Me regalan por Nochebuena el libro La sonrisa de Mandela de John Carlin. Y este hecho pone una sonrisa en mis labios. Qué afortunada soy –pienso. Cuantas veces no acertamos ni nos aciertan con los consabidos regalos.

El libro, de ágil prosa periodística, acababa de ser publicado. Oportuno, junto con la pléyade de libros y memorias que muchos famosetes, con certero sentido comercial, lanzan por fechas navideñas.

Sólo que Mandela tuvo la oportunidad de morirse por esas fechas, tras unos años de delicada salud que no nos pueden extrañar dada la avanzada edad que alcanzó.

Nos habíamos acostumbrado al anciano Mandela, que parecía hecho un chaval. Y es que selló la obra de su vida ya en la ancianidad: con 71 años salio de la cárcel (tras cumplir 27 años de condena a trabajos forzados: picando piedra) y a los 75 conquistó en las urnas la presidencia de Sudáfrica.

Que otros glosen sus virtudes (o quizás lo haga yo en otro momento). A mi me interesa remarcar que era humano. De carne y hueso.

En los últimos años, las disputas por la herencia de su familia nos han hecho caer en la cuenta de que su vida personal estuvo jalonada de calamidades.

Tuvo 3 esposas (de forma consecutiva; no simultánea, como el actual presidente de Sudáfrica, de su misma etnia y partido). A decir de muchos, el estropicio de su vida personal es el precio que tuvo que pagar por priorizar la causa de liderar a su pueblo.

Los escándalos y hechos delictivos protagonizados por Winnie Mandela (su segunda esposa, la misma que le sirvió de inspiración durante los interminables años de reclusión) nos invitan a adentrarnos en un territorio de sombras.

Si me interesa remarcar la humanidad de Mandela es porque no deja de parecerme extraño que, siendo el líder mundial más aclamado, aquel al que muchos dicen tener como inspiración, en la práctica se ven pocos comportamientos semejantes. Como si Nelson Mandela fuera la Virgen María (inimitable para el común de las mortales), diosificado, enaltecido hasta la santidad, parece un héroe sobrehumano.

Y conviene recordar que estaba hecho del mismo barro que estamos hechos todos. Que le acosaban las mismas pasiones y debilidades que al resto. Aunque, de algún modo que nos resulta incomprensible, consiguió estar por encima de ellas.

Y es que nadie puede estar en la piel de otro ser humano. Pero el libro de referencia consigue acercarnos un poco la figura de este patriarca africano ya que el propio Carlin está intrigado por su enigmática personalidad.

John Carlin es, además, autor de otro libro relacionado con Mandela, aquel que dio origen a la película Invictus.

Piluca Cercadillo

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