Caspe literario. Eduardo Zamacois.

Segunda entrega de la serie que nuestro colaborador Alberto Serrano dedica a glosar ese Caspe que solo existe en los libros. Hoy le toca a Eduardo Zamacois y su novela «Memorias de un vagón de ferrocarril» en la que Caspe aparece mezclado con turbios asuntos. Sin embargo, no sería esa la única conexión de Eduardo Zamacois con Caspe. Durante los primeros meses de la contienda Zamacois cubriría los avances de las columnas anarquistas sobre el Aragón oriental y una vez estabilizados los frentes colaboraría regularmente con el diario «Nuevo Aragón», órgano del Consejo de Defensa de Aragón, editado en la Calle Mayor de Caspe.

 

Eduardo Zamacois y Quintana, periodista, escritor y viajero al que todavía no se ha valorado lo suficiente, publicó en 1921 la primera versión de “Memorias de un vagón de ferrocarril” en la muy popular colección “La Novela Semanal”; meses más tarde, el libro crecería y vería de nuevo la luz convertido en un volumen que recoge más de una veintena de episodios muy cómodos de leer y, a veces, con un toque melancólico que nunca empalaga. Se convirtió pronto en un éxito de ventas.

 El caso es que el vagón protagonista de la novela, en la recta final de su vida, presta servicio en la línea Madrid-Barcelona y, al contarnos en primera persona su propia biografía, se refiere a Caspe como la ciudad «que una vez decidió el porvenir de España» (cap. XIV).

            En los días iniciales del mes de noviembre de un año indeterminado, en uno de sus departamentos se comete un crimen pasional. Los hechos suceden entre Calatayud y Casetas, pero no se descubren hasta pasado El Burgo:

            “Como nada podía hacerse el revisor cerró el compartimiento y el convoy prosiguió su camino a gran velocidad para recobrarnos del tiempo perdido. En Caspe nos detuvimos, y por teléfono el jefe de la estación llamó al juzgado que inmediatamente acudió y procedió al levantamiento del cadáver. Secundado por el escribano, el juez tomó circunstanciada declaración al inspector, al ‘ruta’ y a varios pasajeros. El interrogatorio fue baldío: nadie sabía nada. (…) Al dar el juzgado por terminadas sus diligencias unos camilleros se llevaron el cadáver del desdichado Antonio Rey, y yo, con las portezuelas cerradas, fui desenganchado del convoy y trasladado a una vía lateral en espera de futuras investigaciones que el señor juez instructor se proponía practicar en mí. (…)

 El expreso arrancó de Caspe con dos horas de retraso. ¿Cómo decir el frío de silencio, el dolor de abandono, que me produjo el verlo marchar…? (…).            ¡Cómo me aburría! ¿Por qué no me sacaban de allí…?. Las jóvenes caspolinas que acostumbraban a pasear por el andén, no cesan de ir a verme. Se detenían a corta distancia de mí, sosteniéndose unas a otras por el talle, y luego, a pasos lentos, daban la vuelta a mi alrededor. Mi imponente tamaño, mi lujo y mis cortinillas caídas, como en señal de duelo, sobre el enigma bermejo que había en mi, impresionaban teatralmente la fantasía popular (…). Una semana más tarde y con la etiqueta de ‘No admite pasajeros’, fui reincorporado al expreso y trasladado a Barcelona, donde sustituyeron los forros ensangrentados de mi asiento y del respaldo por otros nuevos» (cap. XV).

            En la novela de Zamacois todavía se encuentra una última referencia a la Ciudad del Compromiso. En el capítulo XVII el vagón, al que poco le queda para ser aparcado definitivamente en la vía muerta, ha dejado de ser un lujoso “primera” y presta servicio como “tercera”. Sus clientes son ahora “obreros, trabajadores del campo, soldados, criadas, emigrantes…, ¡los que tocaron a más en el reparto universal del dolor…!”. Gente más bulliciosa que a voz en grito intenta acelerar la marcha: “¡Vámonos, maquinista, que ya es hora…! ¡Arrea, hombre…! ¡Que en Caspe está aguardándome mi suegra…!”.

            Zamacois, sin llegar a ser un grafómano, escribió bastante. Novelas eróticas al principio, literatura cargada de contenido social en su madurez… y mucho más. Fue reportero en la Guerra Civil y, cuando acabó, se exilio a Francia. Como indicaba al inicio, este español que nació en Cuba (1873) y murió en Argentina (1971) no es valorado hoy en día todo lo que merece por su obra. José Ignacio Cordero (que en 2007 le dedico una tesis doctoral dirigida por Andrés Amorós) reflexionaba en torno al asunto:

            “En el caso de nuestro autor, las causas extraliterarias de su olvido están claras: su entrega a la causa republicana y su fama de autor erótico le cerraron las puertas editoriales durante la dictadura franquista. Además, tras la guerra, Zamacois se hundió, por cansancio o agotamiento, en su propio silencio literario. (…) Otro posible inconveniente en su valoración podría ser la época en la que desarrolló su obra, 1893-1938. En ese periodo se hallan en plena actividad los maestros de la novela realista del siglo XIX, los autores del 98, la generación del 14 y el grupo del 27, escritores suficientes, en cantidad y calidad, para llenar cuarenta años en una historia de la literatura”.

            Amén de las referencias caspenses, que siempre alegran la lectura, con “Memorias de un vagón de ferrocarril” se puede disfrutar y dejar volar la imaginación. Aconsejo leer la novela que reseño. Una buena manera para iniciar su disfrute es sentarse en un banco de la estación y oír los ecos de los expresos, los rápidos y los ligeros…

Alberto Serrano Dolader

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