Junio de 1936: huelgas de la construcción en Sevilla y Madrid

Junio de 1936: la historia parecía haberse acelerado. En realidad, la guerra que estallará un mes más tarde no era inevitable ni la paz una quimera imposible. Más allá del cuadro apocalíptico que pintaban la prensa y el Parlamento, y frente a lo vomitado después por la propaganda franquista, la de ese año no fue una “primavera sangrienta” durante la cual el país entero afilara sus cuchillos y se precipitara sin bridas ni frenos hacia el precipicio de la guerra. Ahora bien, sería igualmente inexacto retratar aquellas postreras semanas dela Repúblicacomo una arcádica balsa de aceite. Había una efervescencia sin precedentes y una conflictividad que sería simplificador reducir a la polarización derecha/izquierda; arreciaban muchas otras fracturas, entre las que estaban la que oponía Estado republicano y obrerismo organizado, y también la que separaba en el seno de este último a UGT y CNT.

Era “la hora de accionar”, decía el semanario Tierra y libertad a finales de mayo. “Los acontecimientos se nos echan encima; y más que determinados, los anarquistas tenemos que ser determinantes”. Tal vez nunca tanto como entonces parecía inevitable quela CNT, que vivía en y de la ocupación de la calle, se echara a la misma. El congreso de Zaragoza acababa de jubilar la vía insurreccional. Pero seguían estando ahí, como escenarios e instrumentos de movilización, los mítines y manifestaciones, los ateneos y grupos de defensa, la acción sindical y la huelga. Y en esto último, esta vez no serían las joyas de la corona confederal, Barcelona y Zaragoza, las que lideraran la lucha. Lo fueron Sevilla y, sobre todo, Madrid, donde la capitalidad política multiplicaba la visibilidad y efectos de la oleada huelguística que experimentaba buena parte del país.

En ambas ciudades, el principal motor de esa oleada era el sector de la construcción. En las dos, la huelga comenzaba con radicales demandas salariales y de reducción de la jornada de trabajo. Pero en ambas, sobre todo en Madrid, el conflicto superaba lo estrictamente laboral. Era un pulso frente a la patronal, que no aceptó las bases de trabajo que había votado en abril el Sindicato Único dela Construcción(SUC) madrileño y a las que debió unirsela UGTpara no quedar desplazada. La negativa patronal condujo a una huelga conjunta declarada el primero de junio y que llevó al paro a más de 80.000 trabajadores. Esa huelga se hizo también un abierto desafío al propio Estado en la medida que se rechazó el arbitraje gubernamental. Y se convirtió asimismo en una sangrienta prueba de fuerza entre CNT y UGT por el control sindical del ramo. Tras dos duras semanas de lucha, el sindicato ugetista aceptó acudir al jurado mixto convocado por el gobierno y aceptó su laudo del 3 de julio. Las asambleas del SUC, sin embargo, optaron por seguir adelante, a pesar de que llegaban acusaciones de irresponsabilidad desde la propia CNT. Dos semanas después, la mitad de los trabajadores seguían la huelga, los dos sindicatos se disputaban calles y tajos a tiro limpio, las víctimas eran ya ocho entre obreros y falangistas, y los dirigentes del SUC estaban de vuelta en la cárcel. En esas condiciones llegó el inicio de la guerra, que situó todos esos conflictos en un escenario radicalmente diferente. Pero esa es ya otra historia.

José Luis Ledesma

 

 

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