Me imagino que ya todos estaréis puestos al día sobre lo que está ocurriendo en Tailandia. En innumerables medios nacionales e internacionales se muestran las imágenes de las cargas policiales, de los manifestantes envueltos en gas lacrimógeno, de los autobuses en llamas, de las batallas campales entre las dos facciones irreconciliables… Esto es poco menos que una guerra. La situación en Tailandia es insostenible y en cualquier momento se podría producir un golpe de estado. Los comercios han tenido que cerrar ante la incertidumbre de las protestas. Los atascos de tráfico han dejado a la ciudad en una absoluta inmovilidad. Las embajadas están enviando mensajes a los ciudadanos avisándolos de los inminentes peligros. La mayoría de los extranjeros están buscando billetes de avión para irse pitando en las próximas fechas. Sinceramente, esto es un caos tremendo.
Ésta es la palabra que estaba buscando para resumir la situación: tremendo. Bueno, más bien su derivado: tremendismo. Es increíble cómo las noticias suben como la espuma para que luego se las lleve el viento del olvido mediático. Para bien o para mal no hay unos estándares de importancia claramente mensurables; por ejemplo, pongamos el número de muertos. Si fuera así, los muertos por malaria aparecerían cada día en primera plana… pero a quién le importa la muerte de tan sólo unos cuantos millones de negritos desnutridos. Preferimos noticias con más salsa, con más tomate. Noticias que nos acojonen, perdón, acongojen (maldito auto-corrector), para mantenernos en un “Estado de Miedo”, como lo denomina Michael Crichton en su libro homónimo (un “patato” de novela, pero con documentación bastante interesante).
Pero volvamos a Tailandia (o sigamos aquí). La verdad es que todo lo que describo en el primer párrafo es completamente cierto… bueno, relativamente cierto, como todas las verdades. Las manifestaciones más numerosas se han producido a poco más de un kilómetro de donde vivo y trabajo. Sin embargo, la actividad escolar sólo se ha visto modificada por cuestiones de moda: se recomienda que nadie vista de amarillo o de rojo, ya que simbolizan los colores de los respectivos bandos. Por lo demás, la sensación de tranquilidad y normalidad en las calles es casi infinita. Sólo los mega-centros comerciales cercanos a las protestas han cerrado; los atascos son insufribles los 366 días del año; las embajadas (sobre todo la estadounidense) mandan mensajes de alerta constantes… y, sí, la mayoría de los extranjeros estamos esperando que llegue la Navidad para volver con los turrones.
¡Ups! Se me olvidaba el tema de la posibilidad de un enésimo golpe de estado. Veamos. ¿Qué piden los manifestantes amarillos? Simplificando mucho, piden que el ejército se movilice y derroque al gobierno democráticamente elegido hace un par de años por la gran mayoría de los tailandeses, para así convocar elecciones y que…mmmm… el mismo partido vuelva a ser elegido. ¿Y qué piden los manifestantes rojos? Que se respete el derecho del pueblo a elegir al gobierno abiertamente corrupto de su preferencia. De esto en España, podemos dar bastantes lecciones… pero con diferentes colores. ¡Gran invento la democracia! Pero bueno, como diría el borrachuzo fumador por antonomasia, hasta nombre de cigarrillo tenía, “la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, si exceptuamos todos los demás”.
Sergio Ferrer
P.D. Soy consciente de que como extranjeros no nos enteramos de la misa la media; no hay duda de que la felicidad se encuentra en la ignorancia. Quién sabe, quizá toda esta “calma” aparente no sea más que la víspera de tempestades.
