Al avión o al paredón: Juan Chacón, soldado en la Batalla de Caspe

Compartimos con vosotros el trabajo de Vicente Chacón, finalista en el Certamen Literari Epistolae de Cartes sobre la Guerra Civil. Se basa en la historia de su padre, Juan Chacón, combatiente del ejército sublevado que, tras ser reclutado de manera forzosa en el protectorado español, luchó en varias batallas de la Guerra, incluyendo la Batalla de Caspe.

Querido sobrino Andrés:

Hace unos días, estando en una posición avanzada en la montaña de Sant Corneli, cerca de Tremp, recibí tu carta. Me la trajo el cartero que, con su burrito, reparte cada noche el correo por las diferentes posiciones. Todo un héroe, que se juega la vida para que nosotros recibamos vuestras noticias. Gracias por contarme como está la familia y la gente del pueblo. Solo por pensar en ellos, me olvido un rato de la maldita guerra. Me comentas que, aunque la guerra pasó hace tiempo por el pueblo, todavía siguen desapareciendo algunos vecinos y que se sigue escuchando de madrugada disparos cerca del cementerio. Que nadie pregunta nada, pero que las detonaciones de madrugada os siguen aterrorizando. ¡La guerra necesita muchos muertos Andrés! y ambos bandos nos hemos puesto en la ardua tarea de ofrecérselos, tanto en el frente como en la retaguardia.

Me pides que te cuente mis aventuras y me dices la suerte que tengo de estar haciendo la guerra, porque vivo experiencias y conozco nuevos lugares. Que, debido a tu joven edad, te vas a perder estas experiencias y que te aburres en el pueblo donde nunca pasa nada. Sobrino esto no es tan romántico, ni aventurero, ni heroico, como os pensáis. Se trata de pasar la guerra intentando que no te maten. Y digo matar, porque en la guerra no se muere, te matan. Un ataque o batalla duran unas pocas jornadas, el resto del tiempo o estoy haciendo guardias o dejando pasar el tiempo escondido en las trincheras, en los refugios, en los búnkeres. Intentando evitar que una bomba de la aviación me reviente o que una bala perdida, o no, acabe conmigo. Casi siempre estoy en la intemperie, unas veces muerto de frío y otras veces de calor. Pero siempre acompañado por los piojos. Paso más tiempo matando piojos que enemigos, siendo ésta tu guerra particular, hay que exterminarlos antes que te pasen el tifus o la fiebre de las trincheras. De los dolores de barriga, por el agua que bebo o por el estado de la comida, ni te hablo. Las ratas nos visitan con frecuencia. Los gatos ya no, hace tiempo que desaparecieron, no queda ni uno. Andrés, estar en el frente no es tan bonito como parece. Alguna vez me dan permiso y me voy a algún pueblo de la retaguardia, donde intento recuperar la normalidad rodeado de personas civiles. Dónde recupero mi humanidad tras afeitarme, bañarme y lavar mi ropa. Disfrutando de la comida caliente sentado en una silla, frente a una mesa.

Juan Chacón, junto a sus compañeros, hacia el final de la guerra

Como ya sabes, para mi todo empezó aquel ya lejano 18 de julio en el campamento de T’Lenit, cerca de Larache, donde me enviaron cuando me reenganché después de la mili. Ese día un brigada, gritando, nos mandó formar en la esplanada central del cuartel. Sacando su pistola de la funda y apuntando al cielo, como si estuviera enfadado con el mismo Dios, nos dijo que el ejército de África se había sublevado contra la República, y que desde ese momento estábamos acuartelados en espera de órdenes.  Nos comentó que según las noticias que tenía, en los próximos días nos trasladarían a la península en barcos o en aviones. Empezamos todos a preguntar a la vez las múltiples dudas que teníamos, sobre la familia y sobre lo que pasaba. Entre esa algarabía, se escucharon varios gritos de “¡Viva la República!” Lo que sacó de quicio al brigada, que apuntando directamente a la formación gritó con todas sus fuerzas “¡silencio, al avión o al paredón!” Como mi madre me dijo una vez “Juan, cuídate en el ejército, recuerda que pase lo que pase los cementerios están llenos de héroes”. Acordándome de esas palabras, y por pura supervivencia, me puse del lado de los del avión.  Quedándose un grupo reducido de soldados, en medio de la explanada, que no quisieron sumarse a lo que estaba pasando. Estos muchachos, fueron trasladados en camiones a la capitanía de Larache y nunca más supimos de ellos. Vi el valor en sus caras y pensé que por los ideales se puede morir, pero nunca se debería matar ¡Qué equivocado estaba ¡

Semanas más tarde, embarcamos en unos aviones alemanes llamados Junquers y cruzamos El Estrecho aterrizando en Sevilla. Del miedo que pasé, ¡nunca más volveré a subir en un avión! En tren nos trasladaron hasta Álava.  Allí comenzamos la ofensiva del norte, teniendo como objetivo el Cinturón de Hierro y Bilbao. Nadie esperaba, que una provincia tan pequeña en superficie, nos costase tres meses conquistarla. Ahí empezaron mis penurias. En Vizcaya descubrí que podías estar siempre mojado. La lluvia, durante la primavera, cae día tras día, llenando de barro los caminos y las carreteras. Haciendo difícil el tránsito de camiones, animales y tropa. No nos pudimos secar en los tres meses que duró nuestro avance ¡siempre con la manta y la ropa mojada hasta los mismísimos calzones! Tras rebasar Miraballes, asaltamos el Cinturón de Hierro y días más tarde Balmaseda. En pleno verano, nos enviaron rápidamente en trenes y camiones hasta Brunete, en la provincia de Madrid, para contener un potente ataque republicano que se había hecho fuerte, entre otros puntos, en el pueblo de Quijorna. En el mes de julio y en un pequeño pueblo llamado Navalagamella, donde resistimos a varios ataques, descubrí el calor y la sed. Las fuentes y riachuelos secos, el espeso polvo que lo envolvía todo, el constante e intenso fuego de las armas y la metralla que volaba en todas las direcciones, eran los principales enemigos que impedían hacer llegar el abastecimiento de agua donde nos encontráramos. A final del año nos enviaron a Teruel, allí descubrí el frío. Los meses de diciembre y enero fueron los más fríos de la historia, veinticinco grados bajo cero. Eran tan intensos el frío y las nevadas, que la guerra se paró durante unos días. La grasa de los fusiles y de los vehículos se congelaban inutilizándolos. Había tanta nieve, que no teníamos ninguna referencia en el suelo para seguir con nuestro avance. Los tanques y camiones se pararon. Las mulas más tercas que nunca, se negaban a seguir marchando. Los hombres eran incapaces de agarrar el helado metal del fusil. Vi un montón de dedos de pies y de manos ennegrecidos por la congelación, antes de ser amputados.  Fue tan triste la victoria de Teruel, que al ver el estado de la ciudad y de los pocos habitantes famélicos que salían de sus refugios, ni lo celebramos. Impresionaba ver la plaza del Torico, con los soldados muertos de ambos bandos amontonados en hileras. No olvidaré jamás una lona abultada, tapando un montoncito formado por pequeños cuerpos de niños que habían muerto de hambre. Casi sin parar, nos enviaron a la batalla de Alfambra y a la ofensiva del bajo Aragón que comenzó en Mediana de Aragón, donde murieron muchos compañeros al asaltar las colinas llamadas el “Parapeto de la Muerte”.  Luchamos en Belchite y llegamos hasta Caspe, donde nos enfrentamos a las Brigadas Internacionales. Regresamos a Quinto y una noche de marzo cruzamos el Ebro, por un puente que los pontoneros construyeron con barcazas. Mientras nosotros, con la prohibición de hablar y de fumar, esperábamos escondidos entre los cañaverales de la ribera del río. Hasta que de madrugada se escuchó una voz que susurraba “¡Vámonos, cruzamos, cruzamos!”. Allí descubrí el miedo a lo desconocido mientras caminaba a oscuras, cruzando ese rio tan grande, por esas tablas inestables que pusieron encima de las barcazas. Esperando, que en cualquier momento abrieran fuego y tuviéramos que echarnos al agua, en medio de la oscuridad, cargados con nuestros pesados pertrechos. Días después rebasamos Bujaraloz, Fraga, Lérida y pasando frente Alcoletge, al otro lado del Segre, llegamos a Balaguer. Seguimos en rápido avance hacia Tremp y Sort, con la orden de ocupar cuanto antes los pantanos y centrales eléctricas que abastecían a Barcelona. Durante nueve meses el frente quedo establecido en esta línea. Durante esos días me dieron un permiso, pensé en iros a ver, pero desde aquí el pueblo queda tan lejos me dio pereza hacerlo. Incumplí una de las normas de un soldado en la guerra, que es la de ir a ver a tu familia en la primera posibilidad que tengas, porque quizás sea la última posibilidad de despedirte de ellos. Tras la batalla del Ebro y aprovechando el momento de desorganización del enemigo, comenzaría la gran ofensiva final sobre Cataluña.  La primera orden de comenzar la ofensiva fue el pasado 10 de diciembre, pero ese día debido al viento, a la lluvia y a la primera nevada del año, se tuvo que suspender. El día 23 y cuando nadie se lo esperaba, por ser víspera de Navidad, recibimos por fin la orden de avanzar hacia Barcelona. Y aquí es donde he descubierto el cansancio extremo. Continuamente tenemos que subir y bajar por sierras y montes, pisando nieve y barro. Durmiendo a la intemperie y atacando posiciones defendidas, cada vez más, por buenos luchadores republicanos que con buen armamento y pocos efectivos logran pararnos una y otra vez.

Chacón, vestido de Cazador de las Navas nº2. La fotografía se tomó en Larache

Ayer intentamos cruzar el río Segre por primera vez. Cuando el agua helada nos llegaba al pecho, recibimos tal lluvia de balazos, granadas y morterazos, que tuve que pararme donde me encontraba, sin posibilidad de retroceder. Quieto y en silencio, ocultándome como podía tras los cuerpos de dos compañeros muertos, seguí escuchando disparos aislados, pero cercanos ya que veía como pequeñas columnas de agua se levantaban alrededor mío. Así pasaron las horas. Ni te imaginas lo helada que está el agua de este río en enero. Parecía que me clavaran alfileres en las piernas. Con el cuerpo entumecido y las manos agarrotadas de sujetar aquellos cuerpos tras los que me resguardaba, pasé la noche. Por suerte la niebla de la mañana nos ha cubierto y hemos podido retroceder hasta un lugar seguro. Tras reagruparnos, el teniente nos ha dicho que intentemos descansar. Hoy tampoco habrá comida caliente, nos darán dos latas de sardinas y pan duro. Eso sí, nuestro cuartillo de vino y de coñac no faltará. Es el pago obligatorio a los soldados, con tal de que tengamos los “cojones” necesarios como para salir del refugio de una trinchera y correr monte arriba o río abajo. Sin pararte a pensar, que cada paso que das es un rato más de vida o es tu último paso.

Y ahora, parapetado junto al río Segre, aprovecho el tiempo para escribirte Andrés. Tú aburrimiento en el pueblo no es nada comparado con lo terrible que es todo esto.  Las victorias son tristes cuando ves a tus compañeros y amigos morir o quedar malheridos por una explosión. Cuando te das cuenta que contra los que luchas, son muchachos que tienen tu misma edad. Aunque últimamente, desde que hemos comenzado este avance en Cataluña, cada vez más, vemos muchos cuerpos de chicos que son más jóvenes de lo habitual. ¡Que terrible es esta guerra Andrés, a la que se están enviando a niños, como tú, a luchar!

Algunos de los ideales, venidos del extranjero y usados por ambos bandos, han sido capaces de enfrentar al mismo pueblo. ¡Qué ganas tengo de que termine esta guerra y que dejemos de matar y de morir!


En la imagen, tomada a principios de 1938, Juan Chacón porta en la manga el emblema de la 150 División de África. En el pecho se aprecia un parche de la 6º Bandera de la Falange. Probablemente, vestía esta indumentaria cuando participó en la toma de Caspe.

No sé si podré, algún día, regresar a mi casa, ver a mi familia, casarme y tener hijos o si en cualquier momento me cruzaré con alguien, que se creerá en el derecho de arrebatarme mi futuro, matándome. Quizás el destino ya me ha condenado a muerte, ahora solo falta saber cuándo cumplirá su sentencia.

Y aquí estoy, mojado al haber pasado la última noche dentro del río. La verdad es que desde que comenzó todo esto, unas veces por el agua de la lluvia, otras por los ríos cruzados y otras por mis lágrimas, que la sensación de estar mojado la arrastro desde hace tres años. Algún día me secaré y espero que lo haga también mi alma, tras haber visto tantas atrocidades, injusticias y muertes.

He sido un soldado en la guerra, protagonista obligado de estos hechos, porque un día un brigada nos envió a hacerla apuntándonos con su pistola y gritándonos “¡al avión o al paredón!”. Ante esto, no te queda otra opción que correr lo más rápido que puedas. Hacia delante, siempre adelante y matando para que no te maten.   

Pronto nos darán la orden de cruzar el río Segre, de atacar Artesa y conquistarla, dicen que es muy importante y necesario tomarla. Será, como siempre, a costa de nuestras vidas y a cambio de un cuartillo de vino y de coñac. ¡Qué privilegio ser soldado, Andrés! Hoy podré elegir cómo morir: si reventado por una bomba, traspasado por una bayoneta, tiroteado por un avión, en una carretera, en una trinchera o delante de un pelotón de fusilamiento. No me tengas envidia, querido sobrino, esto no es una aventura, ¡es la guerra!

Me he quedado dormido durante un rato ¡maldito cansancio! Bruscamente unos gritos me han despertado y devuelto a la realidad “¡Vámonos, cruzamos, cruzamos!”. Me hubiera gustado despertarme y ver que lo de la guerra solo se había tratado de un mal sueño, de una pesadilla. 

Te tengo que dejar. Té enviaré la carta cuando pueda. Y si no puedo, espero que alguien lo haga por mí.

A punto de dejar la protección de mi parapeto, me estoy arrepintiendo muchísimo por no haber aprovechado mi último permiso para ir al pueblo, abrazaros y despedirme de vosotros, quizás por última vez.

Si Dios quiere Andrés, nos veremos de nuevo. Cuida de la familia y estudia.

Te quiero.

Tu tío Juan.

Nota del autor:

Mi padre, Juan Chacón, se encontraba haciendo el servicio militar en Larache (Marruecos) aquel lejano 18 de Julio, un día un oficial los formó en el patio y les gritó “o al avión o al paredón”, se subió al avión y se jubiló muchos años después en el ejercito con el cargo de capitán.

80 años después y con la intención de dejarles a mi familia la historia escrita del abuelo, volví a leer su Hoja de Servicios en el Ejercito, donde también se describe su paso por la guerra, quedé impresionado al ver que había estado en esos lugares tan leídos por mi como la ofensiva de Vizcaya, la batalla de Brunete, de Teruel, de Alfambra, de Mediana, de Belchite, de Quinto, de Caspe, Lérida, ofensiva del Segre, de Cataluña… Me puse como reto ir a conocer personalmente todos los lugares, ciudades y pueblos que aparecen en la misma y donde estuvo mi padre para comprender en persona lo que pasó. En uno de estos viajes llegué a Caspe, en el hostal me informaron que había una asociación que me podía informar de lo que había pasado allí. Fui a verles y me empezaron a explicar que por aquella carretera llegó el ejército de Yagüe, que La Rosaleda fue su residencia, que más adelante hubo una batalla con las Brigadas, sobre los bombardeos, la guerra, las fosas, la represión…  A partir de ese día he leído mucho sobre Caspe y su batalla, sobre la importancia de sus experiencias republicanas y de su lucha contra un ejército sublevado que con muchos medios técnicos hizo imposible aguantar más de tres días de luchas.

Seguiré conociendo los lugares donde la guerra llevó a mi padre, pero el recuerdo de Caspe y su gente no se me olvidará, ya que muchos años después siguen con el orgullo y la necesidad de explicarte el capítulo de la Historia donde fueron los protagonistas.

Mi padre llegó con la División 150 del ejército de África, pero con 24 años podía haber estado en cualquier bando, división o batalla, pienso eso cada vez que visito más lugares y aprendo más sobre esa guerra, crece en mí el sentimiento de pena por las muertes de tantos jóvenes que lucharon por sus ideales o porque alguien les obligaba a luchar por otros diferentes y por esa población civil que es siempre la victima de todas las guerras.

Vicente Chacón

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