Abro parcialmente los ojos. Todavía adormilado, miro hacia mi ventana y compruebo que todavía no entra luz. Un suave cierzo consigue que busque el abrigo de la sábana enredada a mis pies. Falta un rato para que amanezca. Dormiré un poquito más.

Soy incapaz de medir cuánto tiempo ha pasado cuando vuelvo a despertar. No sé la hora. Siendo sincero, ni siquiera sé qué día es hoy. Es al ver la ropa preparada, al levantarme y comenzar a vestirme, cuando reparo. Mientras oculto mis piernas con las nuevas calzas, no puedo evitar una sonrisa pretenciosa al comprobar el ostentoso tono berenjena de la prenda. Sobre el sayo de buen lino enfundo un corto sobretodo, con pasamanería, de amplia embocadura en mangas y rematado por vistosos botones. Piso ahora el suelo ajedrezado con zapatos puntiagudos que me resultan algo incómodos y, antes de salir a la calle, cubro el corte de pelo a la moda con un hermoso bonete emplumado. Ante mí, el espejo devuelve la imagen de alguien vestido a la moda. La verdad es que llevo con orgullo el sobrenombre de el Francés, pues aunque nací y resido aquí, visto tan a la última que lo parezco. Así debe ser. Debo aparentar lo que soy. Me satisface que la gente, al verme, susurre: “mirad, hay va Gallcerán Brondat[1], un gran hombre de negocios, de los más ricos de la villa”. Y ahora, más que nunca, debo lucir mis mejores galas, porque éste es un día muy especial. En el día de hoy, nuestra pequeña villa es la capital dela Corona; por unas horas todo el mundo ha fijado la vista aquí.

Me gusta la villa de Caspe. Entre sus muros uno puede abastecerse de casi todo sin tener que soportar el bullicio de las ciudades. Cohabitan entre nosotros una comunidad de moros y un pequeño grupo judío instalado en el barrio deLa Muela. Varios de estos últimos regentan industrias vidrieras, una actividad muy arraigada en todo el término. En cuanto al campo, se cultiva el azafrán, la vid y, sobre todo, abundan las partidas de cereal, en especial trigo y cebada. Y por si fuera poco, el término posee el privilegio de albergar dos ríos, y las aguas de estos se aprovechan desde hace siglos gracias a las acequias que permiten el cultivo de hortaliza. A la vez, el caudaloso Ebro permite desarrollar actividades mercantiles hacia el interior y exterior dela Corona.Como es mi caso.

Me dedico a comprar partidas de lana a ganaderos de la zona que luego, mediante navíos cargueros guiados por maestría por veteranos arraeces, transporto y vendo en mercados catalanes. En el principado no faltan compradores, pues la industria textil es importantísima allí. Después, tras los inevitables regateos con los pañeros, adquiero diversos tejidos manufacturados que llevo aguas arriba, hacia Aragón. No solo traigo paños corrientes, sino que traslado géneros tan cotizados como terciopelos de sedas velludas o paños negros de Florencia. Así me gano la vida.

Al salir de mi casa, situada en la llamada calle de la Villa por encontrarse en ella el Concejo, observo con agrado la gran cantidad de adornos florales esparcidos por toda la vía. Telas en ventanas, aderezos naturales en fachadas. Da gusto. Incluso los edificios más simples exhiben esta mañana un cierto aire señorial. La verdad es que los forasteros creerán hoy que éste es un próspero lugar. Y en cierto modo lo es. En las recientes construcciones es frecuente contemplar anchas ventanas que reciben la luz natural de modo generoso, patios espaciosos y potentes arcos ojivales que se dejan ver a la entrada de las casas, en calles y plazas, especialmente en la Mayor, la cual se muestra ante todos enteramente porticada.

Mas, si por algo destaca la villa arquitectónicamente, es por el conjunto de edificios dela Acrópolis. A excepción de la modesta Ermita de San Jaime, en los últimos años se ha intervenido con fuerza en las posesiones dela Orden de San Juan situadas en el promontorio conocido como La Peñaza. Lasactuaciones de las últimas décadas en el núcleo formado por castillo, convento e iglesia, han supuesto que la ciudadela caspolina sea ya un formidable conjunto religioso-militar.

Vienen a mi mente lo que tantas veces cuentan los viejos del lugar: gracias a quien llegó a ser Gran Maestre dela Orden de San Juan del Hospital, Juan Fernández de Heredia, las transformaciones de la segunda mitad del siglo pasado en la colina caspolina fueron notables. El castillo, que pertenecía a los sanjuanistas desde finales del siglo XII, fue convenientemente ampliado hace unas décadas, dándole un aspecto innegablemente palaciego. El lugar de culto principal, la iglesia de Santa Maríala Mayor, fue ampliada hacia el este, se edificó la torre y se construyó la magnífica portada que asemeja a la de Tarragona. Y no hará ni veinte años que se fundó el Convento de San Juan, convirtiendo el palacio de los Sesé –un soberbio edificio que dicen proviene de época romana- en un cenobio de la orden. Ésta, la tercera pieza del conjunto, alberga importantes reliquias donadas por Fernández de Heredia entre las que destacala VeraCruz, otrora propiedad del Papa Clemente VII. La astilla sagrada ha supuesto un constante goteo de peregrinos, y Caspe se ha convertido en sitio de descanso obligado para todos aquellos que remontan el Ebro hacia Santiago de Compostela. Zona de paso y parada. Pero nunca antes como en estas últimas semanas.

En mi camino hacia la plaza de la iglesia intuyo, por la algarabía que proviene de la zona, que los caspolinos han madrugado para no perder detalle. Seguro que hoy se concentrará aquí gran parte de la población. Actualmente, la villa ronda ya los 2.000 habitantes y continúa en aumento. Son solo recuerdos los aciagos años de la peste en los que descendieron los fuegos[2]. Ahora, demográficamente, Caspe no para de crecer, y uno de los temas de conversación más frecuentes es que el casco urbano se está quedando pequeño. El aumento de la población obligará muy pronto a ampliar el  perímetro de la villa. Ha comenzado a edificarse en zonas de extramuros como El Pueyo, y ya se habla de que pronto habrá que desplazar la vieja muralla para incluir tanto a éste como al arrabal moro de San Juan.

Llegando a la explanada de la plaza distingo a varios vecinos de aldeas cercanas como Chiprana o Trabia, aunque mezclados con gentes que no conozco e imagino vienen de tierras lejanas. El tránsito por varias de las puertas principales de la población,La Porteta, La Nevera, la dela Ermitadel Ángel Custodio…es constante durante toda la mañana.

Llama mi atención el escenario levantado para la ocasión en el exterior de la iglesia, cubierto por grandes telas que protegen del sol todo el entarimado. La verdad es que lo han adornado maravillosamente. Veo preparados a ambos lados del mismo sendos catafalcos en los que ya están situados los embajadores de los territorios de la Corona. En ese momento observo cómo se acerca Bernardo Sancho[3], un tipo simpático y amigo de todos, curioso, siempre bien informado. Éste, esperando una moneda a cambio, se ofrece para contarme al detalle quiénes son los ocupantes de los escaños:

-Los doce de la derecha del altar son embajadores de Aragón y Valencia: el Comendador de Ricla, Fray Iñigo de Alfaro; el Maestre dela Ordende Montesa, Fray Romeo de Corbera; fray Pedro Puyol, prior de Valdecristo…

-Los de la izquierda son todos catalanes Galcerán de Urgel; Francisco, Obispo de Barcelona; Don Juan,  Conde de Cardona…

-Los otros que ves dentro del cancel, a la derecha, son los castellanos eventuales del castillo de Caspe, uno por cada reino. Mandan a los cincuenta ballesteros acuartelados en la fortaleza. Y los que ves fuera, debajo de la tribuna de embajadores, se llaman Pedro Zapata, Alberto Zatrilla y, el que lleva el estandarte real, Martínez de Marcilla; son los capitanes de la villa a las órdenes de los nueve. Ellos son los responsables de los tres centenares de soldados que custodian la población. Y mira, mira, por fin bajan del castillo los designados[4].

Los nombres de los nueve son, después de tres meses, de sobras conocidos por todos los caspolinos. Toma el asiento central Pere Sagarriga, Arzobispo de Tarragona; a su derecha el fraile Bonifacio Ferrer y junto a él, Guillem de Valseca, comerciante catalán; a continuación se sitúa Francisco de Aranda, el prior de la Cartujade Portaceli. A la izquierda de Ram toma asiento Berenguer de Bardají, y a su vera Vicente Ferrer. A continuación Bernardo de Gualbes y Pedro Beltrán, el sustituto de Ginés Rabasa. Queda vacante el asiento de Domingo Ram, precisamente quien se dispone a oficiar la misa. Es la hora de tercia[5].

Solo han debido pasar cinco minutos pero debo confesar que, quizá por estar de pie, o bien por encontrarme algo lejos, he dejado ya de prestar atención a la homilía. En cambio, reflexiono sobre el significado de éste momento: ésta es la última escena de un drama que ya dura demasiado. Desde la muerte del rey Martín hasta el día de hoy, en el que parece que por fin los representantes anunciarán quién consideran que debe ser el nuevo monarca, han pasado más de dos interminables años.

En cuanto a Caspe, la verdad es que la población ha sufrido profundas transformaciones en los últimos meses. Con la llegada de los elegidos y su toma de posesión se desplegó una ingente cantidad de soldados con órdenes de patrullar la villa, de apostarse en los portales, de salvaguarda del castillo y, en definitiva, encargados de vigilar que no se produjera incidente alguno; ni siquiera se permite acercarse a menos de cuatro leguas a grupos armados de más de veinte hombres. Hasta qué punto se han tomado todo tipo de precauciones que el justicia de Caspe ha prohibido los dados para evitar las habituales trifulcas que dicho juego suele ocasionar. La villa está literalmente blindada. Y también abarrotada, pues las embajadas de los diferentes candidatos formadas por juristas, procuradores y demás, han sido constantes en todo este tiempo, lo cual ha supuesto un serio problema: no existe en la villa oferta suficiente para albergar huéspedes de postín. Para el cobijo de las tropas ha sido necesario instalar pabellones en los que se encuentran acampados.

Por fin parece que ha acabado la misa y ahora es Vicente Ferrer quien se dirige hacia el púlpito. Ya comienza el sermón que supongo precede a la proclamación: “Alegrémonos y regocijémonos y demos gracias a Dios, porque han llegado las bodas del cordero…” pero de nuevo pierdo la atención y dejo de escuchar las palabras salidas por la boca del fraile. En cambio, sí agudizo todos mis sentidos y no pierdo detalle sobre la indumentaria de varias decenas de los congregados; no puedo evitarlo, tengo un oficio que me apasiona y lo disfruto. El vulgo lo forman gentes ataviadas con lanas ordinarias; observo criadas con sayas de palmilla, hombres con sencillas calzas (algunos campesinos ni siquiera las llevan), camisas salpicadas de zurcidos, gorros de paja, ligeros alcorques de suela de corcho o sandalias de esparto. Todos ellos provistos de colores modestos: pardos, grises, cremas, blanquecinos.

Pero la plaza es todo un contraste y denota la posición social de las gentes, no solo la calidad de los tejidos, sino la variedad de tonos. El colorido lo pone la gente pudiente. Aunque estoy lejos, distingo que Ram y Sagarriga lucen lujosas sedas en tonos oro, verde, carmesí. Incluso varios embajadores visten terciopelos brocados y ribeteados, lo más ostentoso del momento. Compruebo cómo los ricos han sucumbido a las calzas de algodón, lo adecuado para la temperatura local. Algunas damas tapan sus cuellos con pañizuelas, pero otras, por su parte, muestran sin recato escotes bajo rostros maquillados. Distingo a un doncel enfundado en una ceñida jaqueta y bajo ella unas calzas ajustadas. Juraría que algunos de los congregados son extranjeros. Lo que es innegable es que nunca antes se había visto en Caspe semejante muestra de prendas de lujo, pues tal repertorio de modernos ropajes solo es habitual en las grandes celebraciones de la Corte.

Los soldados, por su parte, portan sobrevestas partidas, botas, yelmos, espadas bastardas, cofias de malla…aunque los capitanes visten mejores prendas. Aprecio varios jaquetones de tapete de belludo. Lo que sí se distingue a simple vista es el calor que están soportando a pesar de lo temprano de la hora. Así lo delata el brillo de sus caras.

Se hace el silencio. El fraile levanta los brazos y se produce el veredicto de los nueve. Ya está. Habrá rey castellano. Gritos, vivas, salves, algarabía generalizada que previsiblemente se prolongará durante horas. Aunque noto también algunos murmullos entre el gentío. Unos instantes después deshago el camino y vuelvo hacia mi casa.

Durante el trayecto, mientras piso la árida tierra de la calle, reflexiono. A mí, en realidad, la elección me ha dejado frío. Esperaba este resultado. Hace semanas que en ciertos círculos se da por hecho que Fernando de Antequera sería el nuevo Rey. Es un secreto a voces que el Papa Luna ha apostado por él desde el primer momento y, por si fuera poco, se rumorea que la mayoría de los nueve debe favores al Papa.

Pienso en singular. En teoría, la entrada de un monarca castellano en la Corona traerá estabilidad a los territorios, lo cual es beneficioso para el comercio. Pero también va a suponer que los pañeros catalanes tendrán acceso a la codiciada lana dela Mesta castellana que controla la casa de Trastámara. Con lo cual, ampliándose la oferta de materia prima, se abaratarán los precios y ganaré menos dinero. Aunque con el acercamiento de los dos reinos quizá se abra ante mí un gran mercado en el que vender los géneros del Mediterráneo…No sé, habrá que esperar.

Continúo hacia mi casa y compruebo que, en general, las calles de Caspe son sinónimo de fiesta.  Advierto al pasar que en el mejor establecimiento de la ciudad se prepara un buen convite. El salón se ha engalanado especialmente para la ocasión con paños y doseles y la mesa está decorada con frutas y flores. Vajillas de cerámica coloreada salpican el mantel. Puedo imaginar que no faltarán pequeñas aves, cordero asado, cazuelas con sopas, buenos panes de hogaza, quesos, viandas, vinos especiados…

Cuando al fin traspaso el zaguán de mi casa un desagradable sonido se apodera de mí. Yo, Gallcerán Brondat, villano del lugar de Caspe, franco y libre, me despierto apagando el despertador de mi teléfono móvil. Segundos después me incorporo y compruebo que no hay calzas preparadas sobre el galán de noche, sino unas graciosas bermudas a cuadros.

Por cierto, a la última moda.

Amadeo Barceló Gresa

 Fuentes

AHN, Códices, L. 1399; Proceso de todo lo actuado en la elección del Señor Rey Fernando para Rey de los Reynos de la Corona de Aragón, hecha en la Villa de Caspe, 1579. (Se consulta la edición impresa existente enla Ciudad de Caspe cuya transcripción es obra de José Manuel Arcal Royo en el año 2010).

Álvarez Gracia, Andrés; “El Islam y los judíos en Caspe”, Territorio 30 (coord. por M. Caballú y F. J. Cortés), Gobierno de Aragón, 2008, pp.109-122.

Barceló Gresa, Amadeo; La Orden de San Juan de Jerusalén en Caspe y Comarca durante la Edad Media (introducción a su estudio), Comarca Bajo Aragón Caspe, Caspe, 2007.

Dualde Manuel y Camarena José; El Compromiso de Caspe, IFC, Zaragoza, 1976.

Llorens Raga, Peregrín-Luis; El Códice del Compromiso de Caspe existente en el archivo de la catedral de Segorbe, Segorbe, Caja de Ahorros de Segorbe, 1968.

Pellicer Catalán, Manuel; Panorama histórico-arqueológico de Caspe en el Bajo Aragón, CECBAC, Caspe, 2004.

Peña Martínez, José Antonio; Martín I el Humano, un rey sin heredero, El último monarca catalán enterrado en Poblet, Col. Scriptorium Populeti 19, Abadía de Poblet, 2010.

Salas Pérez, Antonio; Caspe y la historia del Compromiso, Tipográfica Sanz, Caspe, 1968.

Sigüenza Pelarda, Cristina; “El vestido enla BajaEdadMedia: telas y colores”. Programa-revista dela Conmemoración del Compromiso de Caspe, pp. 13-20, Caspe, 2006.

Valimaña Abella, Mariano; Anales de Caspe, GCC, Caspe, 1988.

Zulaica Palacios, Fernando; “Mercados y vías fluviales: el Ebro como eje organizador del territorio e integrador de la economía aragonesa en los circuitos europeos”, revista Aragón enla EdadMedia, nº XIII, Zaragoza, 1995.


[1] Galcerán Brondat fue el nombre de un caspolino, agente comercial, de mediados del siglo XV (ver  Fernando Zulaica Palacios; “Mercados y vías fluviales: el Ebro como eje organizador del territorio e integrador de la economía aragonesa en los circuitos europeos”, revista Aragón enla Edad Media, nº XIII, Zaragoza, 1995.)

[2] El censo durante la Edad Media se medía por fuegos (familias); véase la sesión de Cortes celebrada en Tarazona, año 1495: “Forman un fuego todas aquellas personas que habitan en una casa y tomen la despensa de un superior (…)”. Valimaña anota en sus Anales, basándose en el censo de dicho año, que los vecinos de Caspe en 1495 serían 288 (Mariano Valimaña Abella; Anales de Caspe, GCC, Caspe, 1988, pp. 68-72); es importante apuntar que el término vecinos equivale a fuegos pero no a habitantes, y que, comúnmente, se computan 4 o 5 habitantes por cada vecino o fuego. Sin embargo, debemos considerar también el número propuesto por Manuel Pellicer Catalán (Panorama histórico-arquelogico de Caspe en el Bajo Aragón, CECBAC, Caspe, 2006, p. 131) “Hacia el 1400 la superficie de Caspe alcanzaría unas6 hectáreas, habitadas por una población de unos 2.100 habitantes”. Comprobamos que la cifra propuesta el doctor Pellicer coincide con el baremo de Torres Balbás, quien fija en 348 habitantes por hectárea en la época.

[3] Bernardo Sancho es el nombre de un habitante de Caspe en 1412 (ver Códice).

[4] Cabe recordar que, aunque Llorens Raga habla en su traducción en todo momento de Compromisarios, en el Códice original no figura tal palabra, si no que se refieren a ellos en la mayoría de ocasiones como deputati (designados).

[5] Que corresponde a las once de la mañana de la época. Aunque debemos tener en cuenta que existe una diferencia con nuestro horario de verano actual, por lo que las nueve de la mañana del día 28-6-1412 serían ahora las 11 de la mañana.

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