«Anacrónicas africanas», por Sergio Ferrer Giraldos

                                                   Anacrónicas africanas                                                              

Cuando me ofrecieron un puesto de trabajo en el corazón del África Subsahariana no pude evitar que se me pasaran por la cabeza todos los miedos estereotipados con los que identificamos ese continente tan lejano (ni más ni menos que a catorce kilómetros de nuestras costas): niños muertos de hambre con sus irónicas panzas, anófeles de a palmo, pobreza extrema en las fértiles tierras de los ricos,  guerras civiles e inciviles, subdesarrollo (o siendo menos optimistas anti-desarrollo), colonialismo maloliente… Pintaba negra la cosa.

Tras un año y medio por estas latitudes he de admitir que todavía no me entero de la misa la media… y no será por la falta de misas en un país oficialmente cristiano en el que la vida gira en torno a un millón de iglesias de las más pintorescas denominaciones.  Los muzungus (blanquitos) vivimos en nuestra burbuja y es difícil salir de ella… y algunos que lo intentan, no han salido muy bien parados, como siempre ocurre con las ruptura de las burbujas.  Aun así, he vivido en primera persona, o a través de personas cercanas muchos de los males endémicos que sufre esta preciosa tierra: corrupción policial, persecución a homosexuales, niños con deficiencias a los que sus padres dejan morir o a los que esconden de por vida, orfanatos saturados, familiares de colegas muriendo jóvenes (para los estándares europeos), burrocracia galopante (perdón, burocracia), políticos enquistados en el poder (bueno, otra cosa que tampoco se lleva mucho con España), el indolente paso africano (un pasito “palante”, María, dos pasitos “patrás”), las ineficientes ONGs , la ayuda internacional con resultados contraproducentes, los continuos golpes contra puertas con el cartel de “siempre se ha hecho así, ¿por qué deberíamos cambiarlo?” y un largo etcétera.

A veces, juzgamos todo esto desde el arrogante punto de vista del europeo colonialista y nos olvidamos de que las leyes de la ética y la moral son diferentes de acuerdo a los condicionantes; por poner un ejemplo, no es comparable un policía municipal corrupto de Marbella con su buen sueldo mensual con un policía de Lusaka que justo le viene para comer con su salario.  O con un ejemplo más extremo, dejar morir a un hijo para así poder alimentar al resto de la prole sería visto como una aberración en occidente, ¿pero es tan terrible desde la perspectiva de un africano de la calle, literalmente de la calle?

No nos podemos olvidar de todo lo bueno que brinda Zambia: la calidad humana y, por encima de todo, las sonrisas más amplias y genuinas, aparte de envidiablemente blancas (para alguien que se ha pasado decenas de tardes con la boca abierta en la consulta de Soledad), que nadie me ha ofrecido.  Tampoco hay que desdeñar los pequeños privilegios neocoloniales: atardeceres en la sabana, con una buena Savannah (sidra local), casi tan espectaculares como los de la “Val dela Zo”; la sensación de paz que ofrece la salvaje naturaleza africana; kilómetros y kilómetros de conducción sintiéndote un Carlos Sainz, raaaas; el club de tenis y las clases con los componentes del equipo dela Copa Davis…

En los próximos meses voy a intentar presentaros mis experiencias africanas de la forma más… iba a escribir “objetiva posible”, pero ¿para qué mentir?, me quedaré con “subjetiva”.  No es mi intención mostraros lo que todos podéis leer en los medios de comunicación, sino daros mi impresión crítica de esta tierra anacrónica, en ocasiones perdida en los entresijos del tiempo, y de todos sus problemas crónicos y, a menudo, “terminales”.

Tisau onana.  Hasta pronto en nyanja.

Twalaamonana.  Hasta pronto en bemba.

 Sergio Ferrer Giraldos

 

 

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