Caspe Literario. El Ciclista Miguel Mena

Vuelve una de nuestras colaboraciones más apreciadas en una sección que ya va adquiriendo entidad propia. Van ya muchos Caspes Literarios y la cosa empieza a coger cuerpo. Hoy lo protagoniza Miguel Mena, a quien entrevistamos en el Agitador hace un par de años. No les resultará difícil jugar a identificar algunas de las referencias que aquí se citan.

  Miguel Mena conoce como pocos los caminos de Aragón, entendiendo por tales tránsitos no sólo los físicos sino los perfilados por las inquietudes del paisanaje de nuestra tierra.

      Este periodista aragonés nacido en el barrio madrileño de Carabanchel en 1959, gusta recorrer con su bicicleta cientos de kilómetros de carreteras. Además, desde su tribuna de Radio Zaragoza, nos hace partícipes de los anhelos, preocupaciones y forma de ver las cosas que tienen los ciudadanos de nuestras tres provincias.

      Apasionado escritor, nos sorprendió hace más de veinte años con un volumen de viajes que el paso del tiempo ha consolidado en categoría y originalidad: «Paisaje del ciclista» (Mira, 1993).

      El libro se anunciaba así: «Guía para unas vacaciones baratas, crónica irónica, imagen de gentes y lugares, diario lleno de humor y sol».

      Hacia la página 80 el autor llega al término de Caspe, procedente de Peñalba, por la carretera «tiesa y solitaria» de Candasnos. Se detiene en el cruce con la de Bujaraloz –«hay un árbol cuya copa se abre como una gran sombrilla»– y tras vencer los peligros de un «camión con tendencias homicidas» que adelanta a los pedaleantes como si fuesen seres «traslúcidos», se detiene en el Mar de Aragón:

      «Para reponerme del susto, paro en la barandilla del puente que atraviesa el pantano y me asomo por el Ebro que por debajo parece haberse paralizado. No me extraña. Yo también quedo así cuando veo el aspecto que luce hoy: la sequía lo ha dejado bajito, encogido, paupérrimo. No es un buen lugar para zambullirse: si me tiro desde aquí lo más probable es que me clave en el fondo y deje asomando por fuera las plantas de los pies y los tobillos”.

      La Ciudad del Compromiso sorprende al viajero, que la disfruta en día dinámico y efervescente. Con él nos situamos en la Plaza Mayor:

      «Al mediodía, hay una animación y un trasiego que contagian al visitante. Después de atravesar tierras solitarias, en Caspe la vida estalla como un castillo de fuegos artificiales.

      Hay un ajetreo como de domingo. Toda la chavalería en derredor, se detienen las vecinas a charlar con el carro de la compra y hay por toda la plaza un ir y venir fluido y animoso.

 Me quedaría horas sentado en la fuente, frente al ayuntamiento, viendo esta película sensacional cuyo argumento no me cansa; pero antes tengo algunas necesidades que cubrir.

      En primer lugar necesito reponer el material fotográfico. El paisaje inacabable por donde me desplazo está a punto de acabar mis reservas.

      A pocos pasos, en la misma plaza, hay una tienda de fotografía. Es pequeña como un cuarto oscuro y dentro atiende una señora con todos los atributos de la ancianidad. Esta mujer, que hace gala de esa amabilidad cariñosa que sólo se alcanza con los años, no tarda en demostrarme que a duras penas distingue un carrete fotográfico de otro de sedal para pescar barbos.

      Lo confiesa, con todo candor de mundo y algo de susto en sus ojos, cuando le pido una película de diapositivas.

      -¡Ay, hijo!, yo no sé si tengo eso. Eso lo sabrán mis chicos, pero se han ido a la playa. Es que me han dejado aquí para que entregue los sobres de fotos, pero no sé nada más. Como no quiera mirar por aquí a ver si los distingue…

      Habrá que hacerlo, si no hay más remedio. Me pongo a rebuscar en las estanterías. Hay cientos de cajitas amarillos, rojas, blancas, y verdes, pero todas parecen iguales. Después de mucho mirar, doy con dos de Valcolor, los únicos ejemplares de la especie que busco”.

            Mena decide reponer fuerzas y se dirige al bar de al lado. Pide jamón:

            “Me he sentado a comerlo en la puerta, un una mesita a la sombra donde extiendo el periódico y aprecio lo poco que me inquietan todas las convulsiones que azotan el mundo. Todos esos tanques en las calles de Moscú me conmueven menos que la media docena de tractores con que me cruzo a diario.

      Cuando doy cuenta de la última miguita, veo que es casi la una. El sol ya ataca sin piedad y quizá no ha sido una decisión muy acertada el haber parado tanto. He llegado demasiado pronto para quedarme, pero puede ser tarde para seguir hacia Alcañiz, el próximo punto en el mapa. Unos minutos de duda ceden ante una decisión tan heroica como desacertada: después de pertrecharme de agua, me pongo en camino hacia la capital del Bajo Aragón».

      El periodista-ciclista pedalea hacia la Ciudad de los Calatravos. Estamos en los años iniciales de la década de los noventa y la carretera aún no está arreglada.

            Miguel Mena – a quien la Diputación de Zaragoza distinguió en 2004 con la Medalla de Santa Isabel- ha vuelto a Caspe en algunas ocasiones. En la primavera de 1996, para firmar en la Feria del Libro en compañía de sus amigos Ramón Acín, Antón Castro y Félix Romeo. En 1988, para pronunciar una conferencia invitado por el Grupo Cultural Caspolino. En 2005, para colaborar con ASADICC presentando la gala de la cuarta edición de sus Premios Accesibilidad. Tampoco faltó el año del VI Centenario del Compromiso: el 30 de junio de 2012 realizó desde la Casa Consistorial su emisión radiofónica sabatina (por cierto, no hace mucho declaraba a la prensa: «Intento que mis libros tengan ritmo, amenidad y un lenguaje directo, como un programa de radio»).

Alberto Serrano Dolader

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