Jonathan Franzen. Libertad. La literatura tiene el futuro asegurado.

Tarde llega El Agitador al último trabajo de Jonathan Franzen. Desde finales del ejercicio pasado, y durante toda la primera mitad del presente, millones de lectores se han aventurado en las casi setecientas páginas de esta voluminosa obra para la que la crítica ha solicitado unánimemente la condición de “primera gran novela americana del siglo XXI”. Lejos de cualquier maximalismo, podemos decir que Libertad reúne casi todo lo que un libro debe poseer para dejar una honda huella en nuestra conciencia de lectores: una historia extrapolable a cualquier esquema espacio-temporal, personajes bien construidos, dilemas morales de cierta complejidad. Además, algo muy importante para aspirar al éxito masivo, se lee con suma facilidad.

Franzen nació en 1959. Al menos generacionalmente, eso le aleja del panteón donde reposan las vacas sagradas del oficio. Mucho más cerca de David Foster Wallace y Bret Easton Ellis, o de la británica Zadie Smith, que de Roth, Irving o DeLillo. Demasiado joven quizá para paladear la consideración de McCarthy, Auster o Ford. Más cerca de unos que de otros pero nunca demasiado alejado de la corriente principal de esa portentosa máquina de generar gran literatura que es Estados Unidos. Libertad no habla de judíos desclasados que luchan por hacer realidad el sueño que trajo a sus mayores a América, ni de ciudades en la llanura, tampoco de angustiados ciudadanos que deambulan por un país anodinamente misterioso en busca de su yo verdadero. A Franzen, por edad, algunos de los grandes temas de la reciente literatura americana le pillan demasiado lejos. De lo que sí habla Libertad es de una América que hace tiempo superó el proceso de ensamblaje y asimilación de la masiva inmigración europea del siglo XX y también la fractura social que supuso la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera encontramos los inevitables ecos de la Guerra de Vietnam. América es la tierra de las oportunidades y, en un país así, debería resultar sencillo abrirse paso en la vida. Incluso en un país que, durante ocho años, ha sido gobernado por un incompetente patológico como Bush, ha conocido el peor atentado de su historia y se ha visto envuelto en dos guerras que es incapaz de vencer.

Los protagonistas de Libertad han nacido y crecido en los sesenta y los setenta, en un país que cree no tener dudas acerca de su identidad porque, en apariencia, todo está donde debiera estar. No han conocido las grandes epopeyas sociales del pasado ni han tenido que enfrentarse a los tentáculos del sistema para encontrar su lugar en el mundo. Eso es algo que hicieron sus padres, ellos no. Para Walter Berglund, el empollón idealista y honesto nacido en el medio Oeste en el seno de una familia que podríamos considerar eso que los americanos llaman “basura blanca”, el camino que lleva al éxito social está tan claramente indicado como para Patty, la despreocupada hija de ricos y liberales profesionales del Este, con la que acabará formando una familia. Incluso Richard Katz, amigo y némesis de Walter al mismo tiempo, conoce el trazado de ese camino aunque se empeñe en evitarlo durante toda su vida. Músico punk en los setenta, reconvertido en los noventa en crepuscular icono del rock alternativo, mujeriego, nocturno y desordenado, Katz mantiene vivos muchos de los ideales de juventud y se empeña en vivir de acuerdo con ellos aunque eso tan solo le genere insatisfacción. Los estudios universitarios, el deporte, la implicación social, la competitividad, esas son las herramientas para triunfar en América. La teoría dice que, en el país de las oportunidades, cualquiera puede llegar a materializar su sueño si se esfuerza, si lucha duramente por lo que quiere, si elige el camino adecuado. Libertad nos advierte de lo difícil que resulta elegir ese camino y de los sufrimientos que acarrea equivocarse. En realidad no menos intensos que los que acarrea acertar.

Enamorarse de la persona adecuada. Intentar construir una familia en torno al amor. Renunciar a los sueños de juventud. Desear lo que no se tiene. Encontrar la felicidad donde nos han dicho que seremos capaces de encontrarla. Estar a la altura de lo que se espera de nosotros. Elegir lo que nos conviene. Transigir. Equivocarnos. Continuar. De poco sirve la seguridad de habitar en un país tocado por la gracia de Dios si al final somos incapaces de vencer a las viejas inseguridades del ser humano. De poco sirve el triunfo social si al final nos falta lo más importante y necesario. De todo eso habla Jonathan Franzen en una novela extraordinaria que conecta directamente con la gran tradición literaria, ya no norteamericana, sino universal. Una novela larga y consistente con la que pasar largas tardes de otoño evaluando nuestros propios aciertos y equivocaciones. Una novela que me atrevo a recomendarles a todos ustedes y que, además, está disponible desde este verano en edición de bolsillo. Un clásico, ya.

Jesús Cirac

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies