José Antonio Labordeta en la revista Andalán. 1ª parte


José Antonio Labordeta en la revista Andalán: la serie «El dedo en el ojo»

 

Morir cuerdo y vivir loco

(del epitafio de Sansón Carrasco por don Quijote)

 

 

Una bella población del Pirineo aragonés, Aínsa, fue el marco elegido para la ceremonia de bautismo, el día 16 de septiembre de 1972, de una nueva publicación que irrumpiría con fuerza y empuje en el panorama cultural de Aragón. Su periodicidad, quincenal, y su nombre Andalán, un término aragonés que viene a designar una ‘zanja abierta para plantar árboles en vez de hacer un hoyo para cada uno’[1] en alusión, quizá, a la intención de lograr un terreno abonado para el germen de nuevas ideas, de un algo renovador, y hacerlo además de forma colectiva. En ese primer número aparece, entre otros, el artículo «A quién quiere usted que entrevistemos» dirigido al «amigo lector, preocupado por Aragón y lo aragonés», y en él se expresa el deseo de ser Andalán una publicación «por», «para» y «desde» Aragón, con el objetivo de «servir de vehículo de comunicación a nivel comarcal y regional, “cogernos de la mano” para conocer mejor nuestra tierra y conseguir una mejor conciencia de comunidad». Esta declaración de principios se traduce en tres temas que recorren transversalmente la revista: aragonesismo, política y cultura; es decir, los tres pilares sobre los que se habría de sustentar Andalán.

El padre de la criatura era Eloy Fernández Clemente y sus padrinos un buen grupo de personajes habituales en el escenario intelectual de la tierra: José Antonio Labordeta, Anchel Conte, Emilio Gastón, Mario Gaviria, Mariano Anós, Juan Antonio Hormigón, Luis Marquina, Lorenzo Martín Retortillo, José-Carlos Mainer Barqué, María Dolores Albiac, Jesús Delgado, Guillermo Fatás.[2] Este constituía, en efecto, el grueso de los redactores de Andalán, pero el número de firmantes, desde luego, es mucho más amplio. Y el primer número, de fecha 15 de septiembre de 1972, muestra bien a las claras la identidad de la publicación con artículos como «¿Es usted aragonés?», «Expresión artística turolense», «Las periferias aragonesas», «Significación actual de L’Ainsa» o «La cultura nacional-madrileña».

Es en el segundo número de Andalán, dado a la luz el 1 de octubre, donde el lector tropieza en la página 14 con un escrito titulado «El dedo en el ojo». Viene acompañado por un dibujo que ilustra dicho título: firmado por «José R.», muestra la punta de un dedo apretando la pupila de un ojo cual yema de huevo frito, hurgando donde más duele, haciendo que lagrimee durante un buen rato; un primer plano a lo Luis Buñuel que no deja lugar a dudas de lo irritante y fastidioso que debe de ser que alguien te meta el dedo en el ojo. ¿Será entonces esa la voluntad del autor, un tal Polonio, molestar, irritar, fastidiar? El artículo lleva un subtítulo: «Tópicos, utópicos y otros seres sin pico».

El texto, a primera vista, parece tratar de zoología; luego vemos que habla sobre unas especies un tanto particulares: los «tópicos» y los «utópicos». A los primeros «Les gusta sobrevolar ―en vuelos cortos― los lugares, formando grupos reducidos y seleccionados…»; son seres, entonces, sin mucha amplitud de miras, de cortos vuelos y además un tanto elitistas, porque en sus bandadas no ingresa cualquiera. Los tópicos gustan del orden, quieren que todo esté en su sitio y que no haya ningún cambio: «Los tópicos defienden a la especie del caos fundamental y finiquito que las vagas canciones preconizan.». Frente a esos tópicos, «Los utópicos son zafios y cachondos» e «inician juegos divertidos rondando las nidadas cómodas de los tópicos». De hecho, un zoólogo amigo de Polonio le cuenta que «“Por las noches ―me dice― enormes bandadas de tópicos acuden a las tapias de la granja en espera de poder arrebatarme un utópico y zampárselo tan ricamente. […] A veces los utópicos se unen, se crecen, pero pronto se hartan de este compromiso y vuelven a volar cada uno a su aire, a su manera. Son realmente emocionantes.”». Parece que el tal Polonio utiliza una forma de escritura un tanto metafórica, que no hay que tomar al pie de la letra todo lo que dice y que esa lucha instintiva entre tópicos y utópicos responde más bien a un enfrentamiento social; social de sociedad, de grupo humano.

El tercer número (15 de octubre de 1972) trae de nuevo en su página 16 el dibujo alusivo a esa forma de molestar que consiste en meter «El dedo en el ojo». Podemos aventurar entonces que nos hallamos ante una sección regular, y que el título de este número es «¡Y dale con Carrasco!». Alude a un tema de actualidad: la medalla de bronce obtenida por el boxeador Perico Fernández; el otro púgil español, Carrasco, fue suspendido por dopping. Al parecer la gente está enfadada por el trato recibido, «Si ellos nos hacen la pascua [por el Consejo Mundial de Boxeo, con presidente mejicano], nosotros el pentecostés y a otra cosa, mariposa.». Por eso Polonio propone no retransmitir ninguna competición de «allende los Pirineos». Un artículo, como vemos, mitad crónica mitad crítica deportiva; pero Polonio va más allá, prosigue con su crítica y no se queda en lo deportivo: si no se retransmiten sino las competiciones que se desarrollen dentro de nuestras fronteras, se hará necesario sustituir en la programación televisiva las internacionales por otras emisiones, y «Como en este país, además de futbolistas hay poetas, escritores, ensayistas, historiadores y otras gentes de éstas, se les podría sacar del vergonzante espacio en que aparecen en U.H.F. ―¿sabían ustedes que existe un espacio de éstos? […]». Esta vez Polonio no ha utilizado la metáfora, sino la crónica de algo tan actual como un acontecimiento deportivo para abordar la situación de la sociedad del momento, para bosquejar una crítica del habitante de la piel de toro: «Y los tranvías, los trenes, los autobuses se llenarían de lectores ―como en Europa― y un día, a ese paso, hasta nos respetarían en los asuntos de boxeo y de olimpiadas. Pero mientras tanto así van las cosas, no nos respetan, nos tienen por gentes subdesarrolladas.»

Ya parece que nos podemos ir formando una idea de lo que pretende este Polonio, un personaje un tanto revolvedor, quejicoso, algo cáustico. Pero veamos cuál es el tema del tercer «Dedo en el ojo»: figura en la página 11 del cuarto número de Andalán (1 de noviembre de 1972) con el título de «¡Nene, caca!», y el asunto elegido es el de la cartelera teatral de las fiestas del Pilar de ese año: mediocre. ¿Por qué ese nivel tan bajo en la escena de las fiestas patronales de una ciudad como Zaragoza? La respuesta es que se le da al público lo que pide: «Al “hombre sencillo” le gusta esto, y se lo damos.» Parece una razón que no admite mucha discusión, muy lopesca, dar al público lo que el público pide. Esto le recuerda a Polonio, no obstante, un cuento que contaba su tía Manolica sobre Julianico el perdido: con dos años entró en el granero y su padre, inadvertidamente, lo dejó allí encerrado. Al notar la falta del niño la gente del pueblo lo busca durante dos días y finalmente lo encuentran, hambriento, comiendo sus propios excrementos, de forma que el vigilante, Jenaro, le dice «Nene: ¡caca!». Cuando se le dan al niño unas sopas las empieza a tomar con asco, pues se había acostumbrado al sabor de sus deposiciones, pero al poco de probar la comida de calidad se decanta, lógicamente, por las sopas. Pues lo mismo hay que hacer con el público: primero negar la caca y luego comenzar con una «dieta cultural y nacional»; como apunta Polonio, «Uno, al fin y al cabo, come lo que más a mano tiene.». Y continúa «Mi dieta cultural y nacional empezaría por una sopa ―lección― origen de la música; una papilla dulce de clásicos divertidos ―marcas: Lazarillo, Buscón, Paradox―; bebidas vegetales ―marca: Lope de Rueda, Valle― y por las noches pequeñas nanas para dormir al niño ―hombre sencillo― español medio ―marca: Machado, Juan Ramón, el mismo Lorca―.»

El tema no es nuevo: la literatura áurea, la ilustración dieciochesca, románticos y realistas decimonónicos… a través de los siglos se ha debatido sobre la función del teatro como mero divertimento o como escuela de costumbres; y aun surgiría, como es de esperar en gentes cabales y cultivadas, la postura conciliadora que considera el teatro como una magnífica fórmula para conjugar entretenimiento y formación, para poner en pie la palabra y el ideal horaciano clásico de enseñar deleitando. Esta parece ser la opinión de Polonio: hay que educar a ese «hombre sencillo» y hacerlo ―actualicémoslo aplicándolo a otros medios como televisión, prensa, radio; y en 1972 no se utilizaba el término de telebasura― mediante la difusión de la buena literatura, de la picaresca por ejemplo, tanto en lo que a las obras canónicas se refiere como en la renovación del género llevada a cabo por Pío Baroja en las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox o Paradox rey; o de la poesía de calidad, poesía escrita por unos utópicos como los mencionados Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o García Lorca. A partir de la cartelera teatral zaragozana hemos acabado hablando de educar al pueblo; según este tercer artículo continúa Polonio abordando temas sociales, criticando, más que la idiosincrasia del congénere, la forma de actuar de las instituciones, hurgando, removiendo, metiendo el dedo en el ojo, ¿qué, molesto?

Así pues, «El dedo en el ojo» es una columna de opinión que critica la actualidad social, política, cultural, pero no de una forma estrictamente actual como iremos viendo. Es decir, Polonio parece poner en práctica una capacidad de abstracción tal que le permite tratar temas universales a través de asuntos actuales; una crónica de actualidad puede ser algo puntual y efímero, pero también puede adquirir carácter atemporal. También hay casos en que Polonio se ciñe estrictamente a la actualidad y no va más allá: en «Teatro en el ojo. ¡Tiestes!» (n.º 26),[3] por ejemplo, lleva a cabo una crítica negativa de una obra de Séneca que ha acudido a ver con motivo de unas jornadas culturales; es teatro experimental y desde luego no le ha gustado; «señores y mocicas andando por el escenario, y de luces intermitentes, que supongo harían así porque se habían estropeado». Pero lo habitual es que trascienda el ámbito aragonés, que sus críticas sean aplicables a toda la sociedad española de los años setenta; señala los defectos y virtudes del español medio y da varapalo a las instituciones por sus errores. En el artículo del número 5 titulado «Juego defensivo», Polonio, aficionado al fútbol, llega a la conclusión de que todo el mundo, la sociedad entera, está a la defensiva como si de una táctica balompédica se tratase: «El rico, en defensa de sus intereses se disfraza de proletario y el proletario, en defensa de los suyos, sigue de proletario y siempre a la defensiva. La niña bien se defiende de sus padres y la niña no tan bien se defiende de la vida como puede.» Alude también a cómo están las cosas en política en Alemania, Inglaterra, Francia y Estados Unidos; en Palestina y China; y acaba diciendo que por estar a la defensiva, lo está incluso Salvador Allende. No es esta la única ocasión en que el fútbol da pie a uno de estos artículos, puesto que Polonio, y parece algo natural, es gran aficionado al deporte rey de nuestra sociedad: «Los extranjeros», « Señor Alcalde: ¡más Romareda!» o «¡Qué viene el lobo!» son buena muestra de ello.

Tras bosquejar las trazas genéricas de «El dedo en el ojo» surgen ineludiblemente dos cuestiones: en primer lugar la referencia al Polonio de Hamlet, personaje que escondido tras los cortinajes espía la locura del protagonista de la obra de Shakespeare; parece obvio que este de Andalán realiza una función semejante pero con respecto a la insania de la sociedad del momento. La segunda cuestión ―y más para un lector no avisado que se acerque a Andalán y lea los artículos de esta columna de opinión― es ¿quién es el firmante, quién es Polonio? Según Bonsón,[4] es el seudónimo de José Antonio Labordeta Subías, a la sazón colaborador en Andalán con otros textos, no solo con la serie de «El dedo…», profesor de Historia, cantautor, poeta, articulista, realizador de televisión (conocidísima la serie Un país en mochila), político, diputado en el Congreso hoy día por Chunta Aragonesista…[5] activo y polifacético personaje del panorama cultural aragonés; hombre de letras, avezado en los menesteres de la escritura. Por ello no es de extrañar que a poco de comenzada la serie de «El dedo en el ojo» no sea Polonio el único personaje que asome a sus líneas. Es decir, Labordeta comienza dando la palabra a su álter ego, pero pronto se sentirá constreñido por las posibilidades que una sola voz tiene como forma narrar, de mostrar hechos u opiniones.

Así, Polonio nos presentará pronto a amigos y familiares que, bien por alusión, bien como interlocutores, irán desfilando por los artículos de «El dedo en el ojo», convirtiéndola en una columna de opinión poco usual. No son muchos los datos que expresamente se nos dan sobre el mismo Polonio: hay que ir entresacándolos de los artículos por él enviados a Andalán. Polonio Royo Alsina vive en Zaragoza y parece ser un oficinista anodino y gris, un kafka quizá, dedicado a sus menesteres laborales a la par que nos muestra en Andalán su visión de la sociedad que le toca vivir. Nos presenta Polonio, por ejemplo, a su tío abuelo Ulpiano («Los nostálgicos», n.º 6) quien «ha vuelto, de años y años de vivir en otras latitudes, a su terruño natal. Los primeros días los ha pasado contemplando todo con ojos enormes. A los pocos días ha iniciado el juego comparativo de esto, con lo que había en sus tiempos y, poco a poco, ha empezado a sentir nostalgia.» Por eso Polonio le sugiere que funde un club de nostálgicos, pero nostálgicos ¿de qué? le responde Ulpiano. Deciden reunir primero a todos aquellos interesados ―que resultan ser un buen número― y después decidirlo. La primera propuesta es constituir un club de nostálgicos de Amadeo de Saboya: protestas de la concurrencia; luego de guerrilleros de la Guerra de la Independencia: los partidarios de este club abandonan contentos la reunión; llegan así hasta Carlos I, de quien también hay nostálgicos; siguen los Reyes Católicos y nadie se mueve de su sitio: «Los de éstos ―ha gritado alguien― ya han fundado el suyo», en clara referencia al uso ideológico que el régimen franquista hizo de ese periodo histórico (el Imperio español, la unidad de la corona, sin árabes ni judíos, etc.). Así llegan hasta los nostálgicos de la época de Altamira, y casi todos se marchan haciendo un streptease. Solo quedan «un señor menudito, mi tío abuelo y yo.» Polonio pregunta qué sucede y Ulpiano responde:

―Hijo mío, yo soy un nostálgico del futuro. A mí me apetece un club de nostálgicos del futuro.

―Pero eso está prohibido. Un club de nostálgicos del futuro siempre acaba en partidos políticos y eso, aquí, no se puede. Están prohibidos.

Paco Acero

andalan


[1] Rafael Andolz, Diccionario aragonés, Zaragoza, Mira Editores, 1992.

[2] Andalán 1972-1987. Los espejos de la memoria, Carlos Forcadell Álvarez coord., Zaragoza, Ibercaja, 1997.

[3] En adelante se citará sólo el título del artículo y el número de Andalán donde apareció. Para una referencia completa, véase el Apéndice documental.

[4] Ana Isabel Bonsón Aventín, «Tal como éramos. Quién era quién», en Andalán 1972-1987. Los espejos…, cap. 9, pp. 251-64.

[5] José Antonio Labordeta, Banderas rotas: Cuasimemorias, Madrid, La Esfera de los libros, 2001; o también http://www.10lineas.com/labordeta/ybio.htm

 

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies