Hoy pinchan los héroes de la clase obrera

 

Dicen que Owen Jones es el Íñigo Errejón británico. Intelectual brillante, cara de niño, gafitas. En estos meses ha estado de moda en España porque acudió a varios mítines de campaña de Podemos y porque Jordi Évole lo entrevistó en su programa “Salvados”. En su famoso, y ameno, “Chavs. La demonización de la clase obrera” ha descrito de forma didáctica el largo proceso iniciado por la vieja Maggie Thatcher (y continuado casi al pie de la letra por Tony Blair y sus secuaces del New Labour) a través del cual las clases populares británicas han ido reemplazando su viejo orgullo de clase por la engañosa sensación de pertenecer a esa especie en extinción antiguamente conocida como clase media. Para Jones, la cosa está clara: sin conciencia de clase no hay futuro.

David Bowie nació en el sur de Londres. En Brixton, un barrio humilde, famoso por sus legendarios conflictos raciales, sus músicos caribeños y por la hipnótica línea de bajo de una maravillosa canción de The Clash. A pesar de la nube de glamour en la que vivió siempre, a pesar de ser una de las personas más exitosas de la Tierra, Bowie nunca dejó de ser David Robert Jones, un chico de barrio con conciencia clara de sus orígenes. He visto estos días varias de las entrevistas que concedió en vida. En una de ellas confesaba que lo único que le atraía del dinero era la tranquilidad de poder marcharse al otro mundo habiendo legado un poco de seguridad a los suyos. Pura coherencia de clase, pura conciencia de la provisionalidad de su posición social.

La muerte reciente de David Bowie, el más excelso hijo de la clase obrera británica, nos recuerda que, a pesar del tópico esnobismo british, lo más grande que Gran Bretaña ha dado al mundo en el último siglo ha sido producido, no por sus lores, no por los rifles de Eton, no por sus estirados scholars oxonianos, sino por la chusma, por el lumpen, por los hijos de los mineros y los tenderos, por los habitantes de los barrios, por la gente normal.

Creedme, amigos míos, ni el pop ni el rock florecen en los palacios de mármol o en las quintas rodeadas de fuentes y parterres de glicinias. Ninguna hermosa canción ha sido compuesta entre podencos, criados y amas de llaves. Nada capaz de enamorarnos saldrá del corazón de un gentleman a la antigua usanza o de una vieja marquesona. La música que amamos es hija del pub y la taberna, de la fábrica y el autobús nocturno. Huele a sudor y a cerveza, a lejía y a cafetera, a ropa de mercadillo y a fritanga. Es sucia, directa, accesible e inmigrante.

En homenaje a Bowie, a Jones y, en general, a todos los hijos de la Gran Bretaña, os dejamos con una obvia selección de canciones compuestas por gloriosos “héroes de la clase obrera”. Nueve son british y una de ellas nacional. La lista podría ser inmensa e incluiría a lo más granado de la cultura británica. De Sex Pistols a The Kinks, de The Fall a The Jesus and Mary Chain. Chicos de origen humilde que hicieron más por su país que todos los virreyes de la India juntos. Amamos a Gran Bretaña por eso y la amamos como a nosotros mismos porque sin ella no seríamos lo que somos.

 

 

  • 1.MADNESS. “The return of the Los Palmas 7”.

¿Habéis oído alguna vez hablar de la palabra “clase”? La elegancia es un estado del alma y no algo que pueda comprarse por kilos en la calle Serrano. Podríamos haber elegido cualquier tema de Madness. He elegido este porque lo he visto millones de veces. Creo que me gustaría vivir dentro de él. Salir de un bar cutre con mis amigotes y caminar de forma desordenada por la calle en dirección a ninguna parte.

 

 

  • 2. THE JAM. “Town called malice” (extracto de la película Billy Elliot)

Nuestros actores son los más rojazos del mundo pero el cine que producen es el más conservador que conozco. Más allá de Loach y su explicito posicionamiento político, el cine británico ha sido capaz de generar taquillazos en los que los conflictos sociales son tratados con humor, sensibilidad y elegancia. “Mi bella lavandería”, “Full Monty”, “En el nombre del padre”, “Pride” o la maravillosa historia del hijo de un minero en huelga que sueña, y consigue, ser una estrella del ballet. He de reconocer que la imagen del pequeño Billy Elliot taconeando por las calles de su barrio al son de este supertemazo de The Jam todavía me hace derramar alguna que otra lágrima.

 

 

  • 3. PULP. “Common people”

Michael Caine y Jarvis Cocker son las dos caras de la misma moneda. Ambos comparten origen social humilde y ambos representan una cierta idea de la elegancia y la clase típicamente “british”. Caine encaja en el patrón canónico y Cocker en el extravagante. Esta canción, la más famosa de Pulp, ironiza con la atracción que la vida de la gente corriente ejerce sobre determinados vástagos de las elites. Esnobismo pero en sentido inverso. Las malas lenguas dicen que la chica griega que estudia en Saint Martin’s School y a la que Jarvis Cocker intenta, sin éxito, pasarse por la piedra en la canción es, en realidad, la esposa de Varoufakis.

 

 

  • 4. SLEAFORD MODS. “Jobseeker”

Pero no todos los hijos de la working class rezuman elegancia natural. ¿Qué sería de Magaluf si no? Sleaford Mods son tan jodidamente brillantes como primarios. ¿Os imagináis que vuestros nuevos vecinos de adosado fueran estos dos tipejos?

 

 

 

  • 5. JOHN LENNON. “Working class hero”

Él acuñó el término y es justo que aparezca en esta selección. No es su mejor canción pero muchos darían un brazo o una pierna por haber llegado a componer algo parecido. Es Lennon y, sí, él también fue un niño pobre y descarriado.

 

 

  • 6. BILLY BRAGG. “A new England”

Abiertamente militante, declaradamente socialista, Billy “the red wedge” Bragg es una figura mítica en UK. ¿Imagináis que nuestros aburridísimos cantautores tuvieran la mitad de su capacidad para componer buenas canciones? No basta con ponerle música a los viejos poetas de la República, un poco de ritmo y melodía no hacen daño a nadie. Si tienen alguna duda que hablen con Billy, por favor.

 

 

  • 7. THE HOUSEMARTINS. “Happy hour”

Eran de pueblo, de clase obrera, militantemente de izquierdas, parecían unos palurdos pero, a finales de los ochenta, facturaban el pop más puro, melódico y divertido del planeta pop. Consiguieron fabricar un buen número de canciones perfectas y el mundo les premió con su afecto. Luego se separaron y siguieron siendo de pueblo y de izquierdas y siguieron facturando canciones enormes en The Beautiful South y en proyectos más modernuquis como Freak Power o Beats International. Uno de ellos se llamaba Norman Cook, aunque todo el mundo lo conocía como FatBoy Slim.

 

 

  • 8. DECIBELIOS. “Paletas al poder”

Desde el Prat de Llobregat los Decibelios reivindicaban el mundo “paleta” del cinturón rojo barcelonés con canciones atronadoras. Eran otros tiempos para Cataluña. Todavía el origen social importaba más que el geográfico y los enemigos eran Pujol, Sumarroca y compañía. Pude verlos en las fiestas de Alcañiz en un concierto brutal que terminó cuando ya se hacía de día. Botas y tirantes y hostias en el bar, cabezas rapadas y gritos oi oi oi!

 

 

  • 9. THE SPECIALS. “Ghost town”

La Thatcher llegó, vio y venció. Tras su paso arrollador todas las ciudades de Gran Bretaña se convirtieron en fantasmas. Lo mismo pasó con Madrid bajo el régimen del chulapo Álvarez del Manzano. Algo tiene la derecha en contra de la cultura pop. The Specials encarnan como nadie la reacción visceral al inicio del desastre. Letras comprometidas, formación multirracial y melodías demoledoras. Esta canción debería ser declearada patrimonio de la humanidad esta misma mañana.

 

 

  • 10. HAPPY MONDAYS. “Kinky afro”.

Se puede ser un mostrenco y un auténtico desastre y componer canciones más elegantes y graciosas que el nomeolvides de Sissi Emperatriz. Se puede uno rebozar en pastillas, polvos varios y litros y litros de cerveza y tener más sensibilidad que Tamara Falcó. Se puede haber nacido en los barrios bajos de una ciudad destruida por la reconversión industrial y las políticas neoliberales de la Thatcher como Manchester y ser capaz de componer algunas de las mejores canciones de la historia de la música popular. Escucho Kinky Afro y me olvido de la cara de matraco de Shaun Ryder y de lo pasado que va siempre Bez y pienso que soy una joven doncella que baila y baila al son de un coro de querubines la noche de su puesta de largo.

 

 

Jesús Cirac

BERTIN

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