De casetes, punk y añoranzas.

Hace unos días leí un artículo que venía a plantear la vuelta del casete en una oleada retro que ya se vivió hace no mucho tiempo con el vinilo. Resulta que todavía hay alguna empresa que sigue dedicándose a producir casetes y en Estados Unidos se ha registrado un pequeño aumento de su uso. Claro, la copia en casete resulta mucho más barata que producir un cd o un vinilo. En tal caso, esta forma de producción y difusión musical se ha convertido en una forma de dar a conocerse a muchas bandas, especialmente a aquellas relacionadas con la música punk.

La noticia sin duda es interesante, ya que de confirmarse, plantearía un gran quebradero de cabeza a las discográficas, a las tiendas de discos e incluso al consumidor, que vería cómo un mismo producto se vende en diferentes formatos. ¿Cuál elegir? En cualquier caso, resulta casi sorprendente que muchos de esos pequeños grupos sigan dándose a conocer y se promocionan a base de casetes. Eso me hace pensar en un formato que tenía casi olvidado.

Yo crecí en un pueblo pequeño de la ribera donde la música llegaba a través de la radio y en formato casete. En mi casa no había tocadiscos, así que crecí en esa cultura del casete y de las “copias personalizadas”. Para oír algo de música, algunos arañábamos canciones de la radio, aunque no siempre lográbamos grabarla completa. La mayoría de las veces el locutor te jodía la parte más interesante de la canción diciendo alguna tontería. La verdad es que pocas cadenas de radio merecían la pena, aunque a veces lograbas grabar una canción de rock (más raro era oír metal) para luego compartirla con los amigos. Recuerdo que a veces retransmitían conciertos en directo. Gracias a la radio pude hacerme con el concierto que Tako dio en las fiestas del Pilar en el año 89, y que el tiempo se ha encargado de esconder en algún remoto lugar. El otro concierto fue el que ofreció Guns and Roses con motivo de la Expo de Sevilla,  donde oí por primera vez cómo Slash tocaba la banda sonora del padrino con su flamante Gibson.

Ésta era una forma de hacerse con algunas canciones. La otra eran aquellos puestos de metal verde que se encontraban en algunos bares y que exponían algunos casetes para su venta.  Esos aparatos, que todavía siguen vigentes y se pueden encontrar en estaciones de servicios (eso sí, ahora venden cd´s), traían algunas pequeñas joyas del metal europeo. De esos puestos todavía conservo casetes tanto de bandas míticas como Barricada o Barón Rojo como de grupos prácticamente desconocidos como Avanger, otro llamado Raven o un disco de Venon titulado “At war with Satan”. Seguro que a alguno le sueña estos grupos, estoy convencido.

Estas dos formas de recolección musical venían a completarse con la “importación” de discos. Si alguien iba a la ciudad, y tenía la oportunidad, se traía algunos trabajos de bandas como Motorhead, Slayer, Sepultura, o cualquier otra banda que pegase fuerte en ese momento. Todas las casetes de rock, metal o punk que llegaban a mis manos eran sometidas a un minucioso estudio.

A veces, las casetes originales y las grabaciones se convertían en un bien de dominio público. Las joyas que rescatábamos de la radio eran intercambiadas, grabadas y regrabadas. Pasaban de unas manos a otras. Unos grababan canciones, otros el disco entero. A algunos chicos les gustaba intercambiar cromos. A mí me encantaba pasarme casetes con algunos amigos, grabar canciones que eran la hostia entonces y difundir la cultura del rock. Son muchos los grupos que pasaron por mis manos. No obstante, después de asistir al concierto de The Queers me viene a la memoria un casete, que ya ni recordaba, de los británicos The Toy Dolls. No sé cómo llego esa jodida casete a mis manos, pero desde un primer momento me encantó. La vitalidad, la fuerza y la diversión que desprendían esas canciones me cautivó. Entre otras canciones estaba la famosa Nelly the Elephant. ¿No la conoces? Seguro que te suena. Era un tema de esos que te ponen en las fiestas del pueblo, que todo el mundo canta y baila pero nunca sabes quién lo interpreta. Curiosamente, después de ese grupo llegaron a mi casa otras casetes de La Polla Record, los Ramones, Extremoduro, Patty Smith y más adelante descubriría a The Clash o a Reincidentes, entre otros. Era la fase del punk y del rock estatal.

 

En cualquier caso, descubrir grupos de rock, de metal o punk en un pueblo no era algo fácil. Sin embargo, el casete posibilitó que toda esa cultura pasara por mis manos. Si mis gustos hubieran sido más comerciales no habría tenido ningún problema en hacerme con los últimos hits del momento, como los trabajos de Alejandro Sanz, Mecano y demás. Esos artistas llegaban hasta el rincón más pequeño de la península. Su música se radiaba todo el día en las emisoras, salían en los programas de la tele, como Rockopop haciendo play back y promocionándose. Más o menos, tal cual ocurre ahora. Los grupos de rock duro y heavy lo tenían más crudo. Sólo en Plastic se podía ver algunos grupos de rock estatal y se podían escuchar las canciones de un grunge que emergía con su sonido sucio y crudo. En la televisión el rock duro y el heavy no tuvieron un espacio. Por lo tanto, el boca a boca, las grabaciones de música y los pocos discos que se “importaban” desde la ciudad eran las únicas vías para hacerse con una colección decente de buena música (Nada que ver con la realidad actual: todo está a golpe de un clic).

Cuando leo que el casete puede volver, no sólo recuerdo la música que pude escuchar gracias a ese formato. También recuerdo las casetes que grabé a amigos y amigas. Recuerdo cómo podíamos dedicar un tiempo a recopilar canciones, a grabarlas e, incluso, a notar el tracklist (o, incluso, a hacer una carátula personalizada). Era lo más común de aquella generación. Lo mejor, es que tenías que quedar con amigos para intercambiar la música y eso daba a veces a un debate sobre las canciones, el disco, el estilo… y siempre se aprendían cosas nuevas. La mejor parte llegaba cuando te ibas a casa con varias casetes y ponías la música, descubriendo a veces nuevos grupos y estilos que jamás habías oído. Y, ¿qué me decís de la espera? Cuando encargabas un casete en Tipo y esperabas que te llegara el paquete para poder escucharlo. Asaltabas al cartero, cogías el paquete, lo deshacías y te ibas directo a escuchar aquellas ya viejas casetes. En cierto modo, todo eso se ha perdido con la inmediatez que ofrece Internet.

No sé si el casete volverá. Realmente es difícil que llegue a popularizarse como lo hizo en los años 80 y principios de los 90. Quizá ese artículo que leí solo responda al deseo de algunas personas que añoran una experiencia vital más real y tangible para hacer frente al predominio del individualismo y de las relaciones basadas en los entornos virtuales. No obstante, me alegra que todavía existan empresas que producen un bien que tan buenos momentos me ha hecho pasar en mi juventud y me reconforta que  todavía haya personas dispuestas a no sacrificar al casete, sino todo lo contrario. En la pluralidad está la riqueza, sin duda. Lástima que mi reproductor de casetes siga estropeado.

Iván Heredia

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