70 aniversario de la liberación de Auschwitz. Hanns, Rudolf y la caza de nazis.

Se cumplen setenta años de la liberación del campo de Auschwitz-Birkenau e, inevitablemente, acuden a nuestra memoria algunos de los clásicos de la literatura concentracionaria. El inevitable y conmovedor ciclo de Primo Levi, Ana Frank, el Nobel Imre Kertesz, Jean Amery, el Buchenwald recordado de Semprún, el testimonio de Mariano Constante y la memoria de los deportados españoles en el infierno de Mauthausen. Incluso en el terreno de la ficción encontramos originales referencias a ese horror perfectamente organizado que no deja de fascinarnos a pesar de los años transcurridos. En “Pálido criminal”, el díscolo Bernard Gunther, el genial detective de la Kripo al que el escritor Philip Kerr ha dedicado su serie Berlin Noir, debe infiltrarse en Dachau en una misión ideada por el mismísimo Reinhard Heydrich.

Al largo elenco de clásicos sobre el tema se une en fechas recientes un nuevo libro, aparentemente modesto pero de lectura imprescindible, que viene a ampliar de forma significativa la perspectiva sobre el tema. “Hanns y Rudolf” subtitulado “El judío alemán y la caza del Kommandant de Auschwitz”(Galaxia Gutenberg, octubre 2014) es casi un homenaje que su autor, el periodista británico de origen judío Thomas Harding, quiere hacerle a su tío, Hanns Alexander, el hombre que capturó vivo al comandante de Auschwitz, Rudolf Höss (no confundir con el prisionero de Spandau, Rudolf Hess).

Thomas Harding descubre que su tío ha sido un héroe de guerra solo después de su muerte. Mientras vivió no contó a nadie cual había sido su papel en la caza y captura de varios criminales de guerra nazis que, al finalizar la contienda, buscaron cobijo y anonimato entre las ruinas de la vieja Alemania. Hanns era judío, berlinés, hijo de un  médico reputado. Por su clínica pasaban celebridades, empresarios y políticos. La llegada de los nazis al poder, y la entrada en vigor de las leyes raciales de Nuremberg, obligaron a aquella despreocupada y culta familia alemana a iniciar una nueva vida en el Reino Unido. Hanns y su hermano gemelo no dudaron en alistarse en el ejército de Su Majestad cuando el Reino Unido y Alemania se declararon la guerra. Su conocimiento del idioma y la cultura alemanas llevó a Hanns a realizar tareas de inteligencia y, al finalizar la guerra, a emplearse a fondo en la persecución de los antiguos jerarcas nazis. Uno de ellos fue Rudolf Höss.

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Höss había nacido en el sur de Alemania en el seno de una familia católica formada por un intolerante y fanatizado padre ex militar y una madre fría y distante. Su padre había previsto que el joven Rudolf tomase los hábitos pero dos hechos consiguieron apartarle del recto camino. Uno fue su muerte temprana, el otro el estallido de la Primera Guerra Mundial. Con apenas quince años, Rudolf conoció la dureza de las trincheras, la muerte y, al licenciarse, el amargo sabor de la derrota. Endurecido por su larga experiencia guerrera, fascinado por la disciplina militar, indignado por la pesada carga que las potencias vencedoras impusieron a Alemania en Versalles, reacio a la compleja vía democrática que propiciaba la República de Weimar, al joven Rudolf, como a otros miles de ex combatientes armados, lo único que se le ocurrió fue integrarse en los ultranacionalistas Freikorps y, de ahí, en las filas del recién nacido NSDAP (Partido Nacional Socialista). Más tarde, de la mano del viejo conocido Heinrich Himmler, ingresaría en las SS.

Höss ya era un nazi. No un nazi fanatizado e irreflexivo frecuentador de cervecerías. Más bien un hombre de orden, un padre de familia riguroso y cumplidor de sus obligaciones. Un tipo del que fiarse. Su fulgurante carrera en la administración carcelaria le llevó de Dachau a Sachsenhausen y, finalmente, al ultrasecreto campo de exterminio de Auschwitz, cerca de Krakovia, en la Polonia ocupada. Durante tres años Höss dirigió con eficiencia típicamente germana aquella enorme máquina de matar. Cientos de miles de judíos de toda Europa, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales y prisioneros de guerra soviéticos pasaron por sus manos. Bajarlos del tren, clasificarlos, conducirlos a las cámaras, desnudarlos, encerrarlos en las duchas, aplicar el gas, retirar los cadáveres, despojarles del oro o cualquier objeto de valor, clasificar sus pertenencias, incinerar los cadáveres. Y, además, administrar el personal, llevar la contabilidad, hacer que el debe y el haber cuadrasen, rendir cuentas, evitar que decayese el estado de ánimo de los guardias, cumplir con las directrices marcadas por sus jefes. Höss encaja a la perfección en lo que la filósofa judía alemana Hannah Arendt conceptuó como la “banalidad del mal” en su ya célebre “Eichmann en Jerusalén”. La existencia de demonios sin cuernos ni rabo. Personas capaces de desencadenar el infierno en la tierra simplemente amparándose en la dichosa obediencia debida.

El vital Hanns Alexander es el perfecto alter ego del turbio Höss. Su persecución dará buenos resultados y Höss será capturado finalmente por los Aliados. Tras testificar en Nuremberg, será finalmente juzgado y ahorcado en Polonia. Hanns Alexander se integró en la vida civil británica como un modesto y anónimo héroe y nunca regresó a Alemania.

No se pierdan este magnifico libro bajo ningún concepto.

Jesús Cirac

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