Caspe Literario: García Lorca y «las últimas grises rosas».

 

      En el verano de 1926, desde Granada, García Lorca escribe una carta a su amigo Melchor Fernández Almagro, al que llama Melchorito. En ella, Federico afirma que «Zaragoza está ‘falsificada’ y ‘zarzuelizada’, como la jota», a lo que añade: «Yo, que he pasado Aragón en tren, creo que el viejo espíritu de Zaragoza debe andar errabundo, acribillado de blancas heridas, por los alrededores de Caspe, en las últimas grises rosas, donde el viento duro tira al pastor y ‘salvajiza’ la luz de las estrellas grandes». Debe de ser la única referencia en la obra del poeta a nuestra ciudad, al menos yo no he sabido encontrar más.

García Lorca desliza el nombre de Caspe en un contexto en el que reflexiona sobre diferentes ambientes literarios y culturales que, en aquel momento, se apreciaban en algunas poblaciones de España. Ciertamente, en su análisis no sale bien parada la capital de Aragón: «… para buscarla en su antiguo espíritu hay que ir al Museo del Prado y admirar el exactísimo retrato que hizo Velázquez. Allí la tierra de San Pablo y los tejados de la Lonja están ambientados sobre el cielo de perla y la original silueta del caserío. Hoy la ciudad se ha marchado». (Nota anecdótica: el cuadro que Federico atribuye a Velázquez es en realidad una pintura realizada a mediados del XVII por su yerno Martínez del Mazo).

Por oposición, la modernidad florece en tierras catalanas: «En cambio, Barcelona ya es otra cosa, ¿verdad? Allí está el Mediterráneo, el espíritu, la aventura, el alto sueño de amor perfecto».

Por lo que respecta a la capital de España, indica: “Me va pareciendo el ambiente literario de Madrid demasiado ‘gurrinca’. Todo se vuelven comadreos, insidias, calumnias y bandidaje americano”.

Quien tenga curiosidad en leer la misiva íntegra puede acudir, por ejemplo, a la obra de Antonio Gallego Morell, «García Lorca: Cartas, postales, poemas y dibujos», Madrid, Moneda y Crédito, 1969 (pp 77-78)

            Obviamente, no he sido yo el primero en percatarse de la referencia caspolina lorquiana. Lorenzo Martín-Retortillo (El Día, 27.04.1983) la reprodujo, y comentó de esta manera lo que el poeta indicaba sobre Zaragoza: “No se trata en insistir en lo que solo es una visión muy personal y fragmentaria, contenida además en una carta privada. Pero ahí está, para sacar consecuencias, para seguir sacando consecuencias”.

            También analizó estos párrafos Juan Domínguez Lasierra, en una entrega de la serie «Visión de Zaragoza. Testimonios literarios de una ciudad bimilenaria» (Turia, núm. 47-48). El periodista recordaba entonces, marzo de 1999, que la carta de Lorca era respuesta a una primera remitida por Fernández Almagro desde Zaragoza. Sorprendido, Domínguez se interroga: «¿Qué dijo Fernández Almagro a García Lorca en su carta, para provocar en el poeta granadino tales comentarios? Sería interesante saberlo».

            Me vuelvo a centrar en lo que más nos atañe. Las relaciones de los caspolinos con el autor de «Romancero gitano»  y «Poeta en New York» no han sido intensas, pero tampoco inexistentes. El 13 de diciembre de 1989 el ayuntamiento acordó dar nombre a la glorieta Federico García Lorca (que en el 2011 se remodelaría con ciento veinticinco mil euros del Fondo de Inversión Local para el Empleo, o sea del polémico Plan E). En estos jardines, el 5 de junio de 1998 y para festejar el centenario del nacimiento del poeta, la Asociación de la Mujer Caspolina colocó una placa de cerámica en la que se reproducían unos versos del poema de Federico «Gacela de la muerte oscura»:

            Quiero dormir un rato,

            un rato, un minuto, un siglo;

            pero que todos sepan que no he muerto;

            que hay un establo de oro en mis labios;

            que soy el pequeño amigo del viento del oeste;

            que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.

 

            Aquel año del centenario, 1998, y bajo el lema «Esas almas femeninas», la Asociación de la Mujer dedicó su certamen literario a promover trabajos de homenaje a García Lorca (diecisiete candidatos concurrieron; el primer premio se otorgó a un cuento de la periodista mexicana Guadalupe Canalizo). Durante la primavera de 1998, también se vio en Caspe la exposición «Imágenes y palabras» (35 paneles que permitieron una aproximación de los caspolinos a la obra y vida de Federico) y se representó «Bodas de Sangre»  (en velada artística promovida por la Caja de Ahorros de la Inmaculada).

            Más de una década después, el 17 de abril de 1999, el grupo de teatro de la Asociación de la Mujer Caspolina escenificó en el teatro Goya «La Casa de Bernarda Alba»; las entradas se agotaron dos días antes de la función.

            El compromiso social de García Lorca es indiscutible. «Yo en este mundo soy y seré partidario de los pobres. Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega», declaró al diario madrileño El Sol (15.12.1934), en una entrevista firmada por Alardo Prats (periodista que, por cierto, divulgó en un libro sobre el santuario de la Balma la existencia de unas mujeres exorcistas caspolinas). Por ese compromiso social fue asesinado Federico en agosto de 1936, en un fusilamiento de odio reaccionario.

            Se desconoce todavía el paradero exacto de sus restos mortales, a pesar de que, en los últimos tiempos, los ha buscado con empeño en el término municipal de Alfacar (Granada) el equipo que dirige Javier Navarro, quien también tiene vinculaciones caspolinas: fue arqueólogo municipal por decisión de la junta de gobierno del ayuntamiento, que así lo acordó el 31 de octubre de 1995 y realizó prospecciones en el hospital de Santo Domingo, en el entorno del castillo del Compromiso y en la Porteta.

Alberto Serrano Dolader

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