«Hysteria». Mal de muchas, consuelo de voltios.

No me considero un cinéfilo empedernido. Voy al cine una o 2 veces al mes como muy mucho, no me leo la “Fotogramas” y clasifico las películas como: peliculones, bodrios o las que sabes a lo que vas. Dentro de ésta última clasificación, incluiría un extraño subgrupo: esos filmes que sabes a lo que vas, pero te aportan un estimulante extra inesperado.

Me explico, pongámonos en situación. Sábado de mediados de Junio. Te has pegado la tarde de vinos en unas fiestas de pueblo. Tu chica te propone ir al cine, dos opciones: “Cuando te encuentre” o “una que va de la historia del tío que inventó el vibrador”. La opción b), en estas circunstancias, no sólo te convence más, sino que te seduce cual canto de sirena. Vamos a ello pero ya.

“Hysteria” (Tanya Wexler, 2012) cuenta la historia, basada en hechos reales, del doctor Joseph Mortimer Granville (Hugh Dancy). Un joven médico de la Inglaterravictoriana, ávido de reconocimiento social y profesional. Sus vanguardistas ideas (existencia de gérmenes, lavarse las manos, casi nada…) le crean fricciones con las vacas sagradas en bata de todo hospital que pisa. Finalmente, encuentra su sitio en la consulta del doctor Robert Dalrymple (Jonathan Pryce, ‘Piratas del Caribe’), además de la virtud y la gracia según los cánones de la época, hecha mujer, en su hija Emily.

El veterano doctor Dalrymple está especializado en tratar una misteriosa epidemia que afecta casi exclusivamente a mujeres acomodadas de mediana edad. Insomnio, tendencia al llanto, irritabilidad, pérdida de apetito, retención de líquidos…¿carencia de relaciones sexuales satisfactorias? Nada más lejos de la realidad, el síndrome se denomina “Histeria femenina”, se considera que su origen es puramente fisiológico y se trata como tal:

Que nadie se confunda. Enla Inglaterrade 1880, el orgasmo era una función cerebral superior reservada a los varones. Las mujeres, aunque pudiera parecer lo contrario, experimentaban una reacción puramente física denominada “paroxismo”. Todo se realizaba con mucha profesionalidad, y de lo único que se aprovechaban en la consulta de Dr. Dalrymple, era de la bien dotada cartera de sus pacientes. O, mejor dicho, de la de sus esposos.

En éstas, nuestro joven y bien parecido protagonista se aplica a fondo en tan peculiar terapia. La cola de pacientes ya da la vuelta a la manzana cuando la mano del Dr. Granville dice basta y, como consecuencia, es despedido. Es lo que tiene trabajar en la sanidad privada.

Joseph se refugia en su amigo-padrino-hermano adoptivo Edmund St. John-Smythe. Rico de cuna, de exquisitos modales, sexualidad disipada (Rupert Everett en su salsa) y fascinado por los ingenios eléctricos. Esta última cualidad suya, amén de las otras dos, le ayuda a encontrar la solución a sus bajones de rendimiento. Gracias al sexto electrodoméstico inventado en el mundo, Granville recupera su anterior trabajo y el amor de su prometida, cuando tropieza con la díscola hermana de ésta. Una mujer con unos ideales bastante diferentes a Emily. Feminista, sufragista, sexualmente liberada. La señal de aviso de lo que iba a imperar años más tarde en el Reino Unido y el resto del mundo.

Y hasta aquí puedo leer. El resto de la historia me temo que es bastante previsible, pero lo cierto que hasta el momento ya te has llevado por delante unas buenas risotadas. Puede ser que haya escenas previsibles (el triangulo amoroso, la manifestación de ciertos paroxismos), puede ser que se caiga en clichés, también que la escena final del juicio parezca sacada de una peli de Domingo de Antena 3…pero como comentaba antes, yo venía de echar unos vinos y, aparte de reírme, me ha dado por pensar un poco. Sobre ayer y hoy. Soy profesional sanitario y aquella fue una época y lugar donde acontecieron grandes avances en dicho campo. El capítulo “Inglaterra siglo XIX” de la asignatura “Historia dela Enfermería” la tengo grabada a fuego en la mente de la caña que se nos dio con ella, y la época actual la estoy sufriendo en mis carnes. Hoy en día todos sabemos que las féminas tienen las mismas necesidades sexuales que los hombres, que lavarse las manos salva vidas y que existen unos seres microscópicos que nos pueden hacer la puñeta a base de bien. ¿Pero realmente hemos cambiado tanto? Sacándole punta al filme ya nos dejan ver que entonces ya existían chanchullos con las empresas farmacéuticas, ¿serían las pastillas que recetaba el médico de la primera escena el precursor del caso de la vacuna de la gripe A?. Volviendo otra vez a la primera escena, parece ser que los recortes en presupuesto acababan saliendo caros ¿se lleva el rollo vintage en nuestras Administraciones?, ¿No aprendemos nunca?, ¿Por qué será que el término “paroxismo” me recuerda tanto a “línea de crédito”, “expediente regulador de empleo” o “cese temporal de la convivencia”?,¿”Cómo es que, según el catálogo de trastornos mentales (DSM), hace 20 años 1 de cada 20 personas en el mundo padecía alguno y, en la última actualización, uno de cada 4 (alguno de estos “nuevos” trastornos igual de ridículos que la histeria femenina)?. Lo dicho, no es políticamente arriesgada como una peli de Ken Loach, ni tiene la profundidad intelectual de “Un método peligroso”, como pretenden comparar los críticos de la prensa especializada. Pero en un Sábado noche no estoy para orgasmos transcendentales. Mejor unas carcajadas y si caen una pajillas…mentales, mejor que mejor.

 Ivan-Damme.

 Nota: Tanta charla y me he olvidado de los aspectos más técnicos. Muy destacable la actuación de Rupert Everett y la de Maggie Gylenhall en el papel de Charlotte, la hermana rebelde. Fotografía y ambientación entre victoriano-almodovariano y película de Julio Verne, a “La invención de Hugo” también se daría un aire por momentos. En algún plano secuencia, merece la pena asomarse a mirar detrás de los interlocutores, suele haber alguna subtrama chistosilla. El bucolismo británico puede ser gracioso cuando alguien, o algo, va y lo jode: ver escena patos. Merece la pena quedarse a ver los créditos sólo por conocer la evolución de los modelos de consoladores a lo largo de la historia: todo el mundo estaba pegado a la butaca tras el final, como en Titanic. Disfrutad, malditos!!!

 

 

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