Peret. Biografía íntima de la Rumba Catalana.

Peret. Biografía íntima de la rumba catalana.

Juan Puchades

Global Rhythm. 2011

La editorial Global Rhythm lleva ya algunos años editando excelentes, y vistosos, libros sobre artistas fundamentales en la historia de la música popular. De las descarnadas memorias de Woodie Guthrie (Rumbo a la Gloria, 2008) al reciente volumen de entrevistas a Nick Cave (Confesiones íntimas de un santo pecador, 2012) pasando por AC/DC, Johnny Cash, Ray Charles, Ozzy Osbourne o Tom Waits. Hora era ya de incluir la cuota nacional en esa larga y variada lista y nadie mejor para ello que un genio como Peret.

No hay duda de que Pere Pubill Calaf, más conocido como Peret, es uno de los grandes de la cultura española contemporánea. Sé que semejante afirmación puede ser tomada a chunga, pero no hay ni un ápice de ironía en mis palabras. Nuestra cultura viene siendo dominada por un prejuicio pequeñoburgués y esnob en contra de todo lo que suene a popular, particularmente la música, del que deberemos liberarnos algún día si lo que queremos es implantar una industria cultural capaz de generar puestos de trabajo, riqueza e influencia. Resulta imprescindible revisar los límites efectivos del concepto de cultura y aceptar, de una vez por todas, que en los últimos cien años han sido los géneros llamados populares los que más vigor le han aportado. En ese contexto la figura de Peret debería disfrutar de un prestigio y un reconocimiento de los que disfrutan en otros países creadores de su misma talla y que aquí le seguimos negando por creer, equivocadamente, que solo lo aburrido y solemne es digno de consideración. Si Peret hubiera escrito plomizos rollos sobre el Dos de mayo o dibujado viñetas sin demasiada gracia en cualquier diario conservador; si hubiera dirigido comedias ambientadas en los años de la Movida o compuesto canciones gafapásticas con letras ininteligiblemente depresivas; si hubiera hecho cualquiera de esas cosas, ya le habríamos sentado en alguna Real Academia, le habríamos otorgado un doctorado honoris causa o hablaríamos de él usando generosamente la palabra “genio”. Pero a lo que Peret se ha dedicado ha sido a otra cosa: componer música popular, alegre, divertida, aparentemente sencilla y, además, ganar dinero con su trabajo. Y, ya se sabe, que esto en España resulta imperdonable.

Lejos de la imagen rancia con que habitualmente se intenta enmascarar su figura y su obra, Peret encaja como nadie en el biotipo de músico profesional, cosmopolita e incardinado en el tiempo que le tocó vivir. Lejos de ser un subproducto del flamenqueo casposo y tribal constituye un puente refrescante y sorpresivo entre el universo pop anglosajón, el bagaje de las músicas caribeñas y la tradición española. Así empezó en la música, intentado emular a los Beatles y a Machín, a Elvis y a Benny Moré. Pero a su manera. A la manera de los gitanos golfos de la calle de la Cera, en el barrio del Portal, en pleno Raval barcelonés. Desde su puesto en el “Bar Salchichón” alternaba su dedicación al trapicheo de ropa a domicilio con la composición de algunos de los éxitos más sonados de la música popular española. Esa voluntad de apropiarse de músicas ajenas con los escasos materiales que tenía a mano le llevó a suplir con imaginación muchas carencias. Su gran invento fue lo que se ha venido en llamar “el ventilador”, que no es otra cosa que tocar la guitarra aporreando con los dedos la caja para ampliar su registro sonoro transformándola en un instrumento de percusión. Con apenas una guitarra y un par de palmeros, convenientemente adiestrados, Peret era capaz de hacer tanto ruido como una orquesta cubriendo todas las necesidades de ritmo y melodía.

La vida de Peret es realmente interesante y divertida. El personaje ofrece múltiples caras, muchas de ellas contradictorias. Vendedor ambulante y músico revolucionario; hombre de familia y golfo trasnochador y bohemio; trabajador casi estajanovista que no dice a ningún bolo que no y derrochador a veces caprichoso; gitano de barrio y hombre de mundo. Durante más de veinte años fue el rey de la rumba y sus temazos reventaron las listas de éxitos de España, Latinoamérica y gran parte de Europa. Ganó dinero a espuertas, conoció bíblicamente a mujeres hermosas, alternó con ricos y famosos, viajó, bebió, trasnochó, comió, rió, fumó. Y en 1982, mientras conducía su coche, literalmente vio a Dios, lo dejó todo y se hizo predicador. El libro narra de forma amena su escalada profesional, se cuentan sus éxitos en los países del Telón de Acero, Holanda, Alemania o Francia. También su fracaso en el Festival de Eurovisión el seis de abril de 1974 con el tema Canta y se feliz. Apenas un mes antes había sido ejecutado Salvador Puig Antich y la imagen pública de España estaba por los suelos. A pesar de partir como uno de los favoritos, Peret quedó en décimo lugar. Quizá la muerte de Puig Antich influyese pero no olvidemos que aquel año fue el grupo sueco ABBA el ganador del certamen con su bombazo Waterloo.

La lista de canciones famosas de Peret es muy extensa. A las más célebres Borriquito, Una lagrima o Saboreando hay que añadir otras no menos ancladas en nuestro recuerdo como  La noche del hawaiano, El muerto vivo, Voy Voy, El gitano Antón, Amor a todo gas, Lo mato (Adiós compay Gato) o, para mi la mejor, El mig amic. Hay que decir que muchas eran versiones de temas clásicos del repertorio sonero cubano que siempre alternó con temas propios.

La clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 supuso el reconocimiento público de una ciudad al hombre que inventó parte de su banda sonora. Por aquel entonces Peret ya había dejado de ser predicador y estaba de nuevo “en el mundo”. La rumba catalana es hoy uno de los rasgos identitarios de Barcelona. Una música vital, espontanea, mestiza y lunática, parida no en laboratorios, palacios o liceos, sino en bares canallas entre las calles estrechas del Raval. Música popular con mayúsculas. Aquella noche, en aquel escenario olímpico  casi hundido ante el peso de tanto atleta borracho, Peret, el orgulloso hijo del “mig amic”, aquel gitano «eixerit» que vendía telas en la “Plana de Vic”, pudo cantarle al mundo todo lo que sentía. Allí, en compañía de sus discipulos, los Manolos, le contó a millones de personas que “Barcelona tiene poder” y que él formaba parte de esa historia a pesar de no ser más que un obrero de la música. Supongo que lo que sintió debio de ser algo muy parecido a la felicidad.

P.S. Yo tendría diez o doce años el día en que vi a Peret en persona. Un descapotable rojo se hallaba parado junto a la acera en la Plaza Ramón y Cajal de Caspe. Serían las dos de la tarde. Recuerdo que pasaba por allí de forma casual y que me quedé admirando aquel cochazo. Al volante estaba Peret, con unas patillas enormes y gafas de sol, y a su lado una mujer espectacularmente hermosa que no era la que yo conocía como su esposa (en aquel entonces Peret y su mujer, Santa, salían mucho en las revistas) Allí me quedé, parado en la acera, mirándoles embobado hasta que el músico arrancó el coche y ambos desaparecieron calle abajo. Al llegar a casa nadie quiso creerme. Qué pintaba Peret en Caspe y además con una mujer que no era la suya. Leer este libro me ha servido para saber que estaba en lo cierto. Aquel era Peret y aquella mujer uno de sus múltiples ligues. Treinta años después, yo tenía razón.

Jesús Cirac

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