Cae en mis manos un pliego de cordel con pinta del XIX. No está completo. En la primera página se lee el título: «Romance nuevo, de los valerosos hechos, muertes, y atrocidades de una valerosa dama llamada Espinela, natural de Caspe en el Reino de Aragón». Su arranque es tenebroso:
El Sol detenga sus rayos,
y la Luna su luz bella;
caduque el mar con sus olas,
y estremescase la tierra,
Tambien los quatro elementos
en su rutilante esfera,
pues de mi no estan seguros
hasta los siete Planetas.
Oygan, pues, con atencion
de una muger lo resuelta,
de una vivora el veneno,
y de una sierpe lo adversa.
De familia acomodada, Espinela se quedó huérfana de padre y madre a eso de los quince años. Poco más puedo leer en el impreso, del que solo dispongo de la primera plana de la primera hoja.
Me pongo a investigar, decidido a no escatimar esfuerzos hasta desentrañar el misterio que oculta la identidad de esa moza caspolina que hasta ahora me era absolutamente desconocida.
En la Biblioteca Nacional localizo una segunda versión de la Espinela caspolina, esta sí completa (impresa en Córdoba en la primera mitad del XIX por el tipógrafo Rafael García Rodríguez). El grabado xilográfico que adorna la cabecera es completamente diferente en una y en otra. El título de la depositada en la Biblioteca Nacional absolutamente sobrio: “Espinela”, sin más.
Sigo con la indagación. Encuentro dos ejemplares distintos y completos en la Universidad de Cambridge y otros dos en la biblioteca de Castilla-León. Pero lo más curioso es que –a diferencia de los dos primeros- estos cuatro fijan el nacimiento de Espinela en Ronda.
Los que tanto me han alegrado ¿son adaptaciones en las que, tachando la procedencia rondeña de la joven, alguien intercaló los versos «Yo nací dentro de Caspe / de nación aragonesa…», además de modificar el título y otras cosillas?
Cotejo toda la información de las seis fuentes que manejo y les resumo la historia, si bien debo advertir que no todos los versos son coincidentes en ellas porque cada impresor que trató de hacer negocio con el romance lo mando recomponer.
Espinela se enamoró de un apuesto mozo vecino suyo, Fabián de Herrera, hijo de un reputado caballero. En un principio, él dio cuerda a la relación, pero cortó de raíz cuando ella le habló de matrimonio porque no la consideraba a su altura social. A partir de ese desengaño amoroso, «el diablo todo lo enreda» en la vida de Espinela, que sorprende a Fabián cortejando a otra mujer y mata a los dos. Huye de la justicia y, camuflada bajo la apariencia de hombre, se alista como soldado (Raimundo se hizo llamar), sirviendo durante catorce meses «en la militante escuela» en un destino de los más duros que se pueda imaginar: el penal de Ceuta. Tras cometer un segundo crimen («no sé sobre qué pendencia / quité la vida a un paisano», se señala en algunas versiones) comienza a comportarse como una bandolera sin escrúpulos.
Armada con espada, carabina y trabuco, siembra el terror por aldeas, caminos y sierras del sur de España: Antequera, Granada, Marbella, Málaga, Solobreña, Alpujarras, Alcolea, Cartagena, Montejucar, Archidona… son algunos topónimos citados en el romance. Tan pronto violenta una casa como da el alto a una calesa. Lucha «con inhumana fiereza» hiriendo sin piedad («le di cinco puñaladas»)… y acumulando a sus espaldas una docena larga de crímenes. Sus golpes le reportan botines considerables: 4.000 ducados, 2.000 ducados, 84 doblones… Buena parte de las peripecias las vivirá asociada a un maleante (extremeño en unas versiones, valenciano en otras) que nunca parece sospechar la condición femenina de su pareja.
En Riogordo se inicia la debacle. Las fuerzas de orden público, que andaban a su caza, consiguen acorralarlos:
Nos aprisionan y cercan
en un meson, y entonces
mi compañero intenta
defenderse, mas no pudo
porque el pecho le atraviesan;
con el trabuco yo sola
hice tanta resistencia,
que para prenderme hubo
muerto y heridos cincuenta.
¿Medio centenar de víctimas? Sí, eso leo… aunque el redactor del ejemplar de la Biblioteca Nacional fue más prudente: “…muertos y heridos sin cuenta”. Me divierte pensar que, sea cual sea el relato original, la diferencia entre usar la ‘c’ o colocar una ‘s’ no es sino el producto de la fonética andaluza.
Espinela es trasladada al penal de Granada (Sevilla, en alguna versión) y el juez no duda en dictar pena de muerte. Estando en capilla es cuando se supone que la propia Espinela compone el romance (en gran parte redactado en primera persona), para divulgar su vida de zascandila, su arrepentimiento y el trágico final, que reproduzco eligiendo al azar una de las versiones que tengo a mano (ciertamente parecidas):
…me leyeron la sentencia
de que pague en un garrote
las cometidas ofensas,
y pasados los tres días,
á voz de pregón me llevan
hasta la plaza Mayor
donde la muerte me espera,
y ya puesta en el suplicio
pidiendo al Señor clemencia,
invoqué à la Virgen pura
diciendola: sacra Reina,
Madre de misericordia
dulce y abogada nuestra,
suplicadle a vuestro Hijo,
que por su amor me conceda
el perdón de mis pecados…
Esto dijo, y con violencia
llegó la homicida parca
y el cuerpo sin alma queda.
Escarmentad, pecadores.
mugeres vivid alerta,
que quien anda en malos pasos
este es el fin que el espera.
En definitiva, azarosa vida, suerte adversa y vil muerte (por garrote o en la horca, según versiones) de la bandolera Espinela, a quien imaginaremos nacida en el Caspe del siglo XIX hasta que algún erudito demuestre lo contrario. Por cierto, Zahareña y marrullera sería esta pícara, pero también culta porque en su tierna infancia caspolina:
…me pusieron á la escuela
y en breve tiempo aprendí
á leer y escribir, que es ciencia
para una muger bastante
si bien se aprovecha de ella…
O sea, que los padres de Espinela fueron unos caspolinos decimonónicos sumamente avanzados en cuestiones de igualdad entre hombres y mujeres.
Alberto Serrano Dolader