos residieron en la Ciudad del Compromiso desde finales del verano de 1916 hasta la misma época de 1919. Las ocasionales visitas a la casa familiar -las relaciones con su progenitor fueron tensas- le brindaron un torzal de vivencias lo suficientemente intensas como para que, a lo largo de su voluminosa obra literaria, fuera deslizando recuerdos, opiniones y referencias en torno a este rincón bajoaragonés. Me ocuparé de ello, detenidamente, en las próximas entregas de esta serie. Necesariamente debo empezar por referirme a los motivos y pormenores de la estancia caspolina de José Sender Chavanel, el padre del escritor.

Sender Chavanel tomó posesión como secretario del ayuntamiento caspolino el 12 de septiembre de 1916. El acto debió de ser solemne, a tenor de cómo lo reflejó la prensa regional:

«En brillante discurso expuso los inmejorables deseos que le animan para el buen desempeño de su cargo, ofreciendo su infatigable colaboración moral y material, conducente siempre al mejor desenvolvimiento y progreso de la administración local. Admirables son los propósitos del señor Sender, los que juzgamos veraces por lo espontáneo de sus manifestaciones y la cultura que las palabras dichas revelan» (La Crónica de Aragón, 23.09.1916).

En una época en la que los cargos municipales solían cubrirse al vaivén de las preferencias de quien ocupaba el poder político, un periódico conservador de la capital se apresuró a puntualizar:

«El señor Sender es un secretario de cuerpo entero. Su personalidad como secretario es de verdadero relieve. Su firma es conocida en la prensa profesional por sus notables campañas en favor del secretariado. Es un hombre que siente y ama al municipio con verdadero acierto. Ha desempeñado las secretarías de los ayuntamientos de Chalamera, Alcolea de Cinca y Tauste y puede apuntarse a su favor el nuevo secretario el hecho de haber sido nombrado para la secretaría de Caspe por las fuerzas de sus propios méritos y sin que haya mediado la menor recomendación» (El Noticiero, 16.09.1916).

Las actas municipales reflejan que, en lo transcurrido del año 1916, al menos otras tres personas habían ocupado el puesto, si quiera fuera de forma accidental, lo que me sugiere inestabilidad y tensión. Bien es cierto que quien ahora se veía arrinconado del mismo, un tal Vicente Centol, recibía elogios públicos y continuaba empleado por el consistorio como jefe del negociado de contabilidad.

En verdad, en el nombramiento de José Sender pudo mediar alguna influencia política, eso parece deducirse de la consulta de fuentes locales. Las actas municipales recogen la tensión de un cese temporal y el sonado rifirrafe que generó entre los partidos, asunto que incluso trascendió a los diarios madrileños. Merece la pena dedicar unos párrafos al tema.

En 1916 -año de la llegada de Sender padre- se registró una «huida en masa de electores del distrito de Caspe desde el partido liberal de Romanones al liberal conservador de Eduardo Dato inmediatamente después de que este último perdiera las elecciones. Quien iba a decirlo de alguien que acabaría siendo tachado como ‘anarquista con fajín’ « (Jesús Cirac, El Agitador, 29.06.2012).

Desde el 1 de enero de 1916, se sentaba en el sillón de la alcaldía el médico Santiago González Gros, cabeza de «una casa de católicos conservadores bien acomodados de la burguesía española» (eso apuntó setenta años más tarde desde el exilio francés un hijo que le salió del PCE y sindicalista). González Gros, acreditado seguidor de Ángel Ossorio, hospedaba en su «suntuosa morada» (La Crónica de Aragón, 09.02.1916) al líder político nacional en sus visitas a Caspe, que eran relativamente frecuentes puesto que durante décadas ocupó en las Cortes el puesto de diputado por el distrito.

El oponente político local de González era el acaudalado propietario Mariano Miravete Samper, quien por Real Orden del Ministerio de Gobernación lo sucedió en la alcaldía 1 julio 1917.

Miravete anudará lazos de intereses comunes con otro prohombre caspolino, Rafael Bosque Albiac. Bosque provenía del republicanismo radical (había responsable de la redacción de La Correspondencia de Aragón, periódico formalmente dirigido por Álvaro de Albornoz) y en aquel 1916 formó parte de una comisión comarcal que viajó a Madrid para entregar a Dato un pliego de adhesión. En el futuro, sería eterno contrincante de Ossorio y debió acostumbrarse a perder en las urnas (en 1923 Ossorio se retiró y Bosque ganó el acta de diputado, tras una lluvia de varapalos desde Heraldo de Aragón, medio que apoyaba abiertamente a Motos).

Cuando en el mencionado 1 de junio de 1917 Miravete recogió la vara de alcalde que tuvo que dejar González al apearse al puesto de concejal, los dos se intercambiaron elogios. Puro espejismo, porque pronto se desató una rivalidad sin disimulos, alejada del frufrú. De forma merecida o casual, Sender Chavanel ocupó el epicentro de la confrontación política:

En el pleno del 8 de julio de 1917, el alcalde Miravete da cuenta de la suspensión o cese de varios empleados municipales, entre ellos el secretario Sender. Accede al cargo vacante «con carácter interino y habilitado» Rafael Bosque, en un movimiento claramente ideológico (aunque Bosque ya había ocupado ese empleo supuestamente técnico, como se refleja en los libros municipales de inicio del 1916). Desde ese momento, la mayor parte de los ediles se negarán a firmar las actas, a pesar de lo cual -y por si había alguna duda- el cese de Sender es apuntalado en la sesión del 14 de agosto 1917.

Algo debió de pasar o algún interés se negoció. El 2 de octubre del mismo año, Miravete da cuenta de haber repuesto en el cargo a Sender, a quien el concejal González dedica públicos elogios. Le debieron de ser tan gratos que, el repuesto secretario solicita permiso para responder (no pudo hacerlo porque el alcalde «consideró conveniente no autorizarle»). No se sofocó el mal rollo, acuda quien lo deseé al acta de la sesión del 23 de octubre, en la que González presenta una queja contra lo que considera actuación «ilegal» del alcalde en torno a este asunto (puesta a votación, es respaldada por una inmensa mayoría del consistorio).

La zarabanda en la que se vio envuelto Sender padre y de la que acabo de dar cuenta, alcanzó cierta notoriedad. Una comisión de concejales mauristas se desplazó a la capital provincial para tratar el tema del cese con el Gobernador (Diario de Avisos de Zaragoza, 17.07.1917). Y hasta la prensa de Madrid reflejó que algunos secretarios de ayuntamientos aragoneses se habían reunido «para tratar de la arbitrariedad cometida con la suspensión del secretario de Caspe» (El Día, Madrid, 28.07.1917).

El caso es que los Sender se instalaron en el piso alto de la Casa Consistorial, que el ayuntamiento puso a su disposición (mi generación ha conocido esos locales ocupados durante décadas por las instalaciones de Radio Caspe). Sender Chavanel se debió de mover confortablemente en su círculo de afines, puesto que fue «hombre dotado de gran capacidad para el trato social» (Vived Mairal, «La vida de Ramón J. Sender al hilo de su obra» 1992). Su esposa, Andrea Garcés Laspalas, es presumible que dedicara todo su tiempo al cuidado de su larga prole (no ejerció su profesión de maestra).

En fin, en diciembre del 1917 vio la luz El Guadalope, un longevo e influyente semanario local. En el número uno y bajo el título «Mi cuartilla», Sender estampó su firma:

«Más que de ciencia y arte siente Caspe necesidad de una administración local de amplia expansión, basada en principios de sana doctrina y ajustada a un plan bien estudiado, que rompa de una vez los viejos moldes en que su vida se desenvuelve, esta es mi humilde opinión. Y quien sabe si El Guadalope viene a pregonar esta verdad para llevarla al convencimiento de todos los caspolinos y que de ella brote, a tiempo todavía, el reconocimiento que nos ofrezca el remedio para la necesidad tan unánimemente sentida. (…) El [río] Guadalope que a través de los siglos no ha podido con el murmullo de sus aguas despertar a Caspe de su letargo, para que se aprestara a recoger para sí los raudales de la inmensa riqueza que le ofrece, planta su nombre en grandes caracteres a la cabecera de este semanario, para ver si, actuando de constante acusador, logra que el remordimiento de lo pasado acabe de una vez con la desidia presente y surja el tesón aragonés que tan marcadas tiene sus huellas en este suelo de la Ciudad del Compromiso».

Quede claro que el artículo, con rúbrica J. Sender, debe atribuirse José Sender Chavanel. Su hijo Ramón José era el único miembro de la familia que permanecía en Zaragoza, desgajado del clan. El entonces adolescente, estudiaba bachillerato y trabajaba como mancebo de botica en la capital, donde ya colaboraba en la prensa con relatos que llevaban la firma R. José Sender, «dando al segundo nombre un protagonismo que más tarde pasará al primero» (Vived Mairal, «Ramón J. Sender. Primeros escritos, 1916-1924», 1993).

El hijo, cuya primera breve estancia caspolina podemos situar semanas después del nacimiento de El Guadalope, también firmó algunos trabajos en el semanario. No los he podido localizar en los contados ejemplares que se conservan de la época, pero reproduzco lo que hace más de treinta años anoté tras conversar con uno de sus contemporáneos: «En cierta ocasión Ramón J. Sender, que pasaba temporadas en el pueblo, escribió en El Guadalope un artículo sobre una tertulia que los señoritos-pijos de Caspe acostumbraban a mantener al aire libre. Lo tituló ‘El jardín de afrodita’. Las críticas sentaron mal, hasta tal punto que, tras una acalorada discusión, Sender y uno de aquellos llegaron a las manos» (así me lo indicó el médico José Blasco Lapuerta, el 12.11.1980).

Sender Chavanel permaneció en Caspe con su extensa familia prácticamente tres años. Como ya he anotado, tomó posesión de la secretaría el 12 de septiembre de 1916 y en el acta de la sesión del 28 de agosto de 1919 aún figura su firma. Semanas más tarde, los Sender se afincarán en Huesca, donde el patriarca había sido contratado por la Cámara Oficial Agraria.

En próximas entregas me ocuparé del recorrido vital de Ramón J. Sender durante esos tres años de residencia bajoaragonesa de sus padres y hermanos. No frecuentó demasiado la casa familiar, pero sí lo suficiente como para que ahora me sea posible espigar Caspe en algunos de los más de cien volúmenes que dio a imprenta y los dos mil artículos que publicó en prensa. Nos esperan gratas sorpresas en la obra de un escritor del que atinadamente indicó Fernando Savater: «Nunca le basta un solo argumento para cada libro (y le tientan sin cesar las historias que orilla)».

Para los amantes de la letra menuda, una coda: aunque suele citarse con v, documento “Sender Chabanel” en el Diario de Huesca del 09.09.1897. En “Los términos del presagio” (una de las novelas de “Crónica del Alba”) también aparece con b.

Alberto Serrano Dolader

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