¿El cine ha muerto?… Vivan Los Soprano

     Los Soprano no es, no fue, una serie más. Aunque emitió su último capitulo en EEUU en 2007, su aureola de referente cultural no ha dejado de crecer. No hay más que bucear un poco por la red para advertir la gran cantidad de publicaciones, reflexiones y estudios aparecidos a lo largo de la última década, sus premios y sus repercusiones en el cine, la literatura y otras muchas series de TV. Los Soprano protagonizó también la reciente renovación formal y argumental de las series de TV, hasta el punto de que hoy éstas ocupan la cima de la expresión audiovisual. Sobre algunos precedentes, (como Twin Peaks de David Lynch a comienzos de los años noventa), fue esta serie surgida de la mente de David Chase la que lideró este proceso, para convertirse además en un fenómeno social y cultural. Años después de su finalización, Los Soprano compite todavía con The Wire por el cetro de mejor serie de TV de la historia (y sí, sé que muchos estarán pensando en Lost, pero creo que hablamos de cosas diferentes, sin negar su extraordinaria calidad…). Y aunque en definitiva ésta no sea sino una polémica estéril, fruto de la detestable manía por las listas y los rankings como consecuencia del marketing y el consumismo cultural, justifica al menos la atención que le dedicamos desde este blog.

     Buena parte del éxito de la serie se debe al personaje protagonista, Tony Soprano, un capo la mafia de New Jersey magistralmente interpretado por James Gandolfini. Ahora bien, no es que Tony Soprano sea un cúmulo de virtudes. Asesino, mentiroso, manipulador, ladrón, estafador, adúltero, por citar tan solo algunos calificativos, no responde ni a los cánones éticos, ni a los códigos estéticos y bienpensantes de la sociedad. Se trata de un tipo con aspecto de oso, que se pasea por su casa en calzoncillos y en bata, y que pasa la vida devorando toda la comida italiana que cae en sus manos. Pensándolo fríamente, es un auténtico cabronazo, vaya. Y pese a ello (o quizás sea por ello), nos encanta Tony Soprano, todos queremos ser como él, nos sentimos identificados con esta bestia de la cultura popular contemporánea. ¿Síntoma de la tristeza de nuestras vidas, de nuestras ambiciones y deseos inalcanzables, de que el hombre a fin de cuentas es un ser violento por naturaleza, reflejo del desarraigo de la sociedad contemporánea y su individualismo?, o ¿se trata más bien de un mecanismo de codificación de la maldad a través de la cultura, una forma de apartarla de nuestro entorno, una vía de escape, o una forma de crítica social? No sabría decirlo. Quizás puedan encontrar alguna respuesta a estas preguntas en las páginas de Los Soprano forever. Antimanual de una serie de culto.

     Ahora bien, este fenómeno responde al uso del héroe de moral ambivalente, tan caro en el terreno de las series recientes (Omar Little, Dexter…). Se trata de una consecuencia más de la mayor complejidad argumental y del desarrollo de personajes con mayor riqueza y problemáticas característico de las grandes series de TV actuales. No es nada nuevo en el terreno narrativo, evidentemente, pero sí en el mundo de las series tal y como las conocíamos (salvo excepciones) hasta fines de los años noventa. Frente al moralismo que resulta de la contraposición maniquea e interesada entre el bien y el mal, este tipo de personajes contribuyen a que el espectador se sitúe ante el espejo, y cuestione su propia moralidad e ideas preconcebidas para pasar a un terreno más resbaladizo y rico en matices, donde ni todo es blanco, ni todo es negro… No es algo fácil de llevar a cabo, claro está. Creo además que el hecho de no caer en la burda acusación, en la crítica fácil o en la caricatura, es una de las mejores variables para medir la calidad de las series de TV contemporáneas. En Los Soprano por ejemplo, el hogar, y la consulta psicológica a la que acude Tony, son utilizados para reflejar las preocupaciones humanas del protagonista frente a la sordidez de su vida diaria. En una misma dirección encontramos el recurso del humor negro, y la construcción de personajes antagonistas a Tony dentro del mismo ambiente de la mafia, que le otorgan un halo de humanidad diferente al resto. Quizás el más evidente de ellos sea el odioso e insufrible Ralph Cifaretto, quien aparece despojado de toda moralidad, hasta que Tony decida tomar cartas en el asunto… Por no hablar de la construcción de los diálogos, y la forma en que éstos destilan temas sociales y políticos de candente actualidad. En relación a este aspecto, cabe advertir que Los Soprano coincidió con los hechos del 11 S (de hecho, fue una de las series que tuvo que quitar una imagen de las torres gemelas en sus títulos de crédito), y pese a ello supo mantener la distancia crítica, para mostrar a través de conversaciones, y personajes como el mismo hijo de Tony, algunas de las derivas paranoides de la sociedad norteamericana post-11 S. La trama más relevante en relación con este tema tiene que ver con dos personajes de origen árabe con los que trapichea sin mayores preocupaciones Christopher Montisanti, sobrino de Tony, y que acabarán siendo vendidos por éste último a una unidad del FBI que hasta el momento se dedicaba a investigarle a él, y que había abandonado esta actividad, significativamente, para investigar el terrorismo internacional en EEUU.

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     Decíamos antes también que Los Soprano lideró la transformación de las series de TV en el siglo XXI, un proceso que además ha ido en paralelo al aumento de las voces sobre la crisis del cine y su agotamiento. Evidentemente se trata de una visión exagerada, puesto que hoy existen evidentes ejemplos de buen cine, con contenidos de calidad, y contamos con grandes directores y guiones. Pero estas críticas reflejan más bien la crisis de un modelo de industria, de sus mecanismos de comunicación, reproducción y consumo, de negocio en definitiva. Por no hablar del cansancio que provocan los tan manidos esquemas de la industria de Hollywood y el cine más comercial, su conservadurismo no solo formal sino también ideológico, y el hecho de que este tipo de cine sea quien controle a la postre el mercado cinematográfico. Frente a esta situación, las series de TV se erigen como uno de los medios audiovisuales más importantes de nuestros días. Son terrenos fértiles para el desarrollo de tramas elaboradas, extensas, donde en ocasiones, como sucede en Los Soprano, parece incluso que no avanza nada, que no existan principios ni finales…Así pues, la experimentación estética, formal y argumental, y el despliegue de contenidos críticos que el cine comercial no permite abordar, nos sitúan ante la época del reinado de las series. Seguro que habrán oído aquello de que si Shakespeare volviera a nacer, trabajaría como guionista en la HBO. Sin llegar a decir tanto, sí que podemos ver reflejadas en ellas con maestría los grandes temas de la literatura universal: la traición, la muerte, el poder, la culpa, la venganza, la ambición, el amor, la familia, la violencia, son los mimbres fundamentales sobre los que se edifica por ejemplo Los Soprano.

     Este fenómeno surgió a fines del siglo XX como consecuencia del desarrollo de las nuevas formas de consumo cultural y audiovisual. De hecho, fue el canal de pago estadounidense HBO (además de la serie que nos ocupa, padre de títulos como The Wire, Mad Men, Juego de Tronos...), el primero en invertir en series de mayor duración y calidad, y aventurarse en tramas y temáticas más complicadas, cuando este formato todavía estaba dominado por las tradicionales y esquemáticas sitcom. La apuesta era arriesgada: episodios con calidad cinematográfica, de una hora aproximada de duración, carácter serial e historias de largo recorrido y complejidad. O sea, las características que hoy poseen todas las grandes series de TV, y las señas de identidad e imagen de marca de la HBO. Ello fue acompañado también de un cambio en el consumo de productos audiovisuales asociado a la TV y la periodicidad, en un momento además de explosión de internet, que lejos de rivalizar con la TV (como podría suceder con el cine), ha potenciado la expansión de las series y su fácil visionado en relación a las nuevas tecnologías. No debe resultar extraño, por lo tanto, que estas características hayan brindado a los guionistas de las series de TV unas posibilidades con las que no puede competir el mundo del cine.

     Por lo demás, la estructura argumental de Los Soprano parte de los problemas psicológicos de Tony Soprano a raíz de sus circunstancias familiares y su responsabilidad dentro de la organización criminal que dirige. Se inscribe pues dentro de la tradición sobre el tema de la mafia en EEUU, que hunde sus raíces en las películas de gansters de los años veinte y treinta y en el cine negro. Pero también se aleja del aire de glamour y la estética lujosa con la que se invistió el género en su obra cumbre, El Padrino de Francis Ford Coppola, para descender a un terreno más cotidiano, más real y cercano. Nos descubre una mafia de barrio, vecinal, que todo lo impregna y vive a nuestro lado. Y nos ofrece una propuesta estética diferente, casi podríamos decir que kitsch, en contraposición a la trilogía de Coppola (véase por ejemplo las imitaciones que de Al Pacino hace Silvio Dante, consigliere de Tony Soprano interpretado por Steven van Zadt, para las carcajadas de sus colegas…). A diferencia de los Corleone, o incluso de las revisiones del género de Scorsese con las que Los Soprano se asemeja mucho más (en especial con Godfellas, de donde procede por cierto gran parte del elenco actoral de Los Soprano…), Tony Soprano es el líder de una familia de segundo o tercer rango, en una zona periférica como New Jersey, rodeado de un grupo de cutres acólitos (el personaje de Paulie es claro en este aspecto), que bien podrían ser hoy los padres de los protagonistas de Jersey Shore, y que se reúnen en lugares con tanto caché como una industria cárnica o el Bada Bing, el club de strip tease que regenta Silvio Dante. Refleja pues un ambiente más negro, aunque sin llegar a caer todavía en la crudeza ultrarrealista de Gomorra, por ejemplo.

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     Otra de las claves de Los Soprano es la contraposición entre el hogar familiar, y su familia profesional (donde impera la violencia, el crimen, la estafa, y la lucha por el poder), verdadero centro de los conflictos de la serie, reflejado en un principio en la introspección psicológica de Tony y sus visitas a la doctora Melfi. Esta estructura es particularmente evidente en las primeras temporadas de la serie, dominadas por el tema de la madre y el tío de Tony, si bien a partir de la tercera temporada la serie alcanza mayor libertad narrativa, algo particularmente palpable en las temporadas finales. En definitiva, Los Soprano es la enésima reformulación del tema de la familia a través de la mafia y los códigos culturales italoamericanos, si bien aderezado de buenas dosis de psicología y su consecuente subjetividad. Nos presenta a un padre que a la par que dirige una organización mafiosa se preocupa (a su manera, claro está) del bienestar de su familia, con evidentes problemas a la hora de diferenciar ambos roles. Así, si por un lado se niega a que su hijo continúe con su “trabajo”, al mismo tiempo prepara a su sobrino, drogadicto, con problemas de conducta y procedente de una familia desestructurada, para su propia sucesión (en la que representa otra de las grandes tramas de la serie…), o se siente también culpable por la caída en desgracia de su primo Tony, por no hablar de los problemas que le causan su madre, su tío o su odiosa hermana. A su lado, aparece su esposa Carmela, conservadora, católica, que si bien se enfada por los devaneos extramatrimoniales de su marido, nunca cuestiona el origen del dinero que le otorga su bienestar y posición social.  Y junto a ellos, sus dos hijos, que representan un verdadero retrato generacional de la juventud blanca estadounidense de clase media-alta en los EEUU: una hija mayor, Meadow, inteligente, universitaria y preocupada por temas políticos y sociales lejanos al conservadurismo político y cultural de sus padres, pero que al mismo tiempo es incapaz de ver la realidad de su familia, que llega a intelectualizar como una respuesta del mezzogiorno italiano a la sociedad contemporánea… Y un hijo, Anthony, pasota, que sería incapaz de situar Irak en un mapa, y que se verá envuelto en una deriva depresivo-paranoide a lo largo de la serie que le convierte a nuestros ojos en un personaje bastante detestable, pero que refleja a fin de cuentas algunos de los problemas de la juventud estadounidense de comienzos del siglo XXI.

     En definitiva, Los Soprano es una de las grandes manifestaciones culturales de nuestro tiempo. No creo que descubra nada nuevo, sobre todo para los fans de la serie y quienes sigan las publicaciones sobre el tema, de donde proceden muchas de las cuestiones tratadas anteriormente. Pero para aquellos que no hayan visto Los Soprano todavía, espero haber sido capaz de despertar un mínimo interés para ver el episodio piloto cuanto menos. Igual éste no les dice nada. Pero poco a poco, estoy seguro de que Los Soprano les atrapará para sumergirles en un mundo en apariencia lejano, pero rabiosamente humano y de validez universal. Les recomiendo que entren en el Bada Bing, pidan una cerveza y un chupito de Bourbon, y vean cómo aparece Tony Soprano con su chaqueta de cuero para adentrarse en un reservado del local por una de sus esquinas más oscuras…

Óscar Adell Ralfas

los-soprano937

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