Crónica de un desahucio tailandés.

 

Desahucio, desalojo o, como se había llamado siempre, sacarte a patadas de tu casa. A todos nos toca la fibra sensiblera cuando vemos las imágenes en los noticieros, con excesiva frecuencia en los últimos años, pero nunca nos podemos imaginar que nosotros vayamos a ser los siguientes. Soy consciente de que mi relato quizá carezca de objetividad y seguro que el pérfido (todos os podéis imaginar que este adjetivo no entra en el top veinte de los calificativos que primero me vienen a la mente) de mi ex-casero tendrá una versión muy diferente de lo acontecido.

DSC04280Mi compañera y yo llevábamos ya tiempo buscando nuestro nidito de amor. Tras muchos días de revolotear por la ciudad a la caza del piso ideal, encontramos el lugar perfecto. El espacio interior era ínfimo, pero el balcón era espectacular: ventilado y con unas impresionantes vistas nocturnas de los rascacielos micológicos (cada día surge uno nuevo de la nada).

El casero resultó ser un tipo de lo más amable y cuando nuestra primera hija, Avelina (nombre ficticio para proteger la identidad de la menor), nació, fue el primero en venir a visitarnos con toda su familia. La hija pequeña del casero incluso se convirtió en una hermana mayor para Avelina: la acariciaba, la arrullaba e incluso la alimentaba cuando era necesario. Sin embargo, la relación entre familias empezó a deteriorarse cuando Avelina comenzó a caminar. Como es ampliamente conocido, en esta zona del Lejano Oriente, y específicamente en nuestro grupo étnico, no es habitual el uso de pañales; así que pronto Avelina empezó a cagarse en todo (literalmente). He de reconocer que mi compañera y yo tampoco podíamos hacer mucho para mantener el lugar en unas condiciones higiénicas adecuadas debido a nuestras interminables jornadas laborales.

1512-chinese-baby-crotchless-pants-kaidangkuEl caso es que el arrendador nos invitó a marcharnos, aunque sabía que la ley estaba de nuestra parte. Así que nosotros no dijimos ni pío y continuamos la vida en nuestro hogar como si nada. Para huevos, los nuestros. Y entonces empezó la pesadilla del casero acosador.

Al principio, casi nos lo tomábamos a risa. Venía a horas intempestivas y se paseaba por nuestro hogar tocando palmas y gritando “fuera, fuera”. Parecía un fanático del fútbol increpando al árbitro, con los ojos inyectados en sangre, pero al fin y al cabo inofensivo fuera de la vorágine grupal. Además, yo seré un peso pluma, pero llevo la lucha tailandesa en la sangre y tenía la seguridad de que no se atrevería a tocarnos.

Pronto comenzó a variar sus estrategias y ya empezamos a tomarnos el asunto más en serio. Primero nos llenó las camas de pesadas pelotas que éramos incapaces de mover. Luego, recurrió a los agentes químicos: ¡el gas pimienta! Cada vez que volvíamos a casa sentíamos terror anticipando con qué nos sorprendería en esta ocasión. Las pelotas no le habían parecido suficiente y nos llenó nuestros modestos colchones de pluma y paja con estacas puntiagudas. Ni siquiera esto le bastó y continuó cebándose con nuestros jergones, llegando a despedazarlos en un par de ocasiones.

Más tarde recurrió al efecto Poltergeist, moviendo todas nuestras posesiones de lugar y haciéndonos casi imposible desplazarnos por nuestro propio hogar. El “novamás” fue cuando instaló unos altavoces, tamaño escenario de Iron Maiden, que ponían una música estridente que sonaba entre graznidos de cuervos y chillidos de aguiluchos… ¡las veinticuatro horas del día!

A mi pobre esposa le empezó a afectar el estrés y perdía sus óvulos mes tras mes; en un par de ocasiones incluso perdió dos gemelos potenciales de vez. Nuestro sueño de ver incrementada la familia se iba esfumando y la verdad es que ya tenemos una edad: cuatro años no son moco de pavo. Así que no nos quedó más remedio que tomar la decisión más dolorosa de nuestra vida y finalmente abandonamos nuestro hogar, agridulce hogar.

DSC04306Eso sí, no iba a volar del nido sin haberme vengado del ca…piiiiiii (insulto número tres del top veinte) de mi casero. Mi pichoncita se negó a tomar parte en mi venganza, pero no me importó; como buen Juan Palomo, yo me lo guisé y yo me lo comí. Durante tres días sólo me alimenté de ciruelas maduras y agua caliente y me dediqué en cuerpo y alma al súper-poder que la sabia diosa naturaleza concedió a nuestra omnipresente especie: cagarnos en los balcones.

Notas finales:
-El autor (y casero) asegura que en los hechos acontecidos nunca se dañó a ningún animal. No vamos a entrar en debates antiabortistas, o tocahuevos, de si los ídems (destocados) ya tienen conciencia o incluso alma.
-No hay duda de que todas las historias tienen versiones muy diferentes.
– Por cierto, el nombre real de Avelina era Paloma. Haz clic aquí para ver una foto de Paloma con la hija del casero, antes de que las relaciones entre ambas familias se deterioraran completamente.

 

Sergio FerrerKoh Phangan 011

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies