Miguel Mihura y sus dos Caspes

En 1948, el dramaturgo y humorista Miguel Mihura publica «Mis memorias», una divertida propuesta literaria en la que el título nada desvela del contenido, y menos aún que el autor dedique un palmo largo a situar la biografía de uno de sus personajes entre los imaginarios «Caspe de Arriba» y «Caspe de Abajo».

Miguel Mihura (1905-1977) es una de las plumas españolas más populares del siglo XX. Celebrado escritor de teatro, guionista de más de cincuenta películas, fundador y director de La Codorniz… Humorista del absurdo y mucho más. «Tres sombreros de copa», «Sublime decisión», «Maribel y la extraña familia», «La tetera», «El caso de la señora estupenda», «Una mujer cualquiera», «Viva lo imposible»… o sea, ¡ahí es nada! Junto a autores como Edgar Neville, José López Rubio y Enrique Jardiel formó parte de lo que se ha dado en denominar «humoristas del 27».

«Mis Memorias» no es un relato de lo real, sin una ficción disparatada e inverosímil, basada en una manera desenfadada y nada convencional de contar cómo es el mundo que rodea al autor. Sorprende desde su arranque: «Hoy por la mañana he cumplido sesenta y dos años, y ahora, por la tarde, tengo ya sesenta y cuatro. ¡Cómo pasa el tiempo, demonio!».

El narrador -un personaje también imaginado, aunque presiento muy próximo a la idiosincrasia del propio Mihura- nos propone un desfile de capítulos cuyo encabezamiento ya despista. Ejemplos: «Mi tío el escultor, las señirotas con corsé y las repugnantes palomas», «Solo, con mi sardina, en la cabaña», «Para distraerme me hago desnudista», «Conozco a un señor que lo pasa bien»… El epígrafe que más interesa a nuestro propósito es el VII: «En el que hablo de varios escritores de mi época».

Son cuatrocientas cuarenta y una palabras. Estas que siguen:

«La biografía de Alejandro Fernández no es menos curiosa.

El célebre escritor nace en Caspe de Abajo, abandona su pueblo natal a los catorce años y, deseoso de aventuras y de nuevos horizontes, se traslada a Caspe de Arriba, en donde ingresa en la escuela de párvulos. Siete años más tarde, a fuerza de estudios y de sacrificios, consigue terminar la carrera de párvulo, y su espíritu inquieto y su sed inextinguible de aventuras le llevan de nuevo a Caspe de Abajo con su preciado título de párvulo debajo del brazo.

Su pueblo natal le recibe con grandes muestras de alegría, y el alcalde, en medio de la carretera, toca su tambor, mientras algunas lágrimas ruedan por sus mejillas.

Alejandro Fernández, en su pueblo natal y gracias a su tesón y honradez, se hace un párvulo famoso; pero de repente nace en él la afición a la literatura y en las paredes de la escalera de su casa escribe con tiza alegres máximas y pensamientos, tales como: ‘¡Viva la Pepa!’ ‘¡Viva yo!’ y ‘Viva la Pepa nuevamente!’.

Deseoso otra vez de aventuras, se traslada por segunda vez a Caspe de Arriba -recorriendo a pie los 15 kilómetros que separan a un pueblo de otro-, y allí empieza a escribir en un papel lo que antes escribiera en las paredes de su casa. Sus progresos son manifiestos; pero su espíritu inquieto y su sed inextinguible de aventuras le impiden estar quieto mucho tiempo en un mismo sitio.

En mayo de 1899 se traslada de nuevo a Caspe de Abajo, dando saltos por la carretera para tardar menos. No obstante, su estancia en Caspe de Abajo sólo dura unos minutos, porque nada más llegar a su casa, se da cuenta de que se le ha olvidado la boina y tiene que volver a Caspe de Arriba a recogerla, regresando una hora más tarde a Caspe de Abajo, adonde llega al anochecer.

Una vez con la boina puesta, empieza a escribir una novela titulada ‘De Nueva York a Río de Janeiro’, que obtiene un gran éxito y que refleja su espíritu viajero.

Antes de suicidarse en la escalera de mi tío colaboraba en todas las grandes revistas europeas, y su pueblo natal le acababa de hacer un homenaje, en el cual el alcalde fue y tocó el tambor. Alejandro Fernández, fatigado de tantas aventuras, no salía apenas de su despacho, en donde conservaba un gran número de recuerdos de sus constantes viajes. Hormigas, moscas, avispas, piedras, tachuelas, herraduras, manzanas y pedazos de palo decoraban las paredes de su gabinete de trabajo.

¡Pobre Alejandro Fernández! ¡La broma de las rodajas de patatas causó su muerte!».

Sin duda, agitada fue la vida del ilustre y casi imposible Fernández. Nada menos que tres intensos viajes de ida y vuelta, de Abajo a Arriba. En total, 90 kilómetros de carretera recorridos en aquel convulso siglo XIX. Pese al esfuerzo que he dedicado al asunto, me ha sido imposible localizar el lugar al que fue a parar su colección de rarezas, quizá nunca puedan recuperarse los «pedazos de palo» que le pertenecieron. Tampoco consigo aclarar en qué podía consistir «la broma de las rodajas de patatas», a la que Mihura se refiere al final de lo transcrito.

Les invito a que lean «Mis Memorias», un libro paradójico, fantástico cargado de fantasía. Y luego, pueden reflexionar en torno a las afinidades y diferencias entre comicidad y humor.

A Mihura le gustaba fumar Chester sin boquilla y disfrutaba escuchando canciones de Gloria Lasso. Los pitillos nada tienen que ver con Caspe, pero la cantante -que en realidad de apellidaba Coscolín- vivió en la calle Tudón, donde su padre regentaba un bar poco después de la guerra. ¿Conocería este detalle el dramaturgo?

Alberto Serrano Dolader

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