Adam, MCA, Yauch. Adiós a Beastie Boys

Tenía otros planes para este fondo de armario agitador pero la noticia de la muerte de Adam Yauch, aka MCA, uno de los tres miembros de Beastie Boys, me obliga a rectificar y a convertir esta sección en un lugar un poco triste.

A mitad de los ochenta el hip hop era solo música de negros. Tipos que vivían en barrios en los que nadie querría vivir y tan pobres que se veían obligados a hacer música restregando discos viejos contra la aguja del giradiscos. Ni siquiera cantaban. Se limitaban a recitar sobre bases que se repetían y se repetían. Mal pintaba la cosa si lo que querían era dar el salto desde el gueto hasta los dormitorios confortables de los jóvenes blancos de clase media, es decir, los que tenían la pasta para comprar discos. Y entonces tres chavales de Brooklyn, más blancos que un champiñón, más judíos que Judas Iscariote, más listos que el Correcaminos, lo vieron claro: como banda de hardcore-punk lo tenían francamente difícil entre tanta competencia pero como banda de rap sencillamente no tenían competencia. El resultado se llamó Licensed to ill, un disco absolutamente imprevisto que llegó a vender nueve millones de copias. Temazos como (You gotta) Fight for your right (to Party) o No sleep till Brooklyn (guiño al No sleep ‘til Hammersmith de Motörhead) combinaban cajas de ritmos negras con guitarrazos blancos y sirvieron para abrirle los ojos a millones de adolescentes que, como una iluminación, percibieron que el hip hop resultaba mucho más inquietante y perturbador que todas aquellas bandas de pelo oxigenado y mallas ajustadas que copaban el mercado roquero con su heavy pretendidamente transgresor pero insulso, adocenado y pequeño burgués. Mucho antes de que Kurt Cobain le susurrase al oído sus consignas existenciales y de que los discos tuviesen que lucir en su portada el moralista Parental Advisory para tranquilidad de los padres concienciados, aquellos tres bribones habían conseguido subvertir a la juventud de medio mundo simplemente diciéndole alto y claro algo que, por otra parte, resultaba, y resulta, obvio: “no tengáis prisa por convertiros en unos cuarentones aburridos, aprovechad el momento pasándolo bien y, ante todo, sed capaces de reíros de vosotros mismos”. El Carpe Diem de los clásicos puesto al día. Pura actitud punk, en clave black music.

Los Beastie Boys podrían haber apurado el rico filón que acababan de abrir. Podrían haber lanzado una segunda y una tercera parte del disco que les había convertido en fenómeno mundial y haberse forrado los riñones. Pero no. Aquellos chicos no eran unos simples oportunistas y tenían planes mucho más ambiciosos. Paul’s Boutique les alejó del ruido mediático y de las carpetas de los colegiales pero les consagró entre el público adulto y puso a sus pies a la crítica mundial. El disco, enorme, complejo, maravilloso, dejaba bien claro cuales iban a ser, a partir de entonces, las señas de identidad de la banda, las mismas que, hasta el pasado viernes, cimentaron una de las carreras más sólidas, originales y brillantes de la reciente música popular: imagen estudiadamente cool con especial fijación por Nueva York, la cultura basura y la estética de los setenta; fascinación por las músicas viejunas, el jazz, el funk, los soundtracks raros, el easy listening, el bugalú, sin olvidar nunca los sagrados orígenes punk; control escrupuloso de su carrera y, por encima de todo, una descarada apuesta por el humor, la autoparodia y el cachondeo que se hacen especialmente evidentes en sus descacharrantes videoclips, algunos de ellos verdaderas obras maestras.

Vendrían luego otros discos, Check your head, Ill Communication (para mí, el mejor) Hello Nasty, To the 5 Boroughs o su último, y excelente, trabajo, editado en 2011, Hot Sauce Comittee Part Two, además de diversos recopilatorios de temas antiguos. Hasta con la música instrumental se atrevieron en The In Sounds From The Way Out!, o en The Mix Up, toda una osadía para un grupo de rap. Más de treinta años de productiva y fructífera carrera interrumpida hace unos pocos días por un cáncer contra el que Adam Yauch luchó, sin éxito, durante los últimos tres años.

Siempre he admirado a los Beastie Boys. Mucho más que a la mayoría de las bandas a las que más he admirado. He disfrutado con su música desde los veinte años y me he reído muchísimo con sus videos. Por encima de todo he valorado su actitud. Tres tipos con pintas normales y caras de listos. Tres amigos que se divertían divirtiéndonos a los demás. Tres genios de la música dispuestos a abrirnos puertas desconocidas en cada nuevo trabajo. Tres visionarios que supieron introducir a millones de personas en una música hasta entonces absolutamente marginal. Tres payasos extremadamente inteligentes. Adam Yauch tenía cuarenta y siete años, estaba casado y tenía una hija de catorce. Aparte de músico era también director y productor de películas y documentales. Él mismo dirigió muchos de los divertidísimos videoclips de la banda. Resulta curioso que la muerte de un tipo al que no llegué a conocer en persona me duela más que la de personas a cuyos funerales he asistido. La cultura pop nos permite establecer vínculos emocionales con personas cuyas manos nunca hemos estrechado, con lugares que nunca pisaremos. Así, es posible sentir más afinidad por un judío de Brooklyn que por aquel que fue tu compañero de pupitre durante años. Me ocurría eso con Joey Ramone (aunque él era de Queens) y me ha ocurrido siempre con los Beastie Boys. La cultura pop nos proporciona el mismo superpoder que el chiste otorgaba a los de Bilbao: nacer donde nos da la gana. Descansa en paz, brother. Nosotros nos quedamos aquí, luchando por nuestro derecho a pasarlo bien. Make some noise!!!

Jesús Cirac

Estamos en 1986. Así empezó la cosa:

Y así terminó en 2011.

Y entre medias, esto:

Y esto otro:

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