José Antonio Labordeta en la revista Andalán. 3ª parte

Más enjundiosa parece la segunda carta, para la que tendremos que esperar hasta el número 46, «Carta de Oscencio Bescós (de Casa Larruey)». El remitente es de Huesca, como bien muestra el nombre y esa denominación de Casa Larruey, significativa porque es lo único que queda por esos pagos: escudos nobiliarios. Le cuenta cómo se encontró con un corro de gente alejada de las corrientes turísticas que resultó ser los de Andalán, y cómo hablaron de la región y su futuro, «Y uno que había a mi derecha, así con el aire más triste que los demás, se puso a entonar una canción que hablaba de polvo, viento y sol, y donde hay agua no sé qué de una huerta. Y al atardecer regresamos a nuestros destinos.» Tras este encuentro, Oscencio ha decidido escribir una carta a Polonio ―otra forma de contar, recordemos, de mostrar las deficiencias del momento, de la sociedad aragonesa y española― porqueandalan

Ustedes [los de Andalán] son negativistas, depresivos y amargados porque me dan la impresión de que son tíos demasiado puros, honrados y realmente preocupados por su tierra y su gente. Pero claro, cuando uno se preocupa de su tierra y su gente, y ve que esta tierra es esquilmada por la especulación y su gente ahuyentada a fuerza de sofocarla con promesas que nunca se cumplen, ya me dirá de dónde se saca el optimismo. […] Que me lo digan a mí, que de oscencio sólo me queda el bescós y de patrimonio la piedra del escudo de casa Larruey, pues el resto lo vendí a una empresa alemana para poderme pagar el viaje a Alemania, donde trabajo de tornero.

La especulación en el Pirineo, el olvido del campo aragonés, la emigración… en posdata Oscencio le dice a Polonio que lo inscriba en la IDA, esa Izquierda Depresiva Aragonesa, «guárdeme un sitio que ahí estamos todos.» La tercera epístola que Polonio nos da a conocer es la enviada por un tal Florencio Bescós de Acín de la Garcipollera, en un artículo que lleva por título «La A.D.O.B.A.» (n.º 52). Ya en la columna del número anterior, «Perico, la ida y la vuelta», nos había hablado el Ácrata de la ADOBA o Asociación de Optimistas Baturros; se quejaba de que esta asociación había conseguido hacerse con casi todos los socios de la IDA gracias a una cena de homenaje a Perico Fernández por su título de Campeón del mundo. Pues bien, en esta nueva carta Florencio le cuenta a Polonio cómo el homenaje al boxeador resulta ser un fracaso: en un principio se hacen con dos mil socios en menos de una semana, pero el ridículo del Zaragoza y las declaraciones del Ministro de Obras Públicas de que habrá agua para todos han hecho que apenas queden optimistas baturros. La despedida de Florencio Bescós es una síntesis de la desolación aragonesa: «Y nada más. Suyo afectísimo en las Centrales Nucleares y aguas contaminadas, desiertos de Aragón y otros males que nos van a seguir cayendo.»; a continuación la firma y una posdata: «¿Tienen ustedes sitio en la IDA? Querríamos entrar cuatro: un servidor de ustedes, un inversor de bolsa, un metalúrgico y uno que se vino de Francia para colocarse en la SEAT.»

El siguiente artículo de «El dedo en el ojo» rompe un tanto la secuencia epistolar, puesto que no es una carta sino un diálogo con el Ácrata en el que continúa, en el mismo tono socarrón habitual, tratando el asunto de la fiebre de asociacionismo político. En efecto, en «Aconsejaduría política» (n.º 53, p. 7) narra Polonio la idea del Ácrata ―«que es hombre de empresas inútiles»― de montar una oficina para aconsejar a los que quieran fundar una asociación política. Ha nombrado Gerente a Polonio porque es «virginalmente político» y lo alecciona al respecto: no recibirá llamadas informativas por parte del «PENS, el PSI, el FRAP, el PCE, PSOE, el ML o el GAC. Todos los que se apuntan a eso no necesitan consejos. Se apuntan ―ha añadido― por pura vocación y convencimiento. Además ninguno de esos va a estar dentro del régimen autorizado. Así que olvídate.»

No va nadie durante una semana, hasta una tarde de mediados de octubre en que encuentra la sala repleta de visitas. La primera, una ancianita, le pide una asociación libertaria: ha tenido que aguantar toda su vida a su madre, su marido, sus hijos y sus nietos, y quiere inscribirse en algo divertido, espontáneo y libre. Polonio no sabe qué asociación le puede convenir, así que le aconseja que funde una con «algunas amigas de su talante»: la HADA, Hermandad Acrática Divertida Aragonesa. El siguiente usuario entra buscando una secta religiosa y un salario por apuntarse a ella. Se va decepcionado, al igual que hará el resto de visitantes; todos menos uno:

―Yo soy aragonés. Soy socio del Real Zararagoza ―Operación 25.000 socios― y vengo a proponerle que se haga usted de nuestra Asociación ―quiniela incluida― y déjese de mandangas que no van hacia arriba. ¿Hace?

Polonio acepta de buen grado semejante propuesta, pues no faltaría más. Él a lo suyo: oficina, fútbol y quinielas; y el Ácrata por su parte también a lo suyo: los pollos de la granja y la depresión. Y es que el ciudadano medio no necesita meterse en políticas; para qué, si tiene trabajo y fútbol, pan y circo… a este respecto, un artículo ya mencionado, «¡Que viene el lobo!», ilumina de una forma entre mordaz y vergonzante el poder que tiene el fútbol de adormecer a las masas: cuando Polonio se dispone a ver un partido en la televisión, llega su amigo el Ácrata y le apaga la tele: «Estuve a punto de llorar de rabia, pero como desde niño estoy siempre aguantándome las ganas de llorar de rabia, y mi experiencia es mucha en este asunto, me aguanté y, sentándome a su lado, esperé a oír el estúpido rollo intelectual que mi querido amigo venía a traerme.» Pero lo que viene a pedirle es que publique un artículo suyo en Andalán sobre los asaltos que durante el verano han sufrido las librerías de Barcelona y Valencia. Ante la vehemente aseveración del Ácrata de que los autores no han sido detenidos porque son un grupo político, Polonio le responde repetidas veces que serían simplemente quinquis. El Ácrata le enchufa otra vez la tele, le deshoja sobre la cabeza las páginas de los periódicos deportivos «y, a grandes gritos comenzó a repetir:»

―¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Y un día vino el lobo y se comió a todas las ovejitas y el pobre pastorcito lloraba, lloraba.

―No sería el lobo ―le dije en broma― serían los «quinquis».

Su amigo se marcha enfadado y sin dejarle el texto sobre los asaltos a las librerías, con lo que el artículo llega a su fin con esta reflexión: «De todos modos al Ácrata nunca acabo de entenderlo muy bien. Y seguí viendo el fútbol, tan feliz. El nuevo año había comenzado. Ahora es cuando todos los españoles deberíamos desear: Feliz Año Nuevo. Y no en Navidad que la Liga ya va terminando.»

Tras este «Dedo en el ojo» en el que el que la forma de expresión es el texto dialogado, Labordeta retoma la epístola, una fórmula narrativa con la que, ya hemos visto, tan cómodo se siente; y así el Andalán número 54 trae en su página 5 bajo el título de «¡Adiós, cordera, adiós!» ―que inmediatamente nos remite al cuento de Leopoldo Alas, Clarín, publicado por cierto también en la prensa periódica: El Liberal, 27 de julio de 1892[1]―, una carta al «Dire». Sin embargo no es una carta recibida por Polonio, sino ―y ello constituye otra vuelta de tuerca en la construcción del discurso narrativo― escrita por él mismo. Este columnista tan atípico comunica al director de Andalán que se va a Suiza con el Ácrata porque ambos están en desacuerdo con todo lo que les rodea.

Nos vamos, porque nadie nos ha podido explicar el valiente enfrentamiento del señor Gómez de las Roces al Trasvase del Ebro, con carteles de lo más alusivo, y con todas las fuerzas vivas bajo esas pancartas, mientras, por decir más o menos lo mismo, al “chansonier baturro” ―tú ya sabes de quién hablo― lo minusvalidan como ciudadano y a ti te secuestran la revista.

Nos vamos porque uno pensaba que todo iba hacia adelante y de golpe se vuelve a hablar de frenazos, trincheras y años periclitados ―al menos para uno, que sospecha es mayoría― con una ferocidad digna de la peor convivencia entre ciudadanos civilizados.

Nos vamos por puro convencimiento de absoluta impotencia para convertirnos en sociedad permisible y justa en la que esta última sea cumplida con todos los ciudadanos de la misma manera sin extrañas desvirtuaciones.

Nos vamos, en fin, porque mi amigo el Ácrata, mi tía Etelvina, mi tío abuelo Ulpiao, mi prima Pilar, la catalana, y yo, somos de un demócrata que tira de espaldas y la desesperanza puede más que la esperanza.

Y nada más. Te deseamos larga vida a ti, a los tuyos, a Andalán y al resto de gentes que, con agallas, os amorráis a los secanos a ver qué narices sale de ahí.

Perdona la posible depresión que hayas visto en esta carta, pero no creo que sea hora de alabanzas y cachondeos. Abrazos. Polonio.

Parece que en este «Dedo en el ojo», más que nunca, es militante Polonio de la Izquierda Depresiva Aragonesa. Sin tapujos, sin rodeos, aunque a grandes rasgos expone los males de la sociedad; semeja esta carta un estallido de rabia en el que Labordeta ―perdón, Polonio― deja de lado la alusión, la indirecta, la sugerencia y opta por la denuncia, por el grito, esta vez, como dice él mismo, «sin cachondeos». Se van a Suiza, un país de bienestar social, de política transparente y lo hacen decepcionados por la comparación con España. Pero ese título no puede ser incidental; es casi imposible no detectar la intertextualidad con el cuento de Clarín en el que hay dos partidas forzadas y llenas de dolor y desesperanza. Se hace inevitable entonces establecer la comparación entre los personajes de «¡Adiós, Cordera!» y la carta de «El dedo en el ojo»: todos ellos se marchan tristes, constreñidos por las circunstancias; Polonio y el Ácrata emigran, pero la ilusión de hallar un país mejor que en un principio pueda desprenderse de la lectura de la carta se ve contrarrestada por la amargura de dejar la tierra amada.

Se inicia con esta una serie de cartas escritas allende los Pirineos: la siguiente es «¡Jefe: estamos en Oloron!», en la que Polonio recupera el tono socarrón y agudo para narrar cómo el Ácrata le permitió estar en Suiza sólo 48 horas; transcurrido ese tiempo lo metió en un tren de segunda «de esos asépticos y limpios que andan por Europa». El motivo es la detención de Joaquín Ruiz Jiménez, síntoma, según su amigo, de que se van a producir importantes acontecimientos históricos. Pero el Ácrata ha vuelto a la fonda señalando Le Monde y diciendo: «―Ni Asociaciones, ni cambios, ni nada. Puros espejismos. ¡A Suiza otra vez!» Deciden, no obstante, permanecer en Oloron, en una fonda cuyos dueños son de Javierregay: «Son unos tíos muy majos y una de sus hijas me mira con mucha delicadeza. Ya veremos.»

La carta del número 57 no lleva título: Polonio y su amigo continúan en Oloron, pero lo pasan muy mal por la nostalgia. Incluso al Ácrata se le arrasaron los ojos la noche de Navidad oyendo villancicos y leyendo las felicitaciones navideñas que les habían enviado desde España. Otros días «nuestro desconcierto llega a tales extremos que preferimos quedarnos aquí.» Por ejemplo cuando intenta explicarle a un francés en qué cosiste el Consejo Nacional del Movimiento. Tampoco entienden el concepto de las Asociaciones, a pesar de que Polonio es capaz de dar una exégesis que merece la pena reproducir:

Y con lo fácil que es: uno va y se levanta, toma su carnet de identidad y va hasta la primera Asociación que se encuentra. Uno explica lo que quiere, le responden lo que dan, y si le parece bien se apunta y si no, pues busca otra. Va a otra y hace lo mismo. Y en la siguiente igual. Y al final, como todas son iguales, va uno y no se apunta. Ve usted lo fácil que es, pues ellos no entienden nada. Siempre están mezclando la política en todo.

―¿Et le socialisme? ¿et le comunisme? ¿et la gauche? ¿et la droite?

Y tú venga a explicarles que no es izquierda, ni derecha, ni socialismo, ni comunismo. Que lo que hay es contraste de pareceres dentro de un orden ―¿qué orden?― pues ese, el orden, el que hay ya ―¡Mon Dieu!― el de siempre. […] ―¿et la liberté?― Ya están éstos con lo de siempre. Lo que quieren es el libertinaje ―que por cierto aquí no se ve por ningún lado― y la corrupción liberal.

Aún encontramos dos cartas más, una remitida a Andalán desde Oloron y otra desde Hamburgo; en la siguiente sin embargo (n.º 63), Labordeta da otra vez paso a la voz de otro personaje, alguien a quien ya conocemos aunque solamente por alusión: su prima Pilar, quien le escribe forzada por la «serie de inconsciencias que has comentado en tu último escrito». Otro personaje, otra perspectiva: clara, directa, sin tanto humor ácido y sin tanta ironía y crítica soterrada, sino descubierta y bien a las claras, acaso con su punto de sarcasmo. Así, Pilar le dice que ella no está en EE. UU., como él cree, sino en Barcelona, acabando sus estudios de medicina para volver a Aragón y ejercer allí «lo que cada uno sepamos. Habrá que hacerlo. Y no como tú, que amorrado al Ácrata huyes con él a los mares del norte a pescar el bacalao.» No se queda ahí Pilar en cuanto a las pullas que lanza a Polonio:

Siempre has sido un poco mierda ―y perdona la expresión― y en nada me ha extrañado esa huida tuya, en un momento tan emocionante como es el actual en el que todo el mundo vuelve los ojos a la democracia […] Pero tú en la higuera, igual que siempre. Igual que cuando de niños te ponía la boquita para que me dieses un besito ―andaba enamorada de tus ricitos rubios― y a ti todo lo que se te ocurría decir es que me estaba saliendo «bigotito». No tienes remedio. Tus miedos infantiles los sigues ahora proyectando en esta huida estúpida.

La tía Etelvina ha estado unos días conmigo en Barcelona y cuando le he preguntado por su nueva situación, ha cogido un cabreo de no te menees. Precisamente ella anda ahora la mar de radicalizada y de politizada y se ha hecho miembro de un grupo anti-trasvase autodenominado el A.RI.NO.TRA ―que traducido significa: Aragoneses: Riesgos, no trasvases― […]

Otra forma de crítica social la de esta Pilar, la prima de Polonio, que en el momento en que toma la pluma en «El dedo en el ojo» deja al lector petrificado con sus palabras duras a la par que cariñosas, como la tierra en la que ha nacido y crecido; y precisamente con gente de la tierra concuerda en que lo necesario es bregar duro «para aupar lo que todavía quede por aupar». De modo que su consejo es que Polonio deje de tomar café con leche en Hamburgo y se venga a Aragón; y en un último toque de poética nostalgia, que cuando pase por Colliure ponga claveles de su parte en la tumba de Antonio Machado: referencia al poeta por su significación para las gentes de izquierdas, quizá por haber escrito sobre España y su cainita idiosincrasia, quizá como expresión del anhelo que pudiera latir en el ánimo de muchos españoles en abril del 75, «entre una España que muere / y otra España que bosteza»[2].

Y si en su carta Pilar se despide con una alusión a un gran poeta, en la respuesta, también epistolar («La escasa merienda de los tigres»), Polonio no va a ser menos y la dedica por entero a hablar del último libro de Miguel Labordeta, «Jefe Supremo de la IDA», concluyendo que para volver, tal y como le pide su prima Pilar, es necesario el valor de Miguel.

Con valor o sin él, Polonio y el Ácrata regresan a la zaragozana «gusanerica» («El base», n.º 68-69); el director «ya no está en donde estuvo, y por eso no pudimos llevarle unos bombones con sabor a licor de la Selva Negra.», en alusión a la detención y encarcelamiento de Fernández Clemente. Así, se van alternando alguna carta más de Pilar con artículos escritos de nuevo en Zaragoza, unos de denuncia concreta ―por ejemplo, «¿Quién apagó la luz? (En Sástago)», sobre la paradoja de que en dicho pueblo haya tres centrales eléctricas y sin embargo sufran restricciones; o «Método para destruir la urbe», que alude al urbanismo zaragozano―, otros de crítica más abstracta al modo poloniano: en «De la práctica y teoría del mimo» Polonio nos cuenta cómo el Ácrata decide practicar el mimo como forma de expresión habitual; según él, nació en China, en una región donde la gente no hablaba porque «aquí el que habla la paga». Hay diferentes gestos: de asombro, del depresivo baturro, del incierto centrista; «Está el mimo fatídico del empresario, del peón de albañil, del periodista desconcertado, del jugador de fútbol regional, del oriundo, del emigrante que regresa, del que no puede regresar.» El propio Polonio tiene su mimo: la mitad de la cara ríe, la mitad llora.

Sorprendentemente el Andalán número 78, de fecha 1 de diciembre de 1975, no trae en sus páginas el consabido escrito de Polonio; es sorprendente por la importancia de los acontecimientos de noviembre: la muerte de Franco. Quizá Polonio no tuviera tiempo de escribirlo, ocupado en otros menesteres. Sí lo hallamos en el número 79-80 (15 de diciembre-1 de enero de 1976) con un significativo título: «El cambio». Constituye un chiste basado en la anfibología del título, como veremos, puesto que cuando Polonio y el Ácrata van a comprar tabaco, resulta que «no hay cambios». En la tasca lo mismo; Félix, el asociacionista del barrio les pregunta que si se sabe algo… de cambios, a lo que Polonio y el Ácrata responden que no, que no hay cambio… de mil pesetas. «Tristes, deprimidos ―otra vez como siempre― hemos salido a la calle. Llovía. Siempre ha de llover cuando uno tiene el ánimo por los suelos.»

Y así, anegado en lluvia, es como queda el ánimo del lector, sobrecogido por el artículo del número 81: «Polonio ha muerto», por José Antonio Labordeta. En efecto, según podemos leer en este artículo escrito por quien mejor lo conoce, «El pequeño e inútil Polonio Royo Alsina, ha fallecido». Ni su tía Etelvina ni la prima Pilar pudieron llegar a tiempo al entierro, tan solo «cuatro o cinco personas que, desde hacía unos días, veníamos viéndolo desmejorar hora tras hora. Allí estuvimos el Ácrata, lloroso en un rincón, un servidor, amigo de la infancia, y dos señores bajitos que decían representar el ala democrática del club ciclista “los Maños”.» Polonio ha muerto, según dice Labordeta,

porque se sintió incapaz de albergar nuevas esperanzas de libertad. […] porque se sintió, de golpe, incapaz de entender a unos manifestantes aplaudiendo a las Fuerzas de Orden Público. Murió porque empezó a no entender a Marcelino Camacho sin cárcel, a Xirinacs sin obstrucciones, y a Felipe González con pasaporte ―que por cierto yo todavía no tengo― y con PSOE y todo.

Polonio había nacido allá por los años cuarenta, cuando todo estaba ya resuelto. Él mismo no tuvo más problemas que echar los dientes, pasar el sarampión, hacer el ingreso de bachillerato, hacerse socio del Real Zaragoza y trabajar en su oficina de nueve a una y de cuatro a siete. Todo lo demás, se lo dieron resuelto, sin consulta previa.

Paco Acero


[1] Leopoldo Alas Clarín, «¡Adiós, Cordera!» y otros cuentos, ed. de Ángeles Ezama, Barcelona, Crítica, 2001.

[2] Antonio Machado, Poesías completas, CXXXVI, «Proberbios y cantares», LIII, ed. de Manuel Alvar, Madrid, Espasa Calpe, Col. Austral, 1988, p. 246.

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