José Antonio Labordeta en la revista Andalán, 4ª y última parte.

De estas palabras se desprende que pese al chiste del artículo anterior, sí hay cambio social y político tras la muerte de Franco; un cambio que no por más anhelado deja de ser brusco para alguien como Polonio, que siempre ha vivido dentro de un orden.Labordeta

Los últimos años le habían ido minando en su seguridad cotidiana, hasta que en el último mes, se vio desbordado por todo. Y no pudo más. Comprobó, de pronto, lo feliz que iba a ser en este nuevo país que se le estaba presentando, donde todo el mundo tenía cosas que decir, donde las gentes reclamaban cívicamente sus reivindicaciones y donde la madurez había crecido de golpe después de muchos años de infantilidad. No pudo con todo. Y sobre todo tuvo miedo a que sólo fuese un espejismo de cuatro días y que Felipe González se esfumase en Carabanchel, Camacho no hubiese existido nunca con ese jersey abrazando a su mujer, y que los manifestantes no aplaudiesen más a las Fuerzas de Orden Público. Tuvo miedo al futuro, él que había vivido siempre en un pasado remoto. Y no aguantó. Se fue al otro mundo antes de que su espejismo se le escapase de las manos. Sonreía cadáver. Era un muerto feliz porque se había ido, viendo llegar la democracia. Su corazón no pudo resistirlo, pero es que pocos corazones pueden aguantar esa llegada serenamente, sin alteraciones. […]

Y en su nombre ―que nadie recordará dentro de nada― escribo esta necrológica, para cerrar una página de la historia ahora que se abre esa nueva que él intuyó. Fue fundador de la Izquierda Depresiva Aragonesa. Y en una depresión, se nos murió.

Polonio ha muerto; y quien nos comunica su fallecimiento es su creador, el propio José Antonio Labordeta, en una carambola literaria que nos recuerda a Miguel de Unamuno y su personaje de Niebla, Augusto Pérez (cap. XXXI). Es posible, por qué no, que también Polonio fuese a hablar con Labordeta para intentar, tímidamente, sin alzar mucho la voz, que es como él hacía estas cosas, cambiar su destino. No parece probable que Polonio le espetase, como hace el personaje de Unamuno «No sea, mi querido don José Antonio, que sea usted, y no yo, el ente de ficción». Quizá porque en este caso Polonio ha venido siendo el álter ego de Labordeta, la voz con la que gritar, o decir, las tachas de su momento histórico; tanto es así, recordemos, que en una ocasión afirma su identidad: «También, y para dejar las cosas en su sitio, Polonio, el abajo firmante, es Polonio Royo Alsina, profesión sus labores, y no ese otro que dicen que soy.» («Papel de calco», n.º 13). Tímida afirmación, en fin, de un Polonio fruto de su tiempo, de una época en la que todo «se lo dieron resuelto, sin consulta previa»; y ante la dificultad de cambiar lo establecido, una posibilidad es acomodarse, «yo a lo mío: mi oficina, mi fútbol y mis quinielas».

Por eso Polonio desaparece con esa «España que muere», porque es producto de esa época trasnochada y también porque como el Polonio de Shakespeare, es víctima de la locura que está espiando, de la demencia de esa sociedad desquiciada, trastornada y ya senil. El fallecimiento de Polonio se convierte así en metáfora de vida, es la crisálida de la democracia. Y fallece sonriendo, feliz por la España que atisba; es el comienzo de una nueva etapa, todo lo anterior debe ser arrinconado, y Polonio pertenece a esa etapa que queda atrás. Por otro lado, en esa sociedad y sistema político que se desperezan sin languidez pero amodorrados por un letargo de años no va a haber, no debería haber cabida para ese espíritu crítico con que se inicia la serie de «El dedo en el ojo».

El caso es que Polonio se ha ido dejando al lector un poco vacío. Este se había ya acostumbrado a su presencia quincenal, a sus discusiones con el Ácrata, a las rarezas de la tía Etelvina, de Ulpiano… le había tomado cariño porque lo ha visto, si no crecer, sí evolucionar, tomar forma, dejar de ser una excusa para la crítica social en términos generales y convertirse en un personaje redondo. Un personaje que habla de sí mismo (como en «La gran cogorza», n.º 29, cuyo tema es cómo Polonio se embriaga un sábado por la mañana en que sale antes de la oficina brindando con los anuncios publicitarios de bebidas alcohólicas, y cómo al despertar ante el televisor se ve sorprendido por un programa sobre lo nocivo del alcohol), y que no por ello deja de tratar temas generales, de mostrar lo criticable, lo erróneo de la sociedad en la que vive, pero todo tamizado por su particular y personal visión de las cosas: a veces, merced quizá a ese humor socarrón y tan típica y tópicamente aragonés de que Polonio hace gala, todo parece girar alrededor de un chiste, como ya hemos visto en «El cambio», o como en «El pasaporte», artículo cuyas variopintas y peregrinas explicaciones sobre el documento refieren veladamente a la práctica imposibilidad de obtener uno. Las empresas más insospechadas y absurdas se llevan a cabo sin ser apenas cuestionadas: por ejemplo, la búsqueda por parte de Polonio y sus amigos ―significativos sus nombres: Saldubiano, Mayorgordo, Justiciano, Biblioquina― de la gallina Felisa, que ha sido robada al Ácrata («El rapto de la gallina Felisa», n.º 33); o la «Aconsejaduría política» fundada por el Ácrata, con su baile de siglas de partidos políticos que se torna mojiganga con otros acrónimos como IDA, ADOBA o HADA.

Y es que el humor late indudablemente en toda la serie de artículos de «El dedo en el ojo», y junto al humor una voluntad de mostrar sin juzgar las más de las veces; y cuando Polonio juzga siempre es benevolente y lo hace adoptando una postura de inocencia supina, de candor inocuo, un vamos, creo yo, pero puedo estar equivocado porque soy un ingenuo… Humor y candidez, una combinación que parece inofensiva y que granjea el afecto y el cariño del lector, porque este también encuentra lo que busca: la crítica social, subyacente en toda la serie de artículos, causa y finalidad, no lo olvidemos, de la existencia de Polonio.

Polonio nos ha ido dando su visión del mundo; su visión y la de aquellos que le rodean, puesto que a medida que lo hemos ido conociendo nos ha introducido también en su microcosmos personal de familia y amigos, de oficina, de gustos y avatares cotidianos. Así también hemos asistido a una evolución, a un crecimiento en la forma de narrar, en la diégesis: primero el soliloquio de Polonio, una narración introspectiva, un fluir de la conciencia y de la consciencia; después el diálogo, que proporciona al lector otras perspectivas, tanto la de Polonio como las de sus interlocutores; y por último esa serie de cartas que aportan la posibilidad de romper la línea narrativa seguida hasta entonces. Sin duda, el destinatario de esta serie de artículos, contemporáneo, interesado por la situación política y social del momento, un receptor con un nivel cultural medio-alto, a buen seguro agradecería esa evolución en la diégesis de Labordeta.

Porque tras Polonio está José Antonio Labordeta. Además de que posiblemente un lector contemporáneo pudiera adivinar su presencia en buen número de los artículos de la serie, hay alguno donde esa figura se hace más visible. En «La estampida», por ejemplo, Polonio habla de esos días preñados de melancolía por el que suele ser el paraíso perdido de todo ser humano:

Hay días en que uno se encuentra como hundido, como metido dentro de un bache -¡bache!- con aire tanguil y desmorrado. Esos días, por todas las causas del mundo, uno se mete dentro de lo nostálgico infantil –a la recherche du temps perdu- y acaba perdiéndose por entre los vericuetos familiares, los objetos maternales que quedan sobre el aparador del cuarto de estar de una casa como tirando a triste después de tantos golpes, uno a uno, recibidos en un muy corto espacio de tiempo. Esos días, cuando ya la noche ha caído sobre la ciudad, y tú esperas cenar frugalmente, ver un rato la tele y meterte en la cama, en medio de la mayor solidaridad con el pasado de toda tu vida, surgen de pronto imprevistos, visitas agitadas, puertas que se abren y que nunca se cierran, que te hacen girar en la memoria la vieja película de vaqueros que, en mitad de la noche, un ruido, empina las orejas del ganado y como un solo hombre –casi he querido tanto al hombre como a las vacas- se lanzan al loco galope de la estampida llenando las butacas de polvo, de más polvo, de acomodadores empolvados aseando el rostro de una anciana que, en una quinta fila, quiso coger el toro por los cuernos y murió de cornada cinematográfica en un salón de barrio solitario.

Asiste el lector a un ataque de melancolía, de spleen por los cines de la zaragozana gusanera, por las películas de vaqueros, a un texto transido de esa nostalgia con la que José Antonio Labordeta ha impregnado tantos otros por él firmados. Un destello lírico como el que brilla en «El día que nos fuimos al otoño»: llega inevitablemente la estación teñida por los ocres, símbolo del tiempo de encierro en el colegio para los escolares, del tiempo que pasa fugaz. «Y así, como quien no quiere la cosa, la noche llega antes, el día se hace más corto y la vida se nos va de la mano con una suavidad que uno no acaba de entender.»

Polonio muere, en fin, y su entierro se nos antoja un tanto gris, desangelado: «Subimos a Torrero[1], él, una corona, dos jefes de su oficina, el Ácrata, los señores bajitos y un servidor. Sobre su nicho dejé escrito: “Polonio Royo Alsina. No pudo resistir la esperanza de la libertad. Que en paz descanse.”» Un sepelio sin el más mínimo boato, tan desangelado como el del protagonista de Luces de Bohemia,  Max Estrella, al que asisten solo el Marqués de Bradomín y Rubén Darío, junto a los dos sepultureros. Y lo que estos dicen de Max cuadra también al bueno de Polonio: «Ese sujeto era un hombre de pluma.», y la respuesta: «¡Pobre entierro ha tenido!»; será que, como el mismo enterrador apunta un poco más adelante, «En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.»[2] El propio Marqués de Bradomín nos remite en la obra de Valle-Inclán a la de Shakespeare:

El Marqués: [por los dos sepultureros] ¿Serán filósofos, como los de Ofelia?

Rubén: ¿Ha conocido usted alguna Ofelia, Marqués?

El Marqués: En la edad del pavo todas las niñas son Ofelias. Era muy pava aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca!

Rubén: ¿No ama usted al divino William?

El Marqués: En el tiempo de mis veleidades literarias, lo elegí por maestro. ¡Es admirable! Con un filósofo tímido y una niña boba en fuerza de inocencia, ha realizado el prodigio de crear la más bella tragedia. Querido Rubén, Hamlet y Ofelia, en nuestra dramática española, serían dos tipos regocijados. ¡Un tímido y una niña boba! ¡Lo que hubieran hecho los gloriosos hermanos Quintero!

Rubén: Todos tenemos algo de Hamletos.

Así pues, Polonio continúa espiando la locura de su España, no ya tras las cortinas como en Hamlet, sino en un último acto de crítica social más allá de la muerte, mediante el parangón de su entierro y el de Max Estrella. El Polonio de Shakespeare muere asesinado por Hamlet, víctima de la locura de ese bobo, ese necio «babieca» según Bradomín, metáfora de la España absurda y demente, esperpéntica, de la que el Polonio de Labordeta ha sido espectador. Por eso, como ya ha quedado dicho, «Era un muerto feliz porque se había ido, viendo llegar la democracia.».

Polonio aparece de repente en las páginas de Andalán, y de repente, a pesar de exhibir ese aire depresivo suyo, las abandona: las páginas de Andalán y a los lectores, que lo buscan en ellas pensando que quizá ese fallecimiento sea tan solo otra de esas humoradas chuscas y socarronas de las que Polonio o el Ácrata o el tío Ulpiano tanto gustan. Pero no; Polonio ha muerto y el lector lo echa de menos, extraña su columna, su «El dedo en el ojo», su ingenio y genialidad. A las palabras del propio José Antonio Labordeta, «No pudo resistir la esperanza de la libertad.», es posible añadir dos versos de otro epitafio: «que acreditó su ventura / morir cuerdo y vivir loco.»[3]

 

Paco Acero

APÉNDICE: «EL DEDO EN EL OJO» EN LA REVISTA ANDALÁN

Los artículos que conforman la serie de «El dedo en el ojo» aparecieron con regularidad, desde el día 1 de octubre de 1972 hasta el 15 de enero de 1976, sin página fija. Hay no obstante ocasiones en las que la publicación quincenal no trae el artículo firmado por Polonio: números 1, 7-8, 30, 31-32, 34, 35, 47, 58, 61-62, 65, 66, 67, 71, 73, 78. Ello no significa que no aparezca la firma de José Antonio Labordeta al pie de algún otro texto ―a veces también con el seudónimo de Forano― o en secciones como «Otras voces, otros ámbitos» o «Historias de Paletonia»[4]; asimismo, según Fleury, en «Crónicas del foráneo» y «Crónicas artificiales», firmadas por Lamberto Palacios y «Las Nuevas Crónicas de Paletonia» por Mosén Voto de Orbil[5]; o como en el caso del número extraordinario 31-32 de 15 de diciembre de 1973-1 de enero de 1974, en cuya portada figura la reproducción de unos versos manuscritos de José Antonio Labordeta. La sección «El dedo en el ojo» la constituyen un total de 54 textos (hemos de rectificar la cantidad dada por Fleury, de 51 textos)[6], que es posible hallar en las páginas de Andalán como sigue:

 

  1. «Tópicos, utópicos y otros seres sin pico», n.º 2, 1 de octubre de 1972, p.14.
  2. «¡Y dale con Carrasco!», n.º 3, 15 de octubre de 1972, p. 16.
  3. «¡Nene, caca!», n.º 4, 1 de noviembre de 1972, p. 11.
  4. «Juego defensivo», n.º 5, 12 de noviembre de 1972, p. 5.
  5. «Los nostálgicos», n.º 6, 1 de diciembre de 1972, p. 7.
  6. «Yo, sigo», n.º 9, 15 de enero de 1973, p. 7.
  7. «Testimonio de un náufrago», n.º 10, 1 de febrero, p. 11.
  8. «Los tontos», n.º 11, 15 de febrero de 1973, p. 12.
  9. «El parte», n.º 12, 1 de marzo de 1973, p. 16.
  10. «Papel de calco», n.º 13, 15 de marzo de 1973, p. 6.
  11. «Un chino en Formosa», n.º 14-15, 1-15 de abril de 1973, p. 4.
  12. «La muerte del mihura. (A Pablo Picasso)», n.º 16, 1 de mayo de 1973, p. 4.
  13. «Good-Bye mister Drof», n.º 17, 15 de mayo de 1973, p. 16.
  14. «Asuntos de retrete», n.º 18, 1 de junio de 1973, p.11.
  15. «Los extranjeros», n.º 19, 15 de junio de 1973, p. 16.
  16. «Una carta familiar», n.º 20-21, 1-15 de julio de 1973, p. 7.
  17. «Señor Alcalde: ¡más Romareda!», n.º 22, 1 de agosto de 1973, p. 8-9.
  18. «Le dernier tango a Pau», n.º 23, 15 de agosto de 1973, p. 7.
  19. «El verano, los turistas, los niños, la playa y tú», n.º 24, 1 de septiembre de 1973, p. 13.
  20. «¡Qué viene el lobo!», n.º 25, 15 de septiembre de 1973, p. 10.
  21. «Teatro en el ojo. ¡Tiestes!», n.º 26, 1 de octubre de 1973, p. 6.
  22. «P’al Pilar», n.º 27, 15 de octubre de 1973, p. 14.
  23. «Polonio for concejal», n.º 28, 1 de noviembre de 1973, p. 11.
  24. «La gran cogorza», n.º 29, 15 de noviembre de 1973, p. 11.
  25. «El rapto de la gallina Felisa», n.º 33, 15 de enero de 1974, p. 13.
  26. «Trasvasemos todos», n.º 36, 1 de marzo de 1974, p. 13.
  27. «La estampida», n.º 37, 15 de marzo de 1974, p. 13.
  28. «Las apreturas de la apertura», n.º 38-39, 1-15 de abril de 1974, p. 13.
  29. «El pasaporte», n.º 40, 1 de mayo de 1974, p. 13.
  30. «¡Viva Spilonio!», n.º 41, 15 de mayo de 1974, p. 13.
  31. «Mi tío Diluvionio», n.º 42, 1 de junio de 1974, p. 13.
  32. «El fraude», n.º 43, 15 de junio de 1974, p. 7.
  33. «La I.D.A.», n.º 44-45, 1-15 de julio de 1974, p. 7.
  34. «Carta de Oscencio Bescós (de Casa Larruey)», n.º 46, 1 de agosto de 1974, p. 13.
  35. «El verano, el sol, el mar, tú… y seiscientos mil morenos más», n.º 48, 1 de septiembre de 1974, p. 13.
  36. «Los mutantes», n.º 49, 15 de septiembre de 1974, p. 13.
  37. «Perico, la ida y la vuelta», n.º 50-51, 1-15 de octubre de 1974, p. 13.
  38. «La A.D.O.B.A.», n.º 52, 1 de noviembre de 1974, p. 6.
  39. «Aconsejaduría política», n.º 53, 15 de noviembre de 1974, p. 7.
  40. «¡Adiós, cordera, adiós!», n.º 54, 1 de diciembre de 1974, p. 5.
  41. «¡Jefe: estamos en Oloron!», n.º 55-56, 15 de diciembre de 1974, p. 7.
  42. Sin título, n.º 57, 15 de enero de 1975, p. 7.
  43. «¡Que viene Fraganovas!», n.º 59, 15 de febrero de 1975, p. 7.
  44. «Adiós», n.º 60, 1 de marzo de 1975, p. 7.
  45. «Carta a Polonio», n.º 63, 15 de abril de 1975, p. 10.
  46. «La escasa merienda de los tigres», n.º 64, 1 de mayo de 1975, p. 7.
  47. «El base», n.º 68-69, 1-15 de julio de 1975, p. 6.
  48. «Yo defiendo a Perico», n.º 70, 1 de agosto de 1975, p. 4.
  49. «¿Quién apagó la luz? (En Sástago)», n.º 72, 1 de septiembre de 1975, p. 7.
  50. «El día que nos fuimos al otoño», n.º 74-75, 1-15 de octubre de 1975, p. 6.
  51. «De la práctica y teoría del mimo», n.º 76, 1 de noviembre de 1975, p. 9.
  52. «Método para destruir la urbe», n.º 77, 15 de noviembre de 1975, p. 6.
  53. «El cambio», n.º 79-80, 15 de diciembre-1 de enero de 1976, p. 6.

«Polonio ha muerto», por José Antonio Labordeta, n.º 81, 15 de enero de 1976,


[1] Torrero es el barrio de la ciudad de Zaragoza donde está ubicado el cementerio.

[2] Estas y la siguiente cita de Ramón del Valle-Inclán, Luces de Bohemia. Esperpento, Alonso Zamora Vicente (ed.), Espasa Calpe (Colección Austral), Madrid, 2000, p. 188.

[3] Miguel de Cervantes,El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, II, Francisco Rico (ed.), estudio preliminar de F. Lázaro Carreter, Barcelona, Instituto Cervantes (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), 2004, cap. LXXIV.

[4] Ana Isabel Bonsón Aventín, «Tal como éramos. Quién era quién», en Andalán 1972-1987. Los espejos…, cap. 9, pp. 251-64

[5] Jean-Jacques Fleury, Cantar y no callar. Una voz por y para Aragón: José Antonio Labordeta, Zaragoza, Guara Editorial, 1982, p. 11

[6] ibíd., p. 11.

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