Los Amaya. Espontaneidad contra tiempos de crisis

Durante todo el verano un recurrente anuncio televisivo, que utilizaba como sintonía el famoso Vete de Los Amaya, ha traído de nuevo a la actualidad al dúo barcelonés. Seguimos tomándonos los setenta a chunga. Yo, por contra, opino que es la gran década musical. La disco music, los Bee Gees, el punk… y en España, la rumba. Lo siento, pero no estoy de coña. Pedirme que elija entre Peret o Miguel Bosé, por ejemplo, es insultarme gravemente o entre Los Amaya y, no sé, los Hombres G, faltarme seriamente al respeto. Al lado de La Oreja de Van Gogh o El Canto del Loco, Los Chunguitos se alzan como verdaderos gigantes y Jeros, el del medio de Los Chichos, es un Bowie en comparación con Manolo García o Bisbal. La rumba es la única apuesta seria por crear un producto musical genuinamente español, popular y moderno. Lo que la salsa al Caribe o el rai al Magreb. Sigo diciendo que no estoy de coña. Por supuesto no pensaba así hace unos años. También yo miraba por encima del hombro a aquellos músicos honestos que se empeñaban en hacernos bailar con su particular fusión entre el pop, el flamenco y los ritmos latinos. Hoy lo tengo clarísimo.

 

Frente al sentimiento trágico de la rumba madrileña, los gitanos catalanes optaron
descaradamente por la diversión. Sin llegar a las alturas del maestro Pere Pubill Calaf, Peret, los hermanos Amaya construyeron un repertorio plagado de canciones enormes que les hizo enormemente populares hace ahora cuarenta años. Su influencia latina se hace evidente en versiones de clásicos como Tequila, Llorarás del venezolano Oscar D’Leon o el demoledor Caramelos. Otros de sus temas bailados y cantados hasta la extenuación en verbenas y saraos populares son Baila mi rumbita o La inyección (que te la pongo) si bien su cumbre creativa es precisamente el magnífico Vete, una canción pop sencillamente perfecta.

Hoy, ya ven, la rumba catalana solo sirve de coartada para chistes gruesos acerca de
una España que nos empeñamos en recordar como mejor que lo que realmente fue. Pasados los setenta, el legado de aquellos genios, Peret, el Pescailla, los hermanos Amaya o Gato Pérez, pareció disolverse en un antipático olvido. A pesar de los éxitos millonarios cosechados años después por Los Manolos o Gipsy Kings, de ejercicios
revivalistas de empalagoso mestizaje como Ojos de Brujo o Muchachito Bombo Inferno, de insultos como Melendi y aún de bienintencionados fiascos como Estopa, tendremos que admitir que aquel género maravilloso ha dejado de latir quien sabe si de forma definitiva. Corren tiempos duros y, ante tanta gravedad, tan solo se me ocurre recomendarles la espontaneidad refrescante de Los Amaya. “Caramelos, caramelos, caramelos, llevo caramelos…

 

 

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