Caspe literario: Fernández de Castro y la Fayona.

Abrí la novela y enseguida me encontré con este párrafo: «Severo llevaba más de una hora paseando arriba y abajo por el andén de la estación a lo largo del tren que con destino a Reus, Mora de Ebro, Fayón, Caspe, Escatrón …». Ya era imposible que no la leyera. «Como era de esperar, el tren iba casi vacío. Porque a ver quién quiere ir a Reus, o a cualquier otra de las restantes localidades ignotas…». Primer cabreo: ¡Caspe ciudad ignota, dónde iremos a parar!

         Aquel 5 de febrero de 1972, Severo Vidal Dalt se montó en su vagón. En el trayecto, el tren cogió un montón de horas de retraso a causa de unas inundaciones. Quería apearse en Escatrón para ir al monasterio de Rueda, pero por un error -que tratará de descubrir- se bajó en Fayón («un simple apeadero en pleno desierto»). ¡Vaya, no solo no parará, sino que ni siquiera pasará por mi pueblo! El protagonista -16 años, hijo displicente de una familia de la burguesía catalana-, vaga perdido durante parte de la noche por los campos, donde se topa con «una cerda salvaje»; caen los dos a un pozo y comparten episodio extravagante donde los haya.

         Así arranca «La tierra prometida», una ficción de Javier Fernández de Castro que fue galardonada con el Premio Ciudad de Barcelona en 1998, el año en que la publicó Lumen. Narración magnética y desconcertante, con dosis de aventura, aunque ni mucho menos sea una novela del género. El autor -corresponsal de prensa en Londres, profesor universitario en San Sebastián-, vivió su infancia en Zaragoza tras nacer en Aranda de Duero en 1942 y antes de ponerse a recorrer mundo. No era el que nos ocupa, ni mucho menos, su primer libro publicado.

         Pasé un buen rato leyéndolo. Influyó en ello que los personajes se movían en el entorno de La Fatarella, municipio de la Terra Alta tarraconense, muy próximo al límite oriental de la comarca caspolina. Eso me animó a adquirir luego una nueva novela de Fernández de Castro, «Crónica de mucha muerte» (Círculo de Lectores, 2000), continuación del volumen cuyas páginas acababa de disfrutar. ¿De qué iría la cosa?

         La trama argumental continúa situada en La Fatarella, donde el singular Severo Vidal se había aposentado para regentar de manera heterodoxa una finca cinegética familiar que le tocó en polémica herencia. Corría febrero de 1978 y por la comarca andaban «quienes decían haber sido víctimas de ataques malintencionados por parte de los jabalíes que vivían en libertad por la sierra, o que aseguraban haber presenciado actos anómalos por parte de esos jabalíes». Hasta era frecuente escuchar «las paparruchas que se decían acerca de posibles mutaciones que habría provocado en los jabalíes la cercana central nuclear de Ascó».

         Uno de esos monstruos alcanzó tal fama entre los cazadores que hasta se le adjudicó nombre: «La Fayona se movía como en territorio propio a lo largo de un arco que partiendo siempre desde la sierra de la Fatarella, tenía por límite oriental las poblaciones de Ascó y Maials, pero también las grandes llanuras que se abrían a partir de esta última; por los extremos norte y occidental, el arco llegaba a la zona de grandes meandros embalsados que se suceden desde Caspe hasta Flix, aunque muchas veces ella y la manada atravesaban el Ebro a nado».

         Sí, la Fayona era «una gigantesca hembra de jabalí así llamada porque fueron unos cazadores de Fayón los primeros en detectar la presencia en la sierra de este animal que rápidamente se había hecho ya legendario, y al que se atribuía una astucia y una osadía fuera de toda lógica. Tratando de explicar el posible origen de ese monstruoso animal, el médico del pueblo de La Fatarella había utilizado dos palabras que nunca hasta entonces habían sido oídas aquí, pero que ahora formaban parte del habla cotidiana: mutación genética» (el autor no lo menciona, pero en la Ciudad del Compromiso hacía más de una década que se había iniciado la lucha antinuclear).

         Los ojeadores catalanes que seguían el rastro de la Fayona «podían ir derivando por las pistas de tierra de la margen izquierda del río hasta ir a parar a Mequinenza, o incluso a Caspe, de donde volvían dándole la espalda al sol». O sea, que si los que llevaban escopeta llegaban a nuestro termino municipal es que también hizo en él incursiones la descomunal y astuta jabalina («lo menos doblaba en tamaño al más grande de los jabalíes»).

         «Crónica de mucha muerte», novela que recomendaría a los que suelen leer, poco más aporta desde la óptica local caspolina… pero como pieza literaria nos enriquecerá. En el relato hay acción, personajes de perfil original que entrelazan su vida en un crucigrama en el que se atisba el amor, el sexo, la tensión y el lío familiar. Pero el que avisa no es traidor: el lector que no sea caspolino ni se dará cuenta de que se menciona nuestro pueblo. No obstante, como lo cierto es que sí aparece, está justificada la pertinencia de este artículo que me dispongo a firmar. “Caspe literario” es una serie que no pretende dar cuenta de las obras de creación que giran en torno a nuestro pueblo, sino inventariar y comentar aquellas en las que asoma, aunque sea de forma accidental o porque sí. Siempre para animar a la lectura, a cualquier lectura que nos pueda satisfacer.

Alberto Serrano Dolader

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