Blas de Lezo, medio hombre, un español de los que ya no se usa

Barajé varios títulos para este recordatorio, que se podría haber llamado, desde “Mediohombre”, cuando medio español valía más que varios ingleses, o Blas, el español que dio sopas con honda al pérfido inglés, o quizás, de blas “Patapalo” a “Mediohombre”, o el siempre efectivo “Que buen vasallo si hobiese buen Señor” que son ilustrativos y descriptivos de la gran gesta personal (siempre al servicio de Su Catòlica Majestad) de este marino casi olvidado por la historiografía española, que no se ha estudiado ni reivindicado en España nunca, (ahora parece que se empieza a recuperar su historia, sus hazañas, batallas y la defensa heroica que hizo de Cartagena de Indias y por ende del Imperio Español) y que merece, cuando menos el mismo reconocimiento y agradecimiento que, por ejemplo tiene Inglaterra para sus marinos: resulta que todos conocemos al Almirante Nelson, vemos películas de piratas donde los españoles somos los malos y se nos cae la baba viendo Master and Comander y desconocemos a los que les daban para el pelo a estos formidables héroes, marinos tan excelentes como ellos (o mejores), gente como Jorge Juan, Malspina, Álvaro de Bazón y tantos y tantos personajes que no merecen el olvido a que les hemos relegado.

lezo Todos conocemos el viejo adagio: “Quien no conoce su Historia está condenado a repetirla”, y por ello este modesto artículo reivindicativo de la figura de uno de estos esforzados marinos que fueron la gloria y las luces (de las sombras ya hablaremos otro día) de este país antiguamente llamado España.

Nace el pequeño Blas en Pasajes (Guipúzcoa, España) en 1689 en una familia que contaba con varios marinos en su seno, y se enrola como guardiamarina en la Armada Francesa, entonces aliada de España a la tierna edad de 12 añitos. Es la época de la Guerra de Sucesión, aquella que impuso a los Borbones en el trono español. En 1704 se produce la batalla naval más importante del conflicto: frente a Vélez-Málaga 96 navíos franco-españoles contra 80 de la Armada anglo-holandesa y donde el tierno Blasillo, batiéndose de manera ejemplar pierde la pierna izquierda, destrozada por una bala de cañón; se le amputa, sin anestesia, por debajo de la rodilla y el chaval ni pestañea, ganándose la admiración de sus superiores y el mote de “Patapalo”. Es ascendido al cargo de Alférez, y rechazando un puesto en la Corte, vuelve al mar participando en diversas escaramuzas por el Mediterráneo donde sigue destacando por su valor e ingenio.

En 1706 se le ordena abastecer la sitiada Barcelona, al mando de una pequeña flotilla, y para cumplir su cometido idea una estratagema digna de una película: deja flotando y ardiendo pacas de paja humedecidas, escondiéndose detrás de la cortina de humo, y cargando sus cañones con balas huecas que rellena, en vez de con la metralla habitual con material inflamable, incendiando los barcos enemigos desde el denso humo sin que los ingleses viesen de donde les llovía el infierno. Genial. Un tiempo después, en otro combate, una astilla de madera le revienta el ojo izquierdo. Se va fraguando un nuevo mote y nuevos ascensos en el escalafón, ya es Teniente de Navío, y sigue capturando barcos enemigos, casi siempre en inferioridad de condiciones, suplidas con ingenio y valor. En 1712 es Capitán de Navío y en 1714 sufre un balazo de mosquete en el antebrazo derecho, quedándole sin movilidad para siempre: ya tenemos con apenas 25 años al bueno de Blas de Lezo tuerto, manco y cojo (y seguramente desdentado por el escorbuto) aunque con los bemoles en perfecto estado. Un año después reconquista Mallorca sin disparar un solo cañonazo, cuentan las crónicas que los orgullosos ingleses cuando supieron que quien venía contra ellos era “Mediohombre” empezaron a sufrir mareos y una cierta flojera que contrarestaron rindiéndose sin condiciones. Pasa unos años por las costas del Perú, en operaciones de limpieza, hasta que es requerido en 1730 para ser ascendido a Jefe de la Escuadra del Mediterráneo, acrecentando su impecable hoja de servicios, destrozando los barcos piratas argelinos, aliados del Imperio Turco, mermando su poderío naval y reconquistando la plaza de Orán, principal puerto de los piratas en el Mediterráneo Occidental.

cartagena

En 1734 es ascendido a Teniente General de la Armada (que cansera de cargos marítimos, oiga, son como veneno, sobre todo para los de secano y que no estamos, como las antiguas señoritas de provincias, enamorados de los uniformes…pero, en fin…) y es enviado como Comandante General a Cartagena de Indias (actualmente Colombia) plaza importantísima, pues en su puerto se concentraban los convoyes cargados de oro, plata y especias antes de iniciar su periplo hacia España. La Guerra había acabado, y los ingleses, algo escocidos, maquinaban como inclinar la balanza de la supremacía en el mar hacia su lado en detrimento del Imperio Español, que aunque mermado, todavía era poderoso, y que con la anual inyección de cash procedente de América podía malvivir y pagar las deudas del Rey y eso no gustaba nada en Inglaterra, que en aquellos años ya empezaba a ser un Imperio Marítimo talcualé.

En este contexto explosivo, se produce la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins (pero esa es otra historia, ya la contaremos otro día) que fue el detonante de la constitución y puesta en marcha de la mayor flota que el mundo había conocido, y solo superada por la que desembarcó en Normandía en la II Guerra Mundial muchos años después. 195 buques de guerra, 3.000 cañones y 25.000 soldados, mas 4.000 voluntarios procedentes de sus colonias americanas son puestos bajo las órdenes del Almirante Edward Vernon con el objetivo de apoderarse del puerto de Cartagena y desde allí ir destrozando los barcos españoles que navegaban por el Caribe y el resto de América. Enfrente, Blas de Lezo con 6 barcos de guerra, 3.000 soldados bajo sus órdenes, y 600 flecheros indígenas de apoyo, más la población civil, unos 800 válidos. Observen la diferencia. Pero el pérfido inglés no contaba con el ingenio de “Mediohombre”: cuando avistó la flota inglesa, ni corto ni perezoso, bloqueó las dos entradas del puerto, bocachica y bocagrande, con sus seis barcos, con la orden de hundirlos cuando fuese menester y hacer impracticable las entradas; las dos bocas estaban defendidas por varios fuertes que conformaban un bastión casi inexpugnable. Como por delante no podían entrar, rechazados una y otra vez por los defensores y privados gracias al incendio y posterior hundimiento de los barcos españoles de su ventaja naval, pues las entradas al puerto quedaron, efectivamente, impracticables, el Almirante inglés decide un desembarco por una zona pantanosa unos pocos kilómetros más al sur de la ciudad, entre ésta y unas ciénagas rodeadas de selva impenetrable y pobladas por mosquitos que se dieron un festín con la sangre de los esforzados ingleses, enfermándolos de paludismo y causando un sinfín de bajas.

Entre tanto muerto provocado por los españoles y por la malaria, corruptos los cadáveres por el clima tropical aliado con los españoles, se empieza a propagar una epidemia de peste que acaba por dar matarile al empeño inglés. Aún así, atravesando la espesa selva llegan por detrás a las fortificaciones y el Almirante ordena el asalto que cree final; de repente comprueban, consternados, que las escalas que traían se quedan cortas: Blas de Lezo había mandado excavar un foso, alterando la altura de las defensas y humillando por enésima vez a Vernon que se tiene que retirar con el rabo, y el orgullo, entre las piernas, aunque aún ordenó un cañoneo intenso durante un mes como venganza. El rey Jorge II se enfadó tanto que prohibió hablar de esta derrota, (prohibición que perdura: pregunten a algún conocido inglés por Vernon y verán la cara de panoli que ponen) retirando de la circulación unas monedas conmemorativas que había mandado fundir el Almirante Vernon con la leyenda “El orgullo español humillado por Vernon” donde se veía a Blas de Lezo arrodillado frente al Almirante (las había hecho acuñar antes de salir de Inglaterra, y se las tuvo que comer, claro) Vernon fue degradado y expulsado de la Armada. Irónicamente, aunque las murallas de la ciudad no fueron holladas por el enemigo, si que las traspasó la peste que tanto contribuyó a la victoria española infectando a Blas de Lezo y Olavarrieta, que murió en 1741. Tan colosal fue la derrota de los ingleses que aseguró el dominio español de los mares durante otros cincuenta años, hasta la derrota de Trafalgar. Honremos la memoria de un héroe español. No olvidemos.

Manuel Bordallo

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